Mostrando entradas con la etiqueta cerrado por derribo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta cerrado por derribo. Mostrar todas las entradas

15.9.13

Vivir en una letra de Nacho Vegas

Todo empieza cuando no sé cómo despedirme de ti.

Mentira.

Todo empieza cuando los lunes somos novios y los viernes compañeros de trabajo. Y sigue cuando los miércoles soy una historia que contar. Y va a peor todo el tiempo y digo demasiadas veces "bañera llena de ácido" en 48 horas.

Todo empieza cuando te lo digo. Tú me haces cosquillas y te sorprendes.
- Estoy a la defensiva.
- Me alegra que me lo digas, pero no sé por qué.
- Porque das más miedo de lo que pareces.

Pienso en el Chico Gigante, "a él le gusta más de lo que dice, y a ella menos de lo que dice", y de pronto parece verdad.

Y te lo explico y haces la del espejo y parece que no tengo derecho a enfadarme porque estás enfadado tú. Y todo se vuelve tan raro que ni siquiera hueles lo suficiente.

Todo empieza como hace más de un año, "no 3G no honey".

No hay Jefa Planetera, no hay Manos Pequeñas, no hay Festivaleras. No hay nada salvo las sucias del Chico Suizo y dos pizzas, nada menos.

Estoy harta de sentirme como una pequeña niña gorda aunque me digáis tanto que cada día estoy más buena que me da miedo hasta venirme arriba.

Y por no venirme arriba, me vengo abajo.

Y estoy cansada.
- Me agota.
- Ya, pero, ¿el qué?
- Esto. El hoy sí, mañana no, el no saber. El sentirme rechazada.
- No te he rechazado nunca.
- Es que ni siquiera hace falta.

Esto cansada de ser alfa todo el rato, precisamente ahora que abrazo el paradigma de los cuidados como si no hubiera otro.

Cansada.

Aburrida.

Llámalo X.

Total, que todo empieza con el enésimo whatsapp y una duda taxímetra. Un mapa que no se carga y un montón de dudas. "What do you have at the end of the day". Mi dolor tras los ojos y yo decidimos que estamos tan cansados que no queremos saber cómo despedirnos. No queremos averiguarlo. No queremos preguntarlo. Así que abrimos la mochila de una chica desconocida y la invitamos a una caña, "¿qué haces?", "tómate una a mi salud". Y nos vamos sin despedirnos.

Y entonces llega el ataque del karma instantáneo. El círculo del maltrato. El quétaltevamealegromuchodequetevayabien. El aversinosvemosporquesipuedoecharteuncablemegustaría. El ignorar que estoy bien por si funciona y empiezo a estar mal. Y funciona.

- No quiero verte. No es un tema de rencor, sino de distancia. Deseo que te vaya muy bien, y no tengo problema en verte, pero, desde luego, no voy a quedar contigo. Porque no tengo nada que decirte, y así estamos bien.

Y me cuentas que estás con otra chica y que eres feliz y de pronto tequieromuchísimo y nodejodepensarenti y no puedo contestar más que esdemasiadopronto y teacompañoaltaxi nomejorqueno y desde cuándo te ha importado una mierda lo que yo decida, así que, por supuesto, me acompañas al taxi, y los silencios incómodos se vienen arriba, porque hoy todo se viene arriba menos yo, y todo acaba con un taxista pidiéndome que le prometa que no te voy a ver más, porque noséquéhapasadoperoesonoselehaceanadie, y es que no se dan portazos al grito de quetejodan porque luego la gente piensa que eres un puto psicópata y yo me lo creo.

A veces, muy en serio.

Tan en serio que pienso que si te he querido de verdad estoy muy rota y no tengo otra mejor que hacer una llamada llena de lágrimas y romper el amago de relación sana que tengo.

Porque de pronto ya no parece tan sana.

Porque necesito algo mucho mejor.

