31.12.10

No sabré pronunciar la equis...

Desde que soy chica-de-embajadores (y digo el barrio; que suena a profesión, y, de momento, la necesidad no es tan acuciante), tengo incluso conciencia de mi situación socioeconómica, o así, y me he vuelto consciente de cuánto gasto y en qué, lo que ha supuesto un descenso descomunal de mi consumo en taxis (sobre el que supongo que también influye notablemente vivir en el puñetero centro, estar a dos pasos del Rey del Laboratorio, y haber restringido mi vida social en una posesión demoníaca por parte de la maruja que escondo dentro). Y, sin embargo, llevo 3 en una semana. Lo cual duele algo al bolsillo, las cosas como son, pero me parece que eran necesarios, al menos vistos a posteriori. El segundo, por compartirlo con la Chica Úbeda y su fiebre (que lo hacía pertinente) y su maravillosa forma de ver el mundo (que lo hacía encantador). El primero y el tercero, por recordarme lo que me gusta a mí el gremio de taxistas, en general.

Nochebuena, 7 de la tarde, ni un puñetero taxi (nota para no-iniciados: la parada de taxis de Lavapiés es de cartón piedra). Yo, con mi maleta, mi portátil y mi dolor de espalda a punto de convertirse en infierno, recorriendo calles arriba y abajo. De pronto, una luz verde y una sonrisa de oreja a oreja. Un taxista con acento portugués que sin embargo es hijo de gallegos y residente en Madriz desde hace ni se sabe me lleva a casa de mi tía mientras debatimos sobre si es inseparable el autoengaño del cariño. Termina ofreciéndose a recogerme en cualquier sitio a cualquier hora (evidentemente, como taxista, señores, no piensen mal) y a traducirme todo lo que necesite al portugués por si tengo que pedir uno de esos trabajos que de momento esquivo con cierta elegancia. Y concluye con un: "Me ha encantado hablar contigo. Transmites mucha calidez y mucha calma". Que me parece que podría ser mi antidefinición, pero me gusta como suena.

Hace un ratito, entro en el metro de Tribunal y el segurata me dice "Oooooooh" cuando le digo que no voy a Pinar de Chamartín, así que salgo zumbando para ver si aún cojo a la Chica India camino de Alonso (considerando que no oye mis gritos, que para eso inventó dios el iPod - y esta frase daría para un post, si yo aún escribiera no sólo compulsiva sino también regularmente). La cojo (mientras pienso en la enfermera y sus consejos de: "Estoy limpiando mis pulmones. Voy a usarlos"), y me advierte que no voy a llegar (y tiene razón, claro; nunca discutan con un Tauro, en general). Ella sí, sólo faltaría que se equivocasen y no pusieran su metro de las 2.03. Yo salgo y tengo un momento de pensar en irme andando, pero al final cojo un taxi. Acierto. Porque me paso el camino a casa discutiendo con un taxista trilingüe apasionado del arte y la filosofía sobre el aumento indiscriminado de la hostilidad. Me encanta oír hablar de Rousseau, incluso ahora que no puedo ser ni hobbesiana, porque una mañana me desperté postestructuralista y parece que esto no hay quien lo pare. Hablo de dualismos, de posibilidades de desarrollo, en realidad estoy hablando de capitales, pero no lo digo, porque me parece una palabra espantosa y creo que alguien debería encontrar otra para poder sentirme, además, bourdieuana (Señor Rey del Laboratorio, si lee esto, haga el favor de decirme cómo se escribe eso correctamente).

Paramos en mitad de Embajadores. Y seguimos charlando. Nos echamos piropos. Dice que le gusta que alguien tan joven pueda ser kantiano aunque sea en cierta medida (y yo no se lo he dicho). Yo le digo que me encanta que me recuerde por qué me gustaba coger taxis y que me parece una de las conversaciones más bonitas que he tenido en mucho tiempo. Me dan ganas de mandarle a la Chica Mariposa a hablar de neuronas espejo. Casi tengo el horrible tic de pedirle una dirección de e-mail para seguir charlando. Luego pienso que es una vulgaridad acabar así una conversación. Y, justo mientras dice que en nuestro cerebro hay algo ofídico, otro taxista se para tras nuestro coche, obligándome a bajarme para que lo haga con una sonrisa y no con un escalofrío.

Al llegar a casa, un SMS de la Chica India lamenta que no haya llegado al metro. Yo lo celebro infinito. Por alguna extraña asociación de ideas, recuerdo de golpe que alguien, una vez, se hizo una cuenta de correo electrónico sólo para charlar conmigo y que el identificador era "sienteteafortunada".

Me siento afortunada todo el rato. Quiero paladear esto. No dejéis que se me olvide cuando, en cuestión de horas, días o semanas (ya iremos viendo) la carencia de nicotina me haga verlo todo negro humo.

27.12.10

Xmas time

Hace ya casi un mes que en ese invento del demonio conocido como Farmville (y del cual afortunadamente voy consiguiendo desengancharme) empezaron a fraguar el espíritu navideño, permitiendo sembrar ponsetias, montando retos para conseguir nieve y luces de colores y demás tópicos.

No recuerdo qué más tenía que hacer ese día, pero sí que salí a la calle dispuesta a no pelearme con las navidades este año, que ya está bien. Creo que es posible que llegase a silbar algún villancico, e incluso que no fuera Last Xmas (I gave you my heart), lo cual está bien como cambio.

El psicólogo se ha pasado las dos o tres últimas sesiones preguntándome qué tal se presentaban las navidades, y aunque yo no le dijera otra cosa que "no estoy dispuesta a convertir una época del año en un problema", me parece que no se lo ha terminado de creer en ningún momento.

Pero el caso es que el 23 fue la tradicional copa navideña con los amigos de mis padres, y aunque no vinieran el Chico Intocable ni mi Falso Primo, me lo pasé bastante bien. Descubrí mi capacidad de hacer chistes políticos que le encantan y que no le gustan nada a mi Hada Madrina Suplente, estuve hablando de ediciones contextualizadas de la Biblia, conseguí plantearle a mi padre mi línea de investigación pasito a pasito (y sonaba incluso consistente), y no paré de escuchar que tengo mucho mejor aspecto, que me brillan los ojos, y que se me ve fenomenal; que, así, da gusto, las cosas como son.

El 24 era el único día al que le tenía algo de miedo y aunque fue uno de esos momentos en los que te dan ganas de comprar una caja entera de libros de Coupland y envolverlos para regalo, comentándolo con mi madre el 25 todo lo que podía decir era bueno. Claro, que ella andaba en bucle con lo de su régimen y también le dije que yo la veía estupenda y mucho mejor que con cualquier otro o en cualquier otra época. No me quedó otra que acabar la intervención con un "que igual es que tengo un exceso de positivismo constructivo y me parece que todo el mundo está fenomenal o, como mínimo, de camino". Pero me gusta ese punto de vista, las cosas como son.

Antes de que empezase el no-parar-de-comer de estos días, mi madre decía "qué bien, vas a estar 3 días en casa y vas a volver a odiarnos". Y no. El caso es que no. Mantener la calma y la neutralidad, por una vez, no ha sido difícil; aunque haya ayudado tener una contractura tan bestial que nadie pudiera meterse con mis ritmos ni mi nivel de actividad (y que, a cambio, me hace perderme el jolgorio navideño con la Chica India, pero en fin). Colaborar según las posibilidades, y mirar las broncas desde la barrera. Todo bien. Creo.

Descubrir que ya le he pillado el punto a mi hermana, sin duda, y que casi le compro exactamente el bolso que quería, y sentir una ilusión desbordante porque aunque no se deje, la voy conociendo. Alegrarme como si la ilusión de mi Cuñado fuese mía, porque no se ha visto jamás un chico tan majo y con tan mala suerte.

Y reunirnos por fin toda la familia por parte paterna, y que todo salga bien, y que mi abuelo aguante el día y hasta disfrute de muchos de los ratos, y no sentirme chiquitita e inútil mientras mis tíos discuten, sino disfrutar de lo que dicen y de las ganas con las que lo dicen. Recibir halagos y no sólo críticas. Sentirme afortunada casi todo el tiempo (e incluso guapa, muchos ratos). Que mi Prima La Brujita me abrace de sopetón y que lo haga como si no fuera a soltarme nunca, y luego me regale un dibujo (aunque me mienta y me diga que no le gusta escribir). Que toda la familia se haya empeñado en que vuelva a escribir y contestar, simplemente, "no tengo prisa. Igual un día me levanto y me da por ahí". Sentir cariño, no presión.

Y llevarme de regalo una noche más con el Rey del Laboratorio.

Quién decía que las navidades no podían estar bien.

22.12.10

Higiene mental

Dentro de mi rediseño vital, entre otras cosas, se incluye el hacer algo que me apetezca todos los días. Lo que tiene de grandioso esa regla es que "no pensar en qué narices me apetece y perder el tiempo de forma miserable" puede contar como cosa que me apetece, así que es bastante fácil de cumplir, y tremendamente gratificante. Y que me ha enseñado a mirar las cosas que apunto en mi agenda como "tareas" (así las llama el móvil) de otra forma. "No quiero seguir posponiendo esto". "Quiero que esto esté bien". Terapia cognitivo-conductual, creo que es, pero me pasa con la psicología como con la sociología: que aprendo por ósmosis y soy muy poco rigurosa con los conceptos.

El caso es que para tener tiempo para las cosas que uno quiere hacer, las cosas que realmente hacen que pienses "pues qué bien", hay que eliminar viejas rutinas y, repitiéndome, las limpiezas son tristes, en general.

Hoy he descubierto, de forma completamente casual, que no soy la única que hace limpiezas. Y me ha resultado tremendamente liberador. Aprender a disfrutar de ser prescindible. Bonita cosa que hacer hoy.

14.12.10

Y siguiendo el hilo...

Puede que mi vida sea un poco menos naranja, pero sigue girando en espiral; lo que llegados a este punto de la línea, ha implicado una tangente que me vuelve a unir, desde algo más lejos, a mi antigua empresa. Ahora siguen "pagándome por escribir", pero en versión educativa en vez de comercial, que siempre es agradable. Así que me paso los días (por especificar lo de mi dulce esquizofrenia) escribiendo cursos sobre todo tipo de cosas, y su relación con la productividad. Y a veces me parece asqueroso, pero a veces se me olvida que ser productivo no es sólo ser productivo para tu empresa; también puedes ser productivo a pesar de tu empresa.

Hace años, mi madre me regaló una libreta que era espantosa y que tenía pretensiones de felicitación de cumpleaños, pero que decía en la portada "Ya sé que tienes mucho que estudiar..." y en la contra "... pero también queda tiempo para otras cosas". Yo, por aquello de ser coherente, me dedicaba a apuntar en ella todas mis listas de cosas-que-hacer, y al otro lado cosas-que-quiero-hacer.

Es bonito pensar todas las cosas que quería hacer y he hecho, y estimulante pensar en las que no he hecho. Es una sensación parecida a la de la mudanza, la de repasar cuáles de las que quedan pendientes tienen algún valor a día de hoy y desechar las que no vienen a cuento; y hay que poner el acento en que no es el momento, y no en que "ya se pasó".

Pero es evidente que tengo que aprovechar todos esos privilegios en los que pensaba hace un ratito para rehacer mi lista. Aplicarme todas esas cosas que escribo y que son en su inmensa mayoría tópicos pero pueden ser otra cosa. Momento pedante: ¿en qué quedan los resultados de un lugar común si se miran desde otro lugar distinto?

Saber qué es lo que me gusta y qué es lo que me aporta valor. Qué me gustaría hacer y qué hago sin que me convenza. Dónde quiero llegar y qué me lo está impidiendo. Coger mis 24 horas diarias, que no serán muchas, pero son mías, y poner ladrillitos para la vida que quiero tener.

Dejar de quejarme de la granja y de jugar a la granja. Cumplir la regla de los 2 minutos (si tardas menos de 2 minutos en hacerlo, hazlo sin dilación) para responder los correos de las personas que están lejos y quiero sentir cerquita, en lugar de aparcarlos en mi bandeja de entrada como tareas pendientes. Dejar de permitir que las personas se vuelvan tareas pendientes. Distinguir un pasatiempo de una afición, y apostar por los segundos en lugar de por los primeros. Creerme eso de que sin dormir y sin comer uno no sirve para nada y comer y dormir como debiera.

