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13.3.11

"Es ley de vida"

Es ley de vida, su puta madre. Ley de vida sería si muriésemos con 35 años, como antes de que existieran los antibióticos. A partir de ahí, es ley médica, y es trampa. O no, y es un progreso y bla, bla, bla. No tengo ganas de discutir. Pero lo que no es, bajo ningún concepto, es "ley de vida".

No es ley de vida que una persona sufra un deterioro durante años que le produzca un daño psicológico espectacular y le quite las ganas de vivir y se convierta en un impedimento para que vivan aquellos que aún tienen ganas, energía y capacidad. No es ley de vida que no haya previstas soluciones (sanidad pública, decían) para ese tipo de problemas. No es ley de vida que evitemos la muerte a toda costa, sin pensar en que a veces perdemos más de lo que ganamos.

Mi Primo Primero (a.k.a.) El Que Siempre Cae De Pie habla de apuntarse a no sé qué historia en Ginebra para indicar a partir de qué estado de deterioro consideras razonable una eutanasia. Yo no estoy segura de qué pienso. También es cierto que no importa mucho lo que piense, porque no puedo pagarlo. Shit happens.

Y más allá de todo raciocinio, más allá del cálculo económico de la vida (que es motivo suficiente para no merecérsela, claro que sí), más allá de las respuestas en mal tono, más allá de las llamadas que no hago porque para qué, más allá del necesitar tener una opinión sobre algo que es una controversia insalvable, más allá de mi susceptibilidad ante la incapacidad diplomática de mi madre (adecuadamente heredada, como señalaba el viernes el Chico Extraordinario), está esa enorme, impotente ternura al mirar unas manos amoratadas, un labio torcido, y una cabeza dentro de la que están pasando cosas malas, inabarcables. El miedo atroz. La sonrisa gigantesca, fingida, "sí, abuelo, claro que he crecido".

27.12.10

Xmas time

Hace ya casi un mes que en ese invento del demonio conocido como Farmville (y del cual afortunadamente voy consiguiendo desengancharme) empezaron a fraguar el espíritu navideño, permitiendo sembrar ponsetias, montando retos para conseguir nieve y luces de colores y demás tópicos.

No recuerdo qué más tenía que hacer ese día, pero sí que salí a la calle dispuesta a no pelearme con las navidades este año, que ya está bien. Creo que es posible que llegase a silbar algún villancico, e incluso que no fuera Last Xmas (I gave you my heart), lo cual está bien como cambio.

El psicólogo se ha pasado las dos o tres últimas sesiones preguntándome qué tal se presentaban las navidades, y aunque yo no le dijera otra cosa que "no estoy dispuesta a convertir una época del año en un problema", me parece que no se lo ha terminado de creer en ningún momento.

Pero el caso es que el 23 fue la tradicional copa navideña con los amigos de mis padres, y aunque no vinieran el Chico Intocable ni mi Falso Primo, me lo pasé bastante bien. Descubrí mi capacidad de hacer chistes políticos que le encantan y que no le gustan nada a mi Hada Madrina Suplente, estuve hablando de ediciones contextualizadas de la Biblia, conseguí plantearle a mi padre mi línea de investigación pasito a pasito (y sonaba incluso consistente), y no paré de escuchar que tengo mucho mejor aspecto, que me brillan los ojos, y que se me ve fenomenal; que, así, da gusto, las cosas como son.

El 24 era el único día al que le tenía algo de miedo y aunque fue uno de esos momentos en los que te dan ganas de comprar una caja entera de libros de Coupland y envolverlos para regalo, comentándolo con mi madre el 25 todo lo que podía decir era bueno. Claro, que ella andaba en bucle con lo de su régimen y también le dije que yo la veía estupenda y mucho mejor que con cualquier otro o en cualquier otra época. No me quedó otra que acabar la intervención con un "que igual es que tengo un exceso de positivismo constructivo y me parece que todo el mundo está fenomenal o, como mínimo, de camino". Pero me gusta ese punto de vista, las cosas como son.

Antes de que empezase el no-parar-de-comer de estos días, mi madre decía "qué bien, vas a estar 3 días en casa y vas a volver a odiarnos". Y no. El caso es que no. Mantener la calma y la neutralidad, por una vez, no ha sido difícil; aunque haya ayudado tener una contractura tan bestial que nadie pudiera meterse con mis ritmos ni mi nivel de actividad (y que, a cambio, me hace perderme el jolgorio navideño con la Chica India, pero en fin). Colaborar según las posibilidades, y mirar las broncas desde la barrera. Todo bien. Creo.

Descubrir que ya le he pillado el punto a mi hermana, sin duda, y que casi le compro exactamente el bolso que quería, y sentir una ilusión desbordante porque aunque no se deje, la voy conociendo. Alegrarme como si la ilusión de mi Cuñado fuese mía, porque no se ha visto jamás un chico tan majo y con tan mala suerte.

