Mostrando entradas con la etiqueta grandes esperanzas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta grandes esperanzas. Mostrar todas las entradas

19.5.25

El día que quité la mancha del pasillo

Parece sencillísimo. Notas una mancha en la entrada del salón. Sabes que hay que fregar.

Pero no puedes.

Durante semanas, miras la mancha cada vez que cruzas la puerta. Y no te dices simplemente "a ver si friego". Te dices "joder, tengo que fregar de una puta vez", y entonces te recuerdas a ti misma que en este error no hay literatura.

Y pasan las semanas y cada vez que ves la mancha te repites a ti misma que eres un fracaso.

Quizá por eso mismo, no la quitas. 

Quizá te apetece acurrucarte en esa idea de fracaso.

O quizá la idea del fracaso es tan aterradora que se come todo lo demás.

Pero el caso es que cada puñetero día, durante semanas, te enfrentas varias veces a la mancha del pasillo. 

Hasta eres capaz de hablar con otras personas de lo ridículo que es tener una mancha en el pasillo a la que te sientes incapaz de enfrentarte.

Durante varias semanas, estar con otras personas significa solamente "llorar en un sitio que no sea mi casa". 

Pero un día no lloras. Cuentas lo mismo, exactamente lo mismo. Entras en bucle, igual que llevas entrando en bucle cada día desde hace semanas. Sabes que tienes que parar, igual que sabes que tienes que fregar: como si fuera una instrucción que no puedes darle a un Sim con la cola llena.

Así que vomitas las mismas palabras una y otra vez, y se mezclan con las lágrimas y los mocos y se te vuelve a despellejar la cara.

Pero un día esas mismas palabras vienen sin acompañamiento.

Y de pronto, al día siguiente, limpias la mancha del pasillo. Sigues sin fregar, pero al menos has quitado la puta mancha y piensas que a lo mejor se ha acabado todo por fin y hablas de nuevas etapas y miras tu ficus rosa y te repites, como entonces, que tu personaje de esta etapa tiene derecho a vivir.

Y entonces sí: lloras.

30.8.17

Vuelta al cole

No sé si las vacaciones pueden valorarse en número de cervezas, de kilómetros, de horas de sueño. Quizá deberían valorarse en sonrisas, y el Chico Wookie asegura que sonrío muy poco últimamente. Eso me preocupa, la verdad.
Seguramente tiene mucho que ver con lo que Mi Media Infancia ha bautizado como vida sin sal. Yo también estoy harta de horas sin aliñar.
No sé si crecer era esto. Dejar de sumar horas de conciertos y volver a sumar horas de parque; como a los 16, pero esta vez mirando el reloj.
Es graciosa esa sensación que una tiene de pequeña de que a los adultos nadie les dice lo que tienen que hacer y que son muy bobos porque nunca hacen lo que les apetece. Graciosa, sobre todo, por lo que tiene de cierta, pero también por lo complicado que es recuperarla cuando una ya tiene dentro ese tengoquétengoquétengoqué tan difícil de desprogramar.
He leído que un pueblo alemán ha decidido construir la vida en torno a los biorritmos en lugar de seguir trabajando al revés, y me parece un gran plan. Ojalá ser ya Presidenta Princesa y poder romper de una vez todos los relojes. Mientras tanto, me tocan seis meses de irónica sumisión; todo como último coletazo antes de saber si debo asumir que viviré eternamente con jet-lag, como aseguran por ahí.
Volviendo a las vacaciones, lo que sí tengo claro es que por una vez en muchos años he desconectado de verdad. Tanto, que este año me he puesto enferma al volver en lugar de al irme. Así que, sin duda alguna, han sido unas excelentes vacaciones.
Mi cerebro ha entrado ya en modo vuelta al cole. Ayer soñé (dos veces) que estaba en plena mudanza y que debía volver a tirar todos los objetos de los que me he deshecho desde que era pequeña. Aquellas interminables limpiezas de buhardilla parecen seguir marcadas en mi subconsciente como banderín de llegada a la meta: el final de verano.
Vuelta al cole, en fin. Con mucho proyecto sobre la mesa, muchos planes sin definir, y una cierta sensación de que el uniforme escolar me queda grande que no ha desaparecido en estas semanas.
A cambio, parece que el cansancio sí se ha mitigado, y por una vez no me importa tanto hacer las cosas bien como no desfallecer en el intento. Como propósito no esta mal, desde luego.
No desfallecer.
Echar sal.
Dejar que la rutina me meza en lugar de atarme.
Mirar hacia delante pero no dejarme encandilar por el horizonte, que siempre es inalcanzable.
El siguiente paso es mucho más importante que el último.
Feliz septiembre.

27.4.17

Terrorismo

Lo terrible del terrorismo no son los ataques, sino el efecto que estos tienen en los intervalos "de paz". Cómo el control se extiende en el tiempo durante plazos insosteniblemente largos. Tan largos que llega un momento en que ni siquiera eres consciente de que tienes miedo.
Yo no tenía ni idea de que siguiera teniendo miedo, tantísimo miedo. Mal sabor de boca sí, claro; una referencia en clase de autodefensa que te hace tener que salir a fumarte un cigarro mirando al vacío por no mirarte dentro; un nombre gritado en la plaza que te retuerce el esófago como si fueras a vomitar; una tristeza sorda, generalizada, al ver algunos nombres en el feed de Facebook. Y sí, algo de prudencia, creía yo; la incapacidad de respirar al tener un desacuerdo en la cama, el recelo ante los "y si...", las pesadillas que te recuerdan que nunca más.
Pero no este miedo atroz con el que ahora sí conecto. Esas palabras retorciéndose para hacer eco en todas mis esquinas, "tú no sirves para novia".
Y ahora me despierto con el silbido de una de mis canciones favoritas, y bailo en la cocina, y celebro el cepillo de dientes de más, y quiero vaciar los cajones, y de pronto tengo unas ganas inmensas de llorar como si aún estuviera peleando por un hueco en aquella casa en la que no quería vivir. Y hablo en plural y hago planes en singular porque no hace falta usar los tiempos verbales ni los pronombres como cuchillas, porque todo es fácil y bonito y ya, y hago y hacemos indistintamente; y tengo unas ganas inmensas de llorar como si aún tuviera que hacer cuentas con la agenda para rendir cuentas sobre cuándo, cuánto y quién. Y pongo lavadoras y friegan el suelo y los cuidados salen solos y tengo ganas de llorar como si aún tuviera que explicar que el problema de los supermercados es mío y es de siempre y saber que nunca me creen. Y escucho canciones propias y ajenas y planeamos conciertos y tengo ganas de llorar como si aún tuviera que estar a la altura de un listón que no para de subir mientras no me dejan pasar ni por encima ni por debajo y mucho menos tocarlo. Y hablo sin parar y escucho sin parar y tengo ganas de llorar como si aún estuviera saltando a la comba en un campo minado en el que en cualquier momento va a empezar otra vez esa maratón de reproches y tuviera que negar mi vida tres veces antes de cantar el gallo.
Y tengo ganas de llorar porque me doy cuenta de que no creía que esto fuera posible, de que me había roto, de que me quedé donde me dejaron, "mis ex están todas locas", conversaciones infinitas por Messenger porque no te pueden romper el corazón sin tocarlo siquiera, poner kilómetros por no poner límites.
Y tengo ganas de llorar porque soy asquerosamente feliz y algo dentro de mí ha seguido pensando todos estos años que no me lo merecía.
Y joder si me lo merezco.

