31.8.08

Reaparecida

El Chico Escritor dijo hace mucho, cuando el verano todavía era sólo ir a la Bombilla y buscar mesas que no oliesen a alcantarilla para comer bocadillos de lomo, que el problema de Woody Allen era el de cualquier bloggero: que escribía sin ganas.
Yo, como siempre he intentado no ser una cualquiera, nunca escribo sin ganas, lo que acaba por traducirse en una ausencia total de mi vida internet-cia, que, ojo, me encanta en general, pero no en particular.
Meses raros, estos. Tener vacaciones tras un año en el que has trabajado siete meses no deja de provocar una rara sensación como de que te ha tocado la lotería con un billete que has encontrado en el metro. Estas cosas nos pasan, a esos que pensamos que el mundo entero pende sobre nuestros hombros y que somos los Grandes Culpables del Mal Universal.
Para contrarrestarlo, sólo hay una fórmula mágica, descubierta en Santa Pola: adormilarse en la playa. Notar cómo te quema el sol, oler y escuchar el mar, sentir el viento que hace que todo deje de parecerse preocupantemente a una barbacoa, y pensar que todo está en orden y que eres asquerosamente prescindible.
Este verano, mis sesiones de prescindibilidad han tenido dos escenarios: Ibiza y Roda de Bará.
La primera: para quedarse a vivir. Una sensación rara de haber llegado tarde a todas partes, de ser la única sobria de la fiesta, que desaparece cuando te encuentras tomando el enésimo arroz en el enésimo chiringuito y pagando los riñones de repuesto y una sonrisa boba en la cara cuando se pone el sol. Que los que tomamos ansiolíticos no aplaudamos en las grandes ocasiones no quiere decir que no las disfrutemos, claro que no. Un amor incondicional a Cala Comta, que se une a Genoveses en mi lista de playas paradisíacas que salen poco en los catálogos. Mucho descanso, mucha olimpiada, y, los últimos días, el repositorio de vida social que nos faltaba. Una estupenda combinación.
Un visto-y-no-visto en Madriz, que es lo que pasa cuando una está de pre y postproducción al mismo tiempo, y además tiene que poner cienes y cienes de lavadoras. Sin mi Media Infancia (quiero verte YA), sin la Chica de las Sonrisas (aunque tengo sus lámparas), y sin los conejos, que se quedaron en Villalba, otro estupendo paréntesis casi tan lleno de presentina como el Contempopránea.
[Por cierto. Tengo La Mejor Suegra Del Mundo. Soy asquerosamente afortunada, he dicho]
Y luego Roda. Roda con tremendas reservas, porque a mis pocas ganas de ir se sumó la jungiana pérdida del tren (ya que tenía billete para el 23 por la noche, y no para el 24 por la noche. Eso de salir un día y llegar otro es demasiado descontrol para mi despiste inherente), el ataque de ansiedad en Chamartín, el dolor en el pecho. Pero Roda como cada año afortunado (cuatro, desde que tengo tres): con esos trenes que pasan junto a las habitaciones como único defecto de un sitio asquerosamente encantador, con el castillo en el que siempre quiero rodar algo, con los cafés a menos de treinta céntimos y los cubatas a menos de dos, con los paseos al Roc, con el viento de la terraza con vistas a mar con pita en la que a uno le apetece quedarse a vivir.
Mañana hay cole, y yo no quiero ir porque ya sé leer y escribir, pero, en realidad, la rutina tiene un punto maravilloso que yo ya casi no recuerdo, y me siento, un poco, como si estuviera a punto de empezar la Universidad, por primera vez, quiero decir.
Y además, he leído que el síndrome postvacacional no existe y estoy dispuesta a creérmelo.

8.8.08

Hay veces en que me siento estúpida, totalmente y sin remedio. Ejemplo práctico: vestirme expresamente para bajar a abrir un buzón vacío salvo por la propaganda de comida china a domicilio. Para ilustrarlo aún más, resulta que hago esta estupidez cuando debería estar de cañas por la Latina. No he salido. Me he peleado con mis padres. Por dios, ¿es que tengo dieciséis años? Pero las cosas no evolucionan. Hay que asumirlo. Algunas cosas no van a cambiar, y mi relación paterno-filial es una de ellas. Mi psicólogo ha hecho grandes esfuerzos para conseguir que no quiera educarlos. De acuerdo, ya no quiero educarlos. ¿Pero, no podrían, simplemente, ser normales? Dejarse de chantajes emocionales y de miradas hacia otro lado. "Quizá eres demasiado susceptible", dice mi padre, como siempre suspendido en un puente sobre cocodrilos cual Indiana Jones. Pero no, no es una cuestión de susceptibilidad. El Chico Cósmico habla de océanos de por medio, y yo misma me pregunto cómo cojones pudo no cuajar aquel proyecto australo-neozelandés que sentíamos tan firmemente arraigado que parecía una epidemia mortal de peste, sólo hace unos años. Ya no está. Me pregunto dónde van esas cosas, toda esa energía destinada a proyectos que se convierten en abortos.
Esta vez, en concreto, mi cerebro hace un razonamiento inconsciente asombrosamente lógico. Tengo demasiado por lo que preocuparme, referente a mi propia vida. Así que decido no salir. En lugar de eso, empiezo mi trabajo de fin de carrera. Me pongo pelis que quiero borrar del ordenador. Me peleo con la flash gallery para mi futura site super-visitada por magnates de la industria audiovisual, o con eso sueño.
"No vas a parar hasta que seas famosa", me decía ayer la misma que lloriquea porque no va a verme hoy, ni mañana. Pues si ya lo sabes, deja de decirlo como si fuera algo que estás obligada a corregir. Pasar miedo porque haya rellenado dos fichas en una agencia de figuración y modelaje es absurdo. Aunque también es absurdo el círculo vicioso en que lleva inmersa meses.
Por favor, que alguien la saque de ahí, porque a mí mi psicólogo me lo tiene terminantemente prohibido, y yo necesito que me devuelvan a mi nueva madre, a esa que existe sólo hace dos años y que ha desaparecido hace unos meses. O eso, u Oceanía. Ellos verán.

3.8.08

Los tres patitos y sus extrañas relaciones

Bueno, pues ya pasó. Ya cumplí los 24, y el balance es bueno. No lloré en el proceso. Nada en absoluto. Me dormí dos veces, eso sí, pero eso me parece mucha mejor señal. Hay que estar descansado para todo lo bueno que pueda estar por llegar.
Las vacaciones ya están aquí, y una tiene ganas de hacer dosmil cosas antes de que se me escapen, como cada año, entre los dedos.
De momento, me contento con llegar a Ibiza cansada, para poder cumplir el objetivo de descansar. Se busca Santa Pola. La sensación de que el aire, la luz, el agua, la tierra, todos te rodean y siguen su curso y tú puedes cerrar los ojos porque nada en este mundo depende de ti. Wow. Qué subidón. Me sigue pareciendo que fue ayer.
El resto de mi vida va a ser mejor que esto. Conversación con la Chica Úbeda. Qué cabe esperar tras este año, estos prometedores 23 en 2007, sino cosas que, al menos, no serán peores. Y eso, a veces, es más que suficiente.
Así que a caminar. Ya no quiero correr. Volar, quizá. Pero con red.