Y reunirnos por fin toda la familia por parte paterna, y que todo salga bien, y que mi abuelo aguante el día y hasta disfrute de muchos de los ratos, y no sentirme chiquitita e inútil mientras mis tíos discuten, sino disfrutar de lo que dicen y de las ganas con las que lo dicen. Recibir halagos y no sólo críticas. Sentirme afortunada casi todo el tiempo (e incluso guapa, muchos ratos). Que mi Prima La Brujita me abrace de sopetón y que lo haga como si no fuera a soltarme nunca, y luego me regale un dibujo (aunque me mienta y me diga que no le gusta escribir). Que toda la familia se haya empeñado en que vuelva a escribir y contestar, simplemente, "no tengo prisa. Igual un día me levanto y me da por ahí". Sentir cariño, no presión.

Y llevarme de regalo una noche más con el Rey del Laboratorio.

Quién decía que las navidades no podían estar bien.

9.12.10

Familia (una de tantas)

Llego tarde, como siempre. Es inevitable. Y de verdad que esta vez lo había intentado con fuerzas. Pero no, llego mis diez minutos tarde de rigor, con el agravante de que es uno de esos días en los que las casualidades han conseguido que todos los demás lleguen cerca de quince minutos pronto (los que menos), con lo que subjetivamente llego vergonzosamente tarde, que es una de las últimas cosas que deberían pasar.

Hace doce años que no veo a esa rama de la familia. Por aquel entonces, se celebraban bodas en Córdoba como si fuese una epidemia. Y había que pasar el fin de semana, y olía a biberones derretidos, y yo odiaba esa ciudad por algún motivo irracional y, en parte, por las palomas, las mismas que no me molestaban en Sevilla y me desquiciaban allí.

Pero, sobre todo, odiaba esa ciudad porque era donde nos juntábamos todos y teníamos que vernos y yo tenía entre doce y catorce años y todo en general era espantoso. Las bodas familiares iban en una categoría aparte que rondaba la tortura del enésimo infierno.

Recuerdo a mi madre llorando, muerta de la vergüenza, echando en cara recomendaciones para internados no tenidas en cuenta. La sensación de que en realidad no me gustaba provocar todo aquello pero que era absolutamente imposible evitarlo.

Y doce años después, sólo de pensar en "las primas" me daban temblores. He interiorizado la vergüenza ajena que provocaba. Me muero de la vergüenza yo.

Me quito el abrigo subiendo las escaleras para que nadie vea que no he tenido tiempo de llevarlo al tinte. Lo doblo tres veces porque me da miedo que se vea el agujero del forro. Intento respirar hondo pero no me sale. No he tenido tiempo de maquillarme y después de la semana pasada me parece que en cualquier momento mis ojeras se harán más fuertes que yo y saldrán por debajo de la cara de al-menos-hoy-he-dormido para devolverme mi aspecto de chica enfermiza y melancólica que resulta ser agresiva y destructiva con una fuerza que no se sabe de dónde le sale.

Y es odioso cuando te pareces a la peor versión de ti mismo.

Pero de alguna forma que me resulta incomprensible, lo que se oye alrededor es: "es increíble lo lista que es y lo preparada que está"; me hablan de educar hijos adolescentes, precisamente a mí, como si pudiera dar consejos en ese aspecto. Y el caso es que los doy. Me hablan de tú a tú, de persona-que-hace-de-las-vidas-ajenas-infiernos a persona-que-hace-de-las-vidas-ajenas-infiernos. Y entiendo muchas cosas. Y sólo acierto a decir: "al menos sabes lo que le pasa. Que no sirve para nada, que tendrá que aprender ella sola. Pero por lo menos la entiendes, y seguro que algo lo nota; y eso cuenta". Probablemente no sea mal comentario, pienso después de oírme.

Sonreímos, todos, bastantes. Somos agradables, todos, unos con otros. Sin que se note más que la buena intención esa falsedad pegajosa y navideña que suele acompañar semejantes reencuentros familiares. Se está bien, a secas.

Olvido las susceptibilidades y me voy a comprar un abrigo con el que pueda anular mi nerviosismo de camino al restaurante. Y me siento viejita, de pronto. No me gustaba nada la persona que era con catorce años, pero qué lejos queda, cómo se nota. Incluso aunque nadie hubiera hablado de nietos en bucle.

Unos días después, uno de esos sitios que te hace sentir friki cuando haces login me manda un mail hablando de coincidencias genealógicas con otro árbol. Precisamente, en esa rama de la familia. Me supone una alegría tonta, tontísima. Me devuelve, otra vez, a los doce; cuando simultáneamente a la explosión de bodas cordobesas, me encargaban en el colegio averiguar el origen de mi familia.

El carácter, no; pero la curiosidad, molaba. Mola. En realidad, no es tan distinto ser viejo de ser pequeño, supongo. O eso espero.

