25.10.09

Un cielo para Cactus

A Cactus no le elegí yo. De acuerdo que era yo la que miraba mañana tras mañana la jaula de su camada, pero cuando el Chico Cósmico se decidió a regalarme un conejito, abrieron la jaula y fue él quien puso sus patitas en mis rodillas.
La Chica de las Sonrisas dice que lo más bonito de tener un animal es cómo te acepta; muy especialmente desde el momento en que hablamos de animales que no son estrictamente domésticos. Que un animal que debe verte como a un depredador se te acerque, se apoye en ti, simplemente permanezca quieto a tu lado, es una confianza que no debería ser posible defraudar.
Y además, fue Cactus quien me eligió a mí. Olvida eso, si puedes.
Quiero escribir un artículo sobre el luto en la sociedad de masas, porque, ahora mismo, Cactus es un videoclip. Un videoclip protagonizado por un conejo del tamaño de mi palma, primero, y grande como un superhéroe, al final. Porque Cactus, como todo héroe, tuvo un villano y una novia. Lo cual sólo es parte de su "fugaz vida feliz".
Era un bicho tan valiente que se enfrentaba con un Kiwi que le sacaba dos veces su tamaño y peso, tan listo que encontraba la forma de burlar el muro de Gaza que impusimos este verano en el pasillo, tan achuchable que al final acababas por no regañarle cuando se subía a la cama o se comía la República de Platón (porque, además, era un conejo de gustos intelectuales exquisitos).
Cactus y yo, incluso, salimos juntos en Google. Aunque no diga que es el mejor regalo que jamás me han hecho, o que fue uno de los "Grandes motivos para seguir vivo" que encontré al salir del hospital. Y otras tantas cosas que se quedan sin decir.
Puede que Cactus no fuese más que un conejo; pero la gente que no puede reprimir una risita al verme destrozada porque se ha ido, no tiene ni la menor idea de lo que puede llegar a significar "sólo un conejo". Como dice la Chica de las Sonrisas, esa gente tiene un hueco dentro, y da mucha pena.
Mucha más, incluso, que su propia marcha (y ya es decir). Ahora me dedico a reescribir la historia. A pensar que él realmente no pudo enterarse de nada. A extrapolar sentimientos humanos positivos en lugar de negativos, a sustituir en el recuerdo la angustia por el rizo acogedor de una toalla naranja, a creer en el poder tranquilizante de un beso entre los ojillos.
Y no me importa lo más mínimo si existe o no un cielo. Porque para Cactus, hay uno. Hay un cielo donde, como dice la Chica de las Sorpresas, van los conejos buenos de las personas especiales.
Mira, Cactus: mamá ha fabricado un cielo para ti. Y voy a recordarte siempre en esa inexistente frontera entre las montañas y las nubes, mordiendo los flecos de estas con una insistencia a prueba de la paciencia de los ángeles.
Que seas tan feliz como fuimos cuando estuvimos juntos.
Te querré siempre, pitiuso.

16.10.09

Los primeros días

En septiembre de 1990 tuve mi primer día de colegio. Recuerdo un miedo atroz, una esquina amarilla con gotelé, y mis pies casi dentro de la papelera cuando se acercó a mí la Chica CAT y, todo rizos y energía, nos hicimos amigas para siempre. Es lo bueno que tienen los seis años, que los primeros días no suelen ser tan complicados.

En septiembre (¿octubre?) de 2002 tuve mi siguiente primer día. Yo no cambié del colegio al instituto, así que cuando empecé la facultad era mi primer kilómetro cero en doce años. Pero era más bien un kilómetro y medio, o algo similar; la Chica de Hinojos iba conmigo, y enseguida nos unimos al Chico del Olor Fantástico, aunque no iría a nuestra clase; así que no fue exactamente un primer día.

En octubre de 2003 tuve un nuevo primer día. Y esta vez iba en serio. Una nueva universidad, una nueva ciudad. Sólo que, en realidad, no era el primer día. Era el primer día menos siete, me parece.

Afortunadamente, dos chicos se equivocaron también. Uno de ellos se fue de la facultad antes de diciembre. El otro era el Chico del Código de Barras, y nos fuimos a fumar bajo los soportales de Farmacia (curiosa paradoja, visto desde lejos), y luego a comprar unos cascos y a robar un libro de Beck a El Corte Inglés, porque es ofensivo pensar que si me interesa la sociología soy suficientemente civilizada como para no robar libros; así que lo coloqué sobre la carpeta y salí de allí como cualquier otra estudiante de primero-segundo de carrera.

Ese fue un gran falso primer día, que hizo que cuando llegó el verdadero primer día ya hubiese una red de seguridad, que incluía entre otros a la Chica Truffaut (el Chico del Código de Barras era una mina inagotable de amigas. Creo que no se hablaba con un solo chico).

