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14.8.13

Puntos de vista

500 days of summer tiene montones de escenas maravillosas. Como esta:


Pero lo cierto es que mejora exponencialmente cuando se le añade el contrapunto, una de las escenas cortadas que nunca debió salir del metraje final.


En las últimas horas, Lavapiés ha estado jugando conmigo exactamente a esto. Después de una semana de fiestas absolutamente maravillosa, llena de encuentros, de abrazos, de risas, de sonrisas, de dóndeestásqueahoramepaso, de cantar al aire, de malosrollossolofueradelbarrio, de descubrimientos, de querer a personas nuevas, de pronto y sin venir a cuento mientras tomaba unas cañas con la Chica Aura y el Chico Pingüino (curioso volver a usar estos nombres, después de tanto tiempo, con tanta familiaridad) un hombre aparece corriendo, da dos golpes a otro que cae al suelo y convulsiona tras golpearse la cabeza con un sonido estremecedor, y aparece El Otro Lavapiés.

Aparecen doce coches de policía. Aparece la incapacidad de creer que hayan llamado a la ambulancia. Aparece el personal de ambulancia con una soberbia inigualable, "quieres algo de nosotros o nos marchamos". Aparece la doble de moral: casualmente solo en este caso aplica el derecho a la autonomía corporal (espera, que me da la risa): es adulto, está consciente, no quiere que le atendamos, no puede hacerse nada. Curioso que digan esto en un país donde la eutanasia es ilegal. Curioso que digan esto cuando a mí no me dejaron morir. Curioso que digan esto cuando la Chica Aura y yo estamos seguras de que si nos golpeásemos la cabeza y en plena conmoción tuviésemos un ataque de paranoia, tan nuestro, nos atenderían. Porque somos mujeres, jóvenes y blancas. Aparece el camarero hablando de personas como animales. Discutimos durante mucho rato. Al parecer el que ha caído al suelo no solo trafica con drogas, también con personas. No seré yo quien defienda a un proxeneta, claro que no. Pero no seré yo tampoco quien me pare a juzgar la calidad moral de una persona antes de decidir suministrarle atención médica. El Chico Pingüino media para que se deje mirar. Todos están seguros de que está bien, pero no debe estarlo tanto cuando la ambulancia arranca, con él dentro. Y entonces aparece el miedo al CIE. Y entonces aparecen los gritos de "chivato, chivato" y aparece el miedo. Durante un fugaz momento aparece un mediador que le asegura al Chico Pingüino que saben que lo hacía con su mejor intención y que no hemos llamado a la policía (solo faltaba). La policía nos grita porque no podemos dar una identificación del agresor, veloz, "pero era blanco, era negro...". Era negro, claro, negro y flaco, una descripción que encaja perfectamente con el 90% de la población de la zona de Cabestreros. No vamos a enmarronar a nadie. No recordamos qué llevaba puesto, no recordamos cómo llevaba el pelo, estábamos de espaldas y solo han sido dos golpes, "ya, claro". Aparece la desconfianza mutua vecinos-policía.

De pronto tenemos miedo, un miedo muy tonto por haber estado en el lugar incorrecto en el momento inadecuado, nosotros que hacía veinte minutos que subíamos.

Y, lo que es peor, de pronto y durante el día siguiente en los coches hay gente que probablemente se está drogando con la puerta abierta, hay personas intercambiando drogas en los portales, hay gritos a mujeres.

De pronto es como si todo lo que pudiera ver de Lavapiés fuese lo malo. Mi piso perfecto de pronto es un problema, el termo gotea, el aire no funciona. Y las calles están llenas de amenazas. Como si la voz de ese camarero que desde su interracialidad se dedicaba a despotricar con la misma alegría de "moros", "negros", "indios" y "chinos", que los llamaba animales, que mezclaba fenotipo con actividad, se me hubiera metido en la cabeza y ahora no pudiera pensar en otra cosa. Ahora no me gusta moverme sola por el barrio. Ahora se me acercan demasiado y tengo miedo.

Y solo puedo pensar que odio a la gente que se porta mal y no se autogobierna y legitima con su puta actitud que haya un gobierno lleno de personas que se portan aún peor pero protegidas por la ley.

Y quiero mi Lavapiés armonioso de vuelta. Ese Lavapiés donde se cumplen los sueños. Así que vuelvo a cambiar mi foto de perfil por la calle Argumosa vista desde la plaza, por las luces apagadas. Ayer miraba los árboles con restos de farolillos y pensaba que esa era yo. Todo barrio y restos de verbena.