5.4.10

Niña de papá (interrupted)

Nos levantamos el domingo y, como vemos rayos de sol que parecen equivocarse al entrar por la ventana, decidimos salir a comer. Como si fuésemos una familia cualquiera. Como si fuese un domingo cualquiera. Nos sentamos en la plaza de la Iglesia y poquito a poco vamos desprendiéndonos de capas, el abrigo, el jersey. Nos arremangamos, el sol nos hace cosquillas y nos pone rojitos los antebrazos. Se está bien.

Mi hermana, como es adolescente y acaba de descubrir y de estrenar su independencia (o su dependencia de la persona elegida, al menos), se va, completamente ajena a las normas narrativas del día. Mis padres y yo nos quedamos hasta que el sol empieza a escapársenos, momento en que nos levantamos para ir a comprar tartaletas de frambuesa.


Entro en la pastelería y ya no veo tartaletas, ni monas de pascua, ni nada. Veo el regalo que más feliz me habría hecho en el mundo si lo llego a encontrar con seis años. No puedo dejar de mirarlo y se me abre la boca sin querer. Mientras, mi padre me mira a mí. "¿Lo quieres?" Yo balbuceo algo sobre los veintiséis años que cumpliré. Mi padre pregunta el precio. Coincide exactamente con lo que ya llevamos acumulado. Mi padre dice que es una señal. Yo miro sin parar la caja pero no dejo de decir que no. Interviene mi madre: "Vale ya, ¿no? Compráselo de una vez, porque si no tendremos que volver dentro de media hora a por ello. Y ahora tú abrazas a tu padre y lloras, él piensa en quién le va a regalar cosas a su niña a partir del lunes y llora también, y nos vamos". Dicho y hecho, con lloros incluidos, ante la mirada atónita de la dependienta de la pastelería. Llevo en la bolsa mi Hello Kitty rellena de caramelos Pez y doy palmas, desmintiendo todo rumor de que mi infancia haya podido acabarse en algún momento. Mi madre se ríe, y mi padre, efectivamente, me mira como si me estuviera viendo desamparada. Me parece sintomático que la película en la que se dice aquello de "If I could only have one food for the rest of my life? That's easy-Pez. Cherry-flavored Pez. No question about it" se llame nada menos que Stand by me.

Menos de 24 horas después, mi padre aterriza en su nueva ciudad. Nos manda un enlace a un álbum de Picasa donde se ve que, a pesar de todo, hay sol; que su ventana tiene unas vistas como de postal o de puzzle de 400 piezas; que la habitación es diminuta pero está pensada para que no esté solo; que tiene dos o tres sitios estupendos donde sentarse a escribir su tesis. A mí me da pena pensar que no tiene nada que hacer esta tarde salvo hacer fotos, subirlas, y enviárnoslas por mail. Ya está hecho: está solo.

Y yo, efectivamente, me siento desamparada; porque aunque no viva con él, aunque no recurra a él, lo cierto es que la única persona de la que me fío en este mundo ahora no está a tiro de teléfono, sino de avión; y que mi amor por las tecnologías 2.0 no puede hacer nada contra eso.

Dicen que nos acostumbraremos, pero que será difícil; porque no es sólo una ausencia, sino un cambio de dinámica que todos vemos venir y que se promete desagradable. Yo sólo espero que la costumbre llegue pronto, porque, de momento, todo lo que tengo es vértigo y una nostalgia que llega antes de tiempo.

4.4.10

Familia no hay más que una (y horas, 24 diarias)

Hace tiempo que no citaba a la Rubia. Últimamente, la Rubia empieza a ser la Chica Holograma. Viene, va, vuelve a venir, y tú casi ni te enteras, salvo que te molestes por preguntarle cómo se encuentra. Ella se queja poco, porque es así de modesta, pero el caso es que está desbordadísima. Con buenos motivos: está montando el negocio que me convertirá en mujer de provecho.

En cualquier caso, y a sabiendas de que no es momento de compararse, leo esto y me consuela, porque a ratos parece que soy la única que se agobia mientras el resto planean viajes y se cuelan en fiestas y gandulean al sol del Retiro. No. Somos la Rubia y yo, al menos, que ya es algo.

Mi casa familiar no es el entorno de estudio adecuado. Tienen un montón de estímulos a los que estoy poco acostumbrada, del tipo de Sálvame Deluxe y QMD! acumulados desde hace un mes para que pueda ponerme las pilas y enterarme de la evolución de la nariz y el matrimonio de la Esteban, la ruptura entre Saray y Gerardo, y de que Ivonne Reyes quiere convencernos ahora de que su hijo es de Pepe Navarro. Temas todos ellos que parecen poco interesantes a priori, pero les garantizo que todo es ponerse. Coge una el Análisis Sociológico del Sistema de Discursos y se sienta de espaldas a la tele y acaba hecha bolita junto a una pila de revistas diciendo "sí, hombre, esta a mí no me la da". Es un fenómeno curiosísimo, lo del corazón. Y como mi cerebro está roto, ya os dije, ahora además me dedico a analizar frases como "Vienes diciendo que ha sido puta y, encima, lesbiana" y me lo paso pipa. Durante un rato, incluso creo que estoy haciendo análisis sociológico. Luego me doy cuenta de que estoy procrastinando, claro, pero ya es tarde.

