10.10.10

Soy una avariciosa. Me he quedado hasta tus perchas. Me las llevaré, claro. A estas alturas, no voy a tirarlas. También.

Sí que he tirado un par de las muestras que tenía de cuando no me escuchabas. Qué quieres que te diga, prefiero recordarte cuando sí lo hacías, aunque sea sin soporte material.

La última vez sólo se vació una cómoda, la mitad de un armario. No parecía tan apabullante. Aunque en realidad lo era. No sé, de aquellos meses tiendo a tener recuerdos difusos.

El caso es que creo que me va a sentar bien un sitio donde no haya agujeros que recuerden tus fotografías.

Las mudanzas son fracasos, ya lo dije. Que en el fondo tiene un cierto toque de happy end, que a su manera ha sido a mejor, sí. Pero fracaso, al fondo, no obstante.

Qué pena tan grande que no fueras tú. Ni aquí.

Paréntesis, 2.0. Afortunadamente

La cosa básicamente era que no debería haberme movido de casa, que no había embalado suficiente, que cada vez que intento ser selectiva con los trastos me da llorera (véase posts anteriores) y que así no se puede. Pero como se supone que estoy dejando de castigarme a mí misma (aun a costa de no parar de hablar de castigos divinos, porque esto, al fin y al cabo, es progresivo), saco la basura (que, vista en la calle, igual no es tan poca) y me voy a la Casa de la Tortilla, aunque sólo sea para conocer al Chico Berlinés y confirmar que existe y no es una ilusión compartida por el Rey del Laboratorio y el Sociólogo Renegado.

No sólo existe, sino que es majísimo, y mientras engullo un pincho de tortilla voy envidiando la vida Erasmus y la vida alemana, el aprendizaje idiomático por inmersión y poder escuchar las historias de supervivientes del Holocausto de primera mano.

En paralelo, dos Erasmus italianos intentan hablar sin mover las manos y cuentan malentendidos lingüísticos en Argentina. El Sociólogo Renegado, que se ha encerrado a sí mismo en la esquina de la barra, me saca la lengua de tanto en tanto. Creo que estaría a gusto si el resto de los pobladores del local dejasen de jugar con la puerta y de golpearme con las chaquetas.

Pero el caso, no sabemos si por la sangría peligrosa, porque ha dejado de llover, o simplemente porque sí, es que decidimos ir a tomar otra a algún sitio cercano, y acabamos en el Redrum. Y me parece fatal. Porque creo que me habría enamorado mucho de ese bar y no vale conocerle ahora que abandono el barrio.

Discusiones iletradas (por mi parte, sólo; mis interlocutores tienen nivel) sobre música. Sonrisa del pincha cuando le pido Such Great Heights. Y es que, efectivamente, durante un rato, y desde tan arriba, todo parece perfecto. Asequible. Divertido. Me vale con mirar al Rey del Laboratorio y verle sonreír. Con prometerle a la Chica Suiza versión Erasmus Italiana que nos vamos a ir de bares por Malasaña. Con ver al Sociólogo Renegado intentar mimetizarse con un ambiente que detesta.

Durante un rato, todo está bien, y me hacía falta...

9.10.10

Gente que roba puestos de trabajo, vol. V - Servicio de información de la Biblioteca Central

En primer lugar, alguien debería tomar medidas sobre el hecho de que desde hace años, la dirección que aparece en Internet de la Biblioteca Central de la Red de Bibliotecas Públicas de la Comunidad de Madrid está equivocada, y que están en Balmes, y no en no sé qué Felipe.

En segundo lugar, alguien debería asegurarse de que hay algún tipo de comunicación entre la planta baja y la primera. Que parece fácil, pero no lo es.

Ayer, llamé a las 8 y media de la tarde para preguntar si abrían hoy y si aceptaban donaciones a pesar de ser sábado. Alguien muy majo me contestó que no había ningún problema y que podía acercarme a cualquier hora de 9 a 2. Lo que no me explicó era que tenía que teletransportarme para evitar la entrada.

Porque al llegar a la puerta con mi maletón gigante, el chico del nuevo mostrador de Información/Recepción, me ha dicho, muy lógicamente, que dejase la maleta a la entrada.