Porque estoy hartísima de mendigar que me quieran, porque prefiero que no me quieran nada a que me quieran mal, porque prefiero que no me hablen a que me persigan a un taxi con la excusa de que aún me quieren para mandarme a la mierda de un portazo, y prefiero que no nos veamos más a tener que irme sin despedirme por no tener que plantearme si te beso y dónde.

Así que, básicamente, os podéis ir todos a la mismísima mierda, a la ardiente oscuridad, o donde buenamente os convenga, porque yo, señores, estoy en mi hogar y Vespa me quiere como si no hubiera otro ser vivo en el mundo capaz de alimentarla una vez al día y eso, señores, es lo único que quiero, lo único que necesito, y lo mínimo que me merezco.

Por menos que eso, yo no cojo el teléfono los domingos.

6.2.11

De superpoderes y otras malas costumbres.

Ya lo dije, así que ya lo sabía, pero supongo que se me olvidó. Está bien que haya gente a tu alrededor que te recuerde lo que ya sabes pero no te da la gana de pensar.
Te pasas tres días eligiendo las palabras para ser capaz de no dejar traslucir el estado real de las cosas en conversaciones telefónicas de más de una hora, para que al final, cuando lo sueltas, escuches un: "bueno, te dijeron que pasaría. Ha tardado mucho en pasar y lo controlas mejor. Y tienes que acordarte también de lo bueno". Sí, es cierto. Cuando soy feliz, soy más feliz que nadie. Y he sido capaz de ser más feliz que nadie durante bastante tiempo (ansiedades aparte), y todo ha ido bien hasta que se han empeñado en darme pastillas rosas y volverme nihilista.
Probablemente ya no tenga cerca quien entienda mis redes textuales ("todas mis buenas frases no son mías, son de Astrud"), pero tengo otras cosas.
Tengo que ser capaz de ver las frases en negrita que abren los correos y que dicen cosas bonitas de mí. Tengo que dejar de negarme a que el Rey del Laboratorio se ponga la capa y venga volando a lanzarme rayos de abrazos tranquilizadores. Tengo que permitir que mi padre me trate como a la niña mimada que soy, porque cuando lo hace, le freno y dejo de portarme como una niña mimada en general.
Tengo que salir a la calle, tomar el sol, beber cerveza con limón, comprar pasteles.
Y tengo que saber que voy a tardar en poder hacer todo eso pero que no pasa nada. Que podría ser peor. Que cuando digo en voz alta las palabras que me queman por dentro dejan de ser mi secreto, dejan de tener fuerza. Que tener miedo hace que las cosas no pasen. Y que, por eso, hay que elegir a qué tener miedo.
Aprovechar el impass. Hacer esas cosas que no puedo hacer cuando no hay quien me meta en casa. Tachar cosas de listas, que siempre sienta bien.
Y saber que soy yo la que está dejando fuera a los demás, y dejar de sentirme excluida. Y centrarme en que al menos hay alguien a quien siempre quiero ver, y que está dispuesto a venir a verme incluso cuando no le dejo. Que es una suerte inmensa.

11.1.11

Estadísticas (en contra)

Es que no se trata de alegrarse o no alegrarse. Se trata de no tener un ego tan enorme como para creer que uno forma parte de lo que le cuentan. Se trata de que lo importante de la noticia no es, ni mucho menos, una conversación aislada con el Chico Samba, por más que él se empeñe en recordarla (y más que él, su otro él).

No se trata de vestidos, ni se trata de fechas, aunque este año el 16 de abril sea sábado. No se trata de números, ni son carreras.

Es sólo la confirmación palpable de que estás haciendo algo mal, una vez tras otra. Y que por muy sinceramente que celebres que los demás acierten, sinceramente, no entiendes en qué cojones te estás equivocando, y punto.

Y por una vez, para variar, estaría bien ser yo la que pone cara de no-sé-a-qué-te-refieres en medio de mi felicidad contagiosa y obnubilante ante las congratulaciones ajenas.

Y me cagoentodo, las cosas como son. Desde mi egoísta envidia.