El viernes se me ha ido en concentrarme en que no soy una mala nieta, en no llorar a pesar del percal, y en ver telebasura.

Hoy he conseguido por fin comprar el regalo de mi madre (desde el 24 de febrero que cumplió años. Nada menos). Con la de noches que he dormido en el Hostal Dos Hermanas, al ladito de Fotoocasión, acabo comprando el regalo en una tienda de Majadalejos, mientras ella pide unas copias. A veces pasa. A mí, en concreto, tiende a pasarme. Soy lo puto peor con los regalos de cumpleaños. Quiero exactamente algo, o si no, espero a querer exactamente algo; y entonces empieza la odisea de encontrarlo, e ir a comprarlo. Que suele acabar seis meses después del cumpleaños, conmigo pensando "ya no viene a cuento". Al menos he llegado. Mejor tarde que tardísimo.

Hemos pasado una tarde relativamente estupenda, con su paseo a la fnac, su representación de Chicago, y su cena en un japonés precioso por el que he pasado mil veces sin fijarme pero que merece la pena (a pesar de que yo no comulgo con la dieta japonesa en general).

Sí, pero el (post)fordismo nos mira con malos ojos. Soy la chica rara que lee a Baudrillard en el entreacto, pero sigo sin saber por dónde narices coger un comentario sobre un tema del que tengo tan poco conocimiento. Plagiar al Chico Escritor mola y quita bastante estrés, pero no se puede hacer siempre. Y lo cierto es que yo abro el documento de Word y apunto ideas, y subrayo cosas y hago anotaciones como me recomienda el señor Conde, pero por dentro, en la pista principal, sólo suena "36 horas".

Y es tonto, pero es. Hay despedidas que no se acaban nunca, y las listas de cosas que no se han hecho no sólo las tengo yo, y a ratos tengo muchas ganas de tener cinco años otra vez. Y estar a punto de mudarnos, pero todos. Y que mi hermana esté por llegar, para inundar la casa de ese olor que no es el AmorAmor que lleva ahora. Y que mis deberes tengan forma de Cuadernillos Rubio y Vacaciones Santillana. Y que en abril haga sol.

21.6.09

Uneasiness

Me ha pasado una cosa extrañísima. Creo que nunca me he cambiado de ropa tantas veces antes de salir como hoy. Y no era presunción. Es que parecía que mi armario lo había llenado una persona que no era yo. Nada de lo que había dentro daba la más mínima sensación de tener algo que ver conmigo.

Probablemente la misma persona que ha llenado mi armario es la que no deja que me miren o la que ha hecho un patético número de ruptura con mis padres.

Este desdoblamiento no me gusta nada.

He dicho.