Este año he aprendido a disfrutar cuando hace bueno. A salir a la calle y alegrarme de la temperatura y del aspecto del cielo. Me parece una cosa complicadísima de hacer, honestamente. Porque aunque el cielo esté precioso puede hacer un frío de pelotas que no acompaña para irse lejísimos a hacer no sé sabe qué trámite; y aunque estemos a los grados precisos si te vas a pasar el día encerrado cumpliendo compromisos para qué sirve. Pero es mentira. Sirve. Y acompaña.

Si sé hacer eso, puedo hacer todo lo demás. El problema es que me paro a desesperarme en vez de a pensar. Y que me preocupa saberme los trucos en lugar de cómo ponerlos en práctica.

Esta tarde pensaba qué hago yo dando lecciones, y luego he pensado que he tenido la suerte de tener tiempo para pensar y poner las cosas en orden. Es una pena: la mayoría de la gente que lee mis cursos no la habrá tenido. Por eso les tengo que dar las cosas mascaditas.

Así que habrá que aprovechar el parón para masticar bien, saborear adecuadamente, y garantizarse una buena digestión de lo que quede por venir. Y a ser posible, hacerse con un buen libro de recetas.

Así que estoy rediseñando. Además de quejándome. Que una cosa no debería quitar la otra, y que es muy triste acostarse bajo la etiqueta "de uñas" cuando uno puede acostarse bajo "construyendo".

Buenas noches, personitas.

Honestidad brutal (de mí, pa' mí)

El Chico cuyo apodo ya no recuerdo dice que me haga mirar mis estados de Facebook porque se preocupa por mi estado de ánimo. Yo no soy consciente de estar mandando mensajes negativos, pero sí que es cierto que he acumulado demasiada frustración y que es posible que salga por todos los poros. No los reviso, por si acaso. El blog, que al fin y al cabo está abandonado, me parece más fácil (y menos representativo), y veo que alterno adecuadamente las etiquetas de "construyendo" y "nostálgica". La Chica Mariposa me envía mensajes preguntándome por mi alternancia de blanco y negro. Ha llegado un momento en el que igual debería ser yo la que piense un poquito cómo estoy, en vez de lo que tengo que hacer.

Podría hacer el enésimo resumen de noticias y hacer un balance con pretensión de objetividad, aunque todos sepamos que eso no existe. Casa nueva - mucho jaleo - casi terminado - paz, tranquilidad, sensación de victoria, bonito rincón en que vivir. Enésimo cambio vital - mucha nostalgia - mucha gente perdida por el camino - mucha gratitud por la gente que se queda - bastante sensación de pérdida - sensación de estar desubicada pero bien acompañada (a veces). Difuso proyecto de futuro - cambios de carácter - inseguridad crónica - buenas expectativas - sensación de valer lo suficiente para caer, de vez en cuando, de pie.

Creo que es suficientemente sintético, concreto y esclarecedor. Pero hay más.

La gente que se quedó por el camino aparece, de cuando en cuando. En forma de mail, en forma de personaje de Rohmer, en forma de marabunta celebrando un cumpleaños. Aparece y duele muchísimo, las cosas como son. El otro día hablaba con el Sociólogo Renegado de bancos de tiempo, y no se trata de eso. No se trata de los contactos como inversión. Se trata de que uno se acostumbra al papel que los demás juegan en su vida y luego, al readaptar la obra, siempre te falta un pie por algún sitio. [Sí, soy goffmaniana nata. Este era el tipo de cosas que escribía con dieciséis años, si lo pienso] Y faltan copas de vino, aseveraciones, runrunes incómodos incluso, rutinas, celebraciones.

Precisamente, celebraciones.

Esta tarde he conseguido ir con Blue a ver Celebración, de Pinter, después de un amago de dejà-vu con la de Beckett que me perdí el pasado diciembre. En primero me marqué no sé ni cuántas páginas sobre Pinter y el silencio con esa prepotencia de los dieciocho años y sin haber leído una sola página firmada por él mismo. Ahora creo que las entiendo. Me parece maravilloso ser capaz de no decir nada en absoluto y dejarme llorando como una niña, perpleja ante los personajes que circulan saludando entre las mesas. No pasa nada: son personas que cenan, y charlan. Señores, no vayan a verla. Hagan el favor de pararse a escuchar las conversaciones de la gente en los restaurantes, en los bares, en el autobús, y asombrarse, y llorar como niños.

La semana pasada, escuché a una madre repasarle los deberes a su hija por teléfono y comentar el examen. Implicada a morir. Era realmente como si estuviera sentada en la mesa, con ella. Pero no lo estaba. El tipo de madre que pasa cuarenta y cinco minutos hablando contigo sobre las manías de tu profesora y los enunciados que va a poner ya no puede sentarse contigo. Es lo que hay.

Y es una mierda repugnante.

Es una mierda repugnante que tenga que aterrorizarme ante los antecedentes familiares de menopausia precoz porque no tenga la más mínima garantía de poder tener un hijo antes de diez años cuando es lo que más deseo en el mundo. Es una mierda repugnante que el Chico de los Recopilatorios tenga más razón que un santo cuando asegura que la reproducción no merece la pena en los tiempos que corren. Es una mierda repugnante que nos hayan robado las vidas a todos mientras sonreíamos porque era la rehostia tener treinta años y poder seguir llevando zapatillas de deporte y camisetas con dibujos y juntarse con los amigos a jugar a la Play. Es una mierda que los marketinianos celebren a las familias DINK (Double Income, No Kids). Es una mierda que tengamos que echar carreras con nuestro reloj biológico y con los procesos de adopción. Es una mierda que, en general, no importe nada en absoluto lo que vales. Es una mierda que cuando encuentres un trabajo la gente considere que eres suficientemente afortunado como para que no tengas derecho a la queja cuando un psicópata juega contigo como herramienta para su ego.

Hace dos días, todo esto se concentraba en no poder parar de llorar, metida en la cama, pensando en que mis hijos no conocerán a mi abuela. Que mi abuela se mantiene fenomenal y joven y activa y ya ha hecho todo lo que tocaba por su lado y que yo no puedo dar ni medio paso por el mío. Que es un ejemplo irrelevante pero significativo.

Tengo 26 años y hace más de cinco que estoy hasta los pezones de la gente que no para de repetirme lo joven que soy. Porque con 35, en Maternidad, te llaman primípara añosa si tienes la osadía de estar teniendo tu primer hijo.

Si tengo suerte, pasaré los próximos cuatro viviendo a costa del gobierno (aún) dedicada a cagarme en todo lo que hay en el mercado laboral que me ha llevado a esta situación. Cuatro años que no garantizan más que la satisfacción personal de estar elevando una queja a no se sabe muy bien dónde. Bueno, y que tendré un "mayor riesgo de exclusión" del mercado laboral por prolongar mi situación de desempleada. Si tengo suerte, podré plantearme que irme a EE.UU. con gastos pagados es una opción de futuro y cerrar los ojos ante la posibilidad de volver con el rabo entre las piernas. Si tengo suerte, tendré que pelearme con mis amigos por mi trozo de pastel y muy probablemente me acabe convirtiendo en un ser retorcido y mentiroso que veo tan cerca que me da miedo.

Si tengo un poco menos de suerte, podré mantenerme en esta dulce esquizofrenia que vivo ahora, en la que por la mañana construyo los discursos que critico por la noche. O eso digo. Porque en realidad no encuentro las horas para criticar nada. Estoy demasiado cansada para seguir leyendo, y me meto en bucles de autorrealización ilusoria y compulsiva consiguiendo logros en Farmville, porque así soy yo, que me creo muy lista pero caigo en toda trampa que me encuentre. Supongo que, en cuanto me acostumbre y deje de cumplir con todos los puntos de los decálogos de malos hábitos para teletrabajadores, la cosa irá a mejor; y de hecho, de momento pinta como la mejor opción.

Porque el siguiente golpe de suerte podría venir de la mano de una oferta para volver a mi sector, y volver a tener cargo de conciencia y un nivel de estrés que hay quien tolera, pero no es mi caso. Que al menos me garantiza, si mantengo mi vida de estudiante actual cuando salga de la oficina, cierto colchoncito para los 30. Si no me echan.

Lo lamentable es que todos y cada uno de ellos serían golpes de suerte. Que estoy en una posición jodidamente envidiable. Que yo envidio a los que son listos y están becados y que 4 millones de personas y sus familias me envidian a mí. Que sigo siendo una privilegiada, como lo he sido siempre. Y eso me asusta. Porque no entiendo cómo coño se sostiene un sistema en el que esto es estar arriba. Y porque, insisto, nos han quitado el derecho a la réplica.

Yo quiero un sitio donde dormir, comer todos los días, y poner mi granito de arena por la supervivencia de la especie antes de que sea tan mayor que esté comprando papeletas para que la sangre de mi sangre se convierta en un vándalo por mi incapacidad de hacerle caso. Juraría que hace treinta años esto no era tanto pedir.

Me encanta mi vida tal y como es ahora, claro que sí. Puedo sentir nostalgia de ciertas cosas (porque las he tenido) y puedo tener aspiraciones (porque sé que existen), que no es mal punto. Aprecio mis rutinas, aprecio a mis personas, y aprecio lo que hago.

Sólo pido que no me obliguen a hacerlo el resto de mi vida.

Déjenme volverme adulta, por favor. Es lo único por lo que me quejo. Ser adolescente un rato, mola. Serlo toda la vida está empezando a ser insufrible.

12.12.10

Lavapiés

En general ha sido una gran noche, a pesar del estado físico que no ayudaba. Hemos hablado de política, de sexo, de marabuntas humanas por Sol propias de las fechas, de historias de la infancia, de familia. Supongo que como cualquiera que lleve de cañas cuatro horas. Ha estado bien, y aunque no bailemos y haya quien lo eche en falta, las Chicas de Barra (esta vez, Mi Media Infancia y yo, aunque podría estar hablando de La Chica de las Sonrisas y yo sin ningún problema, que para eso sé juntarme con parejas de barra) estamos más que satisfechas.

Y entonces llega Facundo. Que es un argentino que "reparte" compresas con la cara de Carrero Blanco y te lo explica, porque algunos chistes, sorprendentemente, son mejores cuando se explican. Nos pide paciencia y la verdad es que no la demostramos, pero las interrupciones constantes del Chico Recopilatorios son buenas, lo reconoce hasta él. Nos reímos. Mi Media Infancia, a veces, un rato tarde; demasiada cerveza. Mi Media Infancia, a cambio, le demuestra que hay católicos que pueden hablar de sacrilegio cuando se sugiere crear condones con la cara del Papa, y aun así ser majos e incluso tener una cierta conciencia social. Yo, de pronto, me encuentro hablando de "Euskal Herria", y de cuándo nos robaron el derecho a la huelga, y me siento muy, muy rara. Incluso farsante. Aunque sea verdad que mi apellido debería escribirse con Tx y que fui con los piquetes el 29-S, estoy tan acostumbrada a esos reproches de reformista-procapitalista que me hacen por todas partes, que cuando me encuentro en una de estas me parece que llevo una doble vida.

Que, en el fondo, la llevo. Ayer, sin ir más lejos, hablaba con la gente que me paga por escribir cursos sobre los Frenos Personales a la Productividad (nada menos). Cierto es que hablaba de que las putas circunscripciones electorales me dan doscientas patadas y de que los sindicatos deberían darse cuenta de que, salvo nominalmente, nuestro gobierno es de derechas, pero no dejamos de ser "sector consultoría", especialidad RRHH, y yo, para terminar de rematarlo, publicista.

Se lo digo, al argentino encantador. Que toda mi conciencia social está envuelta en un podrido cuerpo de publicista, pero que al menos como tal puedo decirle que su estrategia de pseudoboicot a las multinacionales uniendo a las empresas pequeñas para poder ofrecer lo que aquellas pueden permitirse sin inmutarse mola mil. Por si le sirve, vaya.

El Rey del Laboratorio me estuvo explicando adecuadamente el concepto de gentrificación y creo que viene a ser lo que pasa cuando los publicistas con aires de proletarios acabamos yendo a vivir a Lavapiés. Y sé que no me pertenece. Que soy de corazón malasañero, e incluso, chamberítico. Pero... Me gusta este barrio que imposto. Las cosas como son.