- Si es que vengo a hacer una donación.
- Muy bien, ¿quieres un carnet?
- No. Ya tengo carnet. Quiero hacer una donación.
- ¿Una donación? ¿Pero de qué?
- Pues narrativa. Un poco general y otro poco infantil y juvenil.
- ¿Libros, entonces? [¿Qué coño pensaba que iba a donar a la biblioteca? ¿Armas?]
- Sí, claro.
- Uy, no aceptamos donaciones de libros.

¬¬

- Ayer llamé y me dijeron que sí.
- ¿A qué hora?
- Por la tarde.
- Ah, pues por la tarde no sé qué hacen [O.o], pero desde luego aquí no aceptamos donaciones.

Me saca un papel, subrayado en rosa, en el que pone: Donación de Libros, como si aquello fuese, como mínimo, la Constitución.

- Mira, ¿ves? Tienes que ir a una ONG, o algo.
- Ya -nunca antes dos letras sonaron tan mal.

La vigilante de seguridad decide mediar en todo esto antes de que me ponga violenta. No me veo la cara, pero es bastante probable que esté dando un poco de miedo.

- Pero vamos a ver, ¿no puedes quedártelos? ¿Y poner una mesa, y que quien quiera se los lleve, o algo así?
- Ejem. O hablar con tus compañeros de arriba - sugiero yo.
- No, no, no. Aquí no aceptamos donaciones.
- ¿Pero no ves cómo va de cargada la chica? ¿Que lo ha traído todo hasta aquí y tú le estás diciendo que se lo lleve otra vez?
- Sí. A una ONG. Las donaciones se hacen a ONGs.

La vigilante me mira con cara de "al menos tú no le aguantas todos los días". Yo cojo mi maleta gigante, vuelvo a bajar la cuesta (llueve, además. Eso no ayuda al humor, lo garantizo) y tiro para la tienda de libros usados de General Álvarez de Castro. Salgo de ella con 20€, los libros de los que me daba pena deshacerme (porque juvenil, dice, no vende), y el ofrecimiento encantador de la madre del dueño de acompañarme a mi casa con el paraguas.

Así no hay quien contribuya al desarrollo local, debo decir. La próxima vez, me dejo todas mis ínfulas solidarias en casa y me voy directamente a donde me paguen por mis cosas.

Ya está bien.

