31.12.10

No sabré pronunciar la equis...

Desde que soy chica-de-embajadores (y digo el barrio; que suena a profesión, y, de momento, la necesidad no es tan acuciante), tengo incluso conciencia de mi situación socioeconómica, o así, y me he vuelto consciente de cuánto gasto y en qué, lo que ha supuesto un descenso descomunal de mi consumo en taxis (sobre el que supongo que también influye notablemente vivir en el puñetero centro, estar a dos pasos del Rey del Laboratorio, y haber restringido mi vida social en una posesión demoníaca por parte de la maruja que escondo dentro). Y, sin embargo, llevo 3 en una semana. Lo cual duele algo al bolsillo, las cosas como son, pero me parece que eran necesarios, al menos vistos a posteriori. El segundo, por compartirlo con la Chica Úbeda y su fiebre (que lo hacía pertinente) y su maravillosa forma de ver el mundo (que lo hacía encantador). El primero y el tercero, por recordarme lo que me gusta a mí el gremio de taxistas, en general.

Nochebuena, 7 de la tarde, ni un puñetero taxi (nota para no-iniciados: la parada de taxis de Lavapiés es de cartón piedra). Yo, con mi maleta, mi portátil y mi dolor de espalda a punto de convertirse en infierno, recorriendo calles arriba y abajo. De pronto, una luz verde y una sonrisa de oreja a oreja. Un taxista con acento portugués que sin embargo es hijo de gallegos y residente en Madriz desde hace ni se sabe me lleva a casa de mi tía mientras debatimos sobre si es inseparable el autoengaño del cariño. Termina ofreciéndose a recogerme en cualquier sitio a cualquier hora (evidentemente, como taxista, señores, no piensen mal) y a traducirme todo lo que necesite al portugués por si tengo que pedir uno de esos trabajos que de momento esquivo con cierta elegancia. Y concluye con un: "Me ha encantado hablar contigo. Transmites mucha calidez y mucha calma". Que me parece que podría ser mi antidefinición, pero me gusta como suena.

Hace un ratito, entro en el metro de Tribunal y el segurata me dice "Oooooooh" cuando le digo que no voy a Pinar de Chamartín, así que salgo zumbando para ver si aún cojo a la Chica India camino de Alonso (considerando que no oye mis gritos, que para eso inventó dios el iPod - y esta frase daría para un post, si yo aún escribiera no sólo compulsiva sino también regularmente). La cojo (mientras pienso en la enfermera y sus consejos de: "Estoy limpiando mis pulmones. Voy a usarlos"), y me advierte que no voy a llegar (y tiene razón, claro; nunca discutan con un Tauro, en general). Ella sí, sólo faltaría que se equivocasen y no pusieran su metro de las 2.03. Yo salgo y tengo un momento de pensar en irme andando, pero al final cojo un taxi. Acierto. Porque me paso el camino a casa discutiendo con un taxista trilingüe apasionado del arte y la filosofía sobre el aumento indiscriminado de la hostilidad. Me encanta oír hablar de Rousseau, incluso ahora que no puedo ser ni hobbesiana, porque una mañana me desperté postestructuralista y parece que esto no hay quien lo pare. Hablo de dualismos, de posibilidades de desarrollo, en realidad estoy hablando de capitales, pero no lo digo, porque me parece una palabra espantosa y creo que alguien debería encontrar otra para poder sentirme, además, bourdieuana (Señor Rey del Laboratorio, si lee esto, haga el favor de decirme cómo se escribe eso correctamente).

Paramos en mitad de Embajadores. Y seguimos charlando. Nos echamos piropos. Dice que le gusta que alguien tan joven pueda ser kantiano aunque sea en cierta medida (y yo no se lo he dicho). Yo le digo que me encanta que me recuerde por qué me gustaba coger taxis y que me parece una de las conversaciones más bonitas que he tenido en mucho tiempo. Me dan ganas de mandarle a la Chica Mariposa a hablar de neuronas espejo. Casi tengo el horrible tic de pedirle una dirección de e-mail para seguir charlando. Luego pienso que es una vulgaridad acabar así una conversación. Y, justo mientras dice que en nuestro cerebro hay algo ofídico, otro taxista se para tras nuestro coche, obligándome a bajarme para que lo haga con una sonrisa y no con un escalofrío.