14.12.13

2013

Me atacan las palabras, por todos lados. Diarrea verbal en Whatsapp, en Facebook, y hasta en la cuenta de Twitter que me deja ser libre porque no la lee nadie.

Y aun así, tantas y tantas cosas por decir.

Como que últimamente sonrío como una boba a las pintadas de la calle. Incluso a las que están mal escritas.

Es un poco pronto para hacer balance. Y si me paro a pensar en los últimos cuatro años, es prontísimo, porque cada vez estoy más segura de que los años cambian el 31 de mayo. Pero no puedo quitarme de la cabeza todos los motivos por los que estoy agradecida a este 2013, y esa terrible sensación de que se me acabará olvidando alguno.

Gracias, 2013, por el aprendizaje. Porque nos hayamos hecho tan mayores, tantos de nosotros, en tan poco tiempo. Por enseñarnos a mirarnos dentro y ser honestos y aprender y cambiar. Por las dinámicas sanas. Por cambiar la dependencia por un cariño nivel Lichis ("hay que tener un corazón que se te salga del pecho aunque a veces pareciera que se te revienta el tórax"), la atonía por unas ganas de vivir que también parece que te revientan el cuerpo.

Aprender a dormir cuando uno tiene sueño sin tener ganas de dormir porque hay tantas, tantas cosas pasando, y son todas increíbles...

Cuidarse. 2013 ha sido el año de cuidarse. De decir no, de decir hasta aquí, de exigir lo que necesito para ser feliz: pedírselo a los demás y tomármelo yo como una obligación moral. Tengo la obligación de ser así de feliz. Más feliz de lo que pensaba que se podía ser.

Y de querer. De querer de verdad, de amores con hache, de amores compatibles con la vida, de amores que hacen que vivir sea más grande. De no necesitar una relación de pareja porque tienes a tu alrededor tanto cariño que te sientes hasta culpable.

Y de aprender a controlar la culpa. De portarse bien cuando se puede y de que dejarse llevar no es portarse mal, necesitar saber cosas no es portarse mal, tener más de lo que una puede abarcar no es portarse mal. De ser generosa conmigo misma porque bastante me exijo ya.

De encontrar un cuarto propio. De que todos esos límites tengan un espacio geográfico donde me limito a ser feliz y a cuidarme y que comparto cuando quiero y con quien quiero. De mirar el cielo cada día, de hablarle bajito a San Cayetano. De comer tostadas con tomate en la terraza, de que todas las cosas pequeñas formen una parte tan grande de lo que soy que ya no estoy segura de que no sean importantes. Son importantes, porque me provocan sonrisas. Y, por encima de todas ellas, está la música. Gracias, 2013, por la música.

He llorado muchísimo este año y me he reído muchísimo este año. Lo he bailado todo, y esta es mi revolución.

2014, no lo rompas todo. Casi todo está colocado en una posición de salida maravillosa para que seas el Año Más Grande Jamás Contado. Déjame seguir disfrutando de mis trabajos, de las maravillosas personas que me rodean, de que haya tantas cosas en el mundo que me gusten. Te lo voy a poner muy fácil, te lo prometo.

29.9.13

Hipotermia

Lo mejor de trasnochar es que hace que las zonas horarias se reubiquen y puedo pedir consejo en tiempo real a la Chica India, y al final acabo diciéndole lo que tendría que haberme dicho a mí, lo que Reptilia me estaba diciendo a mí, y que viene a ser que hasta que la noche no se acaba una siempre puede pensar que no lo ha intentado lo suficiente, y que estoy harta de pensar que no es suficiente, así que aguanto, aguanto, aguanto hasta que tirito, hasta que termino de incubar el resfriado terrible con el que debía despertarme hoy.

Me lloran la nariz y los ojos y está bien así porque hay que cagar emociones, porque hay que cagar autodestrucción.

Tres veces estuvo a punto de sonar nuestra canción y no pudo ser, y tuvo que venir la policía a acabar con Tick tick tick boom cuando era el único momento que realmente merecía la pena, y odio a la policía y a los machirulos que me hacen sentir incómoda volviendo en minifalda a las 8 de la mañana, pero no me odio a mí, y de hecho a ti tampoco. Aunque eso último no lo acabo de entender.

Por primera vez desde que empezó todo a destrozar los diques me siento ajena, sociopatía elevada a equis, lo peor de 2004 despertado por una convocatoria. El guante no sale del bolso, no dejan de brillarme los dientes, la gente se pelea por encerrarse conmigo en otra habitación y yo solo pienso que no quiero seguir en la ardiente oscuridad.

Así que el catarro y yo nos despertamos, nos alimentamos, nos cuidamos, disfrutamos de la enésima paleta de colores que rodea San Cayetano y hacemos planes. Contigo y sin ti, porque Mi Media Infancia tiene razón, Lorena Álvarez tiene razón, y por qué iba a enfadarme si de todas formas saltar en los charcos es maravilloso, y mañana el Oráculo va a sugestionarme tanto que todas las puertas que se abren al caer las hojas van a parecerme seguras.

28.9.13

Los 30 son los nuevos 15

No recuerdo la fecha, pero recuerdo la sensación. Recuerdo repetir la dirección una y otra vez en voz alta, hasta el punto de que cuando el Chico TDCC me dio la suya sonaba como si fuera una nana. Recuerdo la sorpresa, la cantidad de gente, el miedo, la cocina, al Chico Extraordinario sembrando el caos, a la Chica Mariposa presentándose al Rey del Laboratorio, "voy a clase con tus compañeros de piso", qué difícil es conocer gente discreta en los tiempos que corren.

Recuerdo esa fiesta y recuerdo otras muchas, bicis por el pasillo, Las Grecas, personas que pasan de ser desconocidas a ser familia en unos cuantos fines de semana. Recuerdo muchos fines de semana y muchos entresemana que también lo parecían. Recuerdo esa sensación de que aquello se parecía mucho a lo que yo esperaba de una Erasmus.

Recuerdo haber pasado del biologicismo funcionalista al postestructuralismo constructivista y de integrada a apocalíptica y recuerdo cómo me agarraron de la mano bien fuerte durante todo el camino, y así era imposible tener miedo (imposible no, pero sí era imposible no vencerlo) y eso estaba bien.

Ahora nos sentamos todos en el suelo, en colchones, y la casa parece más okupa que nunca, y no será porque no hay tenido sus momentos. Ahora que ya no es la casa de nadie es más que nunca la casa de todos, y eso es bonito y produce un poco de nostalgia anticipada (y no solo anticipada, porque todos nos encontramos describiendo esos lugares con olor a humedad donde vivimos nuestros quince y dieciséis), pero está bien.

Se va a acabar el ciclo, se está acabando el ciclo, pero el ciclo que viene nos tendrá a todos dentro. A los de antes, a los nuevos. No habrá desayunos en el Pavón, igual, pero sí que seguirá habiendo Peñalaire, y cambiaremos las promesas de rastro por domingos en Legazpi, y ya no tendremos peleas teóricas sino que nos contaremos los trabajos de campo, y antes de que me dé cuenta presumiré, orgullosa, de vuestras defensas de tesis.

