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29.6.25

Nuestra otra línea temporal (todo lo que ya no haremos)

Este era el verano que por fin habríamos podido planear juntos, y eso era prometedor. Nunca llegamos a hablarlo pero yo tenía una lista (siempre, para casi cualquier cosa, se puede contar con que yo tengo una lista).

Íbamos a ir a la piscina tú y yo solos, no tú a ayudarme con el Niño Cascabeles; íbamos a ir paseando a tomar helados, y a recorrer la avenida a un lado y al otro; íbamos a repasar todas las fiestas del distrito, barrio por barrio; íbamos a ver atardeceres y a echarles especias; íbamos a disfrutar de tu cuarto y del mío: íbamos a encontrar una forma de ir juntos a Granada; me ibas a enseñar por fin tu tierra porque íbamos a llevar al Niño Cascabeles a la playa, aunque incluyera el concepto de familia política y pedir favores muy complicados de pedir; íbamos a acampar en algún sitio lleno de verde, a andar por el campo, a reconocer pájaros y a aprender a orientarnos, a enseñarle al Niño Cascabeles las estrellas y a aprender yo a estar a salvo fuera de los mares de hormigón donde siempre he pensado que no puede haber serpientes.

Ahora solo quedan las serpientes (escucho sus siseos).

Pero el problema principal no es este verano (eso digo ahora; habrá que verme en cuatro semanas...), son esas coladas y esas declaraciones de la renta de todos los años venideros. Es no comprar la sandwichera de Pokémon ni colgar en tu pared la lámina del museo de Ferrowhite que por fin había localizado ni encargar que traigan de Holanda esas galletas de mantequilla de lazo. Es que nunca llegaré a seguir a tus amigos en Instagram, que siempre quise profundizar en esa conversación con la Chica Insomne, escuchar abrirse en canal a la Chica Filmoteca, que me va a seguir pareciendo entrañable cada foto de tu mejor amigo con su chica y en todas las veces recordaré eso de "no le sabe llevar como tú a mí". Es que nunca te fui a recoger a la estación ni aprendimos a lidiar con las correas ni te pregunté qué fue lo que verdaderamente pasó con aquel libro. Es no comentar contigo la cuarta temporada del cocinero de bracitos ni comparar el diseño de sonido con el del juego aquel.

Me instalo sin parar (ya, ya sé que no debo) en ese otro futuro, en el que tenía que empezar el 12 de enero con mi nota llena de promesas de un 2025 de pareja normal.

Me imagino dónde vamos a elegir ir a cenar: quizá a aquel vietnamita. Me imagino yendo a ver los almendros contigo, al teatro contigo, a conciertos contigo. Construyo recuerdos en los que somos los dos cantando a gritos, y no yo cantando sola y tú con tus amigos y luego nos encontramos. Bailamos tangos y bachatas (yo aprendo a bailar, tú a dar masajes), cenamos en el cubano, tomamos vermú en el mercado; conseguimos averiguar por fin qué es esa luz verde que se ve desde Las Tetas.

En esa línea temporal los dos nos hemos sentado delante de nuestros espejos y hemos escrito, aunque fuera de oído, nuestros respectivos manuales de instrucciones. Puedo recordar perfectamente la conversación en que nos comprometimos a hacerlo, puedo imaginarnos tomando notas y poniéndolas en común. If this, then that. Dejar de generalizar patrones y particularizarlos, ser un poco más inductivos, para variar. Dejar de intentar vernos desde fuera y empezar a sintonizarnos desde dentro. "Despertarnos tristes, pero a la vez". Desarrollar protocolos de actuación y palabras de seguridad. "Me gusta mucho esto que estamos construyendo".

"Las cosas no deberían ser así de difíciles", me han dicho muchas veces estos tres años; estoy de acuerdo, pero no creo que puedan ser de otra manera para mí. Lamentablemente necesito protocolos y necesito palabras clave y necesito mucho, mucho campo de pruebas y las personas con las que puedo llegar a conectar no son muy diferentes. 

Así que cuando pienso en esa línea temporal imagino una sucesión satisfactoria y muy relajante de patrones conocidos que nos quitan, de una vez por todas, los miedos. Un checkpoint que tiene plan B y plan C para que no nos lo saltemos; porque sin habérnoslo saltado creo que aún estarías por aquí. 

Me siento como si bordase un tapiz sobre esa cuadrícula de seguridad, y repaso la línea temporal que sí compartimos en busca de todas las cuentas que quiero dejar insertas en el dibujo, sin saltarme una; y leemos a Olalla Castro y bailamos en la cocina, porque "al final nos espera una casa sin daño", y navidades sin catástrofes, y cumpleaños que solo saben dulces, sin acidez ni acritud.