Barrio, vuelve a hacerme feliz.

28.5.13

Rendiciones

- Sí, es un "hasta aquí hemos llegado". Un "me rindo".

Se acumulan deadlines, se suman tareas en el Google Calendar, esa herramienta imprescindible que quiero borrar de mi vida tres veces al día. Y las cosas resbalan sobre mi piel como si no existieran. Lo que hace un mes era angustioso e insuperable ahora es transparente, y todo se me olvida, y todo me da bastante igual.

Los señores que quieren enseñarme a dormir con veintiocho años de retraso lo llaman "despido mental" y hablan de una sensación extraña en la que las cosas dejan de tener sentido.

Yo no creo que hayan perdido el sentido, creo que probablemente nunca lo tuvieron.

No quiero escribir en blogs. No quiero lanzar un proyecto web. No quiero subir los ratios de interacción. No quiero que personas que ya son ricas se hagan todavía más ricas gracias a que yo me aposente bajo los filamentos asesinos de las bombillas del sitio nuevo contracturándome el psoas y aumentándome las dioptrías y enmustiándome.

- Tengo la sensación de que llevo un año en suspenso. Ya no oigo música, no leo, y, francamente, no sé qué hago en vez de eso.

Y no creo que la vida sea esto. Llámenlo inmadurez, inconformismo, o falta de principio de realidad, pero no creo que la vida tenga que ser venir hasta aquí, engañar a todo el mundo una serie de horas, chupar atasco pegada al móvil, llegar a casa y seguir sin saber qué pasa entre jornada laboral y jornada laboral para que ya no tenga hobbies.

Quiero aprender cosas. Es la primera vez en mi vida que paso tanto tiempo sin ningún tipo de formación reglada obligándome a aprender cosas que no sabía que me interesaban cada equis tiempo. Y he llegado a la conclusión de que no es sano.

Quiero reajustar mi karma. Quiero hacer todo lo que he dejado de hacer. Quiero dejar de ser parte del problema. Quiero ayudar a acabar, trocito a trocito, con esta puñetera depresión colectiva. ¿No estáis agotados de ver cómo todo el mundo a vuestro alrededor está ansioso, triste y cansado?

Quiero tener tiempo que perder. Quiero hacer cosas que no sean conscientes y planificadas. Quiero no darme cuenta de que estoy perdiendo el tiempo, no perder las horas que he programado perder. Quiero improvisar. Quiero no saber qué voy a hacer mañana, y saber mañana qué ha sido del resto del día.

Quiero que tener una familia deje de ser un horizonte lejanísimo que sigue alejándose.

Quiero tener la sensación de que se me acaban los libros que leer.

Quiero terminar la novela. Quiero formar parte de un mundo que me apasione. Quiero contribuir a crear cosas que puedan leer otros. Quiero acabar la tesis, quiero tener al menos la sensación de que voy a acabarla.

Quiero salir de aquí con la cabeza alta, sintiendo que lo intenté, lo hice bien, y no era para mí.

Quiero mirarme al espejo y reconocerme.


22.8.12

Son solo palabras

Sentir que algo se te ha muerto dentro. Qué clásico, qué añejo en tantos sentidos.

Sentir de pronto una sensación al tiempo familiar y olvidada, ese puzzle deconstruido con las piezas que no encajan y la parte impresa despegada en las esquinas.

Ese agujero negro, aunque, eso sí, controlable. Una no se pega cuatro años de terapia para nada, eso lo tengo claro.

He cambiado. Ahora cuando tengo mucho, mucho, mucho miedo, me armo de valor, echo un CV a Google y me preparo para otra negativa, que cada vez duelen menos. Es lo que tenemos los niños malcriados, que en el fondo no estamos rotos del todo, que podemos ser educados, aunque sea tarde y con parches. Que es un no, pues es un no. Nunca duelen tanto como el primero.

Se me pasan por la cabeza cosas que daba por desaparecidas, superadas, enterradas y olvidadas. La reacción de mi madre tras la ruptura con el Chico Cósmico, por ejemplo. Las lágrimas que he causado, más que las que me han causado a mí. Oh, welcome back, guilt. Honestamente, no creo que nunca eche en falta sentirme culpable. De todos los sentimientos negativos, es del que prescindiría sin dudar. Que vengan los duelos, los celos, la ira y la tristeza. "Crisis como esta, dame cuatro cada día". Pero que alguien venga y borre la culpa para siempre. Mierda de judeocristianismo. O whatever.