9.12.10

Familia (una de tantas)

Llego tarde, como siempre. Es inevitable. Y de verdad que esta vez lo había intentado con fuerzas. Pero no, llego mis diez minutos tarde de rigor, con el agravante de que es uno de esos días en los que las casualidades han conseguido que todos los demás lleguen cerca de quince minutos pronto (los que menos), con lo que subjetivamente llego vergonzosamente tarde, que es una de las últimas cosas que deberían pasar.

Hace doce años que no veo a esa rama de la familia. Por aquel entonces, se celebraban bodas en Córdoba como si fuese una epidemia. Y había que pasar el fin de semana, y olía a biberones derretidos, y yo odiaba esa ciudad por algún motivo irracional y, en parte, por las palomas, las mismas que no me molestaban en Sevilla y me desquiciaban allí.

Pero, sobre todo, odiaba esa ciudad porque era donde nos juntábamos todos y teníamos que vernos y yo tenía entre doce y catorce años y todo en general era espantoso. Las bodas familiares iban en una categoría aparte que rondaba la tortura del enésimo infierno.

Recuerdo a mi madre llorando, muerta de la vergüenza, echando en cara recomendaciones para internados no tenidas en cuenta. La sensación de que en realidad no me gustaba provocar todo aquello pero que era absolutamente imposible evitarlo.

Y doce años después, sólo de pensar en "las primas" me daban temblores. He interiorizado la vergüenza ajena que provocaba. Me muero de la vergüenza yo.

Me quito el abrigo subiendo las escaleras para que nadie vea que no he tenido tiempo de llevarlo al tinte. Lo doblo tres veces porque me da miedo que se vea el agujero del forro. Intento respirar hondo pero no me sale. No he tenido tiempo de maquillarme y después de la semana pasada me parece que en cualquier momento mis ojeras se harán más fuertes que yo y saldrán por debajo de la cara de al-menos-hoy-he-dormido para devolverme mi aspecto de chica enfermiza y melancólica que resulta ser agresiva y destructiva con una fuerza que no se sabe de dónde le sale.

Y es odioso cuando te pareces a la peor versión de ti mismo.

Pero de alguna forma que me resulta incomprensible, lo que se oye alrededor es: "es increíble lo lista que es y lo preparada que está"; me hablan de educar hijos adolescentes, precisamente a mí, como si pudiera dar consejos en ese aspecto. Y el caso es que los doy. Me hablan de tú a tú, de persona-que-hace-de-las-vidas-ajenas-infiernos a persona-que-hace-de-las-vidas-ajenas-infiernos. Y entiendo muchas cosas. Y sólo acierto a decir: "al menos sabes lo que le pasa. Que no sirve para nada, que tendrá que aprender ella sola. Pero por lo menos la entiendes, y seguro que algo lo nota; y eso cuenta". Probablemente no sea mal comentario, pienso después de oírme.

Sonreímos, todos, bastantes. Somos agradables, todos, unos con otros. Sin que se note más que la buena intención esa falsedad pegajosa y navideña que suele acompañar semejantes reencuentros familiares. Se está bien, a secas.

Olvido las susceptibilidades y me voy a comprar un abrigo con el que pueda anular mi nerviosismo de camino al restaurante. Y me siento viejita, de pronto. No me gustaba nada la persona que era con catorce años, pero qué lejos queda, cómo se nota. Incluso aunque nadie hubiera hablado de nietos en bucle.

Unos días después, uno de esos sitios que te hace sentir friki cuando haces login me manda un mail hablando de coincidencias genealógicas con otro árbol. Precisamente, en esa rama de la familia. Me supone una alegría tonta, tontísima. Me devuelve, otra vez, a los doce; cuando simultáneamente a la explosión de bodas cordobesas, me encargaban en el colegio averiguar el origen de mi familia.

El carácter, no; pero la curiosidad, molaba. Mola. En realidad, no es tan distinto ser viejo de ser pequeño, supongo. O eso espero.

2.12.10

Hoy...

- Ha salido el sol. Hará un frío de mil demonios, pero el cielo estaba tan bonito que he tenido que mandarle un mensaje al Rey del Laboratorio para sacarle del despacho de manera preventiva. (Hasta ahí llega mi espíritu para jugar a matrimonios burgueses).
- He escuchado a un tipo decir por teléfono: "Yo, contigo, lo quiero todo". Y será una tontuna, pero me ha parecido precioso que alguien diga esas cosas en serio.
- He estado analizando con el señor Psicólogo las últimas semanas y hemos concluido que por fin me reconozco como ser humano. Marco límites y me busco rincones.
- Y mis rincones tienen cortinas, radiadores, pintura naranja. Que a veces se me olvida... :)

1.12.10

Volver

Poco a poco. Paso a paso.
Primero, estar a gusto. Poder dormir, ducharse. Evitar las catástrofes del tipo de lluvia de interior.
Luego, estar conectada. Despacio. Por fases. El Reader resulta abrumador y da miedo pensar en todo lo que una se pierde en dos meses sin Internet. Estado de Facebook dixit: Echo de menos los 90, cuando uno podía no tener Internet y no sentir que estaba aislado del mundo.
En el fondo, no echo de menos los 90 en absoluto. Al menos, los primeros 9 años de los 90. Las cosas como son.
Estar sola. Disfrutar del silencio y del tic-tac del reloj à la Baudelaire que a ratos es vitalista y a ratos ansiógeno, y que no quedó tan bonito como debiera, porque el máximo grado al que puedo llegar como creativa es al concepto. Production design.
Hacer listas y borrarlas cuando me sobrepasan. Posponer en términos de meses, ni siquiera de semanas.
Sonreír como una boba cuando detecto automatismos recién instalados, saborear las nuevas rutinas.
Aprender a mirar a un conflicto de frente, meterme dentro, decir NO y seguir.
Aprender que un mal día es sólo un mal día y no el principio de una mala época.
Asumir la naturaleza esquizoide que tiene mi plan vital, no aspirar a la coherencia, y aun así rechazar el posmodernismo de pleno porque ni todo vale, ni todo es construido. O igual sí, pero no me da la gana.
Pataletas y calendarios de Adviento, porque ser pequeña sienta bien.
Aspiro, sólo, a una supervivencia relativamente agradable. Lo demás, es regalado.

10.10.10

Soy una avariciosa. Me he quedado hasta tus perchas. Me las llevaré, claro. A estas alturas, no voy a tirarlas. También.

Sí que he tirado un par de las muestras que tenía de cuando no me escuchabas. Qué quieres que te diga, prefiero recordarte cuando sí lo hacías, aunque sea sin soporte material.

La última vez sólo se vació una cómoda, la mitad de un armario. No parecía tan apabullante. Aunque en realidad lo era. No sé, de aquellos meses tiendo a tener recuerdos difusos.

El caso es que creo que me va a sentar bien un sitio donde no haya agujeros que recuerden tus fotografías.

Las mudanzas son fracasos, ya lo dije. Que en el fondo tiene un cierto toque de happy end, que a su manera ha sido a mejor, sí. Pero fracaso, al fondo, no obstante.

Qué pena tan grande que no fueras tú. Ni aquí.

Paréntesis, 2.0. Afortunadamente

La cosa básicamente era que no debería haberme movido de casa, que no había embalado suficiente, que cada vez que intento ser selectiva con los trastos me da llorera (véase posts anteriores) y que así no se puede. Pero como se supone que estoy dejando de castigarme a mí misma (aun a costa de no parar de hablar de castigos divinos, porque esto, al fin y al cabo, es progresivo), saco la basura (que, vista en la calle, igual no es tan poca) y me voy a la Casa de la Tortilla, aunque sólo sea para conocer al Chico Berlinés y confirmar que existe y no es una ilusión compartida por el Rey del Laboratorio y el Sociólogo Renegado.

No sólo existe, sino que es majísimo, y mientras engullo un pincho de tortilla voy envidiando la vida Erasmus y la vida alemana, el aprendizaje idiomático por inmersión y poder escuchar las historias de supervivientes del Holocausto de primera mano.

En paralelo, dos Erasmus italianos intentan hablar sin mover las manos y cuentan malentendidos lingüísticos en Argentina. El Sociólogo Renegado, que se ha encerrado a sí mismo en la esquina de la barra, me saca la lengua de tanto en tanto. Creo que estaría a gusto si el resto de los pobladores del local dejasen de jugar con la puerta y de golpearme con las chaquetas.

Pero el caso, no sabemos si por la sangría peligrosa, porque ha dejado de llover, o simplemente porque sí, es que decidimos ir a tomar otra a algún sitio cercano, y acabamos en el Redrum. Y me parece fatal. Porque creo que me habría enamorado mucho de ese bar y no vale conocerle ahora que abandono el barrio.

Discusiones iletradas (por mi parte, sólo; mis interlocutores tienen nivel) sobre música. Sonrisa del pincha cuando le pido Such Great Heights. Y es que, efectivamente, durante un rato, y desde tan arriba, todo parece perfecto. Asequible. Divertido. Me vale con mirar al Rey del Laboratorio y verle sonreír. Con prometerle a la Chica Suiza versión Erasmus Italiana que nos vamos a ir de bares por Malasaña. Con ver al Sociólogo Renegado intentar mimetizarse con un ambiente que detesta.

Durante un rato, todo está bien, y me hacía falta...

9.10.10

Gente que roba puestos de trabajo, vol. V - Servicio de información de la Biblioteca Central

En primer lugar, alguien debería tomar medidas sobre el hecho de que desde hace años, la dirección que aparece en Internet de la Biblioteca Central de la Red de Bibliotecas Públicas de la Comunidad de Madrid está equivocada, y que están en Balmes, y no en no sé qué Felipe.

En segundo lugar, alguien debería asegurarse de que hay algún tipo de comunicación entre la planta baja y la primera. Que parece fácil, pero no lo es.

Ayer, llamé a las 8 y media de la tarde para preguntar si abrían hoy y si aceptaban donaciones a pesar de ser sábado. Alguien muy majo me contestó que no había ningún problema y que podía acercarme a cualquier hora de 9 a 2. Lo que no me explicó era que tenía que teletransportarme para evitar la entrada.

Porque al llegar a la puerta con mi maletón gigante, el chico del nuevo mostrador de Información/Recepción, me ha dicho, muy lógicamente, que dejase la maleta a la entrada.

- Si es que vengo a hacer una donación.
- Muy bien, ¿quieres un carnet?
- No. Ya tengo carnet. Quiero hacer una donación.
- ¿Una donación? ¿Pero de qué?
- Pues narrativa. Un poco general y otro poco infantil y juvenil.
- ¿Libros, entonces? [¿Qué coño pensaba que iba a donar a la biblioteca? ¿Armas?]
- Sí, claro.
- Uy, no aceptamos donaciones de libros.

¬¬

- Ayer llamé y me dijeron que sí.
- ¿A qué hora?
- Por la tarde.
- Ah, pues por la tarde no sé qué hacen [O.o], pero desde luego aquí no aceptamos donaciones.

Me saca un papel, subrayado en rosa, en el que pone: Donación de Libros, como si aquello fuese, como mínimo, la Constitución.

- Mira, ¿ves? Tienes que ir a una ONG, o algo.
- Ya -nunca antes dos letras sonaron tan mal.

La vigilante de seguridad decide mediar en todo esto antes de que me ponga violenta. No me veo la cara, pero es bastante probable que esté dando un poco de miedo.

- Pero vamos a ver, ¿no puedes quedártelos? ¿Y poner una mesa, y que quien quiera se los lleve, o algo así?
- Ejem. O hablar con tus compañeros de arriba - sugiero yo.
- No, no, no. Aquí no aceptamos donaciones.
- ¿Pero no ves cómo va de cargada la chica? ¿Que lo ha traído todo hasta aquí y tú le estás diciendo que se lo lleve otra vez?
- Sí. A una ONG. Las donaciones se hacen a ONGs.

La vigilante me mira con cara de "al menos tú no le aguantas todos los días". Yo cojo mi maleta gigante, vuelvo a bajar la cuesta (llueve, además. Eso no ayuda al humor, lo garantizo) y tiro para la tienda de libros usados de General Álvarez de Castro. Salgo de ella con 20€, los libros de los que me daba pena deshacerme (porque juvenil, dice, no vende), y el ofrecimiento encantador de la madre del dueño de acompañarme a mi casa con el paraguas.

Así no hay quien contribuya al desarrollo local, debo decir. La próxima vez, me dejo todas mis ínfulas solidarias en casa y me voy directamente a donde me paguen por mis cosas.