Mateo, 11:28

Ir a ver al psicólogo, confraternizar con el C2, querer hacer fotos a las Iglesias de Menéndez Pelayo para ilustrar estos días (hasta ahí hemos llegado), dependientas de Carrefour que no conciben que haya mascarillas fuera del pasillo de belleza, bolsas de papel a lo peliculero pero tremendamente incómodas, comer de menú para no olvidar que la dieta tiene un peso importante en la consecución del objetivo de sobrevivir hasta el 13, frotar ventanas hasta que lo que ya no está impecable es la bañera, descubrir que tenemos un termo asesino de cristales y potencialmente de personas, los instaladores de cocinas más lentos del universo, explicaciones insistentes vía móvil de cómo se llega a mi casa a alguien que no sabe distinguir en castellano la izquierda de la derecha pero luego es capaz de decir "banda especial para cubrir grietas" y "máquina para lijar puertas" (lo cual es tranquilizador), besos desconcertantes en el cuello pendientes de una explicación relacionada con la comunicación intercultural, colocones de color morado por culpa del amoníaco, borracheras de las de bailar con la fregona con menos de una lata de cerveza, la famosa pizzería que siempre se resiste, conversaciones excluyentes, retiradas a tiempo pero que no son victorias sino promesas de "mejor mañana", cruces de mails en los que intentan mentirme y yo intento resolver el papeleo (infructuosamente), números de páginas de Benjamin y Ricoeur que no sé para qué apunto si perderé, con toda seguridad; carreras a Somosaguas con 3500 páginas en las espaldas, olvido importuno de uno de los libros a punto de caducar y de los papeles necesarios; solventar este último gracias al Chileno CNTero y al chico de la sala de informática que tiene pinta de desagradable pero no, conversaciones infructuosas con el jefe de sala de la biblioteca (he descubierto que esas oposiciones deben de regalarlas; estaré pendiente a ver cuándo salen), siestas mínimas a contramano, disfraz de la Chica Casi Trilingüe y maquillaje, taxi, apariciones de catedráticos ajenos que celebramos telefónicamente, casting, ejercicio de personal branding, otra vez, con comentarios perfectamente pensados para la audiencia (ahora sólo tiene que funcionar) y un manto sobre el hecho de que me siento en un mercado de carne con la puta panorámica vertical; tarta de queso y zumo de moras y frambuesas, tiendas de almohadas, intentos infructuosos de comprar vaqueros (al menos le he hecho caso a mi madre, aunque sea tres años después), convivencia para que no se enfade el Nazareno Comunicólogo (y porque mola), rectificación mental de mi apuesta para la porra, caer en coma pero empezar a darle vueltas a la logística de Vespa, desayunar en el Pavón, llegar tarde al encuentro con el técnico de teléfono más raro del mundo, descubrir que un alta de línea tarda tres horas pero en una llamada de tres minutos te instalan el ADSL, quitar serrín durante 45 minutos y mover losetas durante casi el doble y sentirme inútil al ver el resultado, confirmación de mi preocupación "¿esto lo tengo que hacer siempre que un amigo me acerque en coche, por ejemplo?", pero al menos son majos; vida de barrio: descubrir qué farmacia no me gusta y conocer al Chico Ofidiofílico (vaya por dios), que me resuelva el problema de Vespa y toda una charla bastante agradable, aunque con grito injustificado ante un trozo de madera incluido; empezar a necesitar urgentemente un viaje a la Facultad de Psicología para poder dormir por las noches (ya es mala pata, de verdad, saber que justo bajo mi casa hay 12 jodidas bichas viviendo felices en sus terrarios), descafeinado en el Pavón, de nuevo, para ver si baja la adrenalina post-ataque-fóbico, ojear los escaparates de Ribera de Curtidores por si encuentro pistas sobre la puerta, encontrarme por fin con el Sociólogo Renegado, comer en una terraza en pleno ataque de findelbuentiempo para coger fuerzas para lo que toca, limpieza sistemática de ventanas y persianas, peticiones de que olviden la imagen de mí que acaban de recibir y que espero que no se repita, salir de casa medio grillada, cervezas en Argumosa y no decir más que gilipolleces, conseguir mantener la diplomacia con mi madre apesardé, agotamiento descomunal y cero ganas de llegar a casa por si tengo otro ataque de hiperactividad, y volver a casa, no obstante, a encontrar una cita del INEM que me toca las narices a más no poder, dejar resuelto (aunque eso lo sabré mañana) el trámite pendiente de la FPI, ducha reconstituyente, y tan reconstituyente que tengo que tragarme tres capítulos de The Big Bang Theory y un yogur de litro mientras consigo que el corazón me lata a un ritmo normal y apropiado para meterme en la cama, recuerdos súbitos de cosas que faltan, empezar a temer seriamente el insomnio y al mismo tiempo las pesadillas con serpientes, y entonces, por fin, dormirme (sin soñar).

4 days to go (cada vez que hago las cuentas, me cambian).

5.10.10

Update

No se puede hacer todo deprisa y corriendo, es la conclusión. Anda que no se le han dado vueltas a los muebles, aquí y en NYC, sobre un plano mal medido. Así, no (¿ven, señores sindicalistas? Este es un ejemplo de para qué se utiliza esa expresión).

Así que hoy he tenido otra ronda de mediciones. Mientras me instalaban el contador a toda velocidad. Justo después de hablar con la Teleoperadora Más Maja de la Historia (y lo siento por la Gran Zorra, pero no era ella); justo antes de que Timofónica me llamase (encantadores ellos también, a ver si me engancho a sus mieles) para decir que mañana vienen a instalarnos la línea para que me vaya de viaje tranquila. Qué monos.

Mañana, pues, muebles de cocina, instalación telefónica, llamada al pintor (espero), y limpieza bestia de puesta en marcha pre-obra (duele saber que hay que hacerla dos veces, pero... Las prisas es lo que tienen).

Ayer, la Chica Mariposa me decía que intentase recordar que, mudando o no, sigo de vacaciones. Ese es el gran objetivo de mañana. No perder de vista que son vacaciones. No repetir la de ayer, ni siquiera la de hoy. Hasta los ovarios de angustia.

Hacer las cosas despacito y con buena letra. Algún día aprenderé, espero. Igual mañana.