Durante un tiempo quería ser como vosotros. Ahora, en realidad, lo que quiero es estar con vosotros. Dejarme hacer mimos mientras me hago bolita porque no puedo con mi vida y solo soy capaz de beber zumo de piña (el lunes se acaba el verano. El tiempo de este fin de semana es otra señal, y "la vida sin resaca es bien").

Ahora la vida Nazarena es en 3D y eso es bien. Hablamos de hacer tiramisú y agujeros de taladro y es real y anidar también es bien.

Mientras tanto, hay otro 1ºB que me empieza a parecer hogar de forma peligrosa, y habitaciones llenas de gente trabajando a las 5 de la mañana y a las 10 y media que se ríen y conspiran y se preguntan. Y un miedo a no pertenecer y fiestas a las que quieroirperono. Y las inseguridades se repiten, pero hemos aprendido, con el tiempo, a reconocernos que somos pequeños y tenemos miedo, y eso nos hace grandes y valientes.

Y ahora puedo tener conversaciones maravillosas y "siempre tienes razón" y de pronto esta sobredosis de inteligencia emocional que no sé de dónde ha venido, y hablar delante de un montón de gente casi tan lista como la Chica Lagarta y preguntar por qué no nos hacemos preguntas, nos sorprendemos y escuchamos, y pienso que me gusta mucho dónde estoy y pienso que me gusta mucho cómo he llegado hasta aquí y que me gustáis mucho, todos vosotros, porque sois parte de un camino fantabuloso.

16.9.13

Cosas que no merecen la pena

Ayer tenía en mente una frase fantabulosa que sintetizaba perfectamente el fin de semana. Pero el vino es lo que tiene, que te hace brillante solo un rato pequeño; luego ya es todo acidez y vueltas en la cama y ojeras.

Así que no hay resumen.

Este podría llamarse el findesemana de los Ex, o podría llamarse el findesemana de los problemas de expectativas: es sintético, aunque no brillante.

Estrenos teatrales con la jaqueca como mi +1, y escaparse corriendo a casa antes de que den las doce. Comidas aparentemente inocentes que acaban con copazos que hacen que haya que abortar la siesta en pos de besos que no llegan. Conciertos con preludio en el Lugar Donde Nací Otra Vez, y fumar mirando el Arco de Moncloa, "lo siento, es importante para mí". Smartphones que te enseñan que han nacido para que los momentos pequeños sean repetibles, pero "todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral, engorda o no contesta los Whatsapps". Esa rabia que se hace bola en el estómago cuando las respuestas solo vienen después de mensajes en el grupo, y esas ganas de gritar que yonosoydenadie. Comida y descubrir que la vergüenza de los demás se comporta de formas que resultan incomprensibles a los ojos de la mía. Conciertos breves, muy breves, y una sensación permanente como de quedarte a medias. Encuentros que no se producen, encuentros que habría sido mejor que no se produjeran. Silencios incómodos de un par de horas. "Me siento rechazada"; "No tienes por qué"; y a continuación un montón de por qués. Llantinas en el taxi de uno de los conductores más simpáticos de la galaxia. "Estuvo a punto de irse a tu casa, pero no quería darte la razón". No, yo no quiero que me den la razón. I don't love anyone, you're not listening. Welcome back to 2004. Foto con Sugus. La única foto, de hecho. Vueltas en la cama, alternando cabezadas y llantinas durante más horas de las recomendables. La compra más absurda del mundo.

Y luego un domingo por turnos, donde de pronto las cosas se colocan en su sitio. Y conversaciones pendientes con el Chico Extraordinario. Y el Rey del Laboratorio haciendo horas y aguantando el cuarto turno. Y los Manatíes en el barrio. Y yo con esa neura obsesiva de mirar a un lado y a otro hasta que me chirrían todas las vértebras. Y mucho, mucho, mucho vino, que decía aquel camarero de Moncloa. O cervezas. O daikiris. O whatever. Había que celebrar de alguna forma que no soy la única víctima del karma instantáneo, y es que si no hubieras estado compartiendo taxi no te habrían pegado, y soymuymalapersona.

Un fin de semana que iba a ser de 2005, y ni siquiera he visto a la Chica Úbeda; en el que iba a saldar una de mis cuentas pendientes con mi Jefa Planetera, y no la encontré; un fin de semana lleno de besos que se han caído por el desagüe, uno tras otro, clon, clon, clon, clon.

Y esa pregunta: por qué sigo con esta farsa si solo necesito una cosa y no depende de ninguna persona que esté por aparecer.


13.5.11

When it all went OK

Está bien. Mi nuevo lugar de trabajo va a llamarse OK. Porque casi, casi, casi se parece. Y porque realmente es algo así como elprincipiodetodolobueno. O quiero pensar que así va a ser. Que todavía quedan buenas noticias por llegar, o al menos yo las espero con energía. O al menos, no-malas.

Divagación aparte, mi nuevo trabajo es simplemente perfecto. Hoy hablaba con Megan (que no, no se llama Megan. Pero se parece. El nombre. Y ella. En versión chicadeallado, pero tiene un aire) de cuánto margen tiene todo para estropearse y seguir siendo un trabajo muy, muy, muy por encima de la media.

Si en la última entrada hablaba en abstracto, ahora puedo hablar en concreto. Han sido cuatro días tremendamente intensos pero maravillosos. Mi Jefe, que podría ser irlandés pero no, es tan ideal que en la cena que tuvimos el miércoles iba diciendo casi palabra por palabra lo que contesté yo cuando me preguntó la de RRHH qué esperaba de un jefe. Confianza. Básicamente, confianza. Haz lo que quieras pero no me engañes nunca. Tú eres responsable y eres válida: actúa como tal y todo irá bien. No sólo lo dice, claro está. Entré justo en lo que podía haber sido un fallo garrafal si hubiésemos querido convertirlo en un drama y se convirtió en un "no entiendo por qué no me llamáis y me decís las cosas. Ni que fuera a enfadarme. Estas cosas pasan. Ahora cambiamos el plan, y ya está".

Adoro a mi jefe. Hace MUCHOS jefes que no puedo decir eso. Y mira que yo soy de adorar a la gente. Pero me lo han puesto muy difícil. Y ahora, en cambio, adoro a mi jefe y a nuestros jefes. Un señor fundador, uno de los cuatro directores de la empresa, se disculpó conmigo personalmente por el fallo del martes. Por si me había causado algún trastorno. Joder, somos personas. Esto estaba empezando a parecerme inexistente en la vida real, tal como veo el panorama ahora.

El trabajo es lo mejor. Sencillamente, lo mejor. No es que los jefes molen y no te digan nada cuando vienen a hablar contigo y te encuentran jugando al Mahjong. Es que te dicen: "No, por favor, termina. Yo debería jugar más, también; no conozco lo suficiente esta plataforma". Me pagan por jugar. Y por hablar por Facebook. Lo cual no sólo es genial en sí mismo. También me deja mucho tiempo libre para otras cosas. Porque evidentemente ahora ya no me apetece gran cosa jugar cuando llego a casa. Así que igual hasta recupero la tesis. Bravo.