Ya está bien.

Mateo, 11:28

Ir a ver al psicólogo, confraternizar con el C2, querer hacer fotos a las Iglesias de Menéndez Pelayo para ilustrar estos días (hasta ahí hemos llegado), dependientas de Carrefour que no conciben que haya mascarillas fuera del pasillo de belleza, bolsas de papel a lo peliculero pero tremendamente incómodas, comer de menú para no olvidar que la dieta tiene un peso importante en la consecución del objetivo de sobrevivir hasta el 13, frotar ventanas hasta que lo que ya no está impecable es la bañera, descubrir que tenemos un termo asesino de cristales y potencialmente de personas, los instaladores de cocinas más lentos del universo, explicaciones insistentes vía móvil de cómo se llega a mi casa a alguien que no sabe distinguir en castellano la izquierda de la derecha pero luego es capaz de decir "banda especial para cubrir grietas" y "máquina para lijar puertas" (lo cual es tranquilizador), besos desconcertantes en el cuello pendientes de una explicación relacionada con la comunicación intercultural, colocones de color morado por culpa del amoníaco, borracheras de las de bailar con la fregona con menos de una lata de cerveza, la famosa pizzería que siempre se resiste, conversaciones excluyentes, retiradas a tiempo pero que no son victorias sino promesas de "mejor mañana", cruces de mails en los que intentan mentirme y yo intento resolver el papeleo (infructuosamente), números de páginas de Benjamin y Ricoeur que no sé para qué apunto si perderé, con toda seguridad; carreras a Somosaguas con 3500 páginas en las espaldas, olvido importuno de uno de los libros a punto de caducar y de los papeles necesarios; solventar este último gracias al Chileno CNTero y al chico de la sala de informática que tiene pinta de desagradable pero no, conversaciones infructuosas con el jefe de sala de la biblioteca (he descubierto que esas oposiciones deben de regalarlas; estaré pendiente a ver cuándo salen), siestas mínimas a contramano, disfraz de la Chica Casi Trilingüe y maquillaje, taxi, apariciones de catedráticos ajenos que celebramos telefónicamente, casting, ejercicio de personal branding, otra vez, con comentarios perfectamente pensados para la audiencia (ahora sólo tiene que funcionar) y un manto sobre el hecho de que me siento en un mercado de carne con la puta panorámica vertical; tarta de queso y zumo de moras y frambuesas, tiendas de almohadas, intentos infructuosos de comprar vaqueros (al menos le he hecho caso a mi madre, aunque sea tres años después), convivencia para que no se enfade el Nazareno Comunicólogo (y porque mola), rectificación mental de mi apuesta para la porra, caer en coma pero empezar a darle vueltas a la logística de Vespa, desayunar en el Pavón, llegar tarde al encuentro con el técnico de teléfono más raro del mundo, descubrir que un alta de línea tarda tres horas pero en una llamada de tres minutos te instalan el ADSL, quitar serrín durante 45 minutos y mover losetas durante casi el doble y sentirme inútil al ver el resultado, confirmación de mi preocupación "¿esto lo tengo que hacer siempre que un amigo me acerque en coche, por ejemplo?", pero al menos son majos; vida de barrio: descubrir qué farmacia no me gusta y conocer al Chico Ofidiofílico (vaya por dios), que me resuelva el problema de Vespa y toda una charla bastante agradable, aunque con grito injustificado ante un trozo de madera incluido; empezar a necesitar urgentemente un viaje a la Facultad de Psicología para poder dormir por las noches (ya es mala pata, de verdad, saber que justo bajo mi casa hay 12 jodidas bichas viviendo felices en sus terrarios), descafeinado en el Pavón, de nuevo, para ver si baja la adrenalina post-ataque-fóbico, ojear los escaparates de Ribera de Curtidores por si encuentro pistas sobre la puerta, encontrarme por fin con el Sociólogo Renegado, comer en una terraza en pleno ataque de findelbuentiempo para coger fuerzas para lo que toca, limpieza sistemática de ventanas y persianas, peticiones de que olviden la imagen de mí que acaban de recibir y que espero que no se repita, salir de casa medio grillada, cervezas en Argumosa y no decir más que gilipolleces, conseguir mantener la diplomacia con mi madre apesardé, agotamiento descomunal y cero ganas de llegar a casa por si tengo otro ataque de hiperactividad, y volver a casa, no obstante, a encontrar una cita del INEM que me toca las narices a más no poder, dejar resuelto (aunque eso lo sabré mañana) el trámite pendiente de la FPI, ducha reconstituyente, y tan reconstituyente que tengo que tragarme tres capítulos de The Big Bang Theory y un yogur de litro mientras consigo que el corazón me lata a un ritmo normal y apropiado para meterme en la cama, recuerdos súbitos de cosas que faltan, empezar a temer seriamente el insomnio y al mismo tiempo las pesadillas con serpientes, y entonces, por fin, dormirme (sin soñar).

4 days to go (cada vez que hago las cuentas, me cambian).

5.10.10

Update

No se puede hacer todo deprisa y corriendo, es la conclusión. Anda que no se le han dado vueltas a los muebles, aquí y en NYC, sobre un plano mal medido. Así, no (¿ven, señores sindicalistas? Este es un ejemplo de para qué se utiliza esa expresión).

Así que hoy he tenido otra ronda de mediciones. Mientras me instalaban el contador a toda velocidad. Justo después de hablar con la Teleoperadora Más Maja de la Historia (y lo siento por la Gran Zorra, pero no era ella); justo antes de que Timofónica me llamase (encantadores ellos también, a ver si me engancho a sus mieles) para decir que mañana vienen a instalarnos la línea para que me vaya de viaje tranquila. Qué monos.

Mañana, pues, muebles de cocina, instalación telefónica, llamada al pintor (espero), y limpieza bestia de puesta en marcha pre-obra (duele saber que hay que hacerla dos veces, pero... Las prisas es lo que tienen).

Ayer, la Chica Mariposa me decía que intentase recordar que, mudando o no, sigo de vacaciones. Ese es el gran objetivo de mañana. No perder de vista que son vacaciones. No repetir la de ayer, ni siquiera la de hoy. Hasta los ovarios de angustia.

Hacer las cosas despacito y con buena letra. Algún día aprenderé, espero. Igual mañana.

De momento, caprichos y chutes de sueño. Que siempre se me olvida lo básico.

6 days to go.

"En época de tempestades, no hacer mudanza"

Mi madre, que últimamente está que se sale, me trajo ayer dos muestras materiales de empatía: unos moldes de galletas para mi nueva casa con horno y una fotocopia de una octavilla de un consorcio homeopático titulada "20 claves para vivir sin ansiedad". La décima dice: "No complicarse más la vida. Ahora no es buen momento para dejar de fumar, hacer mudanza o cambiar de trabajo". No me digas.

Tengo unas ganas bárbaras de salir de esta casa, pero en el fondo da igual. Una mudanza siempre es triste.

Ayer mi tía estuvo tremendamente desafortunada, y además de su "no puedes agarrarte al aire, lo primero es la seguridad económica, y tienes que trabajar", ignorando todas mis explicaciones sobre garantías de subsistencia hasta el fin del curso escolar, puso una de las mayores caras de lástima que he visto cuando le dije que me mudaba a Lavapiés. Joder, tampoco es para tanto. De hecho, aunque nunca lo hubiera pensado hace un año, ahora hasta me apetece estar en Lavapiés. Aparte de por los motivos evidentes, digo. Y tengo muchas ganas de ver cómo queda el piso pintado, y tengo ganas de ver un árbol por la ventana del salón en lugar de una pared espantosa. Y tengo ganas de darme un súper baño en esa pedazo de bañera azul. Y tengo ganas de redecorar-mi-vida; de verme en un sitio distinto y tener excusa para crear rutinas distintas.

Pero aun así, embalar es triste. Porque no queda más remedio que mirar a la cara a las cosas que acumulas. Saber que nunca alcanzarás el Nirvana porque eres incapaz de desprenderte de las cosas a las que les has puesto nombre (y soy bastante ligera de cascos poniendo nombres). Asumir que la violeta está muerta, y tirarla. Reconocer que no tienes edad de jugar con peluches ni de guardar peluches para la siguiente generación, y elegir. Y yo, ñoña donde las haya y con sobredosis de Disney a mis espaldas, no puedo soportar mirar a los ojos de fieltro de un muñeco de peluche y desprenderme de él. Que nos conocemos, y ya tengo un hipopótamo llamado Trauma que viene a suplir uno que tiré con siete años...

Coger tu armario y dividirlo entre lo que fuiste, lo que eres, lo que podrías haber sido y lo que quieres ser, y cargarte dos de las cuatro categorías como si no fuesen parte de ti mismo, cuando, aun muertas, lo son. Identidades narrativas, y tal. Soy mi historia y mi casi-historia. Lo que fui y lo que aspiro a ser. Pero hay que elegir, y recordar en lugar de retener. 

Y ya ni siquiera es eso. Antes de tener idea de qué había puesto en el montón de paratirar, me sentía como si me estuviera desprendiendo de algo importante. Mudarse implica que te has vuelto a equivocar, que esa casa no era para ti. No sé cuántas veces me ha cambiado la vida desde que vivo en esta casa. Recuerdo el espíritu con el que entré, y me sorprende compararlo con el espíritu con el que me voy. Es como si hubiera retrocedido cinco años, en lugar de haber crecido dos.

Y todo eso me da una pena infinita.

Qué ganas de noviembre, leches.

2.10.10

29-S

Cartel pegado en la puerta de una universidad en Euskadi

Se ha dicho de todo sobre la huelga, y yo, por un problema básicamente de agotamiento, llego tarde, y además, desinformada (por dos problemas: sobredosis de implicación, en la huelga en concreto, y una importante despolitización, anterior y en general). Pero me da igual; este es mi espacio, cabréense cuanto quieran.

Partamos de que el 28-S yo me pasé como mínimo dos horas desvariando absolutamente sobre la situación política y socioeconómica. Esto es un desastre, sí, pero no tengo ni la menor idea de cómo hacer que vaya a mejor. No se me ocurren más que tonterías, las suelto, probablemente hago enfadar a gente. Tengo un cierto convencimiento de que incluso precaria y cabreada no va a haber forma de sentirme implicada en toda esta historia, porque los convocantes me dan asco, directamente. Porque la oposición me da miedo. Porque la situación me indigna, sí, pero la retórica, en general, más.

Hablemos de retórica, un poco. La Chica Mariposa y yo nos planteamos seriamente regalar una auditoría de comunicación a CC.OO. Por favor, señores, siéntense y miren sus pancartas, sus pegatinas. Explíquenmelas. ¿Qué narices es eso de "Yo voy"? No puedo decir nada que la Chica Mariposa no haya dicho mejor. En huelga se está. La huelga se hace. O no se hace, de hecho: trabajar en día de huelga es un derecho, y si nos olvidamos de eso, convertimos el derecho a huelga en cualquier otra cosa. Y yo quiero que sea un derecho. Quiero reivindicar mi derecho a huelga.

Hasta aquí, por qué siempre he estado en contra de los piquetes, aunque sean informativos. Que piense que informar y manipular y por tanto coaccionar son procesos bastante inseparables también ayudan.

A partir de aquí, por qué he terminado sumándome a los piquetes.

Porque, en esta ocasión, no hemos tenido derecho a huelga. Una de las muestras palpables de hasta qué punto es un desastre la economía de este país y las medidas que se toman para arreglarlo es el reportaje por entregas de El País sobre los (Pre)Parados.

Y señores, perdónenme, pero los (Pre)Parados no tenemos derecho a huelga. (Curiosamente, encuentras en los piquetes a la misma gente que en la cola para solicitar becas predoctorales). Porque estamos en el paro. Porque somos becarios. Porque tenemos un contrato por obra y servicio con el que nos amenazan. Porque después de haber trabajado gratis o casi gratis, cuando por fin vamos a tener un contrato de verdad, nos dicen que ya está listo pero que se firma el jueves (sutil y elegante amenaza). Porque estamos en el extranjero para poder ganarnos la vida como no nos dejan en nuestro país. Porque cobramos en negro, porque llevamos currando cinco años y no tenemos cotizados ni seis meses.