Supongo que en tercero hubo un primer día; pero ya no se sentía como primer día; probablemente era una clase nueva, por el cambio de turno, y todas esas cosas, pero y qué. Ya estaban la Chica India, y la Chica Teatrera, y la Chica Úbeda; y yo ya llevaba semanas trabajando en la tienda de los horrores y supongo que estaba demasiado cansada como para sentir nada que no fuera eso. Enseguida tuve que dejar la tienda de los horrores por imperativo físico-mental-paterno, y tuve un primer día en mi ex-empresa en el que desayuné tantas veces que no sé cómo me enteré de en qué iba a trabajar.

En fin; lo que quería decir es que el miércoles fue mi primer Primer Día en casi cinco años. Y que no se me dan muy bien los Primeros Días. A pesar de la introducción a cuatro manos con la Chica India y la sonrisa de "somos estudiantes de posgrado" y la temperatura exquisita en el césped. Porque el Primer Día fue tan horroroso que llegué a casa llorando, como no he hecho, creo, en ningún otro primer día de mi vida. Mi sonrisa bajando la cuesta desde el Vicerrectorado de Alumnos, mi carpeta de colores, mis ganas de volver a la universidad, mi ansia de leerme libros horrorosos, no me sirvieron de nada.

Hacía mucho, mucho tiempo que no me sentía tan profundamente estúpida como el pasado miércoles. Saber que no vas a poder enfrentarte a algo; que le has asegurado a toda persona que te conozca que ese algo es exactamente lo que quieres hacer con tu vida; que es probable que no vuelvas a dormir en los próximos siete meses; que no tienes ni idea de por dónde empezar y que ya llegas tremendamente tarde a cualquier sitio al que tuvieras intención de ir...

El jueves existe, fundamentalmente, para curar los lunes, martes y miércoles, que tienen una preocupante tendencia a ser espantosos. Y el jueves vino el director del máster a explicarnos que esto se parecía a mudarse a otro país sin conocer el idioma, y que es una cuestión de contacto. Que esperemos con paciencia y sin rendirnos y tendremos una especie de revelación cartesiana, clara y distinta, del sentido de todo eso que ahora leemos como autómatas aterrados sin entender.

Casi me levanto y abrazo a ese señor. No creo que sean frecuentes unas palabras tan oportunas como las suyas.

Y luego, una profesora con la misma cara radiante que ha tenido mi cuñada durante todo el embarazo, que habla de lo violento que es empezar un temario el día de la presentación y nos hace montones de preguntas para adaptar el contenido de la clase a lo variopinto del grupo (que lo somos, vaya si lo somos); y una cerveza con una chica sorprendentemente maja a pesar de su municipio de origen, y una sevillana fantástica que estudió donde yo debería haberme quedado para siempre, y llego a casa y me siento con fuerza.

Tanto, que aunque probablemente hoy sólo es el primero de muchos, muchos viernes leyendo a señores tan apasionantes como Iuri Lotman, sonrío y me arremango. Hay mucho que hacer, pero vamos a hacerlo; y vamos a hacerlo fenomenal.

6.10.09

Hangin' around

Ayer fue la primera vez que sentí que esta expresión era perfecta. Probablemente siempre lo ha sido, y, con perspectiva, es los sábados por la mañana con la Chica Aura en un sofá como el que tengo ahora (lo de la vida en espiral es lo que tiene), y las noches con el Chico Carnaval en el laberinto hablando de comernos el mundo, o, al menos, conocerlo; y las tardes entre semana con la Chica Ángel en mi cuarto ultra-amarillo.

Pero hacía tiempo que no pasaba un día como ayer. Con su comida sagrada en Olavide y un sueño que parece imparable pero que no te arrastra hacia la siesta. Con el sol, con uno de los últimos días de sol, que, por ser uno de los últimos, parece mucho más importante. Y una acaba en la biblioteca con el Chico del Entusiasmo jugando a la pedantería y sacando "Videoculturas de fin de siglo" y "Teoría e historia de la cultura de masas" y pensando que cuando vaya la semana que viene al COIE tengo que salir de ahí, al menos, con una beca de colaboración, porque madre mía lo que mola la Universidad.

Y yo quiero seguir dando vueltas por el barrio dos años, pero luego qué. Así que espero que, luego, sea dar vueltas por la facultad y que ya no parezca que cada vez que me voy de un sitio, lo ponen más bonito (véanse la peatonalización del centro de Sevilla, los bolardos pintados de colores en la calle de la Palma, los pisos temáticos en color ácido del edificio antiguo de Ciencias de la Información).
Es sorprendente. Uno piensa que tiene un corto de mierda a medio montar y de pronto oye una conversación por la ventana que hace que sus frases suenen tremendamente reales y que los actores aparezcan bajo una nueva luz. Qué bien lo hicieron. Resulta que estas cosas pasan de verdad.

