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27.4.17

Terrorismo

Lo terrible del terrorismo no son los ataques, sino el efecto que estos tienen en los intervalos "de paz". Cómo el control se extiende en el tiempo durante plazos insosteniblemente largos. Tan largos que llega un momento en que ni siquiera eres consciente de que tienes miedo.
Yo no tenía ni idea de que siguiera teniendo miedo, tantísimo miedo. Mal sabor de boca sí, claro; una referencia en clase de autodefensa que te hace tener que salir a fumarte un cigarro mirando al vacío por no mirarte dentro; un nombre gritado en la plaza que te retuerce el esófago como si fueras a vomitar; una tristeza sorda, generalizada, al ver algunos nombres en el feed de Facebook. Y sí, algo de prudencia, creía yo; la incapacidad de respirar al tener un desacuerdo en la cama, el recelo ante los "y si...", las pesadillas que te recuerdan que nunca más.
Pero no este miedo atroz con el que ahora sí conecto. Esas palabras retorciéndose para hacer eco en todas mis esquinas, "tú no sirves para novia".
Y ahora me despierto con el silbido de una de mis canciones favoritas, y bailo en la cocina, y celebro el cepillo de dientes de más, y quiero vaciar los cajones, y de pronto tengo unas ganas inmensas de llorar como si aún estuviera peleando por un hueco en aquella casa en la que no quería vivir. Y hablo en plural y hago planes en singular porque no hace falta usar los tiempos verbales ni los pronombres como cuchillas, porque todo es fácil y bonito y ya, y hago y hacemos indistintamente; y tengo unas ganas inmensas de llorar como si aún tuviera que hacer cuentas con la agenda para rendir cuentas sobre cuándo, cuánto y quién. Y pongo lavadoras y friegan el suelo y los cuidados salen solos y tengo ganas de llorar como si aún tuviera que explicar que el problema de los supermercados es mío y es de siempre y saber que nunca me creen. Y escucho canciones propias y ajenas y planeamos conciertos y tengo ganas de llorar como si aún tuviera que estar a la altura de un listón que no para de subir mientras no me dejan pasar ni por encima ni por debajo y mucho menos tocarlo. Y hablo sin parar y escucho sin parar y tengo ganas de llorar como si aún estuviera saltando a la comba en un campo minado en el que en cualquier momento va a empezar otra vez esa maratón de reproches y tuviera que negar mi vida tres veces antes de cantar el gallo.
Y tengo ganas de llorar porque me doy cuenta de que no creía que esto fuera posible, de que me había roto, de que me quedé donde me dejaron, "mis ex están todas locas", conversaciones infinitas por Messenger porque no te pueden romper el corazón sin tocarlo siquiera, poner kilómetros por no poner límites.
Y tengo ganas de llorar porque soy asquerosamente feliz y algo dentro de mí ha seguido pensando todos estos años que no me lo merecía.
Y joder si me lo merezco.

30.10.15

El día en que cerraron nuestros veintitantos

Y nuestro bar cerró, hace tiempo que cerró.
En su momento nos dio igual y ahora también
si no fuera porque han pasado los años
y ahora han puesto un Starbucks
y nos da tanta rabia que parece nostalgia.

(...)
Y al final, si llegamos al final,
pues muy bien y después, dentro de 10 años más,
nos entrará nostalgia, que es lo que pasa siempre,
y alguien se inventará una historia diferente.

(...)
Acordarnos, lo que sea por acordarnos,
haz un esfuerzo y ayúdanos.
Siempre estabas en la barra,
haz memoria y a ver qué sacas.
(Acordarnos - Astrud)

Hoy cierra el Colonial. Cierra el bar que puso espacio a casi todas las cosas que transcurrían virtualmente en mi blog. Cierra una era. Cierra mi postadolescencia. Se cierra el círculo, aunque ahora le haya cogido un miedo atroz a esa expresión.

Y hace ya diez años, así que no tengo que esperar para sentir nostalgia, para inventar una historia diferente, para que odie pensar que habrá, en su lugar, otra cosa. Que aunque quede al lado su versión 2.0, que, como nosotros, es más adulta y más de comer que de beber (quién lo iba a decir), en Ruiz, 20 no estará esa cancela negra que me hacía sentir más alta cuando la traspasaba.