No computamos. Conocimiento situado: mi padre trabaja en Alemania. Mi madre es ama de casa. Yo estoy desempleada. Y mi hermana es estudiante. A mis ex-compañeros de trabajo les da miedo hacer huelga. Conozco gente en todas las situaciones anteriormente detalladas. Pero que sean cercanas no las convierte en irreales, de momento, que yo sepa.

Y a partir de aquí es cuando empiezan a tocarme los ovarios los bailes de cifras. Que a la (minúscula) cifra de personas que van a secundar la huelga le puedes sumar los 4 millones (mínimo) que no computamos.

[Añadamos a esto que si los autobuses no consiguieron cumplir los servicios mínimos, el metro iba vacío, y había menos tráfico, digan lo que digan sus estadísticas, la gente no se teletransportó al trabajo. Digo yo]

Pero es facilísimo tirar de cifras, claro que sí. Nos agarramos como locos al descenso de consumo energético porque es un dato fiable, y lo comparamos con la anterior huelga general. Que, les recuerdo, señores analistas, fue un 30-J, fecha en la que se usa aire acondicionado, y por tanto, el descenso es necesariamente mayor. Pues muy bien. Dato fiable, donde los haya.

Baile de cifras sobre los manifestantes. Como siempre. Y nosotros, los que sí estamos en la calle, aunque no salgamos en los números, nos peleamos entre nosotros porque somos tremendamente gilipollas. Y poco prácticos. Y seguimos empecinados en repetir hasta la saciedad la escena del tiroteo de Tierra y libertad. O de La vida de Brian, si nos ponemos.



Pero el caso, insisto de nuevo en la retórica, es que no están ayudando. "Así, no", dicen. Maravilloso. Así, no. De otra manera, pues igual. No sé, poquito a poco. Un día las pensiones. Otro los despidos. Otro las ETTs. Pero todo a la vez, no, hombre; que se nos cabrean las bases, tenemos que convocar una huelga general, y todos queremos llevarnos bien. Imagínate que el PP se nos sube a la chepa, aprovechando. Como no nos gusta el PP, tú haz lo que te salga de los huevos, hombre, pero sin que se note. De eso se trata.

Yo, honestamente, no quiero que el gobierno rectifique. Lo cual está bien, porque no piensan hacerlo.

Yo quiero que el gobierno deje de bajarse un 15% los salarios y asuma que mientras no aprendan a hacer su trabajo, deberían tener un contrato formativo, como los demás, con sus 400€ de paga y su convenio con centro de estudios. Hasta que aprendan, digo yo. Hasta que sepan leer datos y sacar conclusiones. Hasta que dejen de ser títeres y titiriteros.

Zapatero sale, con su estupendo "talante" por bandera, diciendo que él ha ido a trabajar "para garantizar el derecho a la huelga y el derecho al trabajo". Me parece estupendo, señor, eso es exactamente lo que le estamos pidiendo. Que garantice nuestro derecho a trabajar. No el 29-S, no. Que yo, honestamente, celebro todo cuanto se ha hecho para garantizar que todo el que quiera pueda ir a trabajar pero se encuentre su curro cerrado (que el trabajador no pueda enfrentarse a represalias). Porque no queremos que trabaje quien quiera.

Queremos trabajar todos.

Así que, señor presidente, usted decide. O la Renta Básica Universal, o se pone en serio, y rapidito, a garantizar el derecho a trabajar que tenemos TODOS, todos los días.

Porque ya está bien.

Angustia de separación

El Chico de la Marmita se encuentra con la Chica Líquida y se la trae al kebab donde estamos prácticamente vegetando. Mola volver a ver a la Chica Líquida, aunque mola un poco menos pensar que es posible que ponga un océano por medio en breve, y que no la habré aprovechado todo lo que yo quería, que se va casi sin que la conozca, y que es una pena.

Nos acabamos la cerveza (en una cerveza me había dado tiempo a hacer una no-amiga hasta la intervención del Chico Extraordinario: "La abajo firmante tiene un sentido de la ironía que hay que conocer. Al principio todos nos quedamos un poco pillados") y salimos a fumar, al menos.

En principio, nos volvemos a casa. Subimos Mesón de Paredes, por enésima vez en lo que va de semana, y llegamos a la esquina nazarena, donde oficialmente nos separamos. Besos, abrazos, organización logística de pernocta (que no es fácil, últimamente), y un "¿La última en el frontón?" después de tenerlo todo medianamente organizado. La Chica Líquida, agotada ella también aunque por motivos adultos, no como otros, se encoge de hombros y tiene un último alarde de brillantez al decir "este grupo destila angustia de separación".

Sí, señores, de eso se ha tratado, todo el tiempo. Durante esta semana que ha durado un par de años, he tenido una sensación desconocida que se puede llamar angustia de separación. He extendido una red de apoyo que ha llegado a sitios insospechados, porque "qué fácil se ha vuelto mi vida desde que pido ayuda", hacia mí y hacia afuera.

Carreras Somosaguas-C. Universitaria-Iglesia-Tirso de Molina. Muchas de las veces, andando (dolor en músculos de las piernas que pensaba que no eran propicios a las agujetas). Ropa y zapatos, míos y de la Chica Mariposa, desperdigados en varios puntos a lo largo del recorrido. Libros que han hecho kms. antes de que yo pase por sus páginas.

Dormir poco y mal, pero dormir juntos, que siempre mola. Conseguir hacer suficientes comidas al día como para no morir en el intento.

Una sensación inenarrable de desviación espacio-temporal. Reconstruir la semana, en el mismo kebab del principio, y ser incapaces. Empezar con "el jueves cuando..." y concluir que fue el martes; seguir por el martes y confundirlo con el día anterior. Pensar en esa mañana y decir "anteayer". Y así permanentemente.

Y aun así, salir corriendo a Atocha a fumar un último cigarro con la Chica Mariposa, aunque llegue tarde; y alegrarme cuando llama, ya en Sevilla, para decirme que igual somos compañeras de clase, otra vez. Aun así, remolonear con el Rey del Laboratorio hasta tener que correr para llegar a ver a mi Media Infancia.

Estar deseando estar sola en casa y echar de menos el jaleo de ser diez personas ambulantes en torno a un piso de cuatro habitaciones.

Saber que no puedo más y anhelar sentir realmente que estoy de vacaciones (aunque en el fondo sea mentira, aunque quede tanto por hacer para acabar la mudanza, aunque mis vacaciones sean dentro de diez días, afortunadamente no poderme quejar porque serán en Nueva York). Y, aun así, pensar que ha sido un infierno encantador, este mes de septiembre, porque estabais vosotros, y lo valía.

30.9.10

Gente que roba puestos de trabajo, vol. IV - Policía secreta

Calle Huertas, creo. Alguien da el aviso, pero no hacía falta. Un grupito de, llamémosles chavales, recubiertos de músculos hasta la exageración, se asoman por la esquina y se vuelven a esconder cuando les miran. Están en nuestro recorrido. Cuando, al ratito, pasamos por delante, observamos los detalles añadidos al disfraz: sus pegatinas de CC.OO., sus banderas. Sus caras de que todo esto no va con ellos. Los "piqueteros" les vacilan, un poco. No será que no se lo merecen.

Toda la noche, personas aisladas que hacen como si se fueran a integrar al grupo y luego ponen cara de susto y resulta que no.

Paseo del Prado. Un grupo considerable de gente anda parando el escaso tráfico que hay a esas horas (básicamente, taxistas. Llegados a un determinado punto, ni siquiera les increpan. En realidad, es cansado y frustrante, intentar que los taxistas apaguen las luces. Y lo sabemos todos).

En la mediana, un grupo está lleno de banderas hasta la bola, y casi forrados en pegatinas. Como antes, gente con un aparente principio de vigorexia. Uno de ellos lleva una funda como de réflex, puesta a modo de riñonera, en la que es evidente que lleva cualquier cosa menos una réflex.

Y la pregunta es: con la cantidad de buenos actores que no tienen trabajo, ¿no sería más fácil pagarles a ellos el gimnasio y meterles a secreta que intentar explicarle a un policía que los sindicalistas no muerden y cómo fijarse un poco para mimetizarse en condiciones? ¿No compensa conseguirles a estos chicos un estilista TriBall que les ponga unas rastas y unos aros de dilatación que disimulen su aspecto algo mejor que esos cortes de cepillo?

27.9.10

Por el camino fácil

Me encanta cuando las cosas parecen colocarse en su sitio ellas solitas, sin ayuda de nadie, como por obra de un magnetismo mágico. Acabar el día con un catedrático amoroso como co-director, un mes más para entregar el proyecto, las líneas de investigación claras, la luz dada de alta en el piso, una siesta reconstituyente, un almuerzo de capricho baratísimo, y la sensación de que el congreso es tremendamente irrelevante, mola.

Claro que nada de esto se ha colocado solo, y que si las cosas no están previamente encaminadas hoy no habría sido El Día de Las Soluciones. Que cuando le digo a Papá Co-Director que tengo mucha suerte me contesta que lo que tengo es un proyectazo; que sin las infinitas rondas de llamadas y sin que Blue librase por la mañana no tendría luz; que sin la insistencia permanente en secretaría seguiríamos sin información; que en el fondo todos sabíamos que cerrar el 30 no tenía sentido, y que el congreso no nos importa porque la Chica Mariposa y yo salimos de la sesión como de clase del Profesor Irritante (no recuerdo ni cómo se llamaba aquí. Qué bien), renegando de los lugares comunes y planteándonos qué nos han hecho este año para convertirnos en esto.

Pero que ha sido una sensación reconstituyente. Y que esto hay que cerrarlo con Nocilla, como mínimo.

Buenas noches (con sonrisas)

Cuarto y mitad de persona

Alcanzadas determinadas cotas de agotamiento, ya da la sensación de que es más o menos igual. Tengo la misma percepción de que voy a caer redonda que de la que tenía hace tres días. Se supone que el cansancio es acumulativo (el sueño no; una muestra más de que el diseño inteligente no lo es tanto), pero creo que estoy con la compuerta abierta, como los pantanos.

He llegado al punto en que no me entiendo cuando pienso, tengo que apuntarlo todo por triplicado para que no se me olvide, y empiezo a estar bastante convencida de que hay más de un 70% de posibilidades de que el martes en la ponencia me quede en blanco y/o dormida de pie. Y lo fantástico es que, llegados a este punto, empiezo a pensar que no me importa lo más mínimo, siempre y cuando alguien me prometa que voy a poder dormir mucho después. Aunque sea el 22 de octubre, me vale. Una especie de luz al final del túnel.

Dentro de lo que cabe, me alegro de no estar en marzo de 2010. Me alegro de haber aprendido todo lo que he aprendido desde marzo (a todos los niveles). Me alegro de que las cosas, hasta cierto punto, dependan de mí, y estar dispuesta a no guardarme rencor si no salen. Y eso no es "algo", es es todo.

Este año hablábamos del método de la Chica Casi Trilingüe de llegar a la felicidad por el insomnio autoprovocado. Efectivamente, el cansancio es un arma. Puede llegar a serlo. Te obliga a relativizar, que es algo que no se me suele dar bien.

Así que, al mismo tiempo, cruzo los dedos para que todo se resuelva mañana y pienso que tampoco pasa nada si no lo hace. Que hemos perdido la cuenta de cuántas veces le hemos dado la vuelta al abecedario de los planes, pero que lo mismo da. Que la vida pasa, mientras, y que ya saldremos adelante.

No pasa nada.

25.9.10

Humana

Este mes, mi pequeño psicólogo está decidido a ganarse el sueldo y se está portando fenomenal. También ayuda el hecho de que mi actitud haya cambiado, y eso, pero en estos momentos se agradece inmensamente que esté acertando tanto y tan seguido. Llevamos un mes intensivo de ahoraquesabemoselorigenmatémoslo y, dentro de lo que cabe, funciona. No voy a hacer todo el recorrido, pero sí me quedo con una frase de hace dos semanas: "perder el miedo a mostrarse humana". Estoy harta de repetir aquello de "Sure we all make mistakes, but they see me so large that they think I'm immune to the pain", y el problema no es tanto cómo te ven los demás sino tu presentación ante los demás (y debería dejar de jugar a goffmaniana, al menos mientras siga sin leerle en profundidad, pero en fin).

