Mostrando entradas con la etiqueta consumismo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta consumismo. Mostrar todas las entradas

27.8.13

Supersticiones capitalistas

La Empresa Nido me debía una factura que equivalía a cinco meses de mi sueldo cuando aún era Nido y no proveedor, yo no estaba dada de alta, y la Proveedora Convertida en Clienta se hacía la remolona con el Encargo de Penélope. Hacía año y medio que era freelance, un año que no necesitaba ser freelance, y empezaba a estar más que harta de esa obcecación con pagar tarde y mal de la que hablaba el otro día con la Chica de las Sonrisas, así que decidí que la Proveedora Convertida en Clienta me iba a regalar un iPad; cogí el toro por los cuernos y lo encargué.

Le puse en la trasera "Life always starts today. Change. Enjoy" y algo de premonitorio tuvo aquello.

Una semana después, mi iPad se había perdido. Por supuesto, en algún punto indeterminado de París. No me extrañó nada; yo también estaba bastante perdida en algún punto indeterminado de París, probablemente sobre un puente y hablando de Brasil.

Otra semana después, OK cerraba. El iPad debía llegar a OK, y yo panicaba todo el rato porque no sabía si llegaría o no.

El iPad llegó a OK justo cuando terminábamos de embalar, y yo no paraba de pensar "Change. Enjoy".

It's all over but the crying.

La semana pasada encargué el vinilo de Un soplo en el corazón. Ayer me llamaron los mensajeros, porque estaban intentando entregarlo en OK, infructuosamente, claro; porque, aunque el mundo sea tan pequeño que mi ExCasero El Breve trabaje allí, no están las cosas como para recoger mis paquetes.

Ayer se cayó el iPad y se abolló justo a la altura del mando del volumen, convirtiendo a una de mis cosasimprescindiblesparaunavidaplena, a saber, Spotify en la terraza, en algo cuanto menos dudoso.

Y hoy he ido a arreglarlo y me dicen que no tiene arreglo, y pienso que quizás sea mi último mes como autónoma y que es el momento de comprar con factura, y luego pienso en mi vinilo a punto de llegar, y en aquel paquete de Elefant Records que llegó a OK justo mientras pedía el iPad y que fue el principio de Mi Era Profesoral, y pienso que cuando hago pedidos a Elefant Records, cuando los mensajeros llevan mis compras a donde debería estar y no a donde estoy, y cuando odio a Apple pero compro iPads, la vida está a punto de cambiar, y pienso en el Lugar Donde Todo Va a Salir Bien y creo que todo esto son señales de que muy pronto de la Gruta solo quedarán los Manatíes y estará todo bien y así una saca la Visa Oro con auténtico afán, y es que no se puede asociar que todo vaya bien con compras de más de trescientos euros.

21.9.10

Consumismo compulsivo

Nos ha costado casi un mes, pero finalmente mi señora madre, mi adorable hermana y yo hemos conseguido llegar a ese sitio donde no hay epidemias pero sí AppleStores nuevecitas, y pegarnos el intensivo de compras pendiente desde que decidieron arruinarme la vida estas vacaciones sustituyéndome a Ricoeur por el Vogue, a Benjamin por el Cosmopolitan, y a Taylor por el Ragazza, y convenciéndome de que no quiero ser una chica cultivada sino una chica bien vestida, que, en los tiempos que corren, es mucho más importante. Ataques de frivolidad que tiene una, a ratos pequeños (y no tan pequeños).

Cuando las he acompañado al coche, después de pasar por casa a hacer un outlet ultraveloz, las dos me han mirado diciendo "qué bien estás". No deja de ser sorprendente que te digan eso una hora y media después de que tú engullas lexatines en el sofá de una nueva corsetería porque es 20 de septiembre en lugar de 13, como pensabas. Mi madre insistía, de todas maneras: "Mira que este verano has estado rara y has tenido momentos malos, y que me he preocupado, pero esto ya no es lo de antes".

Jo, qué bonito. Lo de antes. Eso que Lisbeth Salander llamaba Todo lo Malo y que yo, como no tenía a quién prender fuego con mi bidón de gasolina, me limitaba a nombrar como "agujero negro". Dicen que ya no. Y yo me lo creo.

Los ciclotímicos vivimos de pequeñas victorias sobre el columpio, no queda otra. Pasar 9 horas en un centro comercial. Probarse más de una docena de vaqueros. Y salir indemne. Y no pasarlo mal. Y gastar, sí, más de lo deseado, pero porque, ya lo hemos dicho, es época de cuidarse, de darse caprichos, de reconocerse necesidades aunque sean frívolas. Porque hace unos días reconocía que "en el fondo, medicada funciono mejor". Pero también, las cosas como son, cuando uno se ve bien en el espejo, funciona mejor. Un poco lo mismo que escribía hace poco por aquí sobre las rachas.

Claro que no es imprescindible: la semana pasada me comí con patatas una entrevista de trabajo disfrazada de años 90, a pesar de saber que sólo con cambiarme de camisa las cosas iban a ser más fáciles. Porque es así. Porque nos puede dar cien patadas, pero la apariencia importa. Mucho. No me lo he inventado yo.

Y ahora tengo un modelo perfecto para el encuentro, a falta del beneplácito de la Chica Mariposa; un vestido que va a ser mi equivalente al vestido inglés de la Chica Casi Trilingüe (y que es, en el fondo, un disfraz de Chica Casi Trilingüe, pero yo espero que me lo perdone); esa cosa extraña conocida como fondo-de-armario y que tengo abandonada desde los dieciséis años; unos vaqueros para sobrevivir a la muerte inminente de mis vaqueros-de-repuesto actuales; la seguridad que aporta no sentirse ridícula en su prenda básica de otoño; la sonrisa tonta de que alguien diga ante un vestido maravilloso que es "muy tu estilo" (y pensar ¿yo tengo de eso, en serio?)...

Pero, sobre todo, tengo una pequeña victoria. Y es que, señores centros comerciales, me ha costado diez años, pero hoy he ganado. He entrado contenta, he salido contenta. No he perdido el control sobre mis actos en ningún momento. Me lo he pasado bien. Ahí te quedas, fobia-a-los-centros-comerciales. Hoy te destierro.