Las condiciones son excepcionales. En la oficina de París tenemos una nevera verde pistacho con cara de muñeco del juego (lo llamare Buh. Por ejemplo) Buh que sonríe, llena de latas de refrescos, y hasta cervezas. Una cafetera Nespresso. Y, a partir de ahí, imaginen. Porque tenemos una terraza con plantitas, un gato adoptado, dos pantallas por barba (ahora me parece tan pequeña la pantalla del portátil... Han creado un monstruo) para que podamos jugar en una y trabajar en la otra, una máquina de recreativos para hacer torneos de videojuegos antiguos, pistolas de juguete que suenan a Buzz Lightyear, desarrolladores que van a las reuniones montados en sus sillas a toda velocidad por el pasillo, directores creativos que deciden adoptar el bar que inauguraban hoy en el local de al lado y piden que les acompañes, responsables de implementación que no salen de la oficina si no les lanzas la pelota de goma, responsables de sistemas que se lanzan las cajas por la ventana del segundo, directoras de RRHH enganchadas a las magdalenas de Starbucks que no tienen llave de la oficina ni la quieren porque así entramos todos más tarde, compañeras de función que te llaman "my ice-cream buddy" y que son adictas a los frutos rojos y saben comer yogures con trozos de fruta sin cuchara, directores de arte que entran en la oficina haciendo un sprint y tienen ataques de risa cuando les ves, responsables de localización que utilizan expresiones como pesetasdedinero para referirse a los minutos de conexión que le quedan al pincho USB, testers que te llevan de cervezas y se pierden por París y que tienen amigas que podrían ser tú misma...

Además de todo esto, parece que va todo bien. Las personas que pueden acceder a las estadísticas dicen que sí, vamos. Se me acercan sorprendidos preguntando qué si yo he hecho algo para que crezca de esa forma el número de instalaciones. Se ríen cuando les contesto que claro que sí, pero que no sé qué y que intentaré averiguarlo por si podemos repetirlo.

Me entienden cuando hablo en inglés, aunque hable fatal. Les entiendo cuando hablan en francés, si hablan despacio. Acabo mandándole mails a mi jefe en inglés porque ya no sé en qué idioma pienso. Megan asegura que mi inglés es excepcional. Probablemente miente o exagera o ambas cosas porque es la única persona que conozco que es capaz de utilizar "Brilliant" dicho con entusiasmo como una estrategia cínica de autoprotección y que encima no se le note. Pero da igual. Más de una vez he dicho que si alguien ha hecho Literatura Comparada es automáticamente interesante. Y además es mi compi, así que más me vale que crea que me entiende. Porque, la verdad, con la otra no me entiendo, y quiero pensar que es el inglés. No todo es perfecto. Sólo es CASI totalmente perfecto.

Pero si no es mucho más de lo que cabe desear, que venga Ra y lo vea.

6.5.11

Motivos para adorar mi nuevo trabajo, vol. I

- Para preparar la entrevista me encargaron meterme en Facebook, jugar a un videojuego, y pensar una opinión crítica.
- Durante la entrevista, hablamos de torturar Sims. Y cuenta como positivo.
- En la segunda entrevista me preguntaron dónde quería tener mi lugar de trabajo. Y a pesar de que fui bastante sincera en casi todo, les gusté.
- La oficina, finalmente, está genial ubicada. Y aún lo quieren mejorar.
- Pagan más de lo que he visto en el 85% de las ofertas en el tiempo que llevo buscando. Y consideran que es un principio. Hasta que empecemos a generar negocio.
- Van en vaqueros.
- Se ríen muchísimo. Y amenazan con frases como: "Vamos a tener que jugar mucho".
- El plan de acogida incluye una semana en París. Con o sin finde, como prefiera. Porque me dejan elegir.

De verdad: me da mucha pena toda persona que no tiene mi nuevo trabajo.

13.3.11

Bonding

Human bonding is the process of development of a close, interpersonal relationship. It most commonly takes place between family members or friends, but can also develop among groups such as sporting teams and whenever people spend time together. Bonding is a mutual, interactive process, and is different from simple liking.
[De la Wikipedia en inglés]

Sí, hay algo más allá de disfrutar de la gente o de sentirte bien con la gente y tiene que ver con el sentido de pertenencia, con el desarrollo de lazos, y con procesos interactivos. Y es tremendamente necesario.

El novio marido del Chico Samba dice que en España la gente está triste y malhumorada, que viene a ser lo mismo que dice la Chica que me Adentró en Twitter, y que viene a ser lo que demostramos y contra lo que nos peleamos la Chica de las Sonrisas y yo. Que al mismo tiempo reconocemos que hace meses que no tenemos ganas de salir. Que boicoteamos nuestras salidas. Y que retamos a la gente al avercuántotardasenirte, que como sigamos detectando gente rota vamos a tener que convertirlo en deporte nacional.

Lo triste es que los argumentos son buenos; son tan buenos que se nos van de las manos y se desarrollan ellos solos y se instituyen en coraza protectora de toda la maldad de este mundo. En la que nosotras nos reconocemos, de la que nos sentimos partícipes; que nadie crea que esto lo decimos desde ninguna atalaya. Nos reímos ante nuestros errores. Repetimos frases cínicas, estereotipos despectivos y lo que haga falta. Nos colocamos, como ya hacíamos el Chico Boscoso y yo hace ahora diez años (W-O-W) en un lugar indeterminado entre la incomprensión, la hipersensibilidad y el cinismo.

Cuando en realidad todo lo que necesitamos para dejar de ser chicas aterradas, malhumoradas y peligrosamente cínicas, para que no parezcamos las mismas que bromeábamos con vender por órganos a nuestra descendencia, es que venga un casi-desconocido, te abrace y no te apuñale. Que, por cierto: es algo que pasa todos los días.

Así que me propongo salir más. Ser más humana, más interactiva. Tocar mucho y que me toquen mucho. Y dejar de mostrar y sentir rechazo, hacia y desde dentro.

Y crear lazos con el mundo, antes de que cualquier día salga volando y no haya nada que me retenga.

14.1.11

Pesca de red

Yo juraría que ya había hablado por aquí de esto, pero mi buscador lo niega, así que empezaré por el principio.

El principio es en el Mono, con la Chica Casi Trilingüe, antes de que se volviera holográmica y yo me cambiase de piso y abandonase el Mono salvo honrosas excepciones. Una de esas conversaciones en las que estaba pensando todo el rato que qué lista y qué sensata es esta chica. Hablábamos de una proposición a café de un profesor del que no sabía nada hacía cinco años, y a ella le parecía evidente que, en cualquier caso, había que ir. Dijo que no estábamos en un momento en el que pudiéramos pescar con caña. Que la única opción era lanzar las redes, y confiar en que algo habría dentro al recogerlas. Y que lo primero era la patata.

Verdades como puños.

Así que me paso la mañana revisando el programa del máster del Colegio de Sociólogos y Politólogos, dudando. La sobremesa, con mi Tío Creativo hablando de si tiene sentido o no hacer un máster en marketing digital o un curso de community manager, intentando explicarle por qué creo que trabajar gratis es un daño que haces a la sociedad, recordando que yo en realidad era marketiniana, y tratando de sacarle provecho a mi adicción a Farmville. La tarde, haciéndome un perfil en una especie de Facebook académico, siguiendo a algunos de mis nuevos gurús con la esperanza bastante vana de que algún día se den cuenta de que estoy allí. Escribiéndome con el Chico Samba para evaluar posibilidades bilingües de publicación de nuestro trabajo conjunto. La mañana echando CVs y apuntándome todo lo que tengo que cambiar de mis "presentaciones estratégicas". En un rato bajaré a hacer la compra e intentaré atreverme a poner en práctica mis supuestos nuevos conocimientos culinarios. Quizás incluso me apunte a un concurso nuevo de la tele. Estoy muy enfadada con el vacío que me hacen de Pasapalabra. Con lo maja que soy.