Me acuerdo infinito de pronto del Chico Escritor y me da un vértigo increíble pensar que es posible que haga más de un año que no se me pasa siquiera por la cabeza. Me da vértigo pensar que la Chica India se haya convertido en Mi Persona en estos diez años y que seis de ellos los haya pasado en Nueva York. Me da vértigo pensar en que el Oscuro Puntual pronto será escolta de mucha más gente; me da vértigo pensar que mi otro escolta personal tenga ya tres hijos. Me dan vértigo todas las familias que se formaron desde entonces.  Me da vértigo pensar cuánto tiempo hace que no sé qué ha sido de la Chica Formal, o, peor aún, de la Chica Úbeda. Me da vértigo pensar que hace diez años que me obsesioné con el Chico Hipermagnético y que aún no he superado la anulación total de mi sentido común que me genera su colonia.

¿Se sigue preguntando "dónde estabas el 11S/11M"? El 11S mi profesor de Geografía llegó tarde por primera y última vez en los doce años que estuve escolarizada en el mismo sitio. El 11M estaba convocada a mi primer cásting; fue el último, y no fui. ¿Dónde estabas tú la noche que cerraron el Colonial?

Yo estaba en casa, con un gripazo lamentable. Con la nostalgia disparada. Tomando sopa de verduras, quién me iba a decir que empezaría, de verdad, a dejar la carne. Abrazada a mi perro, quién me iba a decir que tendría perro. Llorando por una conversación de Facebook absolutamente absurda; abrazada en la virtualidad por dos familias postizas. Quién iba a decir que después de graduarnos en el santo decir sí la lección clave sería la de decir que no sin llorar después. Quién iba a decir que en una sola vida se podían tener tantas familias postizas. 

Mi vida de diez años después se parece a aquella en las cosas en que menos esperaba que lo haría. Es curioso. 

Y aunque estoy triste, también estoy tremendamente contenta. 

Vaya diez años, amigos.

20.10.14

En un mundo tan pequeño (y otros síntomas terribles de nostalgia)

"Lleva mucho abandonado, así que ya no me da vergüenza", digo. Y lo digo justo después de haber empezado a sentir esa punzada de nostalgia que me hace abrir por enésima vez ese archivo de Word que creé en 2009 como si alguna vez fuera a acabarlo, y lo digo justo mientras recuerdo por qué pasaba por aquí.

A veces pasa. Hay gente que no es gente sino Delorean, y te hace saltar en el tiempo. Y que me pregunte por la Chica Calamar y me haga sonreír y "usted tiene ojos de mujer fatal", 2001; y que sea amigo de la Atómica Melancólica y situaciones bizarras y 2004; y que sea banda sonora de uno de los escasos encuentros con la Chica Truffaut, y ¿2009? ya empieza a formar parte de su naturaleza. Pero que me hiciera echar de menos ICQ, eso sí que es sorpresa.

El otro día recibí un e-mail de un especial por los 15 años de Napster. Y me acordé de la primera canción que descargué y de esa sensación alucinante al escuchar música digital. Al pensar que una calidad de sonido como esa había llegado a mi ordenador a través del teléfono. Que ahora nos parece muy normal todo, pero, ojo. Es de locos. Y pienso en Asimov describiendo la música desde el futuro, esa cosa rústica y falta de estructura que es un cuarteto de cuerda en comparación con el techno.

Y pienso en cómo me enamoré en el año 2000, con el teclado en la mano y una falta de sueño que no paraba de acumularse y horas y horas y horas de conversación con alguien que vivía a veinte minutos de casa y que estaba enamorado de la Chica Trotamundos (y quién no, es la pregunta, cómo es posible vivir sin enamorarse de ella al menos una vez en la vida).

Y pienso en 2004, y en el día en que su blog apareció naranja, y en que aún guardo la foto, igual que guardo el CD de su amiga; y pienso en lo absurdo que es que su amiga ahora sea la prima de mi amiga y, definitivamente, el mundo es un lugar diminuto.

Y pienso en cómo hablaba de ella con frases que nunca eran mías, y en cómo el Chico Escritor se enamoró de mi lengua-collage, y en cómo esas frases me hicieron llegar hasta Realove o hasta la chica que hoy, precisamente, comentaba sobre mi coneja-ewok en Facebook; esa chica que era un misterio y también la mejor amiga del dueño de la tienda frente a mi portal, siete años después.

Porque sí, el mundo es un lugar diminuto.