4.10.09

P.S.

"¿Quieres Dejar de Fumar?
Descubre como dejar el cigarillo en el sitio Help!
Help-eu.com"
 
No deja de ser raro que mi Adwords lo sepa y mi psicólogo no...

So many things unsettled

Hoy es una gran noche. He estado fatal, pero me he tomado un batido de fresa como hacía años.

Y, aunque no es por eso sino por el contexto, me encuentro mejor.

Y qué fácil es querer al Chico del Entusiasmo, sí, pero también qué fácil es ser feliz con el Chico del Entusiasmo. Qué fácil poderle decir a alguien de corazón que la has cagado y que no era tu intención, instantáneamente. Qué gran fuente de confianza y de energía positiva. Así, da gusto.

Y encima vuelvo a casa, rumiando lo de comprar un ordenador mañana (y perder el día, y seguramente equivocarme, y gastarme el dinero que necesito para el sofá y para el máster que, de pronto, es lo que quiero hacer con mi vida, esas cosas pasan; y volver a instalarlo todo y etc.), y no sé si tiene mucho sentido porque, total, el resto de mi vida estará marcado por la ofimática, y entonces el Becario (por cierto: si alguien alguna vez ha tenido dudas, el Becario no es más que Astrocentro.com) va y me escribe esto:

"Hoy es un gran día para explorar tu creatividad. Esto seguramente no es nuevo para ti. Desde siempre, has tenido dotes artísticas. Sin embargo, que seas capaz de mantener la atención en un punto es otro tema. La energía de este día puede transmitirte esa dosis extra de concentración que necesitas para completar un proyecto creativo. Aprovéchala al máximo para finalizar algo que quedó inconcluso o comenzar un proyecto nuevo. ¡Exprésate, crea y diviértete!"
 
Qué gran chico, también, el Becario.

2.10.09

Finally, I did it

Pues claro que sí. Poquito a poco, respirando hondo, con mis pimientos, mis cebollas, mis tomates, mis melocotones, mis plátanos, y las zanahorias y el apio de los bebés.

Mi madre, como es como es (ella hace buena la frase del Chico Escritor de "a la gente hay que quererla como es, o no quererla en absoluto": a ratos se la quiere como es, a ratos no se la quiere en absoluto), me pregunta por pescados y carnes. Yo indico simplemente que no me gusta la comida con aspecto de cadáver y sigo celebrando mi pequeño triunfo.

Para quien no entendiera una de las entradas anteriores: desde que el mundo es mundo, a mí me dan miedo los sitios donde se vende comida; pero, muy especialmente, los mercados. Un miedo absurdo pero muy poderoso, de los de llorar y ahogarse y pensar que el pinchazo en el pecho es la muerte, y de luces dando vueltas y volviéndose blancas.

Así que me da igual que no me gusten los puestos donde exhiben bebés (conejos, entiéndase) despellejados como cabecera del muestrario. El hecho de volver del mercado con una bolsa que pesa, y hacerlo sola, es un triunfo tan mayestático como cualquier otro reto que uno pueda tardar diez años en conseguir.

Y sigo regulera, y preocupada, y un poco asfixiada por el maldito pie y mi poca libertad de movimientos, y puede que siga llorando con Bruno (el del anuncio de Pedigree que no puedo enlazar porque la versión argentina me hace gracia y la española no está en YouTube), pero da igual: it's Friday, i'm in love (he aquí el objeto, y mi premio post-mercado).


1.10.09

Síntomas

Pensaba que me había vuelto intolerante con las tonterías ajenas; pero no. Me he vuelto intolerante con las tonterías, en general. Tanto, que ayer me apetecía abofetear a mi psicólogo por darle vueltas y más vueltas a cosas que he hecho y que ahora parece imposible que vaya a volver a hacer.
¿Cómo puede importar algo el sufrimiento o la necesidad que se esconda detrás de una estupidez? Se trata, simplemente, de dejar de hacerla, de no perseguir a los vagos, de no solucionar los problemas de los torpes, de no preocuparse por los problemas que alguien se cree para sí con el fin de justificar una injustificable incapacidad de llevar una vida sencilla y disfrutar de ella.
Lo complicado es que todas nuestras tonterías resultan ser, con un poco de reflexión, síntomas de enfermedades. Enfermedades que hace cincuenta años no existían, por otra parte. Asquerosos frutos podridos de nuestro momento histórico.
Y así, es bastante probable que no haya una vía de escape; y el resultado final de la ecuación es una mala leche bastante espectacular que se convierte en mi sombra y a la que no le apetece gran cosa ver al resto de los seres humanos a los que a veces me permito llamar "queridas personitas".