Al llegar a casa, un SMS de la Chica India lamenta que no haya llegado al metro. Yo lo celebro infinito. Por alguna extraña asociación de ideas, recuerdo de golpe que alguien, una vez, se hizo una cuenta de correo electrónico sólo para charlar conmigo y que el identificador era "sienteteafortunada".

Me siento afortunada todo el rato. Quiero paladear esto. No dejéis que se me olvide cuando, en cuestión de horas, días o semanas (ya iremos viendo) la carencia de nicotina me haga verlo todo negro humo.

27.12.10

Xmas time

Hace ya casi un mes que en ese invento del demonio conocido como Farmville (y del cual afortunadamente voy consiguiendo desengancharme) empezaron a fraguar el espíritu navideño, permitiendo sembrar ponsetias, montando retos para conseguir nieve y luces de colores y demás tópicos.

No recuerdo qué más tenía que hacer ese día, pero sí que salí a la calle dispuesta a no pelearme con las navidades este año, que ya está bien. Creo que es posible que llegase a silbar algún villancico, e incluso que no fuera Last Xmas (I gave you my heart), lo cual está bien como cambio.

El psicólogo se ha pasado las dos o tres últimas sesiones preguntándome qué tal se presentaban las navidades, y aunque yo no le dijera otra cosa que "no estoy dispuesta a convertir una época del año en un problema", me parece que no se lo ha terminado de creer en ningún momento.

Pero el caso es que el 23 fue la tradicional copa navideña con los amigos de mis padres, y aunque no vinieran el Chico Intocable ni mi Falso Primo, me lo pasé bastante bien. Descubrí mi capacidad de hacer chistes políticos que le encantan y que no le gustan nada a mi Hada Madrina Suplente, estuve hablando de ediciones contextualizadas de la Biblia, conseguí plantearle a mi padre mi línea de investigación pasito a pasito (y sonaba incluso consistente), y no paré de escuchar que tengo mucho mejor aspecto, que me brillan los ojos, y que se me ve fenomenal; que, así, da gusto, las cosas como son.

El 24 era el único día al que le tenía algo de miedo y aunque fue uno de esos momentos en los que te dan ganas de comprar una caja entera de libros de Coupland y envolverlos para regalo, comentándolo con mi madre el 25 todo lo que podía decir era bueno. Claro, que ella andaba en bucle con lo de su régimen y también le dije que yo la veía estupenda y mucho mejor que con cualquier otro o en cualquier otra época. No me quedó otra que acabar la intervención con un "que igual es que tengo un exceso de positivismo constructivo y me parece que todo el mundo está fenomenal o, como mínimo, de camino". Pero me gusta ese punto de vista, las cosas como son.

Antes de que empezase el no-parar-de-comer de estos días, mi madre decía "qué bien, vas a estar 3 días en casa y vas a volver a odiarnos". Y no. El caso es que no. Mantener la calma y la neutralidad, por una vez, no ha sido difícil; aunque haya ayudado tener una contractura tan bestial que nadie pudiera meterse con mis ritmos ni mi nivel de actividad (y que, a cambio, me hace perderme el jolgorio navideño con la Chica India, pero en fin). Colaborar según las posibilidades, y mirar las broncas desde la barrera. Todo bien. Creo.

Descubrir que ya le he pillado el punto a mi hermana, sin duda, y que casi le compro exactamente el bolso que quería, y sentir una ilusión desbordante porque aunque no se deje, la voy conociendo. Alegrarme como si la ilusión de mi Cuñado fuese mía, porque no se ha visto jamás un chico tan majo y con tan mala suerte.

