28.5.10

Visiones del futuro

Siempre que al Señor de las Dudosas Iniciales se le pregunta por la tesis, lo primero que nos recuerda es que es el periodo más ciclotímico que vamos a vivir. Que nos enamoraremos de nuestro objeto de estudio y lo odiaremos un rato después; que pasaremos de sentirnos brillantes, sagaces y competentes a tener la seguridad absoluta de que nunca tendremos nada interesante que decir. Yo tendía a contestarme que en el fondo, la diferencia entre eso y vivir en mi piel es cero, así que a falta de problemas mayores, me pareció bien.

Creo que me he vuelto investigadora. A ratos tengo demasiados libros que leer para el tiempo que tengo, y a ratos me descubro a mí misma peleándome con todo tipo de buscadores para localizar las páginas finales de un artículo citado en un artículo citado en un libro citado en otro libro como si no pudiera seguir sin haberlo mirado al menos por encima. A ratos creo que se ha escrito sorprendentemente poco sobre identidad y a ratos, que hay demasiada bibliografía. A ratos creo que encontrar un libro cuya introducción viene siendo mi tema de tesis es un golpe de suerte, y unos días después estoy convencida de que ese será el motivo de mi exclusión del programa de doctorado al que quiero aspirar.

Últimamente leo mis trabajos y a veces me sorprende que todo eso venga de mí y que todas esas ideas y todos esos conceptos estén guardados y ordenados en algún punto de mi cabeza, pero otras veces me avergüenzo de lo que escribo hasta sentir tentaciones de escribir a mis profesores suplicándoles que destruyan toda evidencia de que algún día firmé esas frases.

Tiempos de cambio, todo este año ha sido un momento de cambio. Hoy le decía a Mi Media Infancia que me quedaba un bis del que probablemente es mi mejor año hasta la fecha (porque me he quejado hasta la saciedad, sí, pero también he disfrutado las cosas desde el convencimiento de que eran lo que yo quería, más allá del resultado). Pero no, no va a ser un bis. Porque si sale bien, será en otra ciudad, con otras personas, en otro ambiente, a otro nivel. Porque si sale bien, mi año próximo será como los primeros párrafos de este post, y dudaré permanentemente de mi capacidad intelectual en lugar de dudar permanentemente de mis relaciones interpersonales. En el fondo, no sé si el cambio es tal.

Pero el caso es que ya no cuento en semanas, sino en días, y son tan pocos que me gustaría no tener que dormir ni una sola hora para exprimirlos hasta dejarlos convertidos en polvo.

Porque, señores, ha sido (está siendo) increíble. Y aunque confío en que vaya a mejor, no creo que tenga derecho a exigir nada más. Un bis. Enough is enough.

23.5.10

Puzzles

El viernes pasado, celebrando el cumpleaños del Chico Escritor, tuvimos una de esas acaloradas discusiones en las que de vez en cuando te metes sin saber muy bien cómo ni por qué, si en realidad estás de acuerdo con la otra persona. Al Chico Escritor y a mí nos pasa mucho, y supongo que tiene más que ver con elegir la palabra adecuada que con una posición frente a algo, porque al final, estéticas aparte (que no es que no importen, claro que importan), tendemos a estar de acuerdo en casi todo.

En este caso, hablábamos, o eso creo yo, de las rachas. Mi torpeza fue decir que me alegraba profundamente de que a la Chica Suiza (creo que no se llamaba así, pero no me acuerdo) y a su chico les estuvieran saliendo posibilidades como setas, porque ya necesitaba un poquito de ilusión a mi alrededor. Empezamos a discutir sobre si era más importante tener salud o dinero, no sé muy bien cómo llegamos a eso, y el caso es que la salud, obviamente, es fundamental, pero de lo que yo hablaba no era de dinero, sino más bien de proyectos.

