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8.7.25

Adornos

La Chica Sorpresas hace un enlace doloroso pero evidente entre mis expectativas infantiles y las actuales. Tiene razón, claro. Mis amigas no solo tienen una paciencia infinita (que me estoy empeñando en poner a prueba) sino una capacidad inmensa de análisis, lo cual está muy bien cuando no te puedes permitir ir a terapia.
Lamentablemente también tienen vidas muy lejos de la mía.
Repaso mi agenda convencida de que estoy olvidando algo y que tiene que existir alguien más cerca ("hay salidas, lo he oído, sé que existen cientos de metros despejados y sin un cristal en medio que me impida recorrerlos"). 
No lo encuentro, no, pero recuerdo una conversación qué dejé a medias justo al ser absorbida por este vórtice y toco tímidamente la puerta, hago todas esas cosas que dicen que hay que hacer, "estoy triste", se me recibe con cariño, aparentemente, pero no hay nexo entre unas frases y otras. 
"Espero que sigas embelleciendo mis dias con tus rarezas", cierra, y lo entiendo todo. El repliegue del sábado, el estallido final con el Oscuro Puntual, la sensación de ser adicta que me lleva una y otra vez a buscar la misma humillación de la que estoy intentando escapar desde hace seis meses.
Leo a la Chica Astros y recuerdo a la Atómica Melancólica, "te recibo altamente desenfocada". Creo que nunca la busqué y lo hago ahora y encuentro el protocolo de comunicación de emergencia que ojalá hubiéramos sido capaces de establecer.
Porque me pillé de ti por tus chapas, pero me enamoré de tus "entiendo".

15.9.13

Vivir en una letra de Nacho Vegas

Todo empieza cuando no sé cómo despedirme de ti.

Mentira.

Todo empieza cuando los lunes somos novios y los viernes compañeros de trabajo. Y sigue cuando los miércoles soy una historia que contar. Y va a peor todo el tiempo y digo demasiadas veces "bañera llena de ácido" en 48 horas.

Todo empieza cuando te lo digo. Tú me haces cosquillas y te sorprendes.
- Estoy a la defensiva.
- Me alegra que me lo digas, pero no sé por qué.
- Porque das más miedo de lo que pareces.

Pienso en el Chico Gigante, "a él le gusta más de lo que dice, y a ella menos de lo que dice", y de pronto parece verdad.

Y te lo explico y haces la del espejo y parece que no tengo derecho a enfadarme porque estás enfadado tú. Y todo se vuelve tan raro que ni siquiera hueles lo suficiente.

Todo empieza como hace más de un año, "no 3G no honey".

No hay Jefa Planetera, no hay Manos Pequeñas, no hay Festivaleras. No hay nada salvo las sucias del Chico Suizo y dos pizzas, nada menos.

Estoy harta de sentirme como una pequeña niña gorda aunque me digáis tanto que cada día estoy más buena que me da miedo hasta venirme arriba.

Y por no venirme arriba, me vengo abajo.

Y estoy cansada.
- Me agota.
- Ya, pero, ¿el qué?
- Esto. El hoy sí, mañana no, el no saber. El sentirme rechazada.
- No te he rechazado nunca.
- Es que ni siquiera hace falta.

Esto cansada de ser alfa todo el rato, precisamente ahora que abrazo el paradigma de los cuidados como si no hubiera otro.

Cansada.

Aburrida.

Llámalo X.

Total, que todo empieza con el enésimo whatsapp y una duda taxímetra. Un mapa que no se carga y un montón de dudas. "What do you have at the end of the day". Mi dolor tras los ojos y yo decidimos que estamos tan cansados que no queremos saber cómo despedirnos. No queremos averiguarlo. No queremos preguntarlo. Así que abrimos la mochila de una chica desconocida y la invitamos a una caña, "¿qué haces?", "tómate una a mi salud". Y nos vamos sin despedirnos.

Y entonces llega el ataque del karma instantáneo. El círculo del maltrato. El quétaltevamealegromuchodequetevayabien. El aversinosvemosporquesipuedoecharteuncablemegustaría. El ignorar que estoy bien por si funciona y empiezo a estar mal. Y funciona.

- No quiero verte. No es un tema de rencor, sino de distancia. Deseo que te vaya muy bien, y no tengo problema en verte, pero, desde luego, no voy a quedar contigo. Porque no tengo nada que decirte, y así estamos bien.

Y me cuentas que estás con otra chica y que eres feliz y de pronto tequieromuchísimo y nodejodepensarenti y no puedo contestar más que esdemasiadopronto y teacompañoaltaxi nomejorqueno y desde cuándo te ha importado una mierda lo que yo decida, así que, por supuesto, me acompañas al taxi, y los silencios incómodos se vienen arriba, porque hoy todo se viene arriba menos yo, y todo acaba con un taxista pidiéndome que le prometa que no te voy a ver más, porque noséquéhapasadoperoesonoselehaceanadie, y es que no se dan portazos al grito de quetejodan porque luego la gente piensa que eres un puto psicópata y yo me lo creo.