29.11.08

In memoriam

El PC parece más listo que yo. Borró las fotos de la Tarde de Primos del Bo Finn, y ahora no me deja encontrar el backup de mi blog. Y yo necesito una retrospectiva, pero, como el sábado, a ratos me bloqueo y es odioso.
Trazos:
- Fue el único miembro de mi familia que supo jamás lo de la Atómica Melancólica. Es más: me animó, y le pareció bien. Años después, seguíamos hablando a escondidas en los pasillos del tema.
- Qué consuelo saber que sí conoció, al menos, una de las casas de mi independencia. Que hasta acarició a Kiwi. Y qué risa pensar que, en su línea, no pudo quedarse porque se le había olvidado que ya había quedado. En Pza. Castilla, nada menos. Unos veinte minutos antes.
- Era tan asquerosamente especial, que se le podía reconocer en la ciudad del millón de cadáveres por los últimos veinte centímetros de su cuerpo: pantalones naranjas, una converse azul, roja la otra. Para rematar el conjunto, una vez reconocido, una corbata de Snoopy. Gracias. Por ti, pude sentir que la diferenciación no está reñida con la cultura de masas.
- A veces, cuando más necesidad tenía de él, era capaz de aparecerse en las escaleras del bunker al que tanto él como yo íbamos menos de lo que debíamos, y en horarios alternos. El rey de las coincidencias. Ni siquiera hacía falta llamarle. Claro, que seguramente tampoco habría cogido el móvil.
- Catalizador de cosas buenas, él estuvo allí la tarde en que el Chico Cósmico y yo empezamos. Y siempre dijo: "Qué buen tío". Esas eran las cosas que él decía. No "es un problema, tiene novia". No "es mayor que tú" No "es del trabajo". "Qué buen tío". Como lo que contaban del viejito mafioso. "Es un viejo y está loco" "Sí, pero es un loco simpático". Bonito color el del cristal de tus gafas.
- Estábamos tan a gusto juntos, que barajamos dos opciones: investigar cuál de los dos era adoptado y, si resultaba que ninguno, pedir permiso al Papa para casarnos. Creo que habríamos sido un matrimonio ejemplar.
- Su cara, en el vídeo casero de cuando éramos pequeños, peleándose con su madre porque no le dejaba terminar de comer, mientras yo le miraba totalmente absorta. Mi madre decía que en ese vídeo ya se veía claramente cómo seríamos. Ahora recuerdo a mi tía Perfecta "no te tomes otra cerveza, que no te sienta bien el alcohol", y me río recordando todos esos momentos de "es que se lo bebía todo" que compartían el jueves por la noche sus amigos del colegio mayor.
- Sus calzoncillos de pececitos en un bolsillo, saliendo de casa de Chica Ángel, y tratando de explicarnos qué había pasado hasta que él cayó: "¡Ya recuerdo! Quería verme con ellos en la cabeza y me fui al espejo del baño".
Decía Primo 2 que afortunadamente tuvo tan buen carácter que no dejó ninguna pelea abierta, que no hay lugar para el arrepentimiento. Mentira. Yo me arrepiento, mucho. Me arrepiento de no haberle dado más cuando lo necesitó. Me arrepiento de las veces que dije no a ese cineclub que ya nunca se volverá a poner en marcha. Me arrepiento de haberme perdido la segunda fiesta de disfraces. Me arrepiento de no haber estado en la Noche Paralela a la Noche en Blanco que organizaron para él. Me arrepiento de no haber llegado a visitarle en Siena, de no haber conocido a la Chica que consiguió hacerle, por fin, feliz. Me arrepiento de no haberle visto nunca leer El Principito.
Afortunadamente, el jueves nos dio la última lección. Nunca había visto tanta gente joven en un funeral. Nunca había visto tanta gente necesitada de unirse a contar las cosas buenas que él dejó. Nunca he oído un discurso tan unánime sobre la irrepetibilidad de una persona. Nunca tanta gente estuvo de acuerdo ante una muerte en que lo que tocaba era sonreír y sentirse afortunado por el milagro de que él estuviera en nuestra vida.
Fue la única pata de mi familia materna por la que sentí propio mi segundo apellido. Fue lo único bueno de las navidades en esa parte de la familia. Fue una de mis personas favoritas, sin intentar siquiera hacer mérito para ello.
Creo que no podría echar de menos a alguien como te voy a echar de menos a ti.
Gracias por haber sido.

8.8.08

Hay veces en que me siento estúpida, totalmente y sin remedio. Ejemplo práctico: vestirme expresamente para bajar a abrir un buzón vacío salvo por la propaganda de comida china a domicilio. Para ilustrarlo aún más, resulta que hago esta estupidez cuando debería estar de cañas por la Latina. No he salido. Me he peleado con mis padres. Por dios, ¿es que tengo dieciséis años? Pero las cosas no evolucionan. Hay que asumirlo. Algunas cosas no van a cambiar, y mi relación paterno-filial es una de ellas. Mi psicólogo ha hecho grandes esfuerzos para conseguir que no quiera educarlos. De acuerdo, ya no quiero educarlos. ¿Pero, no podrían, simplemente, ser normales? Dejarse de chantajes emocionales y de miradas hacia otro lado. "Quizá eres demasiado susceptible", dice mi padre, como siempre suspendido en un puente sobre cocodrilos cual Indiana Jones. Pero no, no es una cuestión de susceptibilidad. El Chico Cósmico habla de océanos de por medio, y yo misma me pregunto cómo cojones pudo no cuajar aquel proyecto australo-neozelandés que sentíamos tan firmemente arraigado que parecía una epidemia mortal de peste, sólo hace unos años. Ya no está. Me pregunto dónde van esas cosas, toda esa energía destinada a proyectos que se convierten en abortos.
Esta vez, en concreto, mi cerebro hace un razonamiento inconsciente asombrosamente lógico. Tengo demasiado por lo que preocuparme, referente a mi propia vida. Así que decido no salir. En lugar de eso, empiezo mi trabajo de fin de carrera. Me pongo pelis que quiero borrar del ordenador. Me peleo con la flash gallery para mi futura site super-visitada por magnates de la industria audiovisual, o con eso sueño.
"No vas a parar hasta que seas famosa", me decía ayer la misma que lloriquea porque no va a verme hoy, ni mañana. Pues si ya lo sabes, deja de decirlo como si fuera algo que estás obligada a corregir. Pasar miedo porque haya rellenado dos fichas en una agencia de figuración y modelaje es absurdo. Aunque también es absurdo el círculo vicioso en que lleva inmersa meses.
Por favor, que alguien la saque de ahí, porque a mí mi psicólogo me lo tiene terminantemente prohibido, y yo necesito que me devuelvan a mi nueva madre, a esa que existe sólo hace dos años y que ha desaparecido hace unos meses. O eso, u Oceanía. Ellos verán.