Supongo que la palabra no era ilusión, porque, tradicionalmente, de ilusiones y de entusiasmo solemos ir sobrados. Otra cosa es que nos pongamos a ello con un cierto tesón. El viernes, hablábamos de la diferencia entre ser talentoso y ser trabajador, y me temo que Picasso nos daría una buena sarta de collejas porque a nosotros tiende a venirnos la inspiración todo el rato; otra cosa es que nos pille trabajando, y, si lo hace, que nos pille trabajando en aquello para lo que nos sentimos inspirados. Ambiciosos en exceso, dispersamente atentos, llámalo X.

El caso es que hace unos años que nos compramos aquellas camisetas de "Yo sobreviví a 2007", y que la broma ha durado tanto que todavía hay gente esperando la de "Yo sobreviví a marzo de 2010". Y que estoy cansada de supervivencias y lo que quería era proyectos vitales.

De proyectos vitales, no, no andamos sobrados.

Estoy harta de leer últimamente sobre fragmentación, inseguridad, instituciones zombis, fin de la certidumbre, y "todo lo que era sólido se convierte en líquido". Está claro que son malos tiempos para los proyectos de vida, y que al final vivimos sin proyecto y tampoco pasa nada, porque, efectivamente, vivimos. Porque nos pasan cosas buenas, y tenemos la suerte de poder contarlas. Pues sí.

Pero esa ilusión de estar haciendo camino... Un camino que puede llevarte o no a donde quieres ir, pero que es un camino, y no un simple hecho aislado... Eso mola.

Y la Chica India está con su nuevo apartamento y su "residente en NYC", y el Chico Escritor ha encontrado un grupo de profesionales realmente profesionales que saben de lo que hablan, y el Chico del Entusiasmo ha vuelto al cole en todos los sentidos, y Blue está replanteándose su vida desde los cimientos, y la Chica Formal se casa y se va al fin del mundo, y para la Chica Suiza los problemas ahora están dentro del curro y no en la búsqueda de curro, y la Compi Rubia está saturada porque su escuela tiene éxito, y sí, queda gente por colocarse, pero la tendencia es ascendente.

Por mi parte, me estoy encontrando sin saber cómo lo he hecho en el lugar al que no sabía cómo se llegaba. Todas las piezas que ni siquiera sabía que ya tenía en las manos se han encajado y han construido un mapa hacia alguna parte. Un viaje para el que de pronto cuento con un reconocimiento de mi trabajo que ayuda muchísimo a creer en mi proyecto de futuro trabajo, con un sitio al que quiero ir, con una opción por la que apostar, y con una ilusión que a veces incluso supera mi enorme tendencia a la pereza.

Y con mucha, mucha gente maravillosa que está dispuesta a acompañarme en espíritu mientras empiezo a andar. Si llego o no llego y hasta dónde, ahora mismo, parece secundario. El caso es que hay una dirección; y que andamos.

16.5.10

Cristales rotos

La Chica Mariposa dijo una vez, a principios de curso (cuando las cosas no eran bonitas, vale, pero al menos resultaban más fáciles) que a los ex había que vomitarlos. No sé si es una teoría elaborada, pero si lo es, creo que hay que añadir que los mazazos también hay que vomitarlos.

El viernes fue el cumpleaños del Chico Escritor. Fue un día tempestuoso, de esos que te obligan a hacer cosas muy raras después, como mandar el DSM-IV e indicar qué página y qué criterios son relevantes. Cuando llegué a su casa, tremendamente tarde y sintiéndome asquerosamente culpable y cabreada conmigo y con los demás, la Chica Que Podría Ser Un Diez me preguntó por qué no me servía una copa y, con una súbita sensatez, le dije que con el ansia que traía, aquello iba a acabar mal.

Como todos mis ataques de sensatez, fue visto y no visto, y la noche se convirtió en una especie de profecía que se autocumple, claro. Llamadas por skype incongruentes con comentarios off-the-record sobre mis balbuceos que no llegué a interpretar, abrazos amorosos al W.C., y caída en redondo en la cama después de una llamada absolutamente intempestiva y un mensaje tremendamente largo y lloricoso que incomprensiblemente me dio por mandar en inglés.