Porque no sé si soy marketiniana (y si sí, no sé si soy de comunicación o quiero ser planner 2.0, o creativa, ya que nos ponemos), si quiero currar en RRHH para hacer etnografía en condiciones (y para cambiar un poco el chip, que también mola), si quiero ser académica insigne (que probablemente sí, pero en fin. Hay que llegar. Y el camino no apetece nada), si me vale con que el correo que espero llegue y tener asegurada la supervivencia otro año, o si toda mi aspiración es ser una buena mujer florero (estar empezando a ver Mad Men no ayuda nada).

En el fondo es el momento de tirar de lecturas y hablar de yoes saturados. Soy todo eso. Y probablemente podría ser todo eso, porque el mundo es bastante indefinido. Otra cosa es que sea cierto todo el discurso de "eres libre, elige tu carrera". Así que, como no depende de mí, yo sigo echando la red. Cada vez más tupida.

Y a ver qué pasa.

14.12.10

Y siguiendo el hilo...

Puede que mi vida sea un poco menos naranja, pero sigue girando en espiral; lo que llegados a este punto de la línea, ha implicado una tangente que me vuelve a unir, desde algo más lejos, a mi antigua empresa. Ahora siguen "pagándome por escribir", pero en versión educativa en vez de comercial, que siempre es agradable. Así que me paso los días (por especificar lo de mi dulce esquizofrenia) escribiendo cursos sobre todo tipo de cosas, y su relación con la productividad. Y a veces me parece asqueroso, pero a veces se me olvida que ser productivo no es sólo ser productivo para tu empresa; también puedes ser productivo a pesar de tu empresa.

Hace años, mi madre me regaló una libreta que era espantosa y que tenía pretensiones de felicitación de cumpleaños, pero que decía en la portada "Ya sé que tienes mucho que estudiar..." y en la contra "... pero también queda tiempo para otras cosas". Yo, por aquello de ser coherente, me dedicaba a apuntar en ella todas mis listas de cosas-que-hacer, y al otro lado cosas-que-quiero-hacer.

Es bonito pensar todas las cosas que quería hacer y he hecho, y estimulante pensar en las que no he hecho. Es una sensación parecida a la de la mudanza, la de repasar cuáles de las que quedan pendientes tienen algún valor a día de hoy y desechar las que no vienen a cuento; y hay que poner el acento en que no es el momento, y no en que "ya se pasó".

Pero es evidente que tengo que aprovechar todos esos privilegios en los que pensaba hace un ratito para rehacer mi lista. Aplicarme todas esas cosas que escribo y que son en su inmensa mayoría tópicos pero pueden ser otra cosa. Momento pedante: ¿en qué quedan los resultados de un lugar común si se miran desde otro lugar distinto?

Saber qué es lo que me gusta y qué es lo que me aporta valor. Qué me gustaría hacer y qué hago sin que me convenza. Dónde quiero llegar y qué me lo está impidiendo. Coger mis 24 horas diarias, que no serán muchas, pero son mías, y poner ladrillitos para la vida que quiero tener.

Dejar de quejarme de la granja y de jugar a la granja. Cumplir la regla de los 2 minutos (si tardas menos de 2 minutos en hacerlo, hazlo sin dilación) para responder los correos de las personas que están lejos y quiero sentir cerquita, en lugar de aparcarlos en mi bandeja de entrada como tareas pendientes. Dejar de permitir que las personas se vuelvan tareas pendientes. Distinguir un pasatiempo de una afición, y apostar por los segundos en lugar de por los primeros. Creerme eso de que sin dormir y sin comer uno no sirve para nada y comer y dormir como debiera.

Este año he aprendido a disfrutar cuando hace bueno. A salir a la calle y alegrarme de la temperatura y del aspecto del cielo. Me parece una cosa complicadísima de hacer, honestamente. Porque aunque el cielo esté precioso puede hacer un frío de pelotas que no acompaña para irse lejísimos a hacer no sé sabe qué trámite; y aunque estemos a los grados precisos si te vas a pasar el día encerrado cumpliendo compromisos para qué sirve. Pero es mentira. Sirve. Y acompaña.

Si sé hacer eso, puedo hacer todo lo demás. El problema es que me paro a desesperarme en vez de a pensar. Y que me preocupa saberme los trucos en lugar de cómo ponerlos en práctica.

Esta tarde pensaba qué hago yo dando lecciones, y luego he pensado que he tenido la suerte de tener tiempo para pensar y poner las cosas en orden. Es una pena: la mayoría de la gente que lee mis cursos no la habrá tenido. Por eso les tengo que dar las cosas mascaditas.

Así que habrá que aprovechar el parón para masticar bien, saborear adecuadamente, y garantizarse una buena digestión de lo que quede por venir. Y a ser posible, hacerse con un buen libro de recetas.

Así que estoy rediseñando. Además de quejándome. Que una cosa no debería quitar la otra, y que es muy triste acostarse bajo la etiqueta "de uñas" cuando uno puede acostarse bajo "construyendo".

Buenas noches, personitas.

Honestidad brutal (de mí, pa' mí)

El Chico cuyo apodo ya no recuerdo dice que me haga mirar mis estados de Facebook porque se preocupa por mi estado de ánimo. Yo no soy consciente de estar mandando mensajes negativos, pero sí que es cierto que he acumulado demasiada frustración y que es posible que salga por todos los poros. No los reviso, por si acaso. El blog, que al fin y al cabo está abandonado, me parece más fácil (y menos representativo), y veo que alterno adecuadamente las etiquetas de "construyendo" y "nostálgica". La Chica Mariposa me envía mensajes preguntándome por mi alternancia de blanco y negro. Ha llegado un momento en el que igual debería ser yo la que piense un poquito cómo estoy, en vez de lo que tengo que hacer.

Podría hacer el enésimo resumen de noticias y hacer un balance con pretensión de objetividad, aunque todos sepamos que eso no existe. Casa nueva - mucho jaleo - casi terminado - paz, tranquilidad, sensación de victoria, bonito rincón en que vivir. Enésimo cambio vital - mucha nostalgia - mucha gente perdida por el camino - mucha gratitud por la gente que se queda - bastante sensación de pérdida - sensación de estar desubicada pero bien acompañada (a veces). Difuso proyecto de futuro - cambios de carácter - inseguridad crónica - buenas expectativas - sensación de valer lo suficiente para caer, de vez en cuando, de pie.

Creo que es suficientemente sintético, concreto y esclarecedor. Pero hay más.

La gente que se quedó por el camino aparece, de cuando en cuando. En forma de mail, en forma de personaje de Rohmer, en forma de marabunta celebrando un cumpleaños. Aparece y duele muchísimo, las cosas como son. El otro día hablaba con el Sociólogo Renegado de bancos de tiempo, y no se trata de eso. No se trata de los contactos como inversión. Se trata de que uno se acostumbra al papel que los demás juegan en su vida y luego, al readaptar la obra, siempre te falta un pie por algún sitio. [Sí, soy goffmaniana nata. Este era el tipo de cosas que escribía con dieciséis años, si lo pienso] Y faltan copas de vino, aseveraciones, runrunes incómodos incluso, rutinas, celebraciones.