Mientras tanto, tú te preguntas qué es tuyo, qué perdiste en el camino, qué olvidaste en el baúl, y yo miro mi colección de cromos donde guardo todas las respuestas y puedo decirte exactamente dónde se te hizo el agujero en la mochila y lo que cayó por él y lo que no fuiste consciente de que ibas metiendo para compensar el peso perdido; y me pongo muy triste porque soy capaz de imaginar una vida de hamburguesas, madres y fútbol mucho más de lo que soy capaz de imaginar una vida sin ti y me cuesta mucho no pensar que si me dejaras darte esa llave y pudieras abrir esa puerta terminarías teniendo muchas ganas de compartir conmigo las vistas desde esa habitación. 

Pero has suplicado que no lo haga y aunque no vaya a saber nunca si esa súplica era o no una amenaza lo que sí sé es que me toca acatarla aunque tenga que preguntarle treinta veces al día al tarot si algo ha cambiado y cuánto falta para que pueda llegar a hacerlo.

23.12.09

Somosaguas es un parque temático



Correr por la carretera pero llegar diez minutos antes de lo previsto, un cigarro que no debería fumarme delante de alguien que debería haber sabido quién era, "desmitificar el marketing", charlas en las que no deja de aparecer la palabra capitalismo como si fuese un ente abstracto y no el mundo en el que vivimos, cerrar por fin mi matrícula, un abandono (pero muy justificado), un encuentro en la puerta de la cafetería, un encuentro dentro de la cafetería, cumpleañosfeliz, cafés en vez de cañas, charlas en chino, folklore somosaguásico (a.k.a. una especie de procesión con ataúdes por la muerte del saber que desemboca en una sentada con cantidades industriales de alcohol), un grupo de trabajo, biblioteca, el tercer encuentro del día (este un poco más preocupante porque si piensas en alguien y aparece, pues da miedo), dos textos para la Chica Mariposa, el libro que he decidido leer estas navidades en lugar de los que realmente tengo que leer, cuarto encuentro (por qué la gente viene aquí a echar el día, me pregunto), osdejoestounmomento que no es un momento, que son montones y montones y montones de páginas, el Delegado en Funciones que me llama al móvil que está dentro del bolso que lleva él y se sorprende porque está oyendo algoasícomosisonaseblur, confidencias, cerveza en vez de café, la clase que debería haber tenido desde principio de curso y la profesora que yo quiero ser de mayor, aprender de Bourdieu, aprender que si Foucault es nietzscheano igual empieza a caernos bien Foucault (y de paso, preguntarnos por qué le tenemos esta manía absurda a Foucault), mevoyamicasa, la Chica Líquida, "tomamos algo a la salida", yanomevoyamicasa, la clase más corta del mundo con uno de los profesores más impresentables del mundo, un ataque de Húmera, un cambio de planes razonable, el bar de la fiesta, un intento de ser buena influencia que no va del todo bien pero que se queda convertido en plan para esta semana, unos post(estructural)its, Foucault pegado a todas partes, un ataque de decir cosas bonitas a las chicas con las que nunca hablamos (somos una minipandi un poco sectaria, a veces), buenas intenciones de aprendizaje colaborativo post-navideño, felicitar la navidaz en triadas (porque, bueno, es algo), un propósito que funciona de manera intermitente, una conversación muy divertida con el Sociólogo Kamikaze (gran descubrimiento), perder a la mitad de la gente por el camino como siempre, una exposición de fotos en algún lugar de Lavapiés, el auténtico cuarto miembro del Piso Peligroso, una presentación desafortunada, una serie de cosas que creo que también eran desafortunadas en general, un baile con sobredosis de sinceridad (y yo no debería bailar pero decir las cosas a la cara me gusta mucho), zapatos esparcidos por el mundo, la chica medio gaditana que me llama "castillitos" y con toda la razón, un arranque de lucidez, una pérdida absoluta de la lucidez para lo que queda de noche, dos extravíos que parecen incomprensibles pero que resultan no serlo, el Candela, un chico divertidísimo que viene a decirme que se ha enamorado de mi nariz, jugar a los gnomos, esquivar al señor muy zumbado, acabar como se acaba esto siempre, pero distinto.

Y además de divertirme, redescubrirme. Escucharme de pronto hablar por dentro. Y recordar cuando tenía veinte años y una cantidad de ingenuidad forzada preocupante, y convertir todo esto en una novela romántica haciendo una compra incomprensible por internet y desde el móvil en pleno impulso y ahora tener por delante un mes para plantearme qué hago finalmente. Pero creo que debería terminarlo. Porque es bonito, porque no es simplemente una novela romántica: es MI novela romántica, y en mi novela romántica las cosas se hacen así o no se hacen.