27.4.08

My life as a loop

Tengo hambre. No puedo comer porque me duele mucho, mucho el estómago. Debería estar en Toledo, comiendo cocido, después de haber visto el partido de basket del Chico Cósmico, pero no pudo ser. Esta mañana tampoco me apetecía gran cosa, pero la verdad es que siento que me he perdido un capítulo de su vida que podía haber sido bonito y que, como todos los capítulos de todas las series que me tienen en ascuas, no está en eMule.
Ha sido una semana extraña. Y larga, muy larga. La médica (bonita discusión filológica sobre los géneros en las Comendadoras, el jueves) me da consejos que, en parte, he empezado a cumplir. Una hora y media de ejercicio todos los días. Y paseos. Ver exposiciones, ir al cine. Andar, sentir el sol en la cara. Llamar a amigos a los que hace mucho que no veo. Como a Fan #2, con quien sostengo una conversación increíblemente trascendente en una esquina del Pepe Botella, el martes. Su cumpleaños fue la semana pasada, pero él se empeña en hablar del mío. El mío quiere Contempopránea, aunque la Chica India quiera pluriempleo.
Vestirme de colores. A falta de pan, buenos son tintes. Llevo el pelo naranja, pero de verdad. Por fin. Así que ya no hace falta que me vista de colores, me vale con mirarme de nuca para arriba. Ella quiere que me maquille, yo le digo que nanay. Nunca me maquillo, no voy a empezar ahora.
Encuentro en Infojobs la vacante que he dejado. O sea, que es cierto. Esos dos meses de los que habla la doctora de la mutua, son ciertos. Mejor. Tiempo para pensar. Mi PC se cuelga cuando me pongo a buscar oposiciones. Mi PC se cuelga todo el rato, en realidad. Va tan tremendamente mal que estoy okupando el del Chico Cósmico. No sé qué le pasa, en realidad. Quiero devolverlo pero me gustaría poder sacar todo lo que hay dentro, y para eso tendría que aguantar abierto al menos un par de días, sin apagarse misteriosamente, sin mandar frenéticamente mensajes de error a Windows.
El findesemana ha sido intenso. Bonito, curioso. El viernes por la mañana inauguraba mi tío la exposición en Conde Duque, por fin. Nos juntamos un grupo más que variopinto en el cóctel. Nos pegamos al Chico Divino y su Negro, que pretenden convencer al Chico Cósmico de que se case, para pedirle a Caprile un vestido de novia con corpiño para mí. Me río muchísimo. Mi madre me pide que no beba más. Yo sostengo que tengo permiso del psiquiatra. Me acerco a los camareros y les pido la enésima copa de champán para brindar por mi boda. La verdad es que el Chico Cósmico es un solete. Encima de lo que le toca soportar, está encantado, dice que lo pasa bomba, que tenemos que ir a la terraza supraolavideña del Chico Divino, que ha sido fantástico. El Chico Divino dice cosas como "No puedo soportar pensar que este pingajo que bailaba con él hace diez años se haya convertido en una persona tan maravillosa y yo me lo haya estado perdiendo", mientras me da su número de teléfono, y yo pienso que voy a llamarle. Lo dice la doctora. Y lo digo yo.
De la exposición, vamos a comer a un sitio curioso en la Plaza del Limón, del que me escapo para ponerme el pelo naranja y salir corriendo al segundo aniversario de Future Shorts (si estuviera pensando en hipertexto, como corresponde a alguien que tiene que entregar mañana un trabajo de Técnicas de Edición Electrónica, esto llevaría hipervínculo. Pero aún no me he leído los apuntes. Luego me quejaré, claro). El IED es un lugar maravilloso y como yo soy pobre, me empeño en que mi hermana estudie allí. Nos encontramos con la Chica de Úbeda #3, y al parecer, soy cínica con ella, pero yo sigo borracha y me siento muy encantadora y muy correcta. Nos comemos montones de vasos de palomitas, cantamos "we are your friends, you'll never be alone again", nos reímos de un videoclip de Chemical Brothers que quieren vendernos como cortometraje de ficción, me enamoro de un corto que Blue tiene que ver (se llama No bar, es brasileiro). Nos tomamos un cóctel, posamos de espaldas para las fotos. El Chico Escritor se mete conmigo pero a mí me gustan los Sex Pistols. No nos mola hacernos los modernos, así que nos vamos al Colo, a ver fugazmente a la Chica India y, algo más de rato, al Chico del Entusiasmo, aunque está muy poco entusiasmado. Llegamos a casa a las mil, con las piernas hechas polvo, y sólo es viernes.
El sábado vuelta a la exposición pero con mi bandada de primas chiquitajas. La sensación está bien, aunque da pena que se vayan, aunque me pierdo la exposición porque tengo que llamar a Blue pidiéndole atajos de teclado en Mac porque ser funcionario es un chollo y se puede ser técnico informático en un centro cultural sin haber tocado jamás un Mac. Shit happens. Comemos chino, vuelvo a casa, estoy hecha sólo media persona, y me encuentro muy mal.
Cactus ha decidido pasar el día en el piso de abajo y me preocupa que ya no quiera a Vespa.
Tengo que hacer el trabajo. Para eso, tengo que leerme los apuntes. Para eso, me gustaría limpiar el cuarto de los enanos, para poderme tumbar a leer con ellos. Es divertido que se coman mis manuales. Para eso, debería comer. Pero...

