19.5.25

El día que quité la mancha del pasillo

Parece sencillísimo. Notas una mancha en la entrada del salón. Sabes que hay que fregar.

Pero no puedes.

Durante semanas, miras la mancha cada vez que cruzas la puerta. Y no te dices simplemente "a ver si friego". Te dices "joder, tengo que fregar de una puta vez", y entonces te recuerdas a ti misma que en este error no hay literatura.

Y pasan las semanas y cada vez que ves la mancha te repites a ti misma que eres un fracaso.

Quizá por eso mismo, no la quitas. 

Quizá te apetece acurrucarte en esa idea de fracaso.

O quizá la idea del fracaso es tan aterradora que se come todo lo demás.

Pero el caso es que cada puñetero día, durante semanas, te enfrentas varias veces a la mancha del pasillo. 

Hasta eres capaz de hablar con otras personas de lo ridículo que es tener una mancha en el pasillo a la que te sientes incapaz de enfrentarte.

Durante varias semanas, estar con otras personas significa solamente "llorar en un sitio que no sea mi casa". 

Pero un día no lloras. Cuentas lo mismo, exactamente lo mismo. Entras en bucle, igual que llevas entrando en bucle cada día desde hace semanas. Sabes que tienes que parar, igual que sabes que tienes que fregar: como si fuera una instrucción que no puedes darle a un Sim con la cola llena.

Así que vomitas las mismas palabras una y otra vez, y se mezclan con las lágrimas y los mocos y se te vuelve a despellejar la cara.

Pero un día esas mismas palabras vienen sin acompañamiento.

Y de pronto, al día siguiente, limpias la mancha del pasillo. Sigues sin fregar, pero al menos has quitado la puta mancha y piensas que a lo mejor se ha acabado todo por fin y hablas de nuevas etapas y miras tu ficus rosa y te repites, como entonces, que tu personaje de esta etapa tiene derecho a vivir.

Y entonces sí: lloras.

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