24.12.09

Bitter home

Me he dado cuenta de que no soy la única que no quiere llegar a casa. No sé si me consuela o me duele. El caso es que al final me quedo despierta pensando en darle el regalo navideño (qué narices le regalas a alguien a quien acabas de joder tantísimo) y sintiéndome bastante tonta y bastante absurda.
Ojalá, simplemente, las cosas no tuvieran que ser así. Pero no. Shit happens. Y lo que no es shit, también.
Hoy decía mi Tía Sevillana que vivir da mucho miedo en general, y que hay que estar preparado para reconvertirse una y mil veces. Me daba ejemplo de gente con una inercia mucho mayor que la mía. Y yo no digo que no tenga razón. Digo que tengo muchos ratos buenos, incluso buenísimos, que pasan cosas todo el rato, que consigo que me desborden los acontecimientos y mirarlo todo con una sonrisa (e incluso con una perspectiva robada a un sociólogo al que ni siquiera he leído). Pero que cuando uno frena, lo que queda es una pena enorme, una nostalgia gigantesca, un miedo exacerbado. (Lo cual explica, por otra parte, por qué frenaryenfocar es un mantra muy poco eficaz estos días).
El Chico Escritor ofrecía soluciones alternativas para las carencias afectivas y creo que me estoy agarrando a todas. Me vuelvo una chica de llamar y una chica de abrazar y reparto abrazos a gente que me conoce hace 25 años y flipa un poco cuando la achucho, pero y qué.
Necesito abrazos en cantidades industriales, lo cual explica por qué tengo miedo a dormir contigo, por qué vale cualquier cosa que me saque de esa situación con la que, en comparación, las situaciones objetivamente peligrosas se vuelven inofensivas, explicables, aprehensibles.
Pero en fin. Ahora sí que se acaba. Y ahora hay que recoger los trozos y deconstruir. Habrá que ponerse en marcha, aunque no tengamos nada remotamente parecido a un manual de instrucciones y acabemos sustituyéndolo por las encuestas...

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Habla tú también. No dejes que esto sea sólo un monólogo.