7.3.08

De la confianza en el género humano

A ver cómo hilvano yo todo esto que me ronda la cabeza. Era más fácil cuando me llamaba INC.On.Ex.A (o bien cuando podía postear tres veces al día, y no una a la semana en modo +aquitepilloaquitemato).

Veamos. Cronología.
Jueves tarde, psicólogo. Seguimos haciendo historia, pero me comenta que una de nuestras futuras áreas de trabajo será el análisis de mi manera de crear vínculos afectivos y de confianza, para ver por qué siempre elijo tan mal a las personas (que nadie se ofenda, creo que a nivel general se puede decir que es una realidad palpable), y por qué narices me dan miedo.
Jueves, más tarde, en casa de mis abuelos. Mi abuelo asegura que el ser humano no es más que un bípedo ocasional, cuyo rasgo distintivo es que sabe matar a distancia, y que por tanto se siente orgulloso de tener 79 años y ningún amigo. Me parece triste, sí, pero muy respetable. Aunque contradiga lo que acabo de decirle al señor Parador de Montañas Rusas acerca de lo importante que es partir de cero y olvidar los daños anteriores antes de empezar una nueva campaña, un nuevo reto, una nueva relación.
Jueves noche, sueño. Mi hermana necesita urgentemente un uniforme para un baile del instituto. Van a vestirse de hombres, y necesitan cinco camisas y cinco corbatas que hagan juego. Le pido ayuda al Chico Pequeño, que se ríe de mí hasta la extenuación porque, si de algo carece, es de corbatas. Así que se me ocurre ir a pedir ayuda al Chico Hipermagnético. (¿?) Llego a su casa y no está, así que abro con mi propia llave (¿¿??) y entro. Abro los cajones, veo que tiene ropa suficiente como para prestarle a mi hermana lo que necesita, pero no quiero cogerla sin permiso, así que espero a que venga. Me entran un sueño y un calor terribles, así que me acuesto desnuda. Un rato más tarde, abre la puerta, sonríe, dice: "Vaya sorpresa". Yo le digo que no, que he ido como amiga, le explico la situación, me da cinco camisas y cinco corbatas cromáticamente coordinadas, y me dice que no me preocupe, que duerma si estoy cansada. Fuera llueve y yo vivo muy lejos (MEMO: tengo que explicarle al psicólogo que tengo un mundo espacial paralelo cuando sueño. Las mismas casas, los mismos bares, las mismas calles, las mismas cuestas, la playa sobre el acantilado, el hotel neoyorkino, el centro comercial Chinatown, el lodo verde, el campo de golf...), así que la idea suena bien. Hasta que unos padres (¿los suyos, los míos, los del Chico Cósmico?) entran en la habitación enajenados. Me gustaría decir que no es lo que parece, pero en realidad pienso desde que ha entrado que faltan segundos para que se me lance a la yugular. Así que es él quien habla, me tapa con la sábana, cierra la puerta, recoge la ropa que me presta. Cuando estoy vestida, me besa en la frente, y me dice: "Todo el mundo cambia".

En realidad, yo sé que no. Pero me gusta pensar que sí, y así nos va. Y porque creo que es necesario confiar en la gente, creo que es necesario participar en el juego democrático. Tanto, que yo cambiaría el derecho al voto por la obligación de votar, bajo sanción de no beneficiarse de ningún tipo de ayuda estatal (subvenciones, seguridad social, incluso transporte público, si me apuras) si no se vota.

Por favor, voten. Voto útil, voto inútil, voto práctico, voto utópico, voto en blanco, si quieren. Pero voten, porque aunque todo sea un asco hay que guardar un poquito de esperanza en el género humano para luego sonreír cuando te besan la frente en sueños o cuando una niña que no se llama Victoria Esperanza va cantando de camino al colegio con una felicidad auténtica, genuina, contagiosa, que también es humana, como la capacidad de mentir, como la capacidad de matar.