Todo esto, por supuesto, aparentemente motivado por un problema que es probable que no existiera fuera de mi cabeza. Es lo que tiene la realidad, que tiende a ser irrelevante en comparación con cómo la vives.

Y en el fondo, al despertarme, con una de las peores resacas de mi vida que la mayor tostada con tomate de la historia sólo pudo mitigar en un porcentaje ínfimo, lo que daba vueltas en mi cabeza era jodidamente real, concreto, y fulminante.

Cuando alguien te dice algo con toda su buena voluntad e inconsciencia, cuando ese algo puede ser el principio de una dinámica que esperas con ilusión, cuando obvias lo dicho durante una conversación larguísima y durante los días siguientes, es un poco complicado. Pero las bombas informativas hay que vomitarlas, y hay que llorarlas, y, maldita sea, no estoy para nadie. Ni para seguir discutiendo con mi señora madre sobre la posibilidad remota de que nos entendamos antes de la próxima reencarnación, ni para transcribir anuncios, ni para desarrollar presentaciones, ni para nada en general.

Necesito un día de hacerme bolita, llorar hasta caer redonda, dormir diez o doce horas seguidas, y levantarme, y seguir.

Qué tremendamente cruel es la vida real, a veces. Y qué deprimente es esta tendencia recién descubierta a tener siempre razón, incluyendo mis observaciones crueles y despiadadas.

14.5.10

Hola, cuerpo

Antecedentes: prácticamente cada año desde 2002, llegados a estas alturas del año, mis músculos celebran algún tipo de aniversario que desconozco montando una huelga. Empieza progresivamente en torno al omóplato derecho, en forma de cansancio levemente doloroso. Yo suelo interpretar que lo que tengo que hacer es dormir mejor, en mejor postura, y trabajar menos, y en mejor postura. Interpretación absolutamente inútil, porque mayo es mayo: si no es final de curso, entonces es final de cualquier otra cosa (véase mi huida hacia delante desde el trabajo el año pasado). Sigo mi ritmo habitual, y entonces empiezan los piquetes. Dolores serios, cuello rígido, apariencia de robocop, etc. Primero se llama a las fuerzas de seguridad tradicionales (ibuprofeno), luego ponemos en marcha las unidades especiales (relajantes musculares), y a partir de ahí, o se rinden o toca empezar la negociación.

Considerando que hoy cuando me he despertado directamente se me saltaban las lágrimas pese a todos los esfuerzos curativos propios, de Blue y sus masajes de cuatro de la mañana y del Rey del Laboratorio y sus te-he-dicho-que-no-te-muevas, me he rendido y he ido a ver a un señor, recomendación de la Compi Rubia, al que erróneamente denominaré fisio.

Según he entrado en la consulta, me ha preguntado qué me pasa y le he vuelto a contar, como por teléfono, que tengo una contractura que tal y cual. No ha escuchado una palabra. Me miraba los pies fijamente. Me ha preguntado: "¿y qué más?" Le he contestado que eso era todo. "No. Eso no es todo. Para empezar, no puedes ir por la vida poniendo los pies así".

Hace muchos, muchos años (20, concretamente) que no me preocupo en absoluto por la postura de mis pies. Resulta que es un error y que por culpa de mis vicios podoposturales voy a ser una persona sometida siempre. Y que me voy a desgastar el cartílago de la rodilla en veinte años, lo cual explica por qué nadie me encuentra nada en la rodilla derecha pero a mí me sigue doliendo. Por supuesto, esa parte no se la he contado. Mal. Porque si algo he aprendido hoy, es que hay que hablar al cuerpo para que este responda.