10.9.13

Hiperestesia

Releyendo, descubro ataques de amor con palabras que empiezan por hipno y que en realidad (o según Google, que viene a ser un poco lo mismo) no existen, y veo, sobre todo, hiperestesia en todas partes, y pienso que en ese mundo donde todo era táctil y paladeable vivir debía de estar bien, y aún no lo sé pero me estoy preparando para un momento mágico.

Y es que veo Perfect Sense y descubro que puedo volver a sentir lo mismo que la primera vez que vi Las Vírgenes Suicidas. Y las comisuras se vuelven piezas de puzzle y las almohadas son solo cambios lumínicos y la vela que huele a mango convierte mi cama de princesa en un techo lleno de plumas de ganso, y todo suena, lejos, y quieroseguiroliéndotetodalavida y cosquillas disfrazadas de caricias y caricias de cosquillas y pienso que hacía muchos años que no me sentía tan inmensamente viva, y casi lo último que digo antes de dormir es "No me gusta haber olvidado que quería hacer cine".

Casi lo último.

3.9.13

Distiéndete

Atiende a lo que te digo,
no tiendas a querer entender todo;
pretender entender todo es desatender la realidad
de que todo día tiene infinidad de estados,
de que todo estado tiene infinidad de estadíos,
De que cada estadío podrían hacerse infinidad de estudios,
y que no tiene sentido que tu estadía en tu día se reduzca a estudios y estudios
de estadíos y estados.

Mira, si te logras desprender
del afán continuo de comprender,
y te prendes a aprender de la infinidad de afinidad,
de la infinidad de unidad que anida en todo,
aprenderás a prenderte de mi darte,
y aprenderte de mi dar y de todo dar,
y de todo arte,
y verás todo lo que podrás emprender
aún sin comprender.

Atiéndeme, te repito,
no pretendas entenderlo todo,
sólo tiéndete a mi lado
y distiéndete.

[Poesía cacofónica, recibida, claro está, en Argumosa]

El Chico Pez, ante mi enésima erupción etílica de los últimos quince días, lo arregla todo con una frase: "En tu vocabulario falta una palabra: naturalidad".

Hacer lo que una quiera y perder el miedo.

Dejar que me hables de acompañarme al mercado y sacarlo todo fuera.

Jugar al Super Mario Kart sabiendo que voy a perder.

Decir que sé que no puedo controlarlo todo pero que eso me da miedo.

Y acurrucarme y ganar a todas las pesadillas que se pongan por delante, vengan del lado de la cama que vengan.

2.9.13

Traducción simultánea

Entonces los jueves no eran noches de rosas, como en Porno, porque todas las noches eran noches de rosas; los jueves eran noches de ruso.

Retorcíamos a Cortázar: andábamos buscándonos porque sabíamos que andábamos para no encontrarnos.

Y hablábamos en clave, y mentíamos tanto que había que hacer plantillas para interpretarnos, porque los tequieros eran una cosa rarísima y los quierovertes eran una cosa aún peor.

Ahora, los jueves cazamos ciervos, y dejamos para los viernes lo de andar sin buscarnos y, ahora sí, encontrarnos; ahora hay Whatsapp y los encuentros por casualidad ya no tienen ningún mérito. Salvo cuando parece que nos buscamos pero en realidad hablamos ruso.

Fingir que quieres inventar palabras cuando lo que quieres inventar son formas de hacer, son tactos, son olores, y el lenguaje tiene mucho que perder frente a la hiperestesia.

Fingir, mentir, y, por tanto, perder.

No hay nada más difícil de perder que un hábito. Desaprender. No quedarte con las frases del Café de París. No quedarte con el silencio del sábado por la mañana. No dejar que te destruyan cosas que no tenían la menor intención de hacerlo. Ver acercarse el agujero negro y explicarle que aquí ya no tiene hueco por mucho que escarbe.

Pero una puede ser muy valiente para algunas cosas, pero hay que ser francamente kamikaze para explicarle a alguien que no puede jalearte cuando quieres caprichos porque está incluido en el menú.

Y aun así, hacer por sonreír, respirar hondo y tragar saliva, porque sabes que antes o después vas a empezar a hablar con intérprete, y aunque todo salga mal, habrás aprendido a traducir desde el ruso.

30.8.13

Los jueves son los nuevos martes

- ¿Os vais a emborrachar?
- Yo NO.