De momento, caprichos y chutes de sueño. Que siempre se me olvida lo básico.

6 days to go.

"En época de tempestades, no hacer mudanza"

Mi madre, que últimamente está que se sale, me trajo ayer dos muestras materiales de empatía: unos moldes de galletas para mi nueva casa con horno y una fotocopia de una octavilla de un consorcio homeopático titulada "20 claves para vivir sin ansiedad". La décima dice: "No complicarse más la vida. Ahora no es buen momento para dejar de fumar, hacer mudanza o cambiar de trabajo". No me digas.

Tengo unas ganas bárbaras de salir de esta casa, pero en el fondo da igual. Una mudanza siempre es triste.

Ayer mi tía estuvo tremendamente desafortunada, y además de su "no puedes agarrarte al aire, lo primero es la seguridad económica, y tienes que trabajar", ignorando todas mis explicaciones sobre garantías de subsistencia hasta el fin del curso escolar, puso una de las mayores caras de lástima que he visto cuando le dije que me mudaba a Lavapiés. Joder, tampoco es para tanto. De hecho, aunque nunca lo hubiera pensado hace un año, ahora hasta me apetece estar en Lavapiés. Aparte de por los motivos evidentes, digo. Y tengo muchas ganas de ver cómo queda el piso pintado, y tengo ganas de ver un árbol por la ventana del salón en lugar de una pared espantosa. Y tengo ganas de darme un súper baño en esa pedazo de bañera azul. Y tengo ganas de redecorar-mi-vida; de verme en un sitio distinto y tener excusa para crear rutinas distintas.

Pero aun así, embalar es triste. Porque no queda más remedio que mirar a la cara a las cosas que acumulas. Saber que nunca alcanzarás el Nirvana porque eres incapaz de desprenderte de las cosas a las que les has puesto nombre (y soy bastante ligera de cascos poniendo nombres). Asumir que la violeta está muerta, y tirarla. Reconocer que no tienes edad de jugar con peluches ni de guardar peluches para la siguiente generación, y elegir. Y yo, ñoña donde las haya y con sobredosis de Disney a mis espaldas, no puedo soportar mirar a los ojos de fieltro de un muñeco de peluche y desprenderme de él. Que nos conocemos, y ya tengo un hipopótamo llamado Trauma que viene a suplir uno que tiré con siete años...

Coger tu armario y dividirlo entre lo que fuiste, lo que eres, lo que podrías haber sido y lo que quieres ser, y cargarte dos de las cuatro categorías como si no fuesen parte de ti mismo, cuando, aun muertas, lo son. Identidades narrativas, y tal. Soy mi historia y mi casi-historia. Lo que fui y lo que aspiro a ser. Pero hay que elegir, y recordar en lugar de retener. 

Y ya ni siquiera es eso. Antes de tener idea de qué había puesto en el montón de paratirar, me sentía como si me estuviera desprendiendo de algo importante. Mudarse implica que te has vuelto a equivocar, que esa casa no era para ti. No sé cuántas veces me ha cambiado la vida desde que vivo en esta casa. Recuerdo el espíritu con el que entré, y me sorprende compararlo con el espíritu con el que me voy. Es como si hubiera retrocedido cinco años, en lugar de haber crecido dos.

Y todo eso me da una pena infinita.

Qué ganas de noviembre, leches.

2.10.10

29-S

Cartel pegado en la puerta de una universidad en Euskadi

Se ha dicho de todo sobre la huelga, y yo, por un problema básicamente de agotamiento, llego tarde, y además, desinformada (por dos problemas: sobredosis de implicación, en la huelga en concreto, y una importante despolitización, anterior y en general). Pero me da igual; este es mi espacio, cabréense cuanto quieran.

Partamos de que el 28-S yo me pasé como mínimo dos horas desvariando absolutamente sobre la situación política y socioeconómica. Esto es un desastre, sí, pero no tengo ni la menor idea de cómo hacer que vaya a mejor. No se me ocurren más que tonterías, las suelto, probablemente hago enfadar a gente. Tengo un cierto convencimiento de que incluso precaria y cabreada no va a haber forma de sentirme implicada en toda esta historia, porque los convocantes me dan asco, directamente. Porque la oposición me da miedo. Porque la situación me indigna, sí, pero la retórica, en general, más.