Y reunirnos por fin toda la familia por parte paterna, y que todo salga bien, y que mi abuelo aguante el día y hasta disfrute de muchos de los ratos, y no sentirme chiquitita e inútil mientras mis tíos discuten, sino disfrutar de lo que dicen y de las ganas con las que lo dicen. Recibir halagos y no sólo críticas. Sentirme afortunada casi todo el tiempo (e incluso guapa, muchos ratos). Que mi Prima La Brujita me abrace de sopetón y que lo haga como si no fuera a soltarme nunca, y luego me regale un dibujo (aunque me mienta y me diga que no le gusta escribir). Que toda la familia se haya empeñado en que vuelva a escribir y contestar, simplemente, "no tengo prisa. Igual un día me levanto y me da por ahí". Sentir cariño, no presión.

Y llevarme de regalo una noche más con el Rey del Laboratorio.

Quién decía que las navidades no podían estar bien.

22.12.10

Higiene mental

Dentro de mi rediseño vital, entre otras cosas, se incluye el hacer algo que me apetezca todos los días. Lo que tiene de grandioso esa regla es que "no pensar en qué narices me apetece y perder el tiempo de forma miserable" puede contar como cosa que me apetece, así que es bastante fácil de cumplir, y tremendamente gratificante. Y que me ha enseñado a mirar las cosas que apunto en mi agenda como "tareas" (así las llama el móvil) de otra forma. "No quiero seguir posponiendo esto". "Quiero que esto esté bien". Terapia cognitivo-conductual, creo que es, pero me pasa con la psicología como con la sociología: que aprendo por ósmosis y soy muy poco rigurosa con los conceptos.

El caso es que para tener tiempo para las cosas que uno quiere hacer, las cosas que realmente hacen que pienses "pues qué bien", hay que eliminar viejas rutinas y, repitiéndome, las limpiezas son tristes, en general.

Hoy he descubierto, de forma completamente casual, que no soy la única que hace limpiezas. Y me ha resultado tremendamente liberador. Aprender a disfrutar de ser prescindible. Bonita cosa que hacer hoy.

14.12.10

Y siguiendo el hilo...

Puede que mi vida sea un poco menos naranja, pero sigue girando en espiral; lo que llegados a este punto de la línea, ha implicado una tangente que me vuelve a unir, desde algo más lejos, a mi antigua empresa. Ahora siguen "pagándome por escribir", pero en versión educativa en vez de comercial, que siempre es agradable. Así que me paso los días (por especificar lo de mi dulce esquizofrenia) escribiendo cursos sobre todo tipo de cosas, y su relación con la productividad. Y a veces me parece asqueroso, pero a veces se me olvida que ser productivo no es sólo ser productivo para tu empresa; también puedes ser productivo a pesar de tu empresa.

Hace años, mi madre me regaló una libreta que era espantosa y que tenía pretensiones de felicitación de cumpleaños, pero que decía en la portada "Ya sé que tienes mucho que estudiar..." y en la contra "... pero también queda tiempo para otras cosas". Yo, por aquello de ser coherente, me dedicaba a apuntar en ella todas mis listas de cosas-que-hacer, y al otro lado cosas-que-quiero-hacer.

Es bonito pensar todas las cosas que quería hacer y he hecho, y estimulante pensar en las que no he hecho. Es una sensación parecida a la de la mudanza, la de repasar cuáles de las que quedan pendientes tienen algún valor a día de hoy y desechar las que no vienen a cuento; y hay que poner el acento en que no es el momento, y no en que "ya se pasó".

Pero es evidente que tengo que aprovechar todos esos privilegios en los que pensaba hace un ratito para rehacer mi lista. Aplicarme todas esas cosas que escribo y que son en su inmensa mayoría tópicos pero pueden ser otra cosa. Momento pedante: ¿en qué quedan los resultados de un lugar común si se miran desde otro lugar distinto?

