16.10.09

Los primeros días

En septiembre de 1990 tuve mi primer día de colegio. Recuerdo un miedo atroz, una esquina amarilla con gotelé, y mis pies casi dentro de la papelera cuando se acercó a mí la Chica CAT y, todo rizos y energía, nos hicimos amigas para siempre. Es lo bueno que tienen los seis años, que los primeros días no suelen ser tan complicados.

En septiembre (¿octubre?) de 2002 tuve mi siguiente primer día. Yo no cambié del colegio al instituto, así que cuando empecé la facultad era mi primer kilómetro cero en doce años. Pero era más bien un kilómetro y medio, o algo similar; la Chica de Hinojos iba conmigo, y enseguida nos unimos al Chico del Olor Fantástico, aunque no iría a nuestra clase; así que no fue exactamente un primer día.

En octubre de 2003 tuve un nuevo primer día. Y esta vez iba en serio. Una nueva universidad, una nueva ciudad. Sólo que, en realidad, no era el primer día. Era el primer día menos siete, me parece.

Afortunadamente, dos chicos se equivocaron también. Uno de ellos se fue de la facultad antes de diciembre. El otro era el Chico del Código de Barras, y nos fuimos a fumar bajo los soportales de Farmacia (curiosa paradoja, visto desde lejos), y luego a comprar unos cascos y a robar un libro de Beck a El Corte Inglés, porque es ofensivo pensar que si me interesa la sociología soy suficientemente civilizada como para no robar libros; así que lo coloqué sobre la carpeta y salí de allí como cualquier otra estudiante de primero-segundo de carrera.

Ese fue un gran falso primer día, que hizo que cuando llegó el verdadero primer día ya hubiese una red de seguridad, que incluía entre otros a la Chica Truffaut (el Chico del Código de Barras era una mina inagotable de amigas. Creo que no se hablaba con un solo chico).

Supongo que en tercero hubo un primer día; pero ya no se sentía como primer día; probablemente era una clase nueva, por el cambio de turno, y todas esas cosas, pero y qué. Ya estaban la Chica India, y la Chica Teatrera, y la Chica Úbeda; y yo ya llevaba semanas trabajando en la tienda de los horrores y supongo que estaba demasiado cansada como para sentir nada que no fuera eso. Enseguida tuve que dejar la tienda de los horrores por imperativo físico-mental-paterno, y tuve un primer día en mi ex-empresa en el que desayuné tantas veces que no sé cómo me enteré de en qué iba a trabajar.

En fin; lo que quería decir es que el miércoles fue mi primer Primer Día en casi cinco años. Y que no se me dan muy bien los Primeros Días. A pesar de la introducción a cuatro manos con la Chica India y la sonrisa de "somos estudiantes de posgrado" y la temperatura exquisita en el césped. Porque el Primer Día fue tan horroroso que llegué a casa llorando, como no he hecho, creo, en ningún otro primer día de mi vida. Mi sonrisa bajando la cuesta desde el Vicerrectorado de Alumnos, mi carpeta de colores, mis ganas de volver a la universidad, mi ansia de leerme libros horrorosos, no me sirvieron de nada.

Hacía mucho, mucho tiempo que no me sentía tan profundamente estúpida como el pasado miércoles. Saber que no vas a poder enfrentarte a algo; que le has asegurado a toda persona que te conozca que ese algo es exactamente lo que quieres hacer con tu vida; que es probable que no vuelvas a dormir en los próximos siete meses; que no tienes ni idea de por dónde empezar y que ya llegas tremendamente tarde a cualquier sitio al que tuvieras intención de ir...

El jueves existe, fundamentalmente, para curar los lunes, martes y miércoles, que tienen una preocupante tendencia a ser espantosos. Y el jueves vino el director del máster a explicarnos que esto se parecía a mudarse a otro país sin conocer el idioma, y que es una cuestión de contacto. Que esperemos con paciencia y sin rendirnos y tendremos una especie de revelación cartesiana, clara y distinta, del sentido de todo eso que ahora leemos como autómatas aterrados sin entender.

Casi me levanto y abrazo a ese señor. No creo que sean frecuentes unas palabras tan oportunas como las suyas.

Y luego, una profesora con la misma cara radiante que ha tenido mi cuñada durante todo el embarazo, que habla de lo violento que es empezar un temario el día de la presentación y nos hace montones de preguntas para adaptar el contenido de la clase a lo variopinto del grupo (que lo somos, vaya si lo somos); y una cerveza con una chica sorprendentemente maja a pesar de su municipio de origen, y una sevillana fantástica que estudió donde yo debería haberme quedado para siempre, y llego a casa y me siento con fuerza.

Tanto, que aunque probablemente hoy sólo es el primero de muchos, muchos viernes leyendo a señores tan apasionantes como Iuri Lotman, sonrío y me arremango. Hay mucho que hacer, pero vamos a hacerlo; y vamos a hacerlo fenomenal.

3 comentarios:

Destrozaflanes dijo...

Ese es el espíritu!!!! ;-)

Mirta Peces dijo...

Ya sabes, por fortuna a un miércoles siempre le sigue un jueves!

Unknown dijo...

yo recuerdo que entendía a Lotman... no me acuerdo de lo que decía, porque lo tengo ahí guardado en algún cajón, pero...
jo, no sabía que había sido un Primer Día tan asquerosito... pero menos mal que el jueves fue mejor ^_^

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