Hace unas semanas (creo. Igual no tanto. Los días son muy largos, últimamente, y "el pijama del otro día" acaba siendo el que te has quitado esa misma mañana) tuve una conversación con el Sociólogo Renegado sobre la caballerosidad implícita en reconocer los errores, incluso cuando esos errores hacen tambalearse la base que te sustenta. Si tus principios no funcionan, es el momento de jugar a Groucho y cambiarlos por otros. Que te valgan, que se acerquen pero que sean realistas.

Y pretender ser siempre el buey de carga tiene su aquel, pero no es realista, en absoluto. Cuando te caes, te caes, y de vez en cuando hace falta que tiren de ti. Pero para eso tienes que tener la humildad de decir "no puedo más", cuantas veces hagan falta, a cada brazo que se te acerque.

Lo intento, y me cuesta (de humildad nunca fui sobrada; lo que en mí parece humildad suele ser cualquier otra cosa), pero avanzo. Y ayer, en concreto, con todo lo malo, fue un trecho considerable.

S.O.S. S.O.S. S.O.S.

24.9.10

No paro en casa

Arranque de competitividad con el blog de Guille Mostaza, por ejemplo.

O que si a las 10 menos cuarto de la mañana has picado tres veces el metrobús, el día tiene toda la pinta de ir a ser un infierno.

Esquizofrenia típica de altas de suministro a varios nombres. Contratos, instalaciones, subvenciones, financiaciones y otras no sé sabe ni cuántas historias, y yo lo único que puedo preguntar es: ¿y para cuándo?

Rezo para que todo el mundo venga el 1 de octubre, y en amor y compañía se pongan juntitos a convertir el piso al que nos vamos en un hogar "en condiciones perfectas de habitabilidad". Mientras, me agobio a morir y acabo llorándole a la casera que por favor me dé una semana de tregua. Que ponga los putos muebles de la cocina como buenamente le parezca y me deje vivir. Que en medio de todo esto yo tengo tres días de congreso (con ponencia -que sigue sin hacer), una cita con el Catedrático Potencial (con el que molaría no soñar que me estrello en coche), y el jaleo-burocrático-por-acabar-de-resolver y uno de cuyos pasos es escribir un proyecto que sigue sin marco teórico.

Y para rematar el deadline (ahora entiendo el fin de la expresión, después de tantos años de revolverme contra ella), el 13 salgo para NYC, por lo que tengo que rezar a todo el santoral que la cosa quede lista en dos semanas y poderme mudar antes de irme. Previa discusión sobre las puertas con la casera y probablemente hasta con el pintor.

El miércoles me decía el psicólogo que tenía ojeras y lo único que se me ocurrió responder fue "y lo que te rondaré morena", aunque no tuviera ni idea de hasta qué punto estaba acertando.

Me enfado con el bucle ansiedad-medicación-sueño-faltadeconcentración-ineficiencia-ansiedad, como suele ocurrir. Es cierto que me encuentro mejor pero también que agradecería, a ratos, que me funcionara la cabeza y dejar de pensar que el Rey del Laboratorio tiene un don para la perspicacia cuando, sin menospreciar su inteligencia, este deslumbramiento tiene bastante más de agotamiento mental que de otra cosa. Si yo recuerdo que era lista, creo.

Afortunadamente, estoy rodeada de gente maravillosa que me ayuda como puede. El señor Catedrático y su Secretaria Excelsa me resuelven mi problema de fechas llamándome él a mí inmediatamente y adelantando la cita cuatro días. El Rey del Laboratorio, está requetedicho, suple mis carencias mentales analizando mis textos, sugiriendo comentarios y líneas discursivas además de hacerme listas de bibliografía pasando de un tema a otro con más facilidad de la que creo que tendré yo en toda la semana, el Chico Attac me responde en cuestión de horas comentando cada frase de mi proyecto y animándome a seguir, la Chica Mariposa me presta todo su afán constructivo cuando me vengo abajo porque no va a dar tiempo a hacer nada de nada, el Chico Pez me llama y me contagia su entusiasmo, como cuando llamo al Chico del Entusiasmo en modo yonki ("necesito oírte hablar cinco minutos y que se me pegue algo"), y hasta mi señora madre está en modo súper-constructivo para contribuir a mi estabilidad mental.

Qué sería de mí sin ellos, me digo.

22.9.10

Subsconsciente sestero

Me he levantado de la siesta muerta de hambre, así que he ido a hacerme una de esas meriendas infantiles y reconstituyentes que molan tanto (pan de leche con chocolate), pero no había forma humana de meter el chocolate en el bollo, así que he acabado metiendo la carne de mi pulgar izquierdo. No sé en qué momento me pareció más fácil deshuesarme un pulgar que coger un cuchillo normal y corriente.

Lo peor es que al enterarse mi madre, en lugar de preocuparse, o quizá por la preocupación, me ha dado una paliza de aúpa. Mientras yo lloraba bajo una nube de pellizcos que servía de epílogo, sólo podía pensar "ya no tengo edad de que me hagan estas cosas"; como si alguien tuviera edad, alguna vez, de que se le hicieran estas cosas.

He terminado hecha bolita en un balcón, mirando a la piscina y pensando si lanzarme a ella, incluso sabiendo que estaba en un séptimo, con tal de dejar de sentir la rabia corriéndome por dentro.

Y todo esto, en 10 minutos, de 18.30 a 18.40, entre repeticiones del despertador, para que luego la Chica India se queje de la dentera de su subconsciente. No sé ni para qué me he echado la siesta con el mal cuerpo que se me ha quedado.

Al menos, parece que tenemos piso, o promesa de, que algo es.

21.9.10

Consumismo compulsivo

Nos ha costado casi un mes, pero finalmente mi señora madre, mi adorable hermana y yo hemos conseguido llegar a ese sitio donde no hay epidemias pero sí AppleStores nuevecitas, y pegarnos el intensivo de compras pendiente desde que decidieron arruinarme la vida estas vacaciones sustituyéndome a Ricoeur por el Vogue, a Benjamin por el Cosmopolitan, y a Taylor por el Ragazza, y convenciéndome de que no quiero ser una chica cultivada sino una chica bien vestida, que, en los tiempos que corren, es mucho más importante. Ataques de frivolidad que tiene una, a ratos pequeños (y no tan pequeños).

Cuando las he acompañado al coche, después de pasar por casa a hacer un outlet ultraveloz, las dos me han mirado diciendo "qué bien estás". No deja de ser sorprendente que te digan eso una hora y media después de que tú engullas lexatines en el sofá de una nueva corsetería porque es 20 de septiembre en lugar de 13, como pensabas. Mi madre insistía, de todas maneras: "Mira que este verano has estado rara y has tenido momentos malos, y que me he preocupado, pero esto ya no es lo de antes".

Jo, qué bonito. Lo de antes. Eso que Lisbeth Salander llamaba Todo lo Malo y que yo, como no tenía a quién prender fuego con mi bidón de gasolina, me limitaba a nombrar como "agujero negro". Dicen que ya no. Y yo me lo creo.

Los ciclotímicos vivimos de pequeñas victorias sobre el columpio, no queda otra. Pasar 9 horas en un centro comercial. Probarse más de una docena de vaqueros. Y salir indemne. Y no pasarlo mal. Y gastar, sí, más de lo deseado, pero porque, ya lo hemos dicho, es época de cuidarse, de darse caprichos, de reconocerse necesidades aunque sean frívolas. Porque hace unos días reconocía que "en el fondo, medicada funciono mejor". Pero también, las cosas como son, cuando uno se ve bien en el espejo, funciona mejor. Un poco lo mismo que escribía hace poco por aquí sobre las rachas.

Claro que no es imprescindible: la semana pasada me comí con patatas una entrevista de trabajo disfrazada de años 90, a pesar de saber que sólo con cambiarme de camisa las cosas iban a ser más fáciles. Porque es así. Porque nos puede dar cien patadas, pero la apariencia importa. Mucho. No me lo he inventado yo.

Y ahora tengo un modelo perfecto para el encuentro, a falta del beneplácito de la Chica Mariposa; un vestido que va a ser mi equivalente al vestido inglés de la Chica Casi Trilingüe (y que es, en el fondo, un disfraz de Chica Casi Trilingüe, pero yo espero que me lo perdone); esa cosa extraña conocida como fondo-de-armario y que tengo abandonada desde los dieciséis años; unos vaqueros para sobrevivir a la muerte inminente de mis vaqueros-de-repuesto actuales; la seguridad que aporta no sentirse ridícula en su prenda básica de otoño; la sonrisa tonta de que alguien diga ante un vestido maravilloso que es "muy tu estilo" (y pensar ¿yo tengo de eso, en serio?)...

Pero, sobre todo, tengo una pequeña victoria. Y es que, señores centros comerciales, me ha costado diez años, pero hoy he ganado. He entrado contenta, he salido contenta. No he perdido el control sobre mis actos en ningún momento. Me lo he pasado bien. Ahí te quedas, fobia-a-los-centros-comerciales. Hoy te destierro.

19.9.10

Ocio activo

Ayer me llegó un mail de lo más preocupante de la Chica Mariposa. Al llamarla por teléfono, resultó ser simplemente un ataque de procrastinismo agudo. "Tengo tantas cosas que hacer que no puedo parar de pensar en salir a emborracharme". Pues sí, exactamente.

Este verano me he vuelto una chica sana. No tanto como la Chica de las Sonrisas, pero Bridget Jones, con su contabilidad de unidades diarias de alcohol, estaría más que orgullosa de mí. El otro día el Rey del Laboratorio y yo cerramos la noche con un vaso de leche para acompañar las magdalenas. Quién nos ha visto y quién nos ve.

Así que lo de emborracharme, no es que no me apetezca, pero no se me ocurre. Sin embargo, mientras mi Compi Rubia encuentra un trabajo para ser pluriempleada y aparece en la tele demostrando "a toda España" que es maravillosa y estupenda y que ha montado un negocio del que todo el mundo debería ser fan, la Chica Mariposa y yo nos dedicamos a reencontrar amigos perdidos por el mundo, mirar al infinito, charlotear por teléfono, y meternos de lleno en "mundos persistentes", es decir, ver pasar las horas mientras esperas para recoger los arándanos o intentas que tu Sim tenga una carrera profesional (es lo que tienen los Sims. Si eres buena, vas a trabajar, te lees un par de libros y conoces a media docena de personas, llegas al culmen de la carrera política y te construyes un casoplón con lago, piscina y terrazas. No sé cómo esperan que salga al mundo real pudiendo vivir en ese).

Mi psicólogo me dijo la semana pasada que buscase algo de ocio activo. Que los videojuegos eran estupendos para desconectar y que leer era muy gratificante, pero que necesitaba algo que me hiciera estar en este mundo. Ante mi perplejidad, se dispuso a mostrar ejemplos. Pero creo que él tampoco estaba demasiado convencido de lo que decía, porque recurrió nada menos que a la filatelia (apuntar en cosas para tirar: mi álbum de sellos) y a esa gente que se compra una casa en el campo y la reforma. Sí, ese segundo ejemplo me parece súper apetecible. Sólo necesito 200.000 euros, que, total, es nada. En fin.

En realidad él se refería a que escribiese. Que suena fácil, pero no lo es. Le dije que llevo años sin escribir. Que no me sale. Que nunca lo he hecho por hobby, sino por necesidad, y que ahora, es como si no la tuviera. Que es raro y que lo extraño, pero que no sé cómo hacerlo. Ayer el Rey del Laboratorio me decía lo mismo, pero es que escribir sin ideas me parece tremendamente ridículo.

Cuando me paro a pensarlo, claro que he escrito. Este año he escrito cientos de páginas. Este curso estoy intentando no abandonar el blog, y de momento lo cumplo. Incluso tengo un amago de diario terapéutico. Escribo, pero otras cosas. Y me gusta, y lo disfruto.

El problema, ahora, es que lo que vaya a escribir es importante. Y a mí las cosas importantes me dan un pánico atroz, por lo general. Y no debería ser tan difícil, pero de pronto el diccionario se me hace cuesta arriba y no me apetece leer. O me digo a mí misma que no me apetece leer. Porque en el fondo me apetece muchísimo, y sólo es vértigo. Así que me como el vértigo viviendo a través del enésimo avatar pelirrojo, ganduleando frente al Reader, y, qué narices, buscando piso. Que no lo parece, pero es activo. Pero reniego, claro. Tomar decisiones está bien pero da miedo.

Tengo unas tentaciones tremendas de volver al punto de cruz como coraza frente al mundo real. Mi disfraz de maruja es de lo más práctico que hay contra el mundo real y el eterno problema de las expectativas. Y procrastino, claro que sí. Porque mira que si sale todo bien y tengo que tomarme a mí misma en serio. Uf.