Mal humor y estrés y soy mucho mejor persona cuando no trabajo.

Pero de pronto son las 4 y 10 de la mañana y ando mandando Whatsapps de "no me puedo quejar" a Mi Media Infancia, que no para de llamarme mujer alfa, y es muy divertido.

"Que bajen las luces y suban la música". Así se puede resumir todo lo que le pedimos a la vida, señores. Otro minipunto para la Sobrina Fantabulosa, que ayer nos autodenomina La Extraña Pareja, y es que no podemos pegar menos pero mi vida hoy sería peor si no la hubiera escuchado, y la Chica PinUp me enseña que tener lagunas es bueno, porque "laguna" es amigo, nada menos.

Será por eso, pero desde luego esta mañana soy un barreño de entusiasmo intentando cubrir lagunas.

- Flashes. Buenos.
- Flashes buenos. Buenísimos.

Se nos va a gastar la cara de sonreír y hasta el Chico Bífido está simpático y adorable y quiero abrazar a todo el mundo, nivel acabar la noche subida a los dos metros del Chico Gigante y no tener miedo.

Porque a veces los problemas de confianza desaparecen. "Trust is not one of my biggest assets", sin duda, pero ni falta que le hace, porque de vez en cuando simplemente estoy bien.

Lo cual casa un poco mal con esta estúpida tendencia a llorar cuando bebo que vengo desarrollando. Pienso que quizás el alcohol me invierte, y que cuando estoy mal y bebo todo es fantástico y de pronto cuando estoy bien y bebo, pues lloro, y pienso todo el rato en Primo #1 y tengo que comprarme al menos unas patatas en el Bocata Vip, porque hacía mucho que no pasaba frente al Bocata Vip.

Pero podría acostumbrarme a lo bien que terminan las llantinas últimamente.

Flashes maravillosos, en fin.

24.8.13

Cuando la vida se vuelve un anuncio de Dewar's

Mi Hermana, a veces, me recuerda demasiado a mí. A mí en la época de cuaderno morado de papel de arroz, que es probablemente la peor de mis yos. O la que peor lo pasaba, al menos. Y releerlo mientras ella Whatsappea saca cosas feas a la luz. Y doy consejos, y he aprendido, y es bien, pero en la práctica, el Pingüino Socialmente Inadaptado es quien se va a la fiesta dispuesto a no emborracharse, y sonrisas muy falsas, y dolor de mejillas, y en fin.

El Chico TDCC y yo nos miramos. "Hacen que parezca normal, ¿verdad?" "Hacen que ÉL parezca normal". Menos mal que en medio de todo esto queda un mínimo principio de realidad.

Y vuelta al escenario de la fiesta a la romana del sábado con la Chica de las Sonrisas, y "Tú eres el Chico Simpático de García de Noblejas" y "Tú eres la Chica que Tenía Hambre Todo el Tiempo", y aunque se acuerde también de que rompimos su powerball es bien que la gente recuerde cuando se te ha ido de las manos y sonría y te recuerde por otra cosa.

Porque no es un drama, porque no quiero más dramas en mi vida.

Y entonces llegan los buenos propósitos, y el Jäger y los dos vodkas no pueden con ellos, porque ya está bien, porque lo de dentro también mola, y fotos en el suelo de la Calle de la Palma, y "vamos a andar y a comer", porque la diferencia entre los 20 y los 30 es que por el camino aprendes a beber, o, al menos, a hacer control de daños, y hoy no soy yo la que le pone la cabeza como un bombo al pobre humano del Open 25, pero no pasa nada, porque NO ES UN DRAMA. Es más fácil verlo en los demás.

Sentidos de la orientación que te hacen preguntarte cómo cojones sobrevive la gente a unas vacaciones en plan aventura, y barrio, y cuando una es sincera las cosas funcionan mucho mejor, y se levanta feliz, y desayuna café y tostadas con tomate y claras con limón y helado de chocolate y escucha música y dice lo que tiene que decir y cuando una no se esconde tras la barrera nada es un drama, y "esto mola" y las luces se vuelven naranjas cuando cruzan las ventanas de casa, y "en esta casa no puedes no ser feliz", y una sensación muy bonita de que puede que todo sea un problema de expectativas, y no solo las grandes cosas.