El mal llamado fisio ha empezado a hablarme del mar y los peces (porque él sí lo sabía) y a estirarme los dedos de los pies y a intentar ponerme la pierna en posturas imposibles mientras yo berreaba de dolor. No entendía absolutamente nada de lo que estaba haciendo. De pronto me ha cogido un brazo, lo ha estirado, y ha adivinado exactamente a qué llamo yo comer sano ("muchos zumos, ensaladas, y kiwis, ¿verdad?"). Mientras flipaba, me ha dicho que para mí no es conveniente la fruta tropical por más vitamina C que tenga. No entendía muy bien por qué. Tampoco ha dado más detalles.

Luego ha ido a tocarme las costillas y no he podido evitar reírme, en pleno ataque de cosquillas. Hasta que ha empezado a hablar de que las rodillas son un dolor horrible y profundo. Que me plantease cuánto tiempo aguantaría que alguien me hiciera cosquillas antes de defenderme por la vía violenta. Y que las cosquillas se relacionan con la timidez. Y yo pensando en el Rey del Laboratorio. Y en que era probable que este señor fuese tremendamente sabio.

Pero entonces, ha hecho magia. Me ha dicho que mirase al techo y moviese los ojos, libremente. Entonces se ha empezado a reír y me ha dicho: "Tú eres anarquista, ¿verdad?" He flipado en todos los colores posibles. Hemos empezado a discutir de política, y por ahí me ha tenido entretenida un buen rato, hasta que la cosa se ha puesto rara. Me ha tocado el esternón y me he quejado, y me ha dicho que era imposible que me doliese. Que me preguntase por qué tenía dolores reflejos, qué estaba escondiendo.

Efectivamente, cuando me ha puesto boca abajo y ha empezado a acribillarme la columna vertebral, y aquello dolía como si un millón de manifestantes estuvieran andando sobre mi médula espinal, me ha dicho: "¿tienes algún problema emocional?" Le he dicho que era una racha rara, aunque no necesariamente había que llamarlo problema. Pero entonces ha levantado los dedos y he empezado a llorar como una niña. Dos segundos después, el mismo movimiento sobre mi espalda ya no dolía.

A todo esto, cuando finalmente ha llegado al cuello, yo ya podía mover la cabeza hacia ambas direcciones, y podía tocar y apretar cuanto quisiera. Alucinante. Antes siquiera de haber empezado, mi espalda ya no era la que había entrado en esa consulta.

Finalmente, me ha explicado cuáles son mis puntos débiles, a qué venía lo de la dieta, qué refleja la posicion de mis iris respecto al globo (y aquí me ha dejado flipada porque sí, soy asquerosamente mental, pero no sabía que eso se me viera en la cara), y me he ido con una receta de homeopatía ("que puedes tomarte o no, haz lo que quieras; yo doy consejos, no órdenes") y una idea clara de qué almohada debería tener.

De regalo, además, me ha enseñado a sentarme y a dar la mano en una entrevista de trabajo. Y me ha dejado con miles de preguntas sobre mi actitud corporal, interpersonal, respecto a la comida, y respecto a la política. Ha conseguido prácticamente lo mismo, si no más, que tres años de terapia o una decena de pruebas médicas tradicionales. En dos horas. Y sin haberme visto en la vida.

Y ahora quiero fundarle una religión a este señor. Y quererme mucho y cuidarme mucho porque me pregunto dónde ha estado mi cuerpo hasta ahora y por qué le he hecho tan poquito caso...

8.5.10

Yéndose de las manos...

Bautizo mi semana como la del comienzo del imprisonment que debe marcar mi tónica general hasta al menos finales de mayo. Como siempre, lo hago petulantemente y olvidándome por completo de mi capacidad de autocontrol, que es entre nula y negativa. Me paso la mañana del lunes haciendo recados que, como siempre, no termino (un viaje más no significa un viaje menos, sino otro viaje más con el que antes no contabas), viendo al psicólogo después de un mes, poniendo las cosas en orden. Pero según llega la tarde y pongo un pie en la fuckultad, se acabó.