Estar en el mundo como objetivo, vale. Pero, por favor, a medio-largo plazo.

18.9.10

Paréntesis

En medio de la locura holística y expansiva de este septiembre, está bien encontrar un refugio, para variar. Un celebrarlo que no sea celebrarlo, sino, simplemente, olvidar. Cerrar los ojos y no pensar en nada, y no soñar con gente que no saluda ni con ex-jefes que no quieren salir de mi subconsciente sino con que el pequeño Cactus es el dios de una tribu lejana, y me mira, encantado y regordete, como diciendo: "no abras la boca, que no se den cuenta; lo estoy pasando genial". Despertarme acordándome mucho, mucho de Cactus (sigo pensando en los achuchones que le debo, a veces), y muy poco de todo lo que tengoquehacer.

Ponerme al día, poquito a poco, con la cantidad de cine que tengo pendiente y disponible. Criticar a morir, exigir que me devuelvan las dos horas de mi vida que le he dedicado a la última película, y en el fondo hacerlo con la boca pequeña, porque pese al sueño y a la decepción final, qué bien se estaba.

Salir a tomar el aire y escapar del síndrome de ángel exterminador que no sabemos si achacar a otro escape de gas, al agua clorada, al principio del otoño, a cosas nuestras o a todo en general, y pensar sólo en dar una vuelta, no en mirar compulsivamente pisos que no tengan fuentes de envenenamiento.

Incluso, hablar del Profesor que Queremos que Nos Adopte y del Profesor en Trámites de Adopción y no pensar en que tengo que escribir un proyecto, sino en todo lo que voy a aprender dentro de nada y en las ganas que tengo de analizar la expresión "salario según valía".

Y aunque casi consigo terminar la entrada sin decirlo, no puedo evitarlo: cantidades industriales de azúcar, en forma de magdalena de chocolate y en formas metafóricas. Tonterías que parece que no van a llegar a gruñidos, pero sí, incluso así de tontos somos. Tontos. Reincidentes. Y liberados. Porque me sientas tremendamente bien y odio que a veces se me olvide. Tú dirás lo que quieras, pero sin estos paréntesis no haría nada. Además de.

16.9.10

Aplicaciones del marketing sensorial

El olfato es el más evocador de los sentidos. Casi todo el mundo recuerda haber dicho en algún momento una frase en sí misma tan absurda como "Huele a Navidad". En mi caso recuerdo haber dicho en pleno C.C. Los Arcos, en la esquina entre un Mango y un Zara, "huele a familia cuando era pequeña". Tiempo después me di cuenta de que esa sensación se podía nombrar simplemente como "olor a horchata". Pero para mí, la horchata era mi bisabuela, el Bazar de Oriente, y jugar al escondite con la tortuga por la terraza.

Como los marketinianos somos gente sin principios, con vocación goebbelsiana de dominación mundial a través de todo tipo de estrategias de manipulación sin menospreciar ninguna, también existe, cómo no, una corriente llamada "marketing vivencial" o "marketing sensorial", consistente en la apelación directa a los sentidos para enganchar al consumidor, ahora que todos tenemos más o menos claro que no quedan grandes argumentos racionales para comprar nada en concreto. Más allá de eslóganes tipo "el olor de tu hogar" o esos anuncios de suavizante llenos de toallas esponjosas que ahora copian descaradamente los fabricantes de papel higiénico, durante un tiempo, hará aproximadamente tres años, no paré de leer en todas las revistas de tendencias que para posicionar tu marca había que asociarla a unas sensaciones concretas, igual que se hacía a unos atributos concretos. El rojo-CocaCola. El tono de Nokia. Esas cosas.

¿Cómo se sugieren los aromas en publicidad? Muy difícilmente, claro. Porque no se puede describir un olor. Si tú me colocas una taza de café humeante en un plano detalle, yo puedo evocar olor a café, pero es francamente complicado que llegue a distinguir "el aroma de Saimaza" o similar.

Sin embargo, durante esa racha, se decía que el futuro estaba en la creación de aromas corporativos. Para unificar la experiencia del cliente en un banco, por ejemplo, utilizar el mismo ambientador en todas las sucursales. Un aroma creado específicamente (claro que sí: todo campo nuevo es un nicho de mercado que el más avispado puede explotar; y, ahora, de pronto, se podían hacer olores asociados a los valores corporativos, aunque estos ya de por sí fueran tan inefables como el entusiasmo o el trabajo en equipo. No me pregunten cómo; yo no tenía intención de estafar a nadie dedicándome a esto).

Pues el caso (puedo prometer que esta diatriba no era para Makamo) es que como a mí nada me gusta tanto (bueno sí; uso esta expresión con cierta ligereza) como una teoría sólida para justificar una superstición, he decidido autoaplicarme el marketing sensorial en un ejercicio de personal branding (ji, ji, ji - yo me entiendo), y he demostrado empíricamente que las cosas me van mejor cuando huelo a moras con frambuesas. Si el martes se enamoraban de mí en la ETT, hoy he conseguido un director de tesis que ha demostrado más entusiasmo por mi proyecto que yo misma. Que me pide que sea más ambiciosa, sí, pero que no me da la gana. Que me encanta este señor y que si consigo que alguien más se suba al carro, bien, pero que si no, voy p'alante con él. Al fin del mundo, no. Pero en esto, sin duda ninguna. Que me inspira (ideas y confianza), que me hace reír, y que quiere hacerme trabajar. Que me hace sentir valiosa. Que es exactamente lo que uno puede querer sobre todas las cosas en un director de tesis. No tengo la culpa de que los estúpidos que conceden becas prioricen los sexenios de investigación sobre la pasión que tiene alguien que empieza. Que siempre he tenido claro que entre experiencia y entusiasmo, me quedo con lo segundo.

Así que ahora sólo tengo dos problemas que resolver antes del 30 de septiembre. Un jaleo administrativo del copón bendito, y que Escada vuelva a fabricar Ibiza Hippie. Señores de Escada, si leen esto, y confío en que su departamento de marketing tenga un buen seguimiento de su posicionamiento en Internet, háganme feliz y envíenme un par de botes. Que no me parece ni medio serio que la colonia que hace que mi vida sea mejor fuese una edición limitada de hace nosénicuántosveranos. Que necesito otro bote, ya. Que tengo que encontrar un catedrático que firme, entiéndanlo.

15.9.10

Días de "no"

Hay montones y montones de personas que creen a pies juntillas en eso del equilibrio cósmico, y lo de que uno tiene que llorar para que otro sonría, etc. A mí personalmente me parece que puede tener su punto pensar que cuando uno está deprimido es para dar lugar a que alguien en la otra punta del mundo, a ser posible una mariposa en Tokyo, esté pasando una época dorada de su vida, pero no sé si acabo de verlo. Eso nos permitiría justificar que los tifones y las inundaciones sirven para que las señoras de Mujeres Ricas vivan sus dramas particulares (cuadro de Miró o abrigo de pieles de Elena Benarroch), y, así visto, a uno le dan ganas de poner un detonador en el núcleo de la Tierra, a ver qué pasa.

Yo sí que creo en las rachas, y por eso cuando veo muchas alegrías a mi alrededor, más que envidia, tengo esperanza. Uno se cansa de reeditar la camiseta de "Yo sobreviví a..." (de hecho, encontré la mía en el armario el otro día y tuve un impulso de tirarla a la basura. Para qué recordar según qué cosas, bien mirado). Otra cosa que también es evidente es que cuando te salen bien tres o cuatro cosas seguidas tienes más energías para emprender la quinta, y que eso siempre ayuda. Más que medicarse, incluso.

Ayer fue un día asquerosamente redondo, ya lo dije, y tengo la sensación de que con un chute de energía de ese calibre el resto del mes va a ser más fácil, pero hoy la puta mariposa ha tenido un arranque de entusiasmo y ha sido un anti-día-de-ayer. De quedarme dormida, de perder 15 minutos de sesión (a euro por minuto, más el taxi, en fin), de no enterarme de nada hasta la una, de no conseguir poner por escrito nada de lo que parecía evidente e incluso interesante dentro de mi cabeza, de recibir un SMS de la casera-que-ya-no-mola-tanto informándonos de que "ya está alquilado el piso" (se me ocurren mil maneras menos ofensivas de redactar ese mensaje), de que la UOC me llame "noteworthy, but...", de aceptar por fin que lo de la mandíbula no se arregla sin dejarme 260€ en el dentista, en fin, un día de no.

Que no pasa absolutamente nada: que hay más pisos, que tengo tiempo, que en mi cabeza yo había rechazado Barcelona, que está bien pensar en encontrarme mejor y en dejar de crujir cada vez que abro la boca, y que, en el fondo, también ha sido el día en el que la Chica Casi Trilingüe ha dado señales de vida y hemos encontrado un sitio barato donde comer porque estamos decididas a dejar de comportarnos como aristócratas.

Pero que ahora hay cosquillitas de las malas, de las de ysimañanatambién. Me estoy concentrando en que esto es básicamente un columpio y mañana toca sí, como decíamos Mi Media Infancia y yo de los veranos pares. Pero cosquillitas. De las malas.

14.9.10

Listas (enésimo)

Las listas sirven para muchas cosas. Para demostrarle al universo que tienes Trastorno Obsesivo-Compulsivo. Para recordar cómo funcionaba el formato condicional del Excel, por si algún día tienes que volver a diseñar presupuestos. Para tener una visión global. Para que no se te olviden las cosas pequeñas con las que aderezar los días que se parecen demasiado entre sí. Para no olvidar, en general. Pero, sobre todo, sirven para tacharlas.

Personalmente, hay pocas cosas que me gusten tanto como tachar cosas de listas.

Tengo la lista de libros recomendados de la agenda del cole de cuando teníamos ¿15? años, y sigo apuntando los títulos cuando me da por leer clásicos; en esa línea, tengo la bibliografía completa del máster y la intención de sentirme tremendamente cultivada cuando la llene de S en la casilla "Leído". Tengo mi famoso Excel de organización vital, en el que estoy aprendiendo que si se puede reprogramar no hace falta poner la casilla en rojo y señalarme que la vida es lo que pasa mientras uno hace planes. Tengo ahora mismo, junto a la mesa, la lista de cosas que mirar/hacer en Internet de cuando estaba en la playa incomunicada (3 to go), la lista de asignaturas de las que espero poder matricularme en breve, la lista de la compra con lo que se quedó pendiente por el escaso surtido del Dia, y otra lista de compras para aprovecharme de la generosidad de mi madre cuando vayamos de tiendas el viernes. Tengo también listas absurdas relacionadas con mis adicciones facebookeras a los mundospersistentes (lo que he aprendido este verano, madre), y una lista de posturas de yoga por chakras para cuando acabe esta locura y pueda organizarme una horita para mí todos los días.

Pero además, arrastro desde no sé ni cuándo una lista de tareasbastanteurgentes que nunca parecen ser lo suficientemente urgentes como para emprenderlas inmediatamente, mezclada con cosasquenohagonuncaymegustaríahacer y hoy ha sido el gran día.

He tachado "perder el miedo a hacer entrevistas de trabajo", he tachado "ponerme tacones", he tachado "maquillarme de otra manera", he tachado "confirmar mi nivel de inglés" (pendiente tachar sacarme un certificado superior al que tengo, pero eso será otro día), he tachado "decir que no cuando me ofrezcan un puesto que no me interesa", he tachado "pedir cita para solucionar lo de la mandíbula", he tachado "averiguar la cobertura de mi póliza sanitaria", he tachado "enterarme del estado de mi recurso de reposición y si puedo cambiar la dirección de notificación", he tachado "solucionar matrícula" (al menos, queda pospuesto hasta la próxima semana), he tachado "ver vuelos NYC", he tachado "quedar con mi potencial director de tesis", he tachado "Releer La ética del hacker y el espíritu de la era de la información".

Y ahora me siento tan tremendamente bien que creo que me voy a hacer una lista nueva, de cosas sencillísimas, sólo para poder reproducir esta sensación mañana, y pasado, y al otro.

Gente que roba puestos de trabajo, vol. III - Funcionarios de Educación

- Hola, buenos días.

- Buenos días. Llamaba porque interpuse un recurso de reposición en mayo y no me aparece en la página...