Y cuando lo único que una quiere es levantarse un sábado en casa y no tener prisa para llegar a Majadalejos, todo está bien, incluso la ducha fría, porque lo que recuerda es a quierovivirsiempreenunfestival, incluso el calor, porque se quita con agua, incluso el apalanque, porque solo es un signo de que me he cansado de huir.

Porque a veces sí que siento aquello de que "la vida es siempre verdad". Porque un "no me apetece" es mucho mejor que un "nado sin manguitos". Ya está bien de impresionarse.

16.8.11

¿Pony?

Enviar mensajes por WhatsApp que se convierten en tweets y da vergüenza pero en realidad es que es para dar envidia. Volver al estado primario. Tornar en Tamagotchi y vivir de necesidad básica en necesidad básica. Recuperar la plenitud de sentido de la palabra "vacaciones".

Jugar a encontrar palabras rimbombantes. "Rimbombante". "Archidiócesis".

Jugar, en general.

Hacer muchísimo el tonto. Ser muy pequeña y muy feliz.

Crear comisiones para todo, incluyendo decisiones de #acampadachicamariposa que se deshacen porque no están en Facebook y por tanto no son reales. Estar rodeados de gente que nos regala cosas y echar de menos a los punkys pero apañárnoslas muy bien sin ellos.

Cazar Quechuas.

Reírnos como si el fin de semana hubiese sido un viaje de LSD, todo el tiempo.

"Este ha sido el findesemana del porquéno". ¿Nos vamos a Cádiz? Por qué no. "¿Sabes por qué te paro?" Por qué no. "¿Te vale en zona nudista?" Por qué no.

La sensación de estar teniendo un millón de emociones a la vez y que no te quepan dentro y estar tan asquerosamente bien que parece que en cualquier momento van a empezar a llover puntos suspensivos, y que no lluevan. Sobredosis de couldina para evitar gripazos. Todo en un sentido metafórico.

Jugar a empalmar recetas mediante cadáveres exquisitos. Convertir cualquier cosa en un cadáver exquisito.

Que todo sea público y privado y privado-púbico.

Tomar cerveza con arena y que te parezca bien.

Encontrar un trozo de mar que moja menos que los otros.

Dormir hasta las 12.

Básicamente, ser muy feliz. Y pensar poquísimo. Vacaciones.

9.7.11

Anidamiento (otra vez)

Ayer, el Chico de Ciencias nos contaba que la causa de muerte más frecuente entre las mujeres españolas de entre 30 y 35 años es el suicidio. "Más que accidentes de coche. Más que cáncer."
Y no hay campañas en la tele contra el suicidio, por todos esos motivos que ya nos dio Durkheim y por alguno nuevo que seguro que se han inventado en Autocontrol.

La conclusión evidente es que el reloj biológico es una cosa mala, así que entré en bucle hablando de mi pequeño Nietzsche. No me pregunten por qué, ahora mismo me veo montando en bici arrastrando a mi pequeño westie conmigo para llegar a un piso vacío con balcones con macetas.

En la práctica, soy pobre como las ratas, no tengo una rutina que me permita responsabilizarme de un perro, y las plantas se me dan de puta pena. Es lo que hay.

Blue tiene planes de futuro y yo me estoy enfrentando demasiado estos días a mis ex-planes de futuro. Mis vidas pasadas me miran a los ojos y me preguntan si me acuerdo, y el SEO puede ser tu peor enemigo cuando te da por buscar párrafos del señor Amat.

No habrá Plaza Elíptica, ni Candela; no habrá París, ni tesis; no soy ya la Lolita de nadie.

Argumento que me faltan cosas por llorar pero ni siquiera sé si es cierto.

Sólo sé que echo de menos todo lo que pudo ser y no fue, y que ni siquiera sé si desde aquí hay nada que pueda hacer por evitarlo, aparte de angustiarme con ventas a plazos.

Así que habrá que cerrar los ojos y subir la música.

Y olvidarme de hasta qué punto repito mis actos y mis palabras y no pensar ni siquiera que tú no eres él. Porque eso ya sería pensar en ti.

7.3.11

Le estoy pillando el gusto a eso de ejercer de novia los fines de semana. A las peleas por el edredón, a racanearle al sol los últimos rayos después de que la mitad de los días se nos olvide. A los gruñidos.

A cambio, las semanas siguen siendo una montaña de tareas y se me queda todo atrás.