A veces, muy en serio.

Tan en serio que pienso que si te he querido de verdad estoy muy rota y no tengo otra mejor que hacer una llamada llena de lágrimas y romper el amago de relación sana que tengo.

Porque de pronto ya no parece tan sana.

Porque necesito algo mucho mejor.

Porque estoy hartísima de mendigar que me quieran, porque prefiero que no me quieran nada a que me quieran mal, porque prefiero que no me hablen a que me persigan a un taxi con la excusa de que aún me quieren para mandarme a la mierda de un portazo, y prefiero que no nos veamos más a tener que irme sin despedirme por no tener que plantearme si te beso y dónde.

Así que, básicamente, os podéis ir todos a la mismísima mierda, a la ardiente oscuridad, o donde buenamente os convenga, porque yo, señores, estoy en mi hogar y Vespa me quiere como si no hubiera otro ser vivo en el mundo capaz de alimentarla una vez al día y eso, señores, es lo único que quiero, lo único que necesito, y lo mínimo que me merezco.

Por menos que eso, yo no cojo el teléfono los domingos.

5.9.13

Miedos

"Pues eso te digo. Que hacemos cosas para asustar nuestros miedos". El Chico Speed tiene de cuando en cuando unos ataques de iluminación muy serios.

Le decía al Parador de Montañas Rusas que me siento frágil y vulnerable. No es ninguna novedad ser frágil y vulnerable, pero es una novedad decirlo. Es una novedad afrontarlo.

Como el sentir vergüenza. Ahora me da vergüenza todo, en general. Lanzarme a bailar swing en el Travelling. Hablar en según qué contextos. Montar un pollo en un servicio técnico en el que sé positivamente que me han estafado. Dirigirme a La Jefa de Todo Esto. Jugar a la consola. Comprar comida.

"¿Cuántas fobias, no?"

El Chico de la Sonrisa se metamorfosea todo el rato. De refugio de la Chica Aura a vecino, de vecino a experimento antimiedos, de experimento a cita, de cita a arrepentimiento.

Por qué cojones estoy haciendo esto.

Decía Mi Media Infancia que la diferencia entre los 20 y los 30 es que sabes cuándo es el momento de irte a casa. Lo que pasa es que no te vas. Pero al menos hay una voz en tu cabeza que grita, alto y claro, "ahora. Lárgate ahora". Acabadas las berenjenas y la carne especiada era el momento de marchar, antes de que los árboles de Argumosa siguieran bailando trance en mi retina, granoyuvanomezclan hasta que mezclan, que últimamente es con cierta asiduidad.

Pero cogimos el cambio y dijimos que era para la última, y cervezas innecesarias, y ataques de valentía frente a esas parejas bailarinas que me daban miedo y "mírales, pobres, hemos ganado", y luego más miedos, "debería coger una camisa", y en mi casa no entra nadie, porque esas son mis reglas. Planifico una salida sucia con zapatos en la mano pero acabo saliendo a las seis de la mañana, porque la diferencia entre los 20 y los 30 también es que una tiene más sueño que miedo, incluso cuando tiene mucho miedo.

Y llegar a casa y que Vespa me espere con cara de dóndeestámicaramelo y sentirme culpable.

Y que suene el despertador a las 8 y media y creer que estoy despierta y saber que no.

Y llegar tarde a la oficina justo ahora que la Segunda de A Bordo empieza a soltar comentarios jocosos sobre la longitud de nuestras sobremesas (y eso que aún no habla de los desayunos) y pensar que igual empieza a correrme prisa hablar con el Chico Lomo y cerrar mi Plan C.

Y ponerme muy mala solo de pensar en la expresión "Plan C".

Y "tienes una almohada en la cabeza" y la sangre que se baja hasta los tobillos.

Y tomar el primer café en La Gruta y, claro, tirármelo por encima. "¿Te has manchado, niña?" "¿Te extraña?"

Y "¿no has dormido?" "No". "¿Has salido?" "Sí". "Joooooder, tía. Lo tuyo es muy serio".

Y pensar que si lo mío fuera muy serio, precisamente, no saldría.

Septiembre. Clases de baile, de yoga, de teatro, de psicología. Dejar de beber entre semana. "I'm doing Sober September. My brain hurts thinking about it."

El mío duele de pensar en un Septiembre Ebrio.

Por favor, todos los que vais a venir, a sacarme de fiesta, a hacerme trasnochar, a hacerme muy feliz, a traer luz al principio del otoño, cuidadme.

No me oiréis pedir esto muchas veces.

Voy muy en serio.

10.2.11

I don't love anyone - you're not listening

Hablo con mi psicólogo de mi vínculofobia, largo y tendido. Supongo que se aprovecha un poco de que le haya dejado tan en bandeja y con su papel de regalo un ejemplo perfecto para corroborar su última teoría, que viene a ser un desplazamiento horizontal del freudianismo de lo más curioso pero que, al final, funciona.