Saber qué es lo que me gusta y qué es lo que me aporta valor. Qué me gustaría hacer y qué hago sin que me convenza. Dónde quiero llegar y qué me lo está impidiendo. Coger mis 24 horas diarias, que no serán muchas, pero son mías, y poner ladrillitos para la vida que quiero tener.

Dejar de quejarme de la granja y de jugar a la granja. Cumplir la regla de los 2 minutos (si tardas menos de 2 minutos en hacerlo, hazlo sin dilación) para responder los correos de las personas que están lejos y quiero sentir cerquita, en lugar de aparcarlos en mi bandeja de entrada como tareas pendientes. Dejar de permitir que las personas se vuelvan tareas pendientes. Distinguir un pasatiempo de una afición, y apostar por los segundos en lugar de por los primeros. Creerme eso de que sin dormir y sin comer uno no sirve para nada y comer y dormir como debiera.

Este año he aprendido a disfrutar cuando hace bueno. A salir a la calle y alegrarme de la temperatura y del aspecto del cielo. Me parece una cosa complicadísima de hacer, honestamente. Porque aunque el cielo esté precioso puede hacer un frío de pelotas que no acompaña para irse lejísimos a hacer no sé sabe qué trámite; y aunque estemos a los grados precisos si te vas a pasar el día encerrado cumpliendo compromisos para qué sirve. Pero es mentira. Sirve. Y acompaña.

Si sé hacer eso, puedo hacer todo lo demás. El problema es que me paro a desesperarme en vez de a pensar. Y que me preocupa saberme los trucos en lugar de cómo ponerlos en práctica.

Esta tarde pensaba qué hago yo dando lecciones, y luego he pensado que he tenido la suerte de tener tiempo para pensar y poner las cosas en orden. Es una pena: la mayoría de la gente que lee mis cursos no la habrá tenido. Por eso les tengo que dar las cosas mascaditas.

Así que habrá que aprovechar el parón para masticar bien, saborear adecuadamente, y garantizarse una buena digestión de lo que quede por venir. Y a ser posible, hacerse con un buen libro de recetas.

Así que estoy rediseñando. Además de quejándome. Que una cosa no debería quitar la otra, y que es muy triste acostarse bajo la etiqueta "de uñas" cuando uno puede acostarse bajo "construyendo".

Buenas noches, personitas.

Honestidad brutal (de mí, pa' mí)

El Chico cuyo apodo ya no recuerdo dice que me haga mirar mis estados de Facebook porque se preocupa por mi estado de ánimo. Yo no soy consciente de estar mandando mensajes negativos, pero sí que es cierto que he acumulado demasiada frustración y que es posible que salga por todos los poros. No los reviso, por si acaso. El blog, que al fin y al cabo está abandonado, me parece más fácil (y menos representativo), y veo que alterno adecuadamente las etiquetas de "construyendo" y "nostálgica". La Chica Mariposa me envía mensajes preguntándome por mi alternancia de blanco y negro. Ha llegado un momento en el que igual debería ser yo la que piense un poquito cómo estoy, en vez de lo que tengo que hacer.

Podría hacer el enésimo resumen de noticias y hacer un balance con pretensión de objetividad, aunque todos sepamos que eso no existe. Casa nueva - mucho jaleo - casi terminado - paz, tranquilidad, sensación de victoria, bonito rincón en que vivir. Enésimo cambio vital - mucha nostalgia - mucha gente perdida por el camino - mucha gratitud por la gente que se queda - bastante sensación de pérdida - sensación de estar desubicada pero bien acompañada (a veces). Difuso proyecto de futuro - cambios de carácter - inseguridad crónica - buenas expectativas - sensación de valer lo suficiente para caer, de vez en cuando, de pie.

Creo que es suficientemente sintético, concreto y esclarecedor. Pero hay más.