Como las latas de los coches de los recién casados en las películas antiguas.

5.10.10

"En época de tempestades, no hacer mudanza"

Mi madre, que últimamente está que se sale, me trajo ayer dos muestras materiales de empatía: unos moldes de galletas para mi nueva casa con horno y una fotocopia de una octavilla de un consorcio homeopático titulada "20 claves para vivir sin ansiedad". La décima dice: "No complicarse más la vida. Ahora no es buen momento para dejar de fumar, hacer mudanza o cambiar de trabajo". No me digas.

Tengo unas ganas bárbaras de salir de esta casa, pero en el fondo da igual. Una mudanza siempre es triste.

Ayer mi tía estuvo tremendamente desafortunada, y además de su "no puedes agarrarte al aire, lo primero es la seguridad económica, y tienes que trabajar", ignorando todas mis explicaciones sobre garantías de subsistencia hasta el fin del curso escolar, puso una de las mayores caras de lástima que he visto cuando le dije que me mudaba a Lavapiés. Joder, tampoco es para tanto. De hecho, aunque nunca lo hubiera pensado hace un año, ahora hasta me apetece estar en Lavapiés. Aparte de por los motivos evidentes, digo. Y tengo muchas ganas de ver cómo queda el piso pintado, y tengo ganas de ver un árbol por la ventana del salón en lugar de una pared espantosa. Y tengo ganas de darme un súper baño en esa pedazo de bañera azul. Y tengo ganas de redecorar-mi-vida; de verme en un sitio distinto y tener excusa para crear rutinas distintas.

Pero aun así, embalar es triste. Porque no queda más remedio que mirar a la cara a las cosas que acumulas. Saber que nunca alcanzarás el Nirvana porque eres incapaz de desprenderte de las cosas a las que les has puesto nombre (y soy bastante ligera de cascos poniendo nombres). Asumir que la violeta está muerta, y tirarla. Reconocer que no tienes edad de jugar con peluches ni de guardar peluches para la siguiente generación, y elegir. Y yo, ñoña donde las haya y con sobredosis de Disney a mis espaldas, no puedo soportar mirar a los ojos de fieltro de un muñeco de peluche y desprenderme de él. Que nos conocemos, y ya tengo un hipopótamo llamado Trauma que viene a suplir uno que tiré con siete años...

Coger tu armario y dividirlo entre lo que fuiste, lo que eres, lo que podrías haber sido y lo que quieres ser, y cargarte dos de las cuatro categorías como si no fuesen parte de ti mismo, cuando, aun muertas, lo son. Identidades narrativas, y tal. Soy mi historia y mi casi-historia. Lo que fui y lo que aspiro a ser. Pero hay que elegir, y recordar en lugar de retener. 

Y ya ni siquiera es eso. Antes de tener idea de qué había puesto en el montón de paratirar, me sentía como si me estuviera desprendiendo de algo importante. Mudarse implica que te has vuelto a equivocar, que esa casa no era para ti. No sé cuántas veces me ha cambiado la vida desde que vivo en esta casa. Recuerdo el espíritu con el que entré, y me sorprende compararlo con el espíritu con el que me voy. Es como si hubiera retrocedido cinco años, en lugar de haber crecido dos.

Y todo eso me da una pena infinita.

Qué ganas de noviembre, leches.

18.9.10

Paréntesis

En medio de la locura holística y expansiva de este septiembre, está bien encontrar un refugio, para variar. Un celebrarlo que no sea celebrarlo, sino, simplemente, olvidar. Cerrar los ojos y no pensar en nada, y no soñar con gente que no saluda ni con ex-jefes que no quieren salir de mi subconsciente sino con que el pequeño Cactus es el dios de una tribu lejana, y me mira, encantado y regordete, como diciendo: "no abras la boca, que no se den cuenta; lo estoy pasando genial". Despertarme acordándome mucho, mucho de Cactus (sigo pensando en los achuchones que le debo, a veces), y muy poco de todo lo que tengoquehacer.

Ponerme al día, poquito a poco, con la cantidad de cine que tengo pendiente y disponible. Criticar a morir, exigir que me devuelvan las dos horas de mi vida que le he dedicado a la última película, y en el fondo hacerlo con la boca pequeña, porque pese al sueño y a la decepción final, qué bien se estaba.