El rollo viene a ser, nada muy original: cuanto más lejos, menos daño. Porque, estadísticamente hablando, la gente que he tenido cerca ha sido tremendamente peligrosa en una inmensa mayoría de casos.

Hablo con mi Tito-Director (me parece muy estupendo usar este nick, precisamente ahora), sobre el cinismo. Lo necesario que es y lo que desgasta. Probablemente no tiene ni el menor sentido lo que decimos, porque debería ser o necesario o demoledor, pero no sirve para nada si es las dos cosas.

El caso es que pensando en la llamada a mi madre, en el ycuandoestásbienqué, en cierta capacidad de levitar recién descubierta, pienso que ser de algodón de azúcar mola mil pero ser de piedra tiene que ser la bomba.

Porque el caso es que incluso cuando nadie quiere hacerme daño me lo hacen. Si no digo que la gente sea mala (no ahora. Igual históricamente, mucha de ella, sí). Digo que tengo una capacidad descomunal de entender las cosas como no son, y de sentirme rechazada, repugnante y odiosa a la mínima. Incluso cuando hay una explicación razonable para las cosas que pasan, a mí me sigue pareciendo, navaja de Occam en mano, que es mucho más lógico pensar que era irracional pensar que quisieran pasar tiempo conmigo. Que es no tener ni puta idea de para qué sirve una navaja de Occam, probablemente.

La cuestión es que si habitualmente me agarro/agarraba a lo que mola el columpio, conforme va pasando el tiempo estoy cada vez más convencida de que no quiero ser cínica, sino psicópata; y no quiero decir barbaridades, sino ser una bárbara.

Y que quiero coger a todo el mundo e instrumentalizarlo y a tomar por culo la bicicleta.

Porque cuando floto, mola. Pero cuando duele, es jodidamente insufrible.

9.3.10

El lenguaje SIEMPRE es performativo

Si nos ponemos con las leyes generales de la existencia, estamos en una racha performativa. Porque tenemos unos arranques muy serios de pretender que una campaña sin más contenidos que la protesta defina "esto", "nosotros", "arreglar" y "ellos". Porque decimos "te quiero" al tuntún, sin saber por qué. Porque después de años y años tenemos conversaciones sobre sexo con el Chico Escritor.

Quien me conozca, sabe que no soy ni de acción directa, ni de tequieros (no en un contexto de uno-a-uno, al menos), ni de hablar de sexo. Pero qué más da. Es la puta semana performativa, que siempre será mejor que la semana en que pensamos que todos estábamos al borde de la muerte, al menos como definición.

Estoy jodidamente triste y aparentemente es incomprensible. Digo aparentemente porque, si queremos, nos quedamos con aquello de "alma máster" o de "tú, la niña de las fiestas", o con el hecho de que al fin y al cabo tengo a quien me llama para decirme cómo van las cosas en el apartado preocupante, y a quien llamar para informar del apartado grave por el que no nos habíamos preocupado.

Todo eso, vale. Pero también es cierto que busco algo absolutamente indefinido por lo que abandoné algo definido-pero-insatisfactorio-de-forma-indefinida (y que sigue sin aparecer), que los bares me cierran cuando lo único que pido son bares, que todos los que parecían tirar del carro están ocupados en cosas más importantes que tirar de un carro.

Me siento ridículamente sola. Y digo ridículamente porque es probable que nunca haya estado menos sola que ahora. El Chico Escritor hace confidencias preciosas (aunque enmarcadas en un eje de imposibilidad), las ventanas de Skype se reproducen como por esporas, la gente aparentemente desaparecida cobra existencia tangible en forma de resúmenes de noticias o tags en fotos de Facebook que recuerdan tiempos mejores cuando las cosas eran "fáciles y bonitas, y ya", hay quien se quiere venir a dormir a casa un martes (e incluso por quien me veo capaz de cocinar una noche de martes), y hay planes de domingo sin testosterona, y hay paseos a por helado que valen lo que no vale una beca para Stanford, y todo lo que alguien puede pedir.

Pero las cosas no son tan fáciles como tener lo que uno puede pedir; fundamentalmente, porque no tenemos ni idea de cómo pedir las cosas que queremos. Es más: es probable que no tengamos ni idea de lo que queremos.

Yo quiero dejar de sentir que se me va el tiempo entre los dedos, quiero dejar de sentirme una farsante que no se merece el cariño y el entusiasmo que tiene alrededor, quiero una familia de la que me apetezca formar parte, quiero unas vacaciones mentales pero de las de verdad, de las de Santa Pola, cuando todo parecía fácil.

Eso, para empezar. Luego, si quieren, hablamos de mi súbitamente encontrada necesidad de que me necesiten, y de cómo puedo ser tan egoísta como para pretender segmentarla, y demás.

Pero de momento, las vacaciones, por favor.