- Espera.

- Hola, buenos días.

- Buenos días. Llamaba porque interpuse un recurso de reposición en mayo y no me aparece en la página...

- ¿Un recurso para qué?

- Por la beca de matrícula del máster.

- ¿Una beca? ¿Pero de qué? ¿Bachiller, FP...?

- No, de Máster.

- ¿Y Máster qué es? ¿Nivel universitario?

- Sí.

- Vale, pues llama a este teléfono. Si es beca, lo resuelven ellos.



Señores, en el Ministerio de Educación atiende el teléfono gente que tiene que preguntar si un máster es un nivel universitario. Apaga y vámonos.

13.9.10

Buscar trabajo "activamente"

Ayer por la tarde tuvimos encuentro familiar por el cumpleaños de mi abuela. Como suele ocurrir, la sección fumadora, encerrada en la cocina, se enzarzó en el típico debate de actualidad nacional, en este caso el 29-S. Yo me mostré predispuesta incluso a buscar un trabajo de aquí al 29-S sólo para poder hacer huelga (creo que si le intento explicar al INEM que renuncio a la parte proporcional de subsidio la liaría parda y no me pagarían nunca más, y no está el horno para bollos). Sin embargo, dado que la familia de mi padre se compone, en general, de autoempleadores y de emprendedores con una mala suerte que ronda lo épico, obviamente las posturas acaban por enfrentarse. Que no digo yo que no entienda su punto de vista, pero es que las medidas tampoco pueden hablar de "empresas" y quedarse tan anchas, como si fuese la misma circunstancia la del dueño de un taller de tres empleados que la de la ejecutiva de un banco con sucursales en medio mundo. Que la solución no es buscar puntos intermedios entre trabajadores y empresas, porque es absolutamente imposible conciliar puntos de vista tan extremos y al final no satisfacemos a nadie. Que ya que "segmentamos" para todo, que vemos nichos de mercado en todas partes, y que el marketing se aplica a casi cualquier cosa que se mueva, ¿por qué no segmentar las condiciones en función del tamaño de la empresa?

Al final, en este país el tejido empresarial se compone en su inmensa mayoría de PYMEs, para las que determinadas inversiones y compromisos son inviables y acaban por venirse abajo (lo cual es una pena porque muchas de ellas muestran más voluntad innovadora que todos los departamentos de I+D de las empresas grandes), mientras los responsables de grandes empresas se aprovechan de medidas pensadas para pequeños empresarios y se acogen a cualquier cosa con tal de no poner ni medio céntimo de más.

Todo esto viene a que me han llamado, por fin, para hacer una entrevista de trabajo. Atención a la situación: entrevista + 50 minutos de prueba de nivel de inglés para conseguir un contrato de tres meses con una ETT (y luego, dios proveerá) cobrando 16.000€ brutos/año, supongo que en 14 pagas como suele hacer esta ETT en concreto (es decir: menos de 850€ netos/mes), en un puesto definible como deputaporrastrojos: tú te lo guisas, tú te lo comes, multitarea, polivalente, bla, bla, bla.

Ahora mismo, el Estado se está metiendo en un déficit del que a saber cómo se sale, pero aun así, me pagan 120€ más por ser "demandante de empleo activa", es decir, acordarme de sellar mi tarjeta de demandante cada tres meses (y si se puede por Internet, mejor), no renunciar a un curso que nunca me han ofrecido, y avisarles cuando la oferta de trabajo que me han mandado, la única en un año, está ofreciendo un salario inferior al mínimo interprofesional.

Yo entiendo todo eso de la oferta y la demanda, el libre mercado y demás reglas pseudomatemáticas que rodean al capitalismo, y, honestamente, no creo que haya que estar en contra del capitalismo en general, sino más bien de los excesos que se hacen en su nombre. Entiendo que si hay 4 millones de parados, las condiciones de trabajo empeoren. Pero no entiendo, bajo ningún concepto, que unas condiciones laborales puedan ser inferiores a la situación de desempleo, porque no tiene el menor sentido. Porque entonces esto ya no es economía, es un SimCity venido a menos. Porque luego nos quejamos cuando la fuerza de trabajo no tiene compromiso: luego, pedimos becarios acostumbrados a trabajar bajo presión, auxiliares administrativos con iniciativa y creatividad. Pedimos que la gente sea responsable sin mover medio dedo para otorgarles un cargo de responsabilidad; que tomen decisiones sin pagar el precio que corresponde por ello.

Seguramente todos conocemos empresas cuyos organigramas cuentan con un par de cajitas de "becario" por departamento. Se basan en la reducción de costes en lugar de en incrementar el valor añadido. Todo esto, eso sí, empaquetado con lazo, con campañas publicitarias impresionantes (últimamente tengo la sensación de que el sector creativo se mueve a una velocidad tal que es imposible seguirlo desde fuera), con unas políticas de "gestión del talento" del copón. Con horario flexible y con dress-code informal.

No se trata de eso. Como decía ayer mi Tía del Buen Karma, "si uno no tiene un espacio donde desarrollarse, lo demás no es viable". Alquileres que se llevan el 80% de los sueldos. El IPC subiendo como si el paro hubiese bajado sustancialmente. No, señores. Luego no vayan a conferencias en Oslo sobre empleo y cohesión social y vuelvan diciendo que para ser europeos hay que pagar más impuestos, porque ni podemos pagar más impuestos ni podemos reactivar el consumo, porque no tenemos con qué.

Vamos a ver si dejamos de empezar la casa por el tejado, alguna vez, para variar.

12.9.10

Cuando el género humano mola (al menos un poco)

El Chico Escritor me dijo que tendía a hacer leyes generales de la existencia con dos de pipas, y es cierto. Dentro de esa enciclopedia de leyes generales que cargo conmigo, una de las entradas reza "Caseros" y se resume en "horror". Hasta la fecha, cuento con un casero de doscientoscincuentaaños que se empeñó de pronto en vender el piso en el que yo me acababa de emancipar (el hecho de que no estuviéramos en disposición de decir absolutamente nada dependía de otra serie de derivadas que no eran culpa suya, pero esa decisión estaba fea en cualquier caso) y con el que sólo tuve un amago de conversación del que entendí muy poquita cosa porque estaba demasiado atónita ante el marco (una especie de altar franquista, un señor que rompía las leyes de la naturaleza en una silla de ruedas, y un sonido preocupante que acompañaba sus frases. Y yo tengo atención dispersa). Una señora tremendamente manipuladora (no me extraña, ahora, que su hijo fuese psicólogo), que cuando la llamabas para decirle que te ibas porque levantaban el tejado de la casa en cuya buhardilla vivías sólo te decía que lo importante era ser feliz y que por dormir al raso te bajaba 100€ de alquiler. Una inmobiliaria que a pesar de dedicarse a rehabilitar pisos parecía tener serios problemas para encontrar una persona que tapase el agujero del enchufe que se les había olvidado instalar. Otra inmobiliaria que considera que un escape de gas es un problema menor que probablemente se deba a tu paranoia, y que en diez meses no es capaz de cambiar la titularidad del contrato de arrendamiento.

Y de pronto, llegó ella. Una señora encantadora, con un piso maravillosamente cuidado, en el que hasta la fecha sólo han vivido amigos, y se nota. Que casi te pide disculpas por no haber instalado un horno y haber puesto en lugar de eso todo tipo de cajones y puertecitas para aprovechar el espacio de la cocina. Que se entusiasma porque Blue sea de Huelva, y que no nos deja entregarle la fianza directamente porque es una grosería de cara a la gente con la que ya ha quedado, que es incapaz de entender que esa misma gente le dé plantón. Una señora que ante mi situación profesional (que desde luego no es la ideal para alquilarme nada en absoluto) sólo frunce los labios y dice que es lamentable cómo está el patio.

Nos enamoramos del piso nada más cruzar el umbral (yo tuve buen feeling simplemente poniendo un pie en la escalera), pero tardamos menos aún en enamorarnos de ella. Oiga, la queremos de casera. Y punto.

Ahora sólo falta que llame.

Con ese espíritu, dispuesta a cambiar todas mis leyes generales en positivo, soy capaz de hablar con gente que no sé si me odia y disfrutar la conversación y terminar pidiendo fotos heladas, de pedir ayuda a gente que me crea complejo de inferioridad, y hasta de meterme en la Noche en Blanco y no pensar en que la gente se vuelve muy peligrosa cuando se convierte en masa. Durante unas horas, dejo de ser fóbicasocial y, qué quieren que les diga, no se está tan mal.

La idea es ser capaz de transmitir un poquito de todo esto esta tarde, porque falta hace. Mucha.

10.9.10

F5

Ene pestañas abiertas en el Firefox. El reader, por compensar. La UNED, en sus dos versiones oposicionesdeauxiliardebibliotecayarchivos y matrículaporinternet. El IN3, por curiosidad. Facebook, porque es una droga. La UAM, también por trabajo. Y hablando de trabajo, todos esos portales de empleo que quieren empezar a cobrarme por mandar mi CV. Idealista, en cada una de las búsquedas guardadas, que tengo que repasar porque con el cambio de PC ya no sé cuáles he visto y cuáles no. Y hasta ayer que estaba sin Outlook, Hotmail.

El botón de F5 echa fuego, y yo más. Tampoco he empezado con la ponencia, ni he redactado el proyecto. Pulsar F5 me tiene ocupada al menos cuatro horas diarias. Creo sinceramente que estoy empezando a perder la cabeza hasta un punto preocupante.

Ayer, Mi Media Infancia y yo tomábamos el sol tras un homenaje de comida basura. Hablábamos, como siempre últimamente, de mercado laboral, crisis de los 30 por anticipación, y ofimática para el demandante de empleo. Agotamiento mental. "Si quieres, puedes todavía mirar el mail antes de ir a ver el piso". Me lee los pensamientos, porque obviamente estoy desesperada y mi índice tiene mono de "Actualizar". Por supuesto, El Correo sigue sin llegar. Algún tipo de parálisis nerviosa me impide coger el teléfono y cambiar F5 por rellamada. Y esto tiene que acabarse YA.

8.9.10

Gente que roba puestos de trabajo, vol. II - Agentes inmobiliarios

- Hola, buenas tardes. Llamaba por el anuncio que tienen en Idealista de un piso en alquiler en Puerta del Ángel.
- Sí, tenemos varios. Pero deja que te explique. ¿Tienes intención de hacer un contrato a largo plazo?
- Bueno, no lo sé. En principio no tengo problema con eso.
- Lo alquilan por un mínimo de tres años. Si te vas antes, se te penaliza con un mes por cada año de incumplimiento.
- Ya, bueno. Entiendo que si me voy antes por decisión propia, no por problemas en el piso, ¿no?
- Hombre, claro.
- Sí, ya. Eso está claro hasta que tu casero considera que es decisión propia irse de una buhardilla cuando van a levantar el tejado del edificio. Que ya me ha pasado.
- No, no, por supuesto que no. Ese tipo de cosas no cuentan. De todas maneras, tengo más preguntas que hacerte. ¿Eres funcionaria?
- No.
- ¿Tienes alguna propiedad?
- No.
- ¿Tienes posibilidad de que te avale alguien con propiedades?
- Pues no lo sé. ¿No te vale que me avale un funcionario?
- Ah, bueno, eso podría valer. ¿Te interesa realmente el piso?
- Hombre, si no, no llamaría.
- Claro. Pues entonces te paso con un compañero para concertar la visita.
(Hilo musical infame)
- Hola, buenas tardes.
- Buenas tardes. Estaba hablando con tu compañero sobre un piso en alquiler en Puerta del Ángel.
- Sí, bueno, tenemos bastantes en el mismo edificio. Están más o menos cerca del metro, pero te advierto que los dormitorios son pequeños.
- ¿Cómo de pequeños? En las fotos no parecen tan pequeños.
- Ya, por eso lo digo. Pequeños. Pequeñísimos. Que si quieres te lo enseño, pero que te lo digo ya porque así no perdemos el tiempo. Pequeñísimos. Por eso son tan baratos. Y aun así estamos teniendo problemas para alquilarlos porque en los cuartos no cabe nada de nada. ¿Estás segura de que te interesa?
- Pues dicho así, no, claro que no. Gracias.
- A usted por su interés.

Que digo yo, que igual los problemas para alquilar el piso tienen más relación con el grado de interés de los agentes inmobiliarios que con el tamaño de los dormitorios...