7.3.08

De la confianza en el género humano

A ver cómo hilvano yo todo esto que me ronda la cabeza. Era más fácil cuando me llamaba INC.On.Ex.A (o bien cuando podía postear tres veces al día, y no una a la semana en modo +aquitepilloaquitemato).

Veamos. Cronología.
Jueves tarde, psicólogo. Seguimos haciendo historia, pero me comenta que una de nuestras futuras áreas de trabajo será el análisis de mi manera de crear vínculos afectivos y de confianza, para ver por qué siempre elijo tan mal a las personas (que nadie se ofenda, creo que a nivel general se puede decir que es una realidad palpable), y por qué narices me dan miedo.
Jueves, más tarde, en casa de mis abuelos. Mi abuelo asegura que el ser humano no es más que un bípedo ocasional, cuyo rasgo distintivo es que sabe matar a distancia, y que por tanto se siente orgulloso de tener 79 años y ningún amigo. Me parece triste, sí, pero muy respetable. Aunque contradiga lo que acabo de decirle al señor Parador de Montañas Rusas acerca de lo importante que es partir de cero y olvidar los daños anteriores antes de empezar una nueva campaña, un nuevo reto, una nueva relación.
Jueves noche, sueño. Mi hermana necesita urgentemente un uniforme para un baile del instituto. Van a vestirse de hombres, y necesitan cinco camisas y cinco corbatas que hagan juego. Le pido ayuda al Chico Pequeño, que se ríe de mí hasta la extenuación porque, si de algo carece, es de corbatas. Así que se me ocurre ir a pedir ayuda al Chico Hipermagnético. (¿?) Llego a su casa y no está, así que abro con mi propia llave (¿¿??) y entro. Abro los cajones, veo que tiene ropa suficiente como para prestarle a mi hermana lo que necesita, pero no quiero cogerla sin permiso, así que espero a que venga. Me entran un sueño y un calor terribles, así que me acuesto desnuda. Un rato más tarde, abre la puerta, sonríe, dice: "Vaya sorpresa". Yo le digo que no, que he ido como amiga, le explico la situación, me da cinco camisas y cinco corbatas cromáticamente coordinadas, y me dice que no me preocupe, que duerma si estoy cansada. Fuera llueve y yo vivo muy lejos (MEMO: tengo que explicarle al psicólogo que tengo un mundo espacial paralelo cuando sueño. Las mismas casas, los mismos bares, las mismas calles, las mismas cuestas, la playa sobre el acantilado, el hotel neoyorkino, el centro comercial Chinatown, el lodo verde, el campo de golf...), así que la idea suena bien. Hasta que unos padres (¿los suyos, los míos, los del Chico Cósmico?) entran en la habitación enajenados. Me gustaría decir que no es lo que parece, pero en realidad pienso desde que ha entrado que faltan segundos para que se me lance a la yugular. Así que es él quien habla, me tapa con la sábana, cierra la puerta, recoge la ropa que me presta. Cuando estoy vestida, me besa en la frente, y me dice: "Todo el mundo cambia".

En realidad, yo sé que no. Pero me gusta pensar que sí, y así nos va. Y porque creo que es necesario confiar en la gente, creo que es necesario participar en el juego democrático. Tanto, que yo cambiaría el derecho al voto por la obligación de votar, bajo sanción de no beneficiarse de ningún tipo de ayuda estatal (subvenciones, seguridad social, incluso transporte público, si me apuras) si no se vota.

Por favor, voten. Voto útil, voto inútil, voto práctico, voto utópico, voto en blanco, si quieren. Pero voten, porque aunque todo sea un asco hay que guardar un poquito de esperanza en el género humano para luego sonreír cuando te besan la frente en sueños o cuando una niña que no se llama Victoria Esperanza va cantando de camino al colegio con una felicidad auténtica, genuina, contagiosa, que también es humana, como la capacidad de mentir, como la capacidad de matar.

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