12.6.10

Biografías fragmentadas - Un prólogo

Mi madre me recuerda que mis prioridades cambian todo el rato. También es cierto que ayer, precisamente ayer, tuve uno de mis arranques de confesiones inoportunas y si algo quedó claro es que no es oportuno tomarme a mi madre demasiado en serio.

Pero sí, mis prioridades cambian todo el rato. Acabo de enviar por fin la solicitud de doctorado. Ya está, alea jacta est, multipliquen los tópicos cuantas veces quieran. El caso es que está. Incluyendo el trabajo. El trabajo que no es más que el principio, o que no debería ser más que eso. Ahora que está entregado, no parece gran cosa.

Cuando uno adopta la mirada correcta, las cosas parecen más sencillas. No puedo sacar conclusiones porque para sacar conclusiones necesitaría una serie de técnicas de investigación a las que no tengo acceso. Subtexto: dénme los medios para poder sacar conclusiones.

Este año he aprendido a pedir. A pedir ayuda. A pedir explicaciones. A pedir lo que haga falta. He descubierto también que doy más de lo que yo misma me creo; probablemente esa sea la causa. He aprendido a comportarme estratégicamente; y el Chico de la Marmita tiene comentarios célebres que lo demuestran. Probablemente hay que ser muy raro para tomarse a bien la frase: "eres mucho más lista de lo que pareces", pero hay que saber reconocer un halago tras los disfraces. Hay que saber valorar los disfraces, también. Y yo he aprendido a disfrazarme. Quizás lo ejerza el próximo sábado.

Fue una noche rara, ayer, de sensibilidad a flor de piel; de cismas y reunificaciones; de despedidas que fingimos que no están teniendo lugar. Queda la sensación de que sólo lloró una persona cuando tendríamos que haber llorado todas las demás. Prohibición expresa de hablar del futuro. Conflictos de prioridades. Dudas infinitas. Un chico con una camiseta de El Principito, precisamente El Principito, que parecía llevar sobre su cabeza un luminoso "Plan B".

Qué bonito sería el Plan B. Qué bonito tener varias opciones de futuro y que la gente a la que quiero estuviera en todas ellas.

El Rey del Laboratorio hablaba esta mañana de esos señores malos con sombrero que se reúnen y deciden a escondidas cómo funciona el mundo. Esos que un buen día pensaron que la estabilidad no molaba nada y se dedicaron a barajar las cartas hasta un punto en el que el juego deja de ser comprensible. Me gustaría que existiesen para poder odiarlos con toda mi energía.

Leo y escribo sobre gente que se reinventa permanentemente, y me confundo. A ratos quiero reinventarme, sí; pero, sobre todo, tengo la sensación de que me acabo de reinventar. Y de que esta historia me gusta. Que me encantan sus personajes. Los nuevos y los de siempre.

Porque es probable que hayamos elegido el peor momento posible para aprender a echarnos de menos. El peor momento posible para aprender a mirarnos como nos miramos ahora. El peor momento posible para descubrir que juntos podemos reírnos de prácticamente cualquier cosa. El peor momento posible para descubrir que soy más lista contigo que sin ti. El peor momento posible para descubrir que yo también podría ayudarte y que es posible que, con un poco más de tiempo, te dejases.

Ya está, ya he entregado. Ya estoy en camino. Y, como era de esperar, no quiero ir a ningún sitio, porque no es contigo.

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