La Profesora que Parecía Perfecta decide tomar literalmente una palabra que yo puse en el guión por no encontrar la que quería usar, y nos obliga a mirar nuestro trabajo desde un paraguas barthesiano que no existía. Que Barthes mola, no seré yo quien diga lo contrario. Pero que igual si ya tengo nosécuánto trabajo acumulado en otra dirección, me da cien patadas. Salimos gruñones y pensando que igual necesitamos menos a nuestros profesores de lo que necesitamos los arranques de somosgoogleacademics que tienen los sociólogos de vez en cuando.

Y nos vamos de cervezas. La posibilidad de que El Rey del Laboratorio pueda empalmar Atocha con Moncloa suena mucho más apetecible que la de ensayar seiscientas veces la presentación de mañana. No ocurre, de acuerdo, pero ya me he planteado lo de la presentación, así que estoy tan histérica que después de hacer el amago de irme, llamo al Chico con Nombre de Poeta y le pido que me rescate. Nos marcamos un mano-a-mano de vuelta en el mismo bar, y llego a casa con los nervios ahogados en cerveza. Así son los lunes cuando uno se empeña en no salir el findesemana.

El caso es que la exposición va bien (a pesar de mi ataque de nervios y mi creencia de que pierdo la visión periférica cuando trozos de plástico se me ponen en el campo de visión y esas cosas), va tan bien que el Profesor Reporter-holic me pide el desarrollo por escrito porque "tiene ganas de leerlo", pero sobre todo va tan bien que he conseguido no tomar ni un solo ansiolítico, tomarme tres cafés, y acabar mi presentación sin desmayarme, a pesar de la reticencia de mis compañeros a no aparecer por clase. Y salgo en pleno subidón, y, claro que sí, nos vamos de cervezas. Y como estoy en pleno subidón, decido seguirle el ritmo al Chico de la Marmita de M, y le prometo una última copa que parece no llegar nunca. A las cinco y media de la mañana nos piden por favor que nos vayamos a casa, cosa que hacemos regular de obedientemente. Ataques de risa en el Hostal Nazareno, la Chica Casi Trilingüe recomponiendo el Triunvirato, purrusalda reconstituyente, y a dormir.

A dormir poco y mal. El miércoles, el Profesor que Quiero que me Adopte acaba la clase recomendándonos unas "lecturas pías" para que sustituyamos el botellón por la actividad académica, y la Chica Casi Trilingüe y yo nos miramos, descompuestas, preguntándonos por qué este señor viene precisamente los miércoles. Mi amor por el Rey del Laboratorio llega a su punto álgido cuando de su mochila no sólo sale mi carpeta, sino también mi botella de agua. Así no se puede. Estamos tan hechos polvo que alguien dice pizza y emprendemos la enésima salida que no deberíamos hacer, pasamos la tarde en Tribunal, e incluso alguna valiente se toma un par de mojitos.

Cuando llego a casa, hecha un pingajo, la Profesora que Parecía Perfecta ha suspendido su clase y el Chico con Nombre de Poeta convoca unas cañas en su casa para compensar. Y vaya si compensa. La hermana de la Chica Mariposa se marca un speech que habría tardado meses en localizar si hiciera una investigación seria. Se convierte en mi estudio de caso perfecto: hasta le pido que se venga el martes a mi presentación de Identidades en la red. Por enésima vez, el hecho de que aprenda más en las cañas que en clase parece ratificar mi irresponsabilidad, aunque la culpabilidad sigue rondándome en forma de nudo en el estómago.

Pero vuelvo a pensar en mi conflicto de prioridades, me voy a buscar a los Nazarenos a Lavapiés, tenemos otro par de conversaciones apasionantes, e incluso, tengo por fin La Conversación con el Rey del Laboratorio. Con fantásticos resultados, creo; aunque el hecho de no sentir que tengo una espada sobre mi cabeza no impide que, también, al día siguiente, vaya a buscarle y me cuele en una reunión Erasmus en la que no pinto nada; pero está él, y es suficiente.