11.2.08

Desde que mi Tía Becky dijo que la UOC corría de su cuenta, el mundo es un sitio un poco mejor. Si todo sigue según mis cálculos, en doce meses seré, por fin, licenciada. Y seguiré siendo chiquita y con cara de niña; y seguiré dando poco miedo a los proveedores y seguiré sin ser capaz, a primera vista, de dirigir un equipo. Pero tendré un título y tres años de experiencia y eso no me lo quitará nadie.
:)

10.2.08

Family weekend

El viernes hice una entrevista de trabajo. Y lo importante no es la entrevista (que fue bien), ni la empresa (que me pilla a veinte minutos de casa) ni el trabajo (que sería como responsable de marketing omnipotente), el caso es que fui, e hice una entrevista de trabajo, y me prometí a mí misma que dejaría de ser un desastre con patas.
Luego, me llegó un mensaje de la Chica Ángel diciendo que tengo esto abandonado, y es cierto. Es cierto porque, como bien dice el Chico Escritor, los blogs lloricosos son repugnantes y odio estar lacónica y quejica y llevo una semana bastante neurasténica y no he estado muy por bloggear. Pero, como también dice bien el Chico Escritor, casi enamoramos una vez a Laura Cuello, o, lo que es lo mismo, que venga Dios y lo vea, o, por tirar de refranero y dar un poco más en las narices, podemos darnos con un canto en los dientes (y aquí va una disertación sobre el masoquismo en el refranero popular español que, como estoy generosa, os voy a ahorrar). Y si no me llaman, no importa. Y si no me suben el sueldo, no importa. Y si no pasa nada más, no importa.
Tengo 23 años, contrato fijo, un trabajo que me encanta, una carrera que me apasiona y que de pronto puedo pagar (que me van a pagar, quiero decir), un chico que es un puñetero regalo divino, una suegra que me mima más que mi propia madre, un apartamento precioso y un montón de pelos de mis enanos en la ropa. Soy querida a más no poder, y ya está.
Propósito de esta semana: levantarme de la cama. Propósito v.2.0, terminar la rehabilitación. Pasos pequeños. Buenas intenciones. En una ciénaga, sí, pero ciénaga en medio del camino correcto, que ya es un señor paso.
Pelear con la pereza. La Paradora de Montañas Rusas dice que quiere que me recuerde como una luchadora, que es como ella quiere recordarme. Y lucho, lucho contra la insatisfacción adolescente de mi hermana y contra la insatisfacción inherente a mi madre, y contra las pesadillas, y contra la realidad pesadillesca, y contra los sueños que se hacen humo y contra el humo que se hace sueño y contra el mono de las pastillas inducido por un pésimo sistema de Seguridad Social, y contra las ganasdenada, y contra lo que se me ponga enfrente.
Porque el viernes a las 4 y media decía que iba a ser un findesemana insulso y en realidad he hecho más cosas que cualquier otro. Familia, sí, sobre todo, pero de qué manera. Y más.
Y lo que se puede hacer un domingo a las nueve menos cuarto cuando uno se pelea contra los tópicos.

2.1.08

2008, v. I

El fin de año es como cualquier otro día en casa de mis padres. Por supuesto, 2007 no se va sin hacer otra de las suyas, la última, y dejarme una mano hecha una piltrafa. No faltaba más, no. No te preocupes, maldito año con nombre precioso. No nos vamos a olvidar de ti.
2008 empieza raro porque es fantástico que te traigan el desayuno a la cama, pero el coche va por lugares equivocados, no llevo encima más que media paroxetina, y entre unas cosas y otras acabo echándome a llorar como una niña después de haberme dormido antes de la comida (un desastre total como invitada, eso soy).
Mi tía Becky está totalmente exagerada. Se extraña de ser modelo ante mi psiquiatra pero hace una detrás de otra. Dice que ella pensaba que la ciclotimia dolía más. Sonrío. Me pinta, y el Chico Cósmico es un valiente y viene y hasta me ve guapa a pesar del maquillaje, y le llaman Happy y Jose todo el rato, pero aguanta como un campeón una partida de Continental tramposo, una partida de Trivial aún más tramposo, y muchas, muchas, botellas de champú. Se va familiarizando con el lenguaje de mi familia materna, aunque la velocidad con la que se apodan unas a otras no le ayuda a recordar los nombres, pero poco a poco identifica al Vasco al que aborrecemos y se ríe con los demás. Nota final: unanimidad de pulgares hacia arriba, porque el Vasco, claro, no cuenta.
Ahora, empezar un año. Empezar un año con una idea clara en la cabeza. He tomado una decisión, y no sé si eso implica que se va acabando el período de hacerse preguntas y comienza, paulatinamente, el de la aparición de respuestas. Porque están allí, claras y distintas como en la cabeza de Descartes, si abres la puertecita aunque sea un poco.
Mañana, no sé. Hoy, presentina, pendientes, café después de cenar, ferrero rocher, y muchos, muchos abrazos.