He cambiado, he mejorado y he crecido, pero, a veces pasa, y vuelvo a encontrarme con la losa en el pecho a las tres de la mañana, los hipidos y esa sensación de duermevela causada no tanto por el insomnio como por el miedo indefinido hacia la vigilia. Estar despierto, tener vida, esas cosas. Que cansan.

Pienso, de forma completamente irracional, que si pudiera elegir entre ser increíblemente rica o no estar nunca demasiado cansada, elegiría lo segundo. Luego pienso hasta qué punto lo segundo vendría con lo primero. Y luego cualquier amago de racionalización de esos hilvanes de pensamiento se va al traste, porque finalmente lo reconozco: welcome back to 2009. Afortunadamente no es 2007, pero sigue siendo lo suficientemente claro, evidente, reconocible y datable como para despertar mi instinto de huida.

Es oficial: odio mi trabajo. Odio mi trabajo hasta el punto de que mi vida empieza a resultarme profundamente odiosa por contenerlo. Odio mi trabajo y además sé que incluso dejarlo no sería suficiente, porque ya es tarde.

Ha sido, oficialmente, un verano de mierda y estoy hecha puzzle. Ya me lo sé, así que necesito armarme; y para armarme, necesito dos cosas: una foto final y tiempo para mí. Incluso una tercera: tirar todas las piezas de los puzzles viejos mezcladas con este.

Llega un punto en el que vuelves a ver Anatomía de Grey después de años y solo puedes pensar que no hay amistad en el mundo tan hermosa como la de Meredith y Cristina, y que Cristina tiene mucha razón cuando se pregunta quién es si no puede estar en un quirófano.

Tenemos una manía espantosa de creer que nuestro trabajo es lo que nos define, y eso pesa. Pesa tanto que lo extrapolamos incluso a lo que hacemos fuera. Y si bien nunca me he presentado así, siempre me he creido escritora. Y no saben lo que duele no ser capaz de escribir. Mirar el documento en blanco y pensar que no vas a ser capaz, aunque te dieran otros dos meses. Tener miedo a cada encargo. Pienso que son solo palabras, pero no lo son. Es exponerse. Es exponerse en el momento en el que más frágil me siento, en el momento en el que mi autoestima está tan baja que por mucho que me agache no llego a alcanzarla.

Y creo que no voy a poder mientras pienso que la única solución es que pueda.

12.12.10

Lavapiés

En general ha sido una gran noche, a pesar del estado físico que no ayudaba. Hemos hablado de política, de sexo, de marabuntas humanas por Sol propias de las fechas, de historias de la infancia, de familia. Supongo que como cualquiera que lleve de cañas cuatro horas. Ha estado bien, y aunque no bailemos y haya quien lo eche en falta, las Chicas de Barra (esta vez, Mi Media Infancia y yo, aunque podría estar hablando de La Chica de las Sonrisas y yo sin ningún problema, que para eso sé juntarme con parejas de barra) estamos más que satisfechas.

Y entonces llega Facundo. Que es un argentino que "reparte" compresas con la cara de Carrero Blanco y te lo explica, porque algunos chistes, sorprendentemente, son mejores cuando se explican. Nos pide paciencia y la verdad es que no la demostramos, pero las interrupciones constantes del Chico Recopilatorios son buenas, lo reconoce hasta él. Nos reímos. Mi Media Infancia, a veces, un rato tarde; demasiada cerveza. Mi Media Infancia, a cambio, le demuestra que hay católicos que pueden hablar de sacrilegio cuando se sugiere crear condones con la cara del Papa, y aun así ser majos e incluso tener una cierta conciencia social. Yo, de pronto, me encuentro hablando de "Euskal Herria", y de cuándo nos robaron el derecho a la huelga, y me siento muy, muy rara. Incluso farsante. Aunque sea verdad que mi apellido debería escribirse con Tx y que fui con los piquetes el 29-S, estoy tan acostumbrada a esos reproches de reformista-procapitalista que me hacen por todas partes, que cuando me encuentro en una de estas me parece que llevo una doble vida.

Que, en el fondo, la llevo. Ayer, sin ir más lejos, hablaba con la gente que me paga por escribir cursos sobre los Frenos Personales a la Productividad (nada menos). Cierto es que hablaba de que las putas circunscripciones electorales me dan doscientas patadas y de que los sindicatos deberían darse cuenta de que, salvo nominalmente, nuestro gobierno es de derechas, pero no dejamos de ser "sector consultoría", especialidad RRHH, y yo, para terminar de rematarlo, publicista.

