12.9.10

Cuando el género humano mola (al menos un poco)

El Chico Escritor me dijo que tendía a hacer leyes generales de la existencia con dos de pipas, y es cierto. Dentro de esa enciclopedia de leyes generales que cargo conmigo, una de las entradas reza "Caseros" y se resume en "horror". Hasta la fecha, cuento con un casero de doscientoscincuentaaños que se empeñó de pronto en vender el piso en el que yo me acababa de emancipar (el hecho de que no estuviéramos en disposición de decir absolutamente nada dependía de otra serie de derivadas que no eran culpa suya, pero esa decisión estaba fea en cualquier caso) y con el que sólo tuve un amago de conversación del que entendí muy poquita cosa porque estaba demasiado atónita ante el marco (una especie de altar franquista, un señor que rompía las leyes de la naturaleza en una silla de ruedas, y un sonido preocupante que acompañaba sus frases. Y yo tengo atención dispersa). Una señora tremendamente manipuladora (no me extraña, ahora, que su hijo fuese psicólogo), que cuando la llamabas para decirle que te ibas porque levantaban el tejado de la casa en cuya buhardilla vivías sólo te decía que lo importante era ser feliz y que por dormir al raso te bajaba 100€ de alquiler. Una inmobiliaria que a pesar de dedicarse a rehabilitar pisos parecía tener serios problemas para encontrar una persona que tapase el agujero del enchufe que se les había olvidado instalar. Otra inmobiliaria que considera que un escape de gas es un problema menor que probablemente se deba a tu paranoia, y que en diez meses no es capaz de cambiar la titularidad del contrato de arrendamiento.

Y de pronto, llegó ella. Una señora encantadora, con un piso maravillosamente cuidado, en el que hasta la fecha sólo han vivido amigos, y se nota. Que casi te pide disculpas por no haber instalado un horno y haber puesto en lugar de eso todo tipo de cajones y puertecitas para aprovechar el espacio de la cocina. Que se entusiasma porque Blue sea de Huelva, y que no nos deja entregarle la fianza directamente porque es una grosería de cara a la gente con la que ya ha quedado, que es incapaz de entender que esa misma gente le dé plantón. Una señora que ante mi situación profesional (que desde luego no es la ideal para alquilarme nada en absoluto) sólo frunce los labios y dice que es lamentable cómo está el patio.

Nos enamoramos del piso nada más cruzar el umbral (yo tuve buen feeling simplemente poniendo un pie en la escalera), pero tardamos menos aún en enamorarnos de ella. Oiga, la queremos de casera. Y punto.

Ahora sólo falta que llame.

Con ese espíritu, dispuesta a cambiar todas mis leyes generales en positivo, soy capaz de hablar con gente que no sé si me odia y disfrutar la conversación y terminar pidiendo fotos heladas, de pedir ayuda a gente que me crea complejo de inferioridad, y hasta de meterme en la Noche en Blanco y no pensar en que la gente se vuelve muy peligrosa cuando se convierte en masa. Durante unas horas, dejo de ser fóbicasocial y, qué quieren que les diga, no se está tan mal.

La idea es ser capaz de transmitir un poquito de todo esto esta tarde, porque falta hace. Mucha.

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