Salir a tomar el aire y escapar del síndrome de ángel exterminador que no sabemos si achacar a otro escape de gas, al agua clorada, al principio del otoño, a cosas nuestras o a todo en general, y pensar sólo en dar una vuelta, no en mirar compulsivamente pisos que no tengan fuentes de envenenamiento.

Incluso, hablar del Profesor que Queremos que Nos Adopte y del Profesor en Trámites de Adopción y no pensar en que tengo que escribir un proyecto, sino en todo lo que voy a aprender dentro de nada y en las ganas que tengo de analizar la expresión "salario según valía".

Y aunque casi consigo terminar la entrada sin decirlo, no puedo evitarlo: cantidades industriales de azúcar, en forma de magdalena de chocolate y en formas metafóricas. Tonterías que parece que no van a llegar a gruñidos, pero sí, incluso así de tontos somos. Tontos. Reincidentes. Y liberados. Porque me sientas tremendamente bien y odio que a veces se me olvide. Tú dirás lo que quieras, pero sin estos paréntesis no haría nada. Además de.

7.7.10

Lo que hemos crecido

Poco a poco me acostumbro a esta despedida permanente para la que robé la expresión de Risto de "morir por fascículos". Esto no es abandonar un sueño, ni mucho menos. Seguramente si hablase de abandonar sueños tu recurrirías a uno de tus efectivos y sencillos noes y se acabaría todo plan de autosabotaje que me rondase la cabeza. Pero se hace largo, y además a ratos tengo la impresión de que en el fondo no te vas a ir nunca, que ese mañana será siempre mañana y nunca hoy, y que puedo mirarte dormir con toda la calma del mundo.

Me has enseñado lo que son vacaciones. Vacaciones es obligarme a ignorar mi ataque de nervios de las siete de la mañana para acurrucarme a tu lado y remolonear hasta que suena tu despertador, dormirme cuando me descuido detrás de todo mi parapeto de angustia y me encuentro bien y me siento protegida. Despertarme cuando te oigo toser en el sofá y acercarme a ti arrastrando los pies y las legañas. Decirte que me voy sin ganas y quedarme sin que insistas. Tumbarme en el sofá y ver por encima de tu hombro, o mejor, de tu cadera, en qué trabajas. Ponerme pesada para que cambies unas palabras por otras y luego decirte que no me hagas caso. Enseñarte a usar los atajos de teclado. Fumar perezosamente el primer cigarro del día mirando a través de la reja de tu ventana. Recorrer por enésima vez la estantería del salón con los ojos, y preguntarme por Gombrich.

Me llamas sabihonda, y luego me envías canciones de manouche. Te ríes de que mis lecturas de verano contengan a Elias y a Benjamin, pero luego te despiertas y mientras hablo con Blue, tú hojeas las Tecnologías del yo. Puedes encontrar cualquier referencia que necesite en cuestión de horas, pero nunca has oído hablar de los cíclopes del capítulo 7.

Ayer me preocupaba el amor sin coincidencias de Anne y Nick. Tu francofilia y mi anglofilia, tu profundidad y mi frivolidad. Nuestros opuestos sentidos del humor. Cómo es posible que tú y yo nos gustemos. Tú me mirabas con una de esas caras que prometes que no significan nada, de monigotes que pasan, y que desde el otro lado de tu piel son caras de saber las respuestas y no querer compartirlas.

Pero y qué más dan las coincidencias, cuando podemos reírnos como este mediodía.

Pienso en febrero y pienso en ahora, y nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Como si hubiéramos crecido, como esos niños a los que hace mucho que no ves. En realidad no sé si crezco o menguo; sólo sé que es para bien. Que me encanta tu mezcla de cinismo e ingenuidad, tu pragmatismo incluso cuando me acusas de pragmática.

Me gusta que me sorprendas con tus québienseestáaquí, que tan poco te pegan. Que sigas llamando "moñeces" a las cosas que ahora haces tan a menudo, como sin darte cuenta. Que me recuerdes todo lo que valoro cada anécdota que me cuentas. Esta sensación casi tramposa de pensar cuánto te conozco de la que a ratos incluso quiero presumir.

Hemos pasado de abandonarme a mi suerte a llevarme en volandas. De ponernos nerviosos a hacernos reír. De las barreras a necesitarnos.

Y me siento mucho más orgullosa de esto que de cualquier otra cosa que haya conseguido este año. Y no han sido pocas.

