13.12.09

Historial

La Chica Teatrera, la Chica Árabeparlante y yo estamos sentadas al final de La Parada de los Monstruos. Hablamos de por qué hace falta enamorarse de alguien. De alguien que no te haga caso. De cómo los lunes dejan de ser una amenaza y pasan a ser una esperanza. De cómo los domingos tienen cosquillitas en la tripa en vez de remordimientos. De cómo empieza a apetecerte salir de casa con ropa nueva, el pelo limpio, un toque de colonia y una leve sonrisa de tonta. Sí, hace falta. Como el comer. Bueno, un poco menos (no estamos en posición de negar la importancia de las tres comidas diarias).
De tener ganas de escribir. De escribir, de hecho, sobre chicas que viven en mundos paralelos e historias en el 61 y de cartas sin franqueo.
Hoy, releo mi ex-blog filtrado. Y me doy cuenta de que no conozco mi propia historia.
La Chica Árabeparlante, la Chica Teatrera y yo finalmente estuvimos de acuerdo en que te marcan más las épocas en que estás pillada con alguien, como si tuvieran otro sentido. Aunque no te haga caso, o especialmente cuando no te hace caso. La intensidad, insisto. Digo aquella frase en un momento escandalizadora, de que podría contar mi vida con nombres propios.
Lo realmente escandalizador es que ya no puedo. Que ya no me acuerdo. Que no recordaba el bar del techo de colores, que sólo recordaba aquella tarde de césped reseco y latas de cerveza. Que no recordaba mensajes al móvil, sólo los que estaban en blanco. Ayer recordé que sí habíamos vuelto a vernos. Muchos años después, en un modo un tanto feísta, de pisos compartidos en Argüelles. O sea, que no se casó. Y que yo lo supe.
Y tener un blog que viene siendo un Física y Química con apodos puede tener su gancho (y de hecho, tenía demasiados habituales, aunque se quejasen de no entender nada), pero no tiene trascendencia.
Yo quiero que tenga trascendencia. Mis pequeños autores de cabecera actuales no hacen más que decir que el amor es lo único trascendente en este mundo líquido y desanclado. Y yo quiero anclajes y sólidos.
Sí, quiero enamorarme hasta las trancas. De alguien que no me haga nada, nada, nada de caso. De alguien que sea una zanahoria perpetua. Del nombre de una etapa de mi vida.
De momento, hemos empezado por ir de compras. A falta de autoestima y de frente muy alta, nos queda la lengua muy larga y, ahora, las faldas muy cortas. Y el pintalabios rojo...

3 comentarios:

Ana González dijo...

Yo prometo volver de navidades con el mismo espíritu autoconciliador que proclamas hoy.
Tienes toda la razón del mundo, pequeña, aunque no haya amor, hay que emular las situaciones que se viven en él. Igual descubres que esta etapa tiene tu nombre.

Un besito, de mariposa a naranja.

P.D.: ¡Te encontré! La culpa es de la rubia :)

elchicoquequeriaserbreteastonellis dijo...

Hubiera jurado que la palabra "escandalizadora" no existía. Pero sí, existe.

Cuando uno se enamora de alguien que no le hace caso, conscientemente, es decir en modo zanahoria, como tú dices, en realidad no se está enamorando de nada. Sigue enamorado de uno mismo, solo que cree que necesita un castigo.

O un descanso, no sabría decir.

Pero confundir el amor con el flagelo es un juego muy peligroso. Ni siquiera sé si es un juego, de hecho.

Besitos,

G.

La abajo firmante dijo...

La culpa siempre es de una rubia :P Qué pena no poder taggearla como en fb. Mira que le dije que quitara el enlace... En fin. Un placer verte por aquí, pequeña mariposa (y de paso, un placer que me guste por fin un apodo para ti. No había manera).

Guille, ese es el plan: enamorarse de uno mismo. No flagelarse, eso es otra cosa (y yo también habría jurado que no existía la palabra flagelo...)

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