La gente que se quedó por el camino aparece, de cuando en cuando. En forma de mail, en forma de personaje de Rohmer, en forma de marabunta celebrando un cumpleaños. Aparece y duele muchísimo, las cosas como son. El otro día hablaba con el Sociólogo Renegado de bancos de tiempo, y no se trata de eso. No se trata de los contactos como inversión. Se trata de que uno se acostumbra al papel que los demás juegan en su vida y luego, al readaptar la obra, siempre te falta un pie por algún sitio. [Sí, soy goffmaniana nata. Este era el tipo de cosas que escribía con dieciséis años, si lo pienso] Y faltan copas de vino, aseveraciones, runrunes incómodos incluso, rutinas, celebraciones.

Precisamente, celebraciones.

Esta tarde he conseguido ir con Blue a ver Celebración, de Pinter, después de un amago de dejà-vu con la de Beckett que me perdí el pasado diciembre. En primero me marqué no sé ni cuántas páginas sobre Pinter y el silencio con esa prepotencia de los dieciocho años y sin haber leído una sola página firmada por él mismo. Ahora creo que las entiendo. Me parece maravilloso ser capaz de no decir nada en absoluto y dejarme llorando como una niña, perpleja ante los personajes que circulan saludando entre las mesas. No pasa nada: son personas que cenan, y charlan. Señores, no vayan a verla. Hagan el favor de pararse a escuchar las conversaciones de la gente en los restaurantes, en los bares, en el autobús, y asombrarse, y llorar como niños.

La semana pasada, escuché a una madre repasarle los deberes a su hija por teléfono y comentar el examen. Implicada a morir. Era realmente como si estuviera sentada en la mesa, con ella. Pero no lo estaba. El tipo de madre que pasa cuarenta y cinco minutos hablando contigo sobre las manías de tu profesora y los enunciados que va a poner ya no puede sentarse contigo. Es lo que hay.

Y es una mierda repugnante.

Es una mierda repugnante que tenga que aterrorizarme ante los antecedentes familiares de menopausia precoz porque no tenga la más mínima garantía de poder tener un hijo antes de diez años cuando es lo que más deseo en el mundo. Es una mierda repugnante que el Chico de los Recopilatorios tenga más razón que un santo cuando asegura que la reproducción no merece la pena en los tiempos que corren. Es una mierda repugnante que nos hayan robado las vidas a todos mientras sonreíamos porque era la rehostia tener treinta años y poder seguir llevando zapatillas de deporte y camisetas con dibujos y juntarse con los amigos a jugar a la Play. Es una mierda que los marketinianos celebren a las familias DINK (Double Income, No Kids). Es una mierda que tengamos que echar carreras con nuestro reloj biológico y con los procesos de adopción. Es una mierda que, en general, no importe nada en absoluto lo que vales. Es una mierda que cuando encuentres un trabajo la gente considere que eres suficientemente afortunado como para que no tengas derecho a la queja cuando un psicópata juega contigo como herramienta para su ego.

Hace dos días, todo esto se concentraba en no poder parar de llorar, metida en la cama, pensando en que mis hijos no conocerán a mi abuela. Que mi abuela se mantiene fenomenal y joven y activa y ya ha hecho todo lo que tocaba por su lado y que yo no puedo dar ni medio paso por el mío. Que es un ejemplo irrelevante pero significativo.

Tengo 26 años y hace más de cinco que estoy hasta los pezones de la gente que no para de repetirme lo joven que soy. Porque con 35, en Maternidad, te llaman primípara añosa si tienes la osadía de estar teniendo tu primer hijo.

Si tengo suerte, pasaré los próximos cuatro viviendo a costa del gobierno (aún) dedicada a cagarme en todo lo que hay en el mercado laboral que me ha llevado a esta situación. Cuatro años que no garantizan más que la satisfacción personal de estar elevando una queja a no se sabe muy bien dónde. Bueno, y que tendré un "mayor riesgo de exclusión" del mercado laboral por prolongar mi situación de desempleada. Si tengo suerte, podré plantearme que irme a EE.UU. con gastos pagados es una opción de futuro y cerrar los ojos ante la posibilidad de volver con el rabo entre las piernas. Si tengo suerte, tendré que pelearme con mis amigos por mi trozo de pastel y muy probablemente me acabe convirtiendo en un ser retorcido y mentiroso que veo tan cerca que me da miedo.