Reunión de Erasmus de la que, por otra parte, saco otro puñado de ideas sobre legitimidad de las identidades en las redes sociales que se suma a la charla del chico del Chico Samba para cerrar en mi cabeza dos de mis trabajos finales. Así no hay manera de sentir que voy por el mal camino.

De hecho, cuando llego tardísimo a la reunión familiar, sigue faltando gente por venir, nadie me echa en cara mi aspecto lamentable de tendríaquehaberpasadoporcasa, y todo es agradable. De hecho, cuando llego a casa con buena voluntad, el Chico Samba no ha mandado el documento nuevo y no tengo sobre qué trabajar.

Y no obstante, paso los días en el calendario, veo mi planning, charlo con mi nudo estomacal, y decidimos que mañana no nos vamos a quitar el pijama ni nos vamos a despegar del ordenador, porque, aunque se nos olvide, tenemos un objetivo que cumplir al que no estamos haciendo ni pizca de caso. Y un agotamiento absoluto que no ayuda en nada. Parecemos nuevos.

6.5.10

Por el cuarenta de mayo

Llega a casa el Chico Samba. Pregunta qué tal, y Blue contesta que estamos teniendo conversaciones divertidas. Yo pongo cara de vaaserqueno. Ella reconoce que ahora le divierte, pero que está segura de que le tocará sufrir las consecuencias. La reunión, muy poco productiva, acaba rápido, con el Chico Samba hablando de permisos de trabajo, Blue dejando post-its en el portátil sobre cosas que va a empezar a hacer, y yo echándome la siesta en mi afán de ser improductiva, pero una siesta que termina por convertirse en expresión subconsciente de dónde está mi cerebro ahora: lecciones inaugurales, tesis doctorales ajenas, y un paseo a la biblioteca que acaba regular de mal.

El Sociólogo Renegado comentaba el otro día que no existen las relaciones simétricas y tiene toda la razón. Pero la pregunta es si pueden existir las relaciones cartas-sobre-la-mesa. Si puedes coger a alguien, sentarle, y tener una conversación asquerosamente honesta, con todas las consecuencias. Del tipo de qué-sentimos-y-qué-vamos-a-hacer-ahora-que-lo-sabemos. Porque las frases del tipo "nos quedan dos telediarios" no ayudan nada en absoluto.

El psicólogo me habla de mi inseguridad ante una etapa en la que prima el sentimiento de pérdida. La Chica Mariposa dice que está cansada de abandonar gente y de salir huyendo. Yo creo que aprendo a no abandonar a la gente, pero, sí, cuando las cosas se ponen difíciles, huyo. O por lo menos lo intento. Afortunadamente, hay por ahí gente muy sabia que sabe perfectamente qué tiene que decir y cuándo.

Ayer por la noche hablaba con mi madre, por fin, de todo esto. De cómo organizar las prioridades para los próximos treinta y cuatro días, considerando los conflictos de intereses. Su respuesta, funcionalista 100%, me recuerda de dónde vengo igual que el Chico Samba hablando de maestros en casa de cómo vivir permanentemente en la dimensión real y en la analítica.

No sé si se puede ser funcionalista sin que la gente se cabree. Hasta ahora, no me ha ido muy bien. Pienso en los alrededores y cada vez siento menos miedo a la pérdida, veo soluciones, veo dinámicas diferentes. Me concentro en los abrazos y no en los espacios entre ellos. En las ganas más que en los hechos. Y es bonito, y eso también parece que podría funcionar. Pero no sé si es momento de elucubraciones. Quizá mi tendencia obsesiva y yo necesitemos marcos un poco más firmes a los que agarrarnos. Conceptos. Instituciones zombis, incluso. Reglas de protocolo. Declaraciones de intenciones. Porque no sólo de martes-de-vinos vive el hombre. O igual sí, pero no debería...