Precisamente, celebraciones.

Esta tarde he conseguido ir con Blue a ver Celebración, de Pinter, después de un amago de dejà-vu con la de Beckett que me perdí el pasado diciembre. En primero me marqué no sé ni cuántas páginas sobre Pinter y el silencio con esa prepotencia de los dieciocho años y sin haber leído una sola página firmada por él mismo. Ahora creo que las entiendo. Me parece maravilloso ser capaz de no decir nada en absoluto y dejarme llorando como una niña, perpleja ante los personajes que circulan saludando entre las mesas. No pasa nada: son personas que cenan, y charlan. Señores, no vayan a verla. Hagan el favor de pararse a escuchar las conversaciones de la gente en los restaurantes, en los bares, en el autobús, y asombrarse, y llorar como niños.

La semana pasada, escuché a una madre repasarle los deberes a su hija por teléfono y comentar el examen. Implicada a morir. Era realmente como si estuviera sentada en la mesa, con ella. Pero no lo estaba. El tipo de madre que pasa cuarenta y cinco minutos hablando contigo sobre las manías de tu profesora y los enunciados que va a poner ya no puede sentarse contigo. Es lo que hay.

Y es una mierda repugnante.

Es una mierda repugnante que tenga que aterrorizarme ante los antecedentes familiares de menopausia precoz porque no tenga la más mínima garantía de poder tener un hijo antes de diez años cuando es lo que más deseo en el mundo. Es una mierda repugnante que el Chico de los Recopilatorios tenga más razón que un santo cuando asegura que la reproducción no merece la pena en los tiempos que corren. Es una mierda repugnante que nos hayan robado las vidas a todos mientras sonreíamos porque era la rehostia tener treinta años y poder seguir llevando zapatillas de deporte y camisetas con dibujos y juntarse con los amigos a jugar a la Play. Es una mierda que los marketinianos celebren a las familias DINK (Double Income, No Kids). Es una mierda que tengamos que echar carreras con nuestro reloj biológico y con los procesos de adopción. Es una mierda que, en general, no importe nada en absoluto lo que vales. Es una mierda que cuando encuentres un trabajo la gente considere que eres suficientemente afortunado como para que no tengas derecho a la queja cuando un psicópata juega contigo como herramienta para su ego.

Hace dos días, todo esto se concentraba en no poder parar de llorar, metida en la cama, pensando en que mis hijos no conocerán a mi abuela. Que mi abuela se mantiene fenomenal y joven y activa y ya ha hecho todo lo que tocaba por su lado y que yo no puedo dar ni medio paso por el mío. Que es un ejemplo irrelevante pero significativo.

Tengo 26 años y hace más de cinco que estoy hasta los pezones de la gente que no para de repetirme lo joven que soy. Porque con 35, en Maternidad, te llaman primípara añosa si tienes la osadía de estar teniendo tu primer hijo.

Si tengo suerte, pasaré los próximos cuatro viviendo a costa del gobierno (aún) dedicada a cagarme en todo lo que hay en el mercado laboral que me ha llevado a esta situación. Cuatro años que no garantizan más que la satisfacción personal de estar elevando una queja a no se sabe muy bien dónde. Bueno, y que tendré un "mayor riesgo de exclusión" del mercado laboral por prolongar mi situación de desempleada. Si tengo suerte, podré plantearme que irme a EE.UU. con gastos pagados es una opción de futuro y cerrar los ojos ante la posibilidad de volver con el rabo entre las piernas. Si tengo suerte, tendré que pelearme con mis amigos por mi trozo de pastel y muy probablemente me acabe convirtiendo en un ser retorcido y mentiroso que veo tan cerca que me da miedo.

Si tengo un poco menos de suerte, podré mantenerme en esta dulce esquizofrenia que vivo ahora, en la que por la mañana construyo los discursos que critico por la noche. O eso digo. Porque en realidad no encuentro las horas para criticar nada. Estoy demasiado cansada para seguir leyendo, y me meto en bucles de autorrealización ilusoria y compulsiva consiguiendo logros en Farmville, porque así soy yo, que me creo muy lista pero caigo en toda trampa que me encuentre. Supongo que, en cuanto me acostumbre y deje de cumplir con todos los puntos de los decálogos de malos hábitos para teletrabajadores, la cosa irá a mejor; y de hecho, de momento pinta como la mejor opción.

Porque el siguiente golpe de suerte podría venir de la mano de una oferta para volver a mi sector, y volver a tener cargo de conciencia y un nivel de estrés que hay quien tolera, pero no es mi caso. Que al menos me garantiza, si mantengo mi vida de estudiante actual cuando salga de la oficina, cierto colchoncito para los 30. Si no me echan.

Lo lamentable es que todos y cada uno de ellos serían golpes de suerte. Que estoy en una posición jodidamente envidiable. Que yo envidio a los que son listos y están becados y que 4 millones de personas y sus familias me envidian a mí. Que sigo siendo una privilegiada, como lo he sido siempre. Y eso me asusta. Porque no entiendo cómo coño se sostiene un sistema en el que esto es estar arriba. Y porque, insisto, nos han quitado el derecho a la réplica.

Yo quiero un sitio donde dormir, comer todos los días, y poner mi granito de arena por la supervivencia de la especie antes de que sea tan mayor que esté comprando papeletas para que la sangre de mi sangre se convierta en un vándalo por mi incapacidad de hacerle caso. Juraría que hace treinta años esto no era tanto pedir.

Me encanta mi vida tal y como es ahora, claro que sí. Puedo sentir nostalgia de ciertas cosas (porque las he tenido) y puedo tener aspiraciones (porque sé que existen), que no es mal punto. Aprecio mis rutinas, aprecio a mis personas, y aprecio lo que hago.

Sólo pido que no me obliguen a hacerlo el resto de mi vida.

Déjenme volverme adulta, por favor. Es lo único por lo que me quejo. Ser adolescente un rato, mola. Serlo toda la vida está empezando a ser insufrible.

10.9.10

F5

Ene pestañas abiertas en el Firefox. El reader, por compensar. La UNED, en sus dos versiones oposicionesdeauxiliardebibliotecayarchivos y matrículaporinternet. El IN3, por curiosidad. Facebook, porque es una droga. La UAM, también por trabajo. Y hablando de trabajo, todos esos portales de empleo que quieren empezar a cobrarme por mandar mi CV. Idealista, en cada una de las búsquedas guardadas, que tengo que repasar porque con el cambio de PC ya no sé cuáles he visto y cuáles no. Y hasta ayer que estaba sin Outlook, Hotmail.

El botón de F5 echa fuego, y yo más. Tampoco he empezado con la ponencia, ni he redactado el proyecto. Pulsar F5 me tiene ocupada al menos cuatro horas diarias. Creo sinceramente que estoy empezando a perder la cabeza hasta un punto preocupante.

Ayer, Mi Media Infancia y yo tomábamos el sol tras un homenaje de comida basura. Hablábamos, como siempre últimamente, de mercado laboral, crisis de los 30 por anticipación, y ofimática para el demandante de empleo. Agotamiento mental. "Si quieres, puedes todavía mirar el mail antes de ir a ver el piso". Me lee los pensamientos, porque obviamente estoy desesperada y mi índice tiene mono de "Actualizar". Por supuesto, El Correo sigue sin llegar. Algún tipo de parálisis nerviosa me impide coger el teléfono y cambiar F5 por rellamada. Y esto tiene que acabarse YA.