Si tengo un poco menos de suerte, podré mantenerme en esta dulce esquizofrenia que vivo ahora, en la que por la mañana construyo los discursos que critico por la noche. O eso digo. Porque en realidad no encuentro las horas para criticar nada. Estoy demasiado cansada para seguir leyendo, y me meto en bucles de autorrealización ilusoria y compulsiva consiguiendo logros en Farmville, porque así soy yo, que me creo muy lista pero caigo en toda trampa que me encuentre. Supongo que, en cuanto me acostumbre y deje de cumplir con todos los puntos de los decálogos de malos hábitos para teletrabajadores, la cosa irá a mejor; y de hecho, de momento pinta como la mejor opción.

Porque el siguiente golpe de suerte podría venir de la mano de una oferta para volver a mi sector, y volver a tener cargo de conciencia y un nivel de estrés que hay quien tolera, pero no es mi caso. Que al menos me garantiza, si mantengo mi vida de estudiante actual cuando salga de la oficina, cierto colchoncito para los 30. Si no me echan.

Lo lamentable es que todos y cada uno de ellos serían golpes de suerte. Que estoy en una posición jodidamente envidiable. Que yo envidio a los que son listos y están becados y que 4 millones de personas y sus familias me envidian a mí. Que sigo siendo una privilegiada, como lo he sido siempre. Y eso me asusta. Porque no entiendo cómo coño se sostiene un sistema en el que esto es estar arriba. Y porque, insisto, nos han quitado el derecho a la réplica.

Yo quiero un sitio donde dormir, comer todos los días, y poner mi granito de arena por la supervivencia de la especie antes de que sea tan mayor que esté comprando papeletas para que la sangre de mi sangre se convierta en un vándalo por mi incapacidad de hacerle caso. Juraría que hace treinta años esto no era tanto pedir.

Me encanta mi vida tal y como es ahora, claro que sí. Puedo sentir nostalgia de ciertas cosas (porque las he tenido) y puedo tener aspiraciones (porque sé que existen), que no es mal punto. Aprecio mis rutinas, aprecio a mis personas, y aprecio lo que hago.

Sólo pido que no me obliguen a hacerlo el resto de mi vida.

Déjenme volverme adulta, por favor. Es lo único por lo que me quejo. Ser adolescente un rato, mola. Serlo toda la vida está empezando a ser insufrible.

12.12.10

Lavapiés

En general ha sido una gran noche, a pesar del estado físico que no ayudaba. Hemos hablado de política, de sexo, de marabuntas humanas por Sol propias de las fechas, de historias de la infancia, de familia. Supongo que como cualquiera que lleve de cañas cuatro horas. Ha estado bien, y aunque no bailemos y haya quien lo eche en falta, las Chicas de Barra (esta vez, Mi Media Infancia y yo, aunque podría estar hablando de La Chica de las Sonrisas y yo sin ningún problema, que para eso sé juntarme con parejas de barra) estamos más que satisfechas.

Y entonces llega Facundo. Que es un argentino que "reparte" compresas con la cara de Carrero Blanco y te lo explica, porque algunos chistes, sorprendentemente, son mejores cuando se explican. Nos pide paciencia y la verdad es que no la demostramos, pero las interrupciones constantes del Chico Recopilatorios son buenas, lo reconoce hasta él. Nos reímos. Mi Media Infancia, a veces, un rato tarde; demasiada cerveza. Mi Media Infancia, a cambio, le demuestra que hay católicos que pueden hablar de sacrilegio cuando se sugiere crear condones con la cara del Papa, y aun así ser majos e incluso tener una cierta conciencia social. Yo, de pronto, me encuentro hablando de "Euskal Herria", y de cuándo nos robaron el derecho a la huelga, y me siento muy, muy rara. Incluso farsante. Aunque sea verdad que mi apellido debería escribirse con Tx y que fui con los piquetes el 29-S, estoy tan acostumbrada a esos reproches de reformista-procapitalista que me hacen por todas partes, que cuando me encuentro en una de estas me parece que llevo una doble vida.