Hablemos de retórica, un poco. La Chica Mariposa y yo nos planteamos seriamente regalar una auditoría de comunicación a CC.OO. Por favor, señores, siéntense y miren sus pancartas, sus pegatinas. Explíquenmelas. ¿Qué narices es eso de "Yo voy"? No puedo decir nada que la Chica Mariposa no haya dicho mejor. En huelga se está. La huelga se hace. O no se hace, de hecho: trabajar en día de huelga es un derecho, y si nos olvidamos de eso, convertimos el derecho a huelga en cualquier otra cosa. Y yo quiero que sea un derecho. Quiero reivindicar mi derecho a huelga.

Hasta aquí, por qué siempre he estado en contra de los piquetes, aunque sean informativos. Que piense que informar y manipular y por tanto coaccionar son procesos bastante inseparables también ayudan.

A partir de aquí, por qué he terminado sumándome a los piquetes.

Porque, en esta ocasión, no hemos tenido derecho a huelga. Una de las muestras palpables de hasta qué punto es un desastre la economía de este país y las medidas que se toman para arreglarlo es el reportaje por entregas de El País sobre los (Pre)Parados.

Y señores, perdónenme, pero los (Pre)Parados no tenemos derecho a huelga. (Curiosamente, encuentras en los piquetes a la misma gente que en la cola para solicitar becas predoctorales). Porque estamos en el paro. Porque somos becarios. Porque tenemos un contrato por obra y servicio con el que nos amenazan. Porque después de haber trabajado gratis o casi gratis, cuando por fin vamos a tener un contrato de verdad, nos dicen que ya está listo pero que se firma el jueves (sutil y elegante amenaza). Porque estamos en el extranjero para poder ganarnos la vida como no nos dejan en nuestro país. Porque cobramos en negro, porque llevamos currando cinco años y no tenemos cotizados ni seis meses.

No computamos. Conocimiento situado: mi padre trabaja en Alemania. Mi madre es ama de casa. Yo estoy desempleada. Y mi hermana es estudiante. A mis ex-compañeros de trabajo les da miedo hacer huelga. Conozco gente en todas las situaciones anteriormente detalladas. Pero que sean cercanas no las convierte en irreales, de momento, que yo sepa.

Y a partir de aquí es cuando empiezan a tocarme los ovarios los bailes de cifras. Que a la (minúscula) cifra de personas que van a secundar la huelga le puedes sumar los 4 millones (mínimo) que no computamos.

[Añadamos a esto que si los autobuses no consiguieron cumplir los servicios mínimos, el metro iba vacío, y había menos tráfico, digan lo que digan sus estadísticas, la gente no se teletransportó al trabajo. Digo yo]

Pero es facilísimo tirar de cifras, claro que sí. Nos agarramos como locos al descenso de consumo energético porque es un dato fiable, y lo comparamos con la anterior huelga general. Que, les recuerdo, señores analistas, fue un 30-J, fecha en la que se usa aire acondicionado, y por tanto, el descenso es necesariamente mayor. Pues muy bien. Dato fiable, donde los haya.

Baile de cifras sobre los manifestantes. Como siempre. Y nosotros, los que sí estamos en la calle, aunque no salgamos en los números, nos peleamos entre nosotros porque somos tremendamente gilipollas. Y poco prácticos. Y seguimos empecinados en repetir hasta la saciedad la escena del tiroteo de Tierra y libertad. O de La vida de Brian, si nos ponemos.



Pero el caso, insisto de nuevo en la retórica, es que no están ayudando. "Así, no", dicen. Maravilloso. Así, no. De otra manera, pues igual. No sé, poquito a poco. Un día las pensiones. Otro los despidos. Otro las ETTs. Pero todo a la vez, no, hombre; que se nos cabrean las bases, tenemos que convocar una huelga general, y todos queremos llevarnos bien. Imagínate que el PP se nos sube a la chepa, aprovechando. Como no nos gusta el PP, tú haz lo que te salga de los huevos, hombre, pero sin que se note. De eso se trata.

Yo, honestamente, no quiero que el gobierno rectifique. Lo cual está bien, porque no piensan hacerlo.

