2.1.08

2008, v. I

El fin de año es como cualquier otro día en casa de mis padres. Por supuesto, 2007 no se va sin hacer otra de las suyas, la última, y dejarme una mano hecha una piltrafa. No faltaba más, no. No te preocupes, maldito año con nombre precioso. No nos vamos a olvidar de ti.
2008 empieza raro porque es fantástico que te traigan el desayuno a la cama, pero el coche va por lugares equivocados, no llevo encima más que media paroxetina, y entre unas cosas y otras acabo echándome a llorar como una niña después de haberme dormido antes de la comida (un desastre total como invitada, eso soy).
Mi tía Becky está totalmente exagerada. Se extraña de ser modelo ante mi psiquiatra pero hace una detrás de otra. Dice que ella pensaba que la ciclotimia dolía más. Sonrío. Me pinta, y el Chico Cósmico es un valiente y viene y hasta me ve guapa a pesar del maquillaje, y le llaman Happy y Jose todo el rato, pero aguanta como un campeón una partida de Continental tramposo, una partida de Trivial aún más tramposo, y muchas, muchas, botellas de champú. Se va familiarizando con el lenguaje de mi familia materna, aunque la velocidad con la que se apodan unas a otras no le ayuda a recordar los nombres, pero poco a poco identifica al Vasco al que aborrecemos y se ríe con los demás. Nota final: unanimidad de pulgares hacia arriba, porque el Vasco, claro, no cuenta.
Ahora, empezar un año. Empezar un año con una idea clara en la cabeza. He tomado una decisión, y no sé si eso implica que se va acabando el período de hacerse preguntas y comienza, paulatinamente, el de la aparición de respuestas. Porque están allí, claras y distintas como en la cabeza de Descartes, si abres la puertecita aunque sea un poco.
Mañana, no sé. Hoy, presentina, pendientes, café después de cenar, ferrero rocher, y muchos, muchos abrazos.

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