Que, en el fondo, la llevo. Ayer, sin ir más lejos, hablaba con la gente que me paga por escribir cursos sobre los Frenos Personales a la Productividad (nada menos). Cierto es que hablaba de que las putas circunscripciones electorales me dan doscientas patadas y de que los sindicatos deberían darse cuenta de que, salvo nominalmente, nuestro gobierno es de derechas, pero no dejamos de ser "sector consultoría", especialidad RRHH, y yo, para terminar de rematarlo, publicista.

Se lo digo, al argentino encantador. Que toda mi conciencia social está envuelta en un podrido cuerpo de publicista, pero que al menos como tal puedo decirle que su estrategia de pseudoboicot a las multinacionales uniendo a las empresas pequeñas para poder ofrecer lo que aquellas pueden permitirse sin inmutarse mola mil. Por si le sirve, vaya.

El Rey del Laboratorio me estuvo explicando adecuadamente el concepto de gentrificación y creo que viene a ser lo que pasa cuando los publicistas con aires de proletarios acabamos yendo a vivir a Lavapiés. Y sé que no me pertenece. Que soy de corazón malasañero, e incluso, chamberítico. Pero... Me gusta este barrio que imposto. Las cosas como son.

9.12.10

Familia (una de tantas)

Llego tarde, como siempre. Es inevitable. Y de verdad que esta vez lo había intentado con fuerzas. Pero no, llego mis diez minutos tarde de rigor, con el agravante de que es uno de esos días en los que las casualidades han conseguido que todos los demás lleguen cerca de quince minutos pronto (los que menos), con lo que subjetivamente llego vergonzosamente tarde, que es una de las últimas cosas que deberían pasar.

Hace doce años que no veo a esa rama de la familia. Por aquel entonces, se celebraban bodas en Córdoba como si fuese una epidemia. Y había que pasar el fin de semana, y olía a biberones derretidos, y yo odiaba esa ciudad por algún motivo irracional y, en parte, por las palomas, las mismas que no me molestaban en Sevilla y me desquiciaban allí.

Pero, sobre todo, odiaba esa ciudad porque era donde nos juntábamos todos y teníamos que vernos y yo tenía entre doce y catorce años y todo en general era espantoso. Las bodas familiares iban en una categoría aparte que rondaba la tortura del enésimo infierno.

Recuerdo a mi madre llorando, muerta de la vergüenza, echando en cara recomendaciones para internados no tenidas en cuenta. La sensación de que en realidad no me gustaba provocar todo aquello pero que era absolutamente imposible evitarlo.

Y doce años después, sólo de pensar en "las primas" me daban temblores. He interiorizado la vergüenza ajena que provocaba. Me muero de la vergüenza yo.

Me quito el abrigo subiendo las escaleras para que nadie vea que no he tenido tiempo de llevarlo al tinte. Lo doblo tres veces porque me da miedo que se vea el agujero del forro. Intento respirar hondo pero no me sale. No he tenido tiempo de maquillarme y después de la semana pasada me parece que en cualquier momento mis ojeras se harán más fuertes que yo y saldrán por debajo de la cara de al-menos-hoy-he-dormido para devolverme mi aspecto de chica enfermiza y melancólica que resulta ser agresiva y destructiva con una fuerza que no se sabe de dónde le sale.

Y es odioso cuando te pareces a la peor versión de ti mismo.