31.7.10

Año nuevo

Hace unos días me caí con todo. Cuando digo con todo, digo CON TODO. Según el libro de autoayuda definitivo, es un síntoma clarísimo de haber acertado con la tecla. Exacto. Llevo años trabajando para encontrar ese punto, ese origen. Lo he encontrado. Todas mis resistencias se han multiplicado por dos mil, pero he ganado. De momento, he ganado.

Mi propósito principal este año es no darle la espalda a lo que ha pasado. Tengo que dejar de dar rodeos y excusas y buscar interpretaciones paralelas. Ya está, El Problema era ese. Así que según llegue septiembre y mi pequeño psicólogo y yo estemos ambos en el mismo lugar, habrá que tratarlo. Mucho. Pero con él, no con extraños. No puedo separar esta fase como si no formara parte del resto del tratamiento. Esta es LA fase. Esto es para lo que estaba yendo.

La idea es que cumpla los 27, que siempre han sido un número mágico para mí, con este problema resuelto. Y después, probablemente haya crisis y bajones y lo que tenga que ser. Pero quiero marcar un antes y un después. Propósito #1.

Propósito #2: decir las cosas. Decirlas de verdad y decirlas cuando toca, antes de estar demasiado enfadada como para poder decirlas en lugar de gritarlas o soltarlas irónicamente rezumando maldad por los colmillos. Decir las cosas. No temer el conflicto por fuera porque al final sólo me trago los conflictos a nivel interno, que es una mierda ridícula y que no lleva a que se arreglen. Ejercicio: ayer en la peluquería, por una vez, le dije doscientas veces a la tía: "No me estás entendiendo. Por detrás, mucho más corto". El resultado no me satisfizo y me dio un arranque de autosuficiencia que ha desembocado en una masacre capilar, pero al menos me planté. No entiendo esa cosa rara que se da en las peluquerías por la que al final dejamos que hagan lo que quieran con nosotros. Somos los clientes, oiga.

Propósito #3: juzgarme un poco menos. Mucho menos, en realidad. Procurar hacer lo que me apetece, dejar de tener miedo a todo lo que me rodea, dejar de mirarme con ojos ajenos (y con ese ojo ajeno instalado en la mirada propia) y dedicarme a hacer de todo lo que ahora es un reto algo sencillo y normal. Permitirme equivocarme sin el Agujero Negro posterior.

Propósito #4: orientarme. Que igual no me dan la beca de mi vida, pero entonces estaré en madriz, que es donde quiero estar ahora mismo, y ni tan mal. Sentirme cómoda con mi Plan B. No concebirlo en términos de fracaso. Por dios, basta ya de fracasos y de castigos.

Hay más, como siempre hay más, pero esos son pequeños y, de momento, son míos.

Pequeña yo-misma, feliz cumpleaños.

12.6.10

Biografías fragmentadas - Un prólogo

Mi madre me recuerda que mis prioridades cambian todo el rato. También es cierto que ayer, precisamente ayer, tuve uno de mis arranques de confesiones inoportunas y si algo quedó claro es que no es oportuno tomarme a mi madre demasiado en serio.

Pero sí, mis prioridades cambian todo el rato. Acabo de enviar por fin la solicitud de doctorado. Ya está, alea jacta est, multipliquen los tópicos cuantas veces quieran. El caso es que está. Incluyendo el trabajo. El trabajo que no es más que el principio, o que no debería ser más que eso. Ahora que está entregado, no parece gran cosa.

Cuando uno adopta la mirada correcta, las cosas parecen más sencillas. No puedo sacar conclusiones porque para sacar conclusiones necesitaría una serie de técnicas de investigación a las que no tengo acceso. Subtexto: dénme los medios para poder sacar conclusiones.

Este año he aprendido a pedir. A pedir ayuda. A pedir explicaciones. A pedir lo que haga falta. He descubierto también que doy más de lo que yo misma me creo; probablemente esa sea la causa. He aprendido a comportarme estratégicamente; y el Chico de la Marmita tiene comentarios célebres que lo demuestran. Probablemente hay que ser muy raro para tomarse a bien la frase: "eres mucho más lista de lo que pareces", pero hay que saber reconocer un halago tras los disfraces. Hay que saber valorar los disfraces, también. Y yo he aprendido a disfrazarme. Quizás lo ejerza el próximo sábado.

Fue una noche rara, ayer, de sensibilidad a flor de piel; de cismas y reunificaciones; de despedidas que fingimos que no están teniendo lugar. Queda la sensación de que sólo lloró una persona cuando tendríamos que haber llorado todas las demás. Prohibición expresa de hablar del futuro. Conflictos de prioridades. Dudas infinitas. Un chico con una camiseta de El Principito, precisamente El Principito, que parecía llevar sobre su cabeza un luminoso "Plan B".

Qué bonito sería el Plan B. Qué bonito tener varias opciones de futuro y que la gente a la que quiero estuviera en todas ellas.

El Rey del Laboratorio hablaba esta mañana de esos señores malos con sombrero que se reúnen y deciden a escondidas cómo funciona el mundo. Esos que un buen día pensaron que la estabilidad no molaba nada y se dedicaron a barajar las cartas hasta un punto en el que el juego deja de ser comprensible. Me gustaría que existiesen para poder odiarlos con toda mi energía.

Leo y escribo sobre gente que se reinventa permanentemente, y me confundo. A ratos quiero reinventarme, sí; pero, sobre todo, tengo la sensación de que me acabo de reinventar. Y de que esta historia me gusta. Que me encantan sus personajes. Los nuevos y los de siempre.

Porque es probable que hayamos elegido el peor momento posible para aprender a echarnos de menos. El peor momento posible para aprender a mirarnos como nos miramos ahora. El peor momento posible para descubrir que juntos podemos reírnos de prácticamente cualquier cosa. El peor momento posible para descubrir que soy más lista contigo que sin ti. El peor momento posible para descubrir que yo también podría ayudarte y que es posible que, con un poco más de tiempo, te dejases.

Ya está, ya he entregado. Ya estoy en camino. Y, como era de esperar, no quiero ir a ningún sitio, porque no es contigo.

23.5.10

Puzzles

El viernes pasado, celebrando el cumpleaños del Chico Escritor, tuvimos una de esas acaloradas discusiones en las que de vez en cuando te metes sin saber muy bien cómo ni por qué, si en realidad estás de acuerdo con la otra persona. Al Chico Escritor y a mí nos pasa mucho, y supongo que tiene más que ver con elegir la palabra adecuada que con una posición frente a algo, porque al final, estéticas aparte (que no es que no importen, claro que importan), tendemos a estar de acuerdo en casi todo.

En este caso, hablábamos, o eso creo yo, de las rachas. Mi torpeza fue decir que me alegraba profundamente de que a la Chica Suiza (creo que no se llamaba así, pero no me acuerdo) y a su chico les estuvieran saliendo posibilidades como setas, porque ya necesitaba un poquito de ilusión a mi alrededor. Empezamos a discutir sobre si era más importante tener salud o dinero, no sé muy bien cómo llegamos a eso, y el caso es que la salud, obviamente, es fundamental, pero de lo que yo hablaba no era de dinero, sino más bien de proyectos.