Se lo digo, al argentino encantador. Que toda mi conciencia social está envuelta en un podrido cuerpo de publicista, pero que al menos como tal puedo decirle que su estrategia de pseudoboicot a las multinacionales uniendo a las empresas pequeñas para poder ofrecer lo que aquellas pueden permitirse sin inmutarse mola mil. Por si le sirve, vaya.

El Rey del Laboratorio me estuvo explicando adecuadamente el concepto de gentrificación y creo que viene a ser lo que pasa cuando los publicistas con aires de proletarios acabamos yendo a vivir a Lavapiés. Y sé que no me pertenece. Que soy de corazón malasañero, e incluso, chamberítico. Pero... Me gusta este barrio que imposto. Las cosas como son.

16.2.10

El tiempo atemporal

Sábado noche. Una especie de viaje de tripi. Uno no se acostumbra a la manía de según qué ciudades sin carácter de adoptar toda fiesta que nos parezca; y así, de pronto Madriz celebra Halloween, Carnavales, y el Año Nuevo Chino, como si fuese normal. Uno de esos melting-pot que vuelven loca a la Profesora Escopeta.

El Chico del Entusiasmo dice que salimos disfrazados de "estudiantes de máster que no tienen que entregar un trabajo el lunes", y a mí me parece bien; aunque al final, mi relación amor-odio con la cafeína me aporta un bajón considerable. Me voy a casa, aguanto un rato por no despertarme cuando Blue llegue de trabajar y desvelarme.

Amanezco a las tres de la tarde, y no sé ni cómo. Por un azar bastante adecuado, si consideramos que había quedado a comer. Empiezo mi Gran Trabajo del Lunes a las 6 y media de la tarde del domingo. Me quedo bloqueada en las siete páginas, me voy a dormir. Amanezco, esta vez, a las cuatro de la tarde. Y por arte de magia, soy capaz de entregar 23 páginas a las siete y media. Inconexas, incoherentes, inconsistentes, sí. Pero al fin y al cabo, qué otra cosa podemos decir de mí misma. El caso es que son 23 páginas, y que si he sido capaz de hacerlas así, entonces cuesta bastante entender por qué hay que cambiar las malas costumbres recién adquiridas.

Últimamente me ha dado por pasar demasiado tiempo en la cama. Estamos desarrollando toda una teoría sobre cómo en la cama, en realidad, no pasa el tiempo. Podemos irnos directamente a los clásicos: "fue el ruiseñor, y no la alondra, la que hirió el fondo temeroso de tu oído". Podemos fingir que no suenan las campanadas o que no hay voces al otro lado de la puerta. Recuerdos de Najwa Nimri, en una entrevista, hablando de que no había muchas cosas que no pudieran hacerse en la cama. Empezamos a estar bastante de acuerdo. Salvo por el pequeño inconveniente de la conexión temporal con el resto del planeta.

Claro, que, en general, no estamos especialmente conectados con la temporalidad ajena. Lunes que parecen viernes, indignación ante las autoescuelas que ponen clases prácticas los sábados por la mañana, porque son martes, y ante la gente de uniforme y/o traje y maletín que llena el metro de los sábados por la mañana, porque son martes.

Salgo a cenar con la Chica de las Sonrisas, y de un minuto al siguiente los tercios parecen haberse multiplicado en nuestro torrente sanguíneo, y quiero más y canciones de los Strokes, pero ella responde que mañana trabaja. Vuelvo a pensar en lo maravilloso que es confundir los lunes con viernes. En la falta que me hacía, en general, que los lunes pudieran ser viernes.

Y es que al final, todo se trata de eso. De evadirse de lo que era la vida tal y como la conocíamos, que a veces se pone puñetera y hace que la eche de menos. No quiero echar nada de menos. Estoy tan dispuesta a no echar nada de menos, que si no es Massachussets, ya serán Leeds o Lancaster o lo que haga falta.

"En septiembre ya te arrepentirás de todo esto. Es más: en septiembre ni siquiera estarás en España para poder entregar esos trabajos". Y me conmueve que alguien se lo crea, me conmueve pensar que para algunas personas, ese soñar en extranjero aún no son palabras gastadas. Es lo bueno que tiene conocer gente todo el rato. Que algunos todavía no han tenido tiempo de cansarse. Y que, seguramente, su fe sea precisamente la que permita que antes de que empiecen a notar el aburrimiento, yo haya desaparecido. A cualquier otra parte...