Pero de alguna forma que me resulta incomprensible, lo que se oye alrededor es: "es increíble lo lista que es y lo preparada que está"; me hablan de educar hijos adolescentes, precisamente a mí, como si pudiera dar consejos en ese aspecto. Y el caso es que los doy. Me hablan de tú a tú, de persona-que-hace-de-las-vidas-ajenas-infiernos a persona-que-hace-de-las-vidas-ajenas-infiernos. Y entiendo muchas cosas. Y sólo acierto a decir: "al menos sabes lo que le pasa. Que no sirve para nada, que tendrá que aprender ella sola. Pero por lo menos la entiendes, y seguro que algo lo nota; y eso cuenta". Probablemente no sea mal comentario, pienso después de oírme.

Sonreímos, todos, bastantes. Somos agradables, todos, unos con otros. Sin que se note más que la buena intención esa falsedad pegajosa y navideña que suele acompañar semejantes reencuentros familiares. Se está bien, a secas.

Olvido las susceptibilidades y me voy a comprar un abrigo con el que pueda anular mi nerviosismo de camino al restaurante. Y me siento viejita, de pronto. No me gustaba nada la persona que era con catorce años, pero qué lejos queda, cómo se nota. Incluso aunque nadie hubiera hablado de nietos en bucle.

Unos días después, uno de esos sitios que te hace sentir friki cuando haces login me manda un mail hablando de coincidencias genealógicas con otro árbol. Precisamente, en esa rama de la familia. Me supone una alegría tonta, tontísima. Me devuelve, otra vez, a los doce; cuando simultáneamente a la explosión de bodas cordobesas, me encargaban en el colegio averiguar el origen de mi familia.

El carácter, no; pero la curiosidad, molaba. Mola. En realidad, no es tan distinto ser viejo de ser pequeño, supongo. O eso espero.

2.12.10

Hoy...

- Ha salido el sol. Hará un frío de mil demonios, pero el cielo estaba tan bonito que he tenido que mandarle un mensaje al Rey del Laboratorio para sacarle del despacho de manera preventiva. (Hasta ahí llega mi espíritu para jugar a matrimonios burgueses).
- He escuchado a un tipo decir por teléfono: "Yo, contigo, lo quiero todo". Y será una tontuna, pero me ha parecido precioso que alguien diga esas cosas en serio.
- He estado analizando con el señor Psicólogo las últimas semanas y hemos concluido que por fin me reconozco como ser humano. Marco límites y me busco rincones.
- Y mis rincones tienen cortinas, radiadores, pintura naranja. Que a veces se me olvida... :)

1.12.10

Volver

Poco a poco. Paso a paso.
Primero, estar a gusto. Poder dormir, ducharse. Evitar las catástrofes del tipo de lluvia de interior.
Luego, estar conectada. Despacio. Por fases. El Reader resulta abrumador y da miedo pensar en todo lo que una se pierde en dos meses sin Internet. Estado de Facebook dixit: Echo de menos los 90, cuando uno podía no tener Internet y no sentir que estaba aislado del mundo.
En el fondo, no echo de menos los 90 en absoluto. Al menos, los primeros 9 años de los 90. Las cosas como son.
Estar sola. Disfrutar del silencio y del tic-tac del reloj à la Baudelaire que a ratos es vitalista y a ratos ansiógeno, y que no quedó tan bonito como debiera, porque el máximo grado al que puedo llegar como creativa es al concepto. Production design.
Hacer listas y borrarlas cuando me sobrepasan. Posponer en términos de meses, ni siquiera de semanas.
Sonreír como una boba cuando detecto automatismos recién instalados, saborear las nuevas rutinas.
Aprender a mirar a un conflicto de frente, meterme dentro, decir NO y seguir.
Aprender que un mal día es sólo un mal día y no el principio de una mala época.
Asumir la naturaleza esquizoide que tiene mi plan vital, no aspirar a la coherencia, y aun así rechazar el posmodernismo de pleno porque ni todo vale, ni todo es construido. O igual sí, pero no me da la gana.
Pataletas y calendarios de Adviento, porque ser pequeña sienta bien.
Aspiro, sólo, a una supervivencia relativamente agradable. Lo demás, es regalado.