Supongo que la palabra no era ilusión, porque, tradicionalmente, de ilusiones y de entusiasmo solemos ir sobrados. Otra cosa es que nos pongamos a ello con un cierto tesón. El viernes, hablábamos de la diferencia entre ser talentoso y ser trabajador, y me temo que Picasso nos daría una buena sarta de collejas porque a nosotros tiende a venirnos la inspiración todo el rato; otra cosa es que nos pille trabajando, y, si lo hace, que nos pille trabajando en aquello para lo que nos sentimos inspirados. Ambiciosos en exceso, dispersamente atentos, llámalo X.

El caso es que hace unos años que nos compramos aquellas camisetas de "Yo sobreviví a 2007", y que la broma ha durado tanto que todavía hay gente esperando la de "Yo sobreviví a marzo de 2010". Y que estoy cansada de supervivencias y lo que quería era proyectos vitales.

De proyectos vitales, no, no andamos sobrados.

Estoy harta de leer últimamente sobre fragmentación, inseguridad, instituciones zombis, fin de la certidumbre, y "todo lo que era sólido se convierte en líquido". Está claro que son malos tiempos para los proyectos de vida, y que al final vivimos sin proyecto y tampoco pasa nada, porque, efectivamente, vivimos. Porque nos pasan cosas buenas, y tenemos la suerte de poder contarlas. Pues sí.

Pero esa ilusión de estar haciendo camino... Un camino que puede llevarte o no a donde quieres ir, pero que es un camino, y no un simple hecho aislado... Eso mola.

Y la Chica India está con su nuevo apartamento y su "residente en NYC", y el Chico Escritor ha encontrado un grupo de profesionales realmente profesionales que saben de lo que hablan, y el Chico del Entusiasmo ha vuelto al cole en todos los sentidos, y Blue está replanteándose su vida desde los cimientos, y la Chica Formal se casa y se va al fin del mundo, y para la Chica Suiza los problemas ahora están dentro del curro y no en la búsqueda de curro, y la Compi Rubia está saturada porque su escuela tiene éxito, y sí, queda gente por colocarse, pero la tendencia es ascendente.

Por mi parte, me estoy encontrando sin saber cómo lo he hecho en el lugar al que no sabía cómo se llegaba. Todas las piezas que ni siquiera sabía que ya tenía en las manos se han encajado y han construido un mapa hacia alguna parte. Un viaje para el que de pronto cuento con un reconocimiento de mi trabajo que ayuda muchísimo a creer en mi proyecto de futuro trabajo, con un sitio al que quiero ir, con una opción por la que apostar, y con una ilusión que a veces incluso supera mi enorme tendencia a la pereza.

Y con mucha, mucha gente maravillosa que está dispuesta a acompañarme en espíritu mientras empiezo a andar. Si llego o no llego y hasta dónde, ahora mismo, parece secundario. El caso es que hay una dirección; y que andamos.

12.4.10

I will survive

Ya está, se acabó. Son demasiadas semanas, no quiero ni contarlas, sintiéndonos mal, defraudadas, indignadas, culpables, violentas, y otras tantas emociones tremendamente negativas.

Hoy hemos tomado una decisión. Se acabó. A partir de ahora somos gafapastas, relativistas, desdramatizadoras, poppies, felices, ignorantes, y si hace falta, incluso cínicas e hipócritas; porque la opción contraria es agotadora.

Vamos a reírnos de todo lo que se nos ponga por delante, vamos a fabricar y a consumir cosas bonitas, vamos a agarrarnos al "...y ya", vamos a dejar de querer morir matando.

Y si la Chica Mariposa y yo tomamos una decisión, intuyo que somos bastante imparables.

20.3.10

Girl under construction

Por lo menos, ahora tengo un plan. Que saldrá mejor o peor, pero que es un plan. Me hace cosquillitas en la tripa pensar que hay algo decidido post-junio, aunque sea presentarme a unas oposiciones de las que no sacaré plaza. Algo es algo, siempre. Opositar y hacer tesis. Me da la sensación de que tendré cualquier cosa menos una vida apasionante, pero al fin y al cabo estoy un poco saturada de sensaciones, últimamente. Enough is enough.

Procuro no enfadarme (mucho) conmigo misma y en vez de eso, intentar convertir los apuntes del Profesor Que Se Parece A Mi Ex-Suegro en lo que fueron aquellos apuntes de Movimientos Artísticos Contemporáneos que rulaban por el búnker mucho después de que yo hubiera abandonado el edificio.

Leo un poquito de Murakami porque no sólo de Greimas y jaquecas consiguientes vive el hombre. Decido pasar el día en pijama.

Y si llueve en el pasillo de los vecinos, a mí qué. Estoy ocupada buscando mi huequito en el mundo, ustedes disculpen.

16.3.10

Una simple formalidad administrativa

Ayer, el Rey del Laboratorio me hablaba de las parrilladas en la universidad, y me sorprendió que todo surgiera el año pasado. Pensaba que tenía una cierta tradición. Como dijo él, la tiene, la tiene. Estuvo tan bien, que la tiene.

Yo soy bastante así. Meriendo dos domingos en el mismo sitio o ceno dos lunes en otro, y automáticamente en mi cabeza quedan institucionalizados. Y es que me declaro adicta a la mayor parte de las cosas que me gustan mucho, aunque sólo sea una vez.

Ayer estuvimos comiendo en el HD (ya van dos veces. Peligroso camino hacia la tradición). Por fin Blue conoció a la Rubia, por fin la Chica Asturias tiene su préstamo en camino, por fin mandé yo mi fax para que el mío se ponga en marcha. Incluso, por fin he cambiado la matrícula. Eso sí, ahora no sabemos qué va a pasar porque con el jaleo tan espantoso que han supuesto las últimas semanas, se me ha olvidado completamente lo de mi alegación de beca y tengo que interponer un recurso de no sé qué no sé dónde. Una de esas maravillas del papeleo. Hablábamos, en la comida, de tesis y becas de investigación y de traslados al extranjero; pero cada vez parece más complicado. Cansancio, como siempre.



Y un poquito de bajón, en realidad. Ayer, la Chica Asturias tuvo a bien preguntar qué planes tenía con el Rey del Laboratorio. Mi respuesta vino a ser algo del tipo de "dejar de verle el 19 de junio, como a vosotras, como a todo el mundo". Desde que dijo el otro día que quedaban 30 días de clase, no hago más que ver cómo se me escapa entre los dedos un año que está siendo fantástico.

La Rubia, tremendamente sensata como de costumbre, dice que deberíamos disfrutar estos tres meses en lugar de preocuparnos por los meses siguientes. Yo, de hecho, tengo de paro casi un año, así que oficialmente no debería preocuparme. Pero el caso es que te preocupas. Salen oposiciones, quiero inscribirme, pero son más papeles. Dios, cuántos papeles pueden llegar a formar parte de la vida de uno.

Luego resulta que a veces no es tan difícil. Do not disturb va a Medina del Campo y lo seleccionan. Todo es ponerse, la lotería no toca si no juegas, etc. Pero, ay, ponerse. Ponerse es ser sensato, llevar el horario que te marcan y no el que te cuadra, no consentirte caprichos. Y ahora que estoy aprendiendo a consentirme...

Ayer decía la Rubia que ella no era de sidras, sino de bebidas de colores. Igual debería hacer un bonito cóctel y combinar un poco mejor las categorías de mi Excel-TOC de organización vital. Procurar que la inercia no me devore. Marcar el minuto.