1.7.10

Complejo de Ava Gardner

Hay que ver lo poco que cuesta coger una costumbre y lo difícil que es abandonarla.

6.5.10

Por el cuarenta de mayo

Llega a casa el Chico Samba. Pregunta qué tal, y Blue contesta que estamos teniendo conversaciones divertidas. Yo pongo cara de vaaserqueno. Ella reconoce que ahora le divierte, pero que está segura de que le tocará sufrir las consecuencias. La reunión, muy poco productiva, acaba rápido, con el Chico Samba hablando de permisos de trabajo, Blue dejando post-its en el portátil sobre cosas que va a empezar a hacer, y yo echándome la siesta en mi afán de ser improductiva, pero una siesta que termina por convertirse en expresión subconsciente de dónde está mi cerebro ahora: lecciones inaugurales, tesis doctorales ajenas, y un paseo a la biblioteca que acaba regular de mal.

El Sociólogo Renegado comentaba el otro día que no existen las relaciones simétricas y tiene toda la razón. Pero la pregunta es si pueden existir las relaciones cartas-sobre-la-mesa. Si puedes coger a alguien, sentarle, y tener una conversación asquerosamente honesta, con todas las consecuencias. Del tipo de qué-sentimos-y-qué-vamos-a-hacer-ahora-que-lo-sabemos. Porque las frases del tipo "nos quedan dos telediarios" no ayudan nada en absoluto.

El psicólogo me habla de mi inseguridad ante una etapa en la que prima el sentimiento de pérdida. La Chica Mariposa dice que está cansada de abandonar gente y de salir huyendo. Yo creo que aprendo a no abandonar a la gente, pero, sí, cuando las cosas se ponen difíciles, huyo. O por lo menos lo intento. Afortunadamente, hay por ahí gente muy sabia que sabe perfectamente qué tiene que decir y cuándo.

Ayer por la noche hablaba con mi madre, por fin, de todo esto. De cómo organizar las prioridades para los próximos treinta y cuatro días, considerando los conflictos de intereses. Su respuesta, funcionalista 100%, me recuerda de dónde vengo igual que el Chico Samba hablando de maestros en casa de cómo vivir permanentemente en la dimensión real y en la analítica.

No sé si se puede ser funcionalista sin que la gente se cabree. Hasta ahora, no me ha ido muy bien. Pienso en los alrededores y cada vez siento menos miedo a la pérdida, veo soluciones, veo dinámicas diferentes. Me concentro en los abrazos y no en los espacios entre ellos. En las ganas más que en los hechos. Y es bonito, y eso también parece que podría funcionar. Pero no sé si es momento de elucubraciones. Quizá mi tendencia obsesiva y yo necesitemos marcos un poco más firmes a los que agarrarnos. Conceptos. Instituciones zombis, incluso. Reglas de protocolo. Declaraciones de intenciones. Porque no sólo de martes-de-vinos vive el hombre. O igual sí, pero no debería...

19.3.10

Ñoñez

Un día que quedamos, otro que no quedamos pero que, bueno, ya que nos vemos...; otro en el que finalmente tenemos que coger direcciones de metro contrarias (OK, son sentidos, pero me da igual), una despedida rara, un "feliz findesemana"; más correos con enlaces absurdos, el enésimo venteaskype, la enésima proposición indecente mientras suena, todo el rato, la canción que me mandaste o alguna parecida; un plan como de novios, de cena y peli, que se convierte en una cena de a cinco; muchas, muchas risas, vídeos buenísimos de la campaña viral de la tele sueca, miradas cruzadas entre sofás, montañas de ropa con las que no paramos de pelearnos, cosquillas, ruegos al cielo para que la gente sea consciente de cuantísimos bares hay abiertos en el mundo, situaciones que hacen buenas incluso las letras de Álex Ubago; poner el despertador mucho antes de lo estrictamente necesario y aun así, ir corriendo hacia el metro, miradas entre andenes que podrían, perfectamente, calentar sopa si Leslie Winkle se lo propusiera, deseos fortísimos de que haya una huelga de trenes, momentos como de anuncio de Baileys (qué mala es la cultura pop, que para todo hay un cutrerreferente audiovisual), un último mensaje, y la sonrisa más grande de todos los tiempos anclada en mi boca hasta que pongo ojos de china, para que tú los veas.

Cómo me gusta que esto se nos fuera de las manos.