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24.10.13

Bucles

La Chica India se curra una playlist de canciones que escucha en loop, yo me planteo que por una vez es mejor que alguien me preste un bucle ajeno que seguir alimentando los bucles propios (o ese momento en el que por mis venas circulan solo frases de Julio de la Rosa. Todo el rato. Cooonstantemente, que diría la Sobrina Fantabulosa), y no.

No, porque el problema que tienen los bucles es el origen, no el desarrollo. Me da igual cómo de amplio sea el desarrollo: de lo que estoy hartísima es de volver al mismo punto.

El Chico Extraordinario decía el otro día en la charla por Skype más reconstituyente de mi vida que está leyendo mucho, y aprendiendo, y escuchándose, y que había descubierto, gracias a una feminista de cuyo nombre no podía acordarse, de que lo que hay que hacer es dejar de estar enamorado y empezar a amar.

¿Saben esas veces en las que uno piensa que una idea ha estado ahí toda la vida de puro buena que es?

Pues eso.

Amar en vez de estar enamorada. Abrazar en vez de oler.

Ahora mismo no te quiero en mi corazón sino en mi cama.

Quiero querer mucho, pero no está(i)s en mi lista de destinatarios. Todo tiene sus limítes.

Y sé lo que hago y por qué lo hago, pero duele mucho filtrar tanto después de todo este tiempo sintiendo a manos llenas.

Sobre todo, con la música inadecuada.

En bucle.

22.8.13

No se puede trabajar en agosto

Una se cree muy lista cuando se coge las vacaciones fuera de fecha, y todo el mundo se va en agosto, y piensa que va a tener dos meses de vacaciones: el que le corresponde y ese en el que no hay clientes.

Pero en verano el tiempo pasa de otra forma.

El sol acaricia las paredes con auténtica fruición. Se desplaza por ellas sin prisa, sus rayos pegajosos se escurren por cualquier rendija. Y todo parece ralentizarse, y las horas son más largas porque los días son más largos y las personas, más lentas.

Pero ese ritmo no evita que haya noches, que los días se acaben, que pasen.

Y una cree que su máxima preocupación es desplazar el monitor y el teclado hasta que la silla queda justo frente a la ventana y que den las 3, o las 5 menos cuarto, o las 7 y media, porque los horarios en veranos se vuelven ácratas, pero luego los días pasan y Outlook pita, y si antes pitaba un par de veces, ahora pita seis o siete, mientras yo miro a mis tareas juntarse en torno al deadline y lo único que pienso es "Don't worry baby, don't be uptight, don't worry baby, we'll stay up all night".

This is the noise that keeps me awake. El resto, que espere a septiembre.

24.1.10

Todos llevamos un Chico Escritor dentro

Mira que me molesta, pero al final, cuando tiene razón, la tiene. Y cuando la gente empieza a hacer las cosas feas (que no necesariamente mal; tanto desde un punto de vista "regulatorio" como desde un punto de vista ético es probable que no fuera sino la única salida correcta), voy y me enfado.

Estar enfadada con una persona en concreto es toda una experiencia nueva. Quiero decir: soy muy de enfadarme, pero con leyes generales, con el planeta tierra, con la humanidad en abstracto, o, en todo caso, conmigo. Enfadarme con una persona en concreto y que no sea yo, eso es nuevo. Tan nuevo que no sé llevarlo, tan nuevo que me encuentro en casa a punto de salir y suelto un grito rabioso que no sé de dónde me sale y que a Blue le da miedo, tan nuevo que me tiene absolutamente desconcertada durante un montón de horas.

Así que paso la mañana desconcertada. Además de ajena, a todo ese universo que sucede fuera de mi ombligo, lo que por otra parte no deja de colaborar con mi desconcierto. Están pasando cosas que no sabemos, que no entendemos, con las que no contamos.

Sería curioso saber si esas cosas también tienen reglas.

El Chico Escritor, en modo terapeuta telefónico, pregunta para qué narices sirven mis reglas si al final estoy exactamente en las mismas, sentimentalmente hablando. Supongo que es para evitar, precisamente, el momento enfado. No quiero que se enfaden conmigo así que yo no me enfado con nadie. Romper la barrera de enfadarse con alguien es una cosa peligrosísima. De hecho, unas horas después, me descubro a mí misma claramente malinfluida por la Mala pensando un montón de sandeces relacionadas con el cinismo moral y que al final concluyen con un "A mí no me saques tu genio, que te lo mato".

No, hombre, no. No queremos matar nada, y mucho menos genios, por lo que pueda pasar con la polisemia.

Paso la mañana y buena parte de la tarde cargada de buenas intenciones que incluyen la promulgación casi inmediata de un paquete de reglas nuevo, pero el Chico Escritor insiste, ¿para qué sirven? Y sí, no sirven de nada. Y Blue es mejor construyendo escenarios posibles que yo, que me quedo en la primera escena y me como secuencias como aceitunas. Hago un esfuerzo importante de construir escenarios serios y complejos y decido anular en vez de postergar. Mejor así.

Porque, hoy, además, estamos a otra cosa. A otras dos cosas, en realidad. Una tarde rara que incluye ver a otra fantástica persona que no ha sido capaz de aguantar la Ciudad Hostil. Decir adiós al Chico Collage cuando acababa de reencontrarle duele un poco bastante. Un par de momentos absurdos porque, sinceramente, no estamos como para dar consejos sentimentales, pero ni de lejos. Una cena a las 8 de la tarde. Y por qué no. [No tenéis idea de lo grandísimo que es tener hambre de una forma sana y recurrente. Yo quiero estar así toda mi vida].

Y como estamos a dos cosas a la vez, una de Caipiroska con momento absurdo incluido ("Gran momento para pedir un Ruso", y el Chico Hipermagnético hace un cameo estelar por la izquierda), un montón de dudas sobre la B.S.O. (viajes en el tiempo, canciones que deberían ser de verdad y no de película, Álex y Cristina...), y un hasta aquí hemos llegado.

Y ahora estamos sólo a una cosa. Y al menos digo las cosas como son sin excusas absurdas. Es curioso lo de ser tan pro-sinceridad, mentir tan mal, y meterme en bolas de excusas ridículas con esta facilidad.

Y seguimos. Seguimos en un Búho Real muy adolescente (para adolescencias estamos nosotros). "Qué bonito es ese momento en el que vuelve a hablarte la radio". Qué momento absurdo cuando te escuchas a ti misma cantar Coti con el entusiasmo de entonces. Qué cosa más rara que Todo vuelva a ser lo que era, o al menos algo muy similar. Qué dejà-vu con My favourite game. Seguimos en un Honky tras unas patatas espectaculares, porque, insisto, tener hambre todo el rato mola mil. Seguimos en un Honky curioso, que incluye una hora española. Y no queremos irnos: y menos mal que no lo hacemos porque nos faltaba el último pico, esos Killers y esos Editors, y esos Radiohead, y, sobre todo, ese cierre versión Richard Cheese.

Y cuando una llega a casa, piensa que está bien. Que si una se tiene que enfadar, se enfada. Que si se le pasa, se le pasa. Que la música es probablemente uno de los más grandes hallazgos civilizatorios, y que no sabe por qué se discute todo el rato sobre la escritura, con lo grandes que son las canciones (y los Strokes no tendrán una letra buena, pero y qué). Y entra en modo armónico y se pone las dos canciones que le faltan. Y sonríe y casi no le molesta encontrar un mail de la persona que originó todo esto, en modo aquínohapasadonada, y hasta contestarlo en modo académico-agradecido-encantador.

Qué sería de la civilización, también, sin la inconstancia...