Yo quiero que el gobierno deje de bajarse un 15% los salarios y asuma que mientras no aprendan a hacer su trabajo, deberían tener un contrato formativo, como los demás, con sus 400€ de paga y su convenio con centro de estudios. Hasta que aprendan, digo yo. Hasta que sepan leer datos y sacar conclusiones. Hasta que dejen de ser títeres y titiriteros.

Zapatero sale, con su estupendo "talante" por bandera, diciendo que él ha ido a trabajar "para garantizar el derecho a la huelga y el derecho al trabajo". Me parece estupendo, señor, eso es exactamente lo que le estamos pidiendo. Que garantice nuestro derecho a trabajar. No el 29-S, no. Que yo, honestamente, celebro todo cuanto se ha hecho para garantizar que todo el que quiera pueda ir a trabajar pero se encuentre su curro cerrado (que el trabajador no pueda enfrentarse a represalias). Porque no queremos que trabaje quien quiera.

Queremos trabajar todos.

Así que, señor presidente, usted decide. O la Renta Básica Universal, o se pone en serio, y rapidito, a garantizar el derecho a trabajar que tenemos TODOS, todos los días.

Porque ya está bien.

Angustia de separación

El Chico de la Marmita se encuentra con la Chica Líquida y se la trae al kebab donde estamos prácticamente vegetando. Mola volver a ver a la Chica Líquida, aunque mola un poco menos pensar que es posible que ponga un océano por medio en breve, y que no la habré aprovechado todo lo que yo quería, que se va casi sin que la conozca, y que es una pena.

Nos acabamos la cerveza (en una cerveza me había dado tiempo a hacer una no-amiga hasta la intervención del Chico Extraordinario: "La abajo firmante tiene un sentido de la ironía que hay que conocer. Al principio todos nos quedamos un poco pillados") y salimos a fumar, al menos.

En principio, nos volvemos a casa. Subimos Mesón de Paredes, por enésima vez en lo que va de semana, y llegamos a la esquina nazarena, donde oficialmente nos separamos. Besos, abrazos, organización logística de pernocta (que no es fácil, últimamente), y un "¿La última en el frontón?" después de tenerlo todo medianamente organizado. La Chica Líquida, agotada ella también aunque por motivos adultos, no como otros, se encoge de hombros y tiene un último alarde de brillantez al decir "este grupo destila angustia de separación".

Sí, señores, de eso se ha tratado, todo el tiempo. Durante esta semana que ha durado un par de años, he tenido una sensación desconocida que se puede llamar angustia de separación. He extendido una red de apoyo que ha llegado a sitios insospechados, porque "qué fácil se ha vuelto mi vida desde que pido ayuda", hacia mí y hacia afuera.

Carreras Somosaguas-C. Universitaria-Iglesia-Tirso de Molina. Muchas de las veces, andando (dolor en músculos de las piernas que pensaba que no eran propicios a las agujetas). Ropa y zapatos, míos y de la Chica Mariposa, desperdigados en varios puntos a lo largo del recorrido. Libros que han hecho kms. antes de que yo pase por sus páginas.

Dormir poco y mal, pero dormir juntos, que siempre mola. Conseguir hacer suficientes comidas al día como para no morir en el intento.

Una sensación inenarrable de desviación espacio-temporal. Reconstruir la semana, en el mismo kebab del principio, y ser incapaces. Empezar con "el jueves cuando..." y concluir que fue el martes; seguir por el martes y confundirlo con el día anterior. Pensar en esa mañana y decir "anteayer". Y así permanentemente.

Y aun así, salir corriendo a Atocha a fumar un último cigarro con la Chica Mariposa, aunque llegue tarde; y alegrarme cuando llama, ya en Sevilla, para decirme que igual somos compañeras de clase, otra vez. Aun así, remolonear con el Rey del Laboratorio hasta tener que correr para llegar a ver a mi Media Infancia.

Estar deseando estar sola en casa y echar de menos el jaleo de ser diez personas ambulantes en torno a un piso de cuatro habitaciones.

Saber que no puedo más y anhelar sentir realmente que estoy de vacaciones (aunque en el fondo sea mentira, aunque quede tanto por hacer para acabar la mudanza, aunque mis vacaciones sean dentro de diez días, afortunadamente no poderme quejar porque serán en Nueva York). Y, aun así, pensar que ha sido un infierno encantador, este mes de septiembre, porque estabais vosotros, y lo valía.