2.4.08

Ahora que todo va bien

Me meto un alprazolam en la boca, y me acuerdo del Chico Escritor. Por su "Quieres un ansiolítico?" post-llamada del Chico Ska y pre-comida con Nacho Vegas, y, por supuesto, por su "¿Era esto la vida? Bien, otra vez".
Qué asco de medicaciones.
Me he ido de la farmacia sin la píldora, porque me ha dado una súbita vergüenza pedirla sin receta, aunque ya sé que me la darían. Me he sentido tan politoxicómana que me he encontrado incluso mal, y he intentado escaparme sin pagar. Lo único bueno del cambio de hora es que aporta excusas para comportamientos que no son excusables.
Como la resistencia pasiva.
La semana pasada me pegué el mayor palo de mi vida laboral. El peor, con diferencia. Porque el primero no me lo esperaba pero era consciente de que en algún momento descubriría que el camino estaba minado. Pero este no sólo no me lo esperaba; tampoco me lo merecía.
No es el dinero, claro que no. Es la súbita conciencia de la arquía. Y no hablo de la caja de arquitectos. Hablo de cuando se vuelve meridianamente claro que existe un derecho consuetudinario a ser injusto. De cuando una descubre que no importa su biografía, que al final todo queda en lo mismo.

Naciste en 1984.
Naciste en 1984 y ya eres tan mayor que ni siquiera recuerdas cómo fue aquel concurso de Coca-Cola al que te llevó a participar el colegio. Naciste en 1984, y tu único recuerdo de la URSS es cuando tu padre quería obligarte a tirar aquel puzzle de gomaespuma que representaba un mapamundi de colores y era tan comestible como las estructuras arquitectónicas de los curris. Porque naciste en 1984 y querías ser un Fraggle, claro que sí, para vivir sin trabajar, dejar tus problemas, dar palmas, y vivir en un mundo frenopático.
[Inciso: a quien me diga qué significa en realidad frenopático le odiaré para siempre. Me encanta como palabra multiusos]
A lo que iba...
Naciste en 1984. El gran '92 de la economía española para ti fue el nacimiento de tu hermana, y ese olor fantástico impregnando las habitaciones de toda la casa y unos ojos enormes sobresaliendo del cuco. Naciste en 1984, y te reías del miedo al Efecto 2000 porque nunca creíste que fuera a pasar nada. Naciste en 1984, tuviste tu propio portátil con 8 años; con 6, hacías programas en Basic para narrar la vida de una especie de Barbapapá llamado Arturo.
Naciste en 1984 y has hecho un gran trabajo de campo en el ámbito sociológico del camarero madrileño; pero... naciste en 1984 y ellos siempre seguirán pensando que te engañaron.
Naciste en 1984 y a nadie le importa si has tirado o no tus zapatos por la ventana de un taxi. Naciste en 1984 y probablemente nunca vuelva a leer nadie la novela que escribiste en 1996. Naciste en 1984 y el mejor año de tu vida fue 1999. Naciste en 1984 y podías contar tus años con los chicos de los que estuviste enamorada.
Naciste en 1984, y has empezado tres carreras, pero no has acabado ninguna.
Naciste en 1984 y en 1997 te hiciste libre, y fue en inglés. Pero nunca te examinaste del Proficiency.
Naciste en 1984 y en 2002 encontraste tu propio hogar en un sexto piso en la calle Fuencarral.
Naciste en 1984. Fue el año que murió Cortázar. Y nadie nunca verá terminado Rayuela de cristal.
Naciste en 1984. En 2008, eres una madre de familia. La diferencia es que tus dos hijos tienen cuatro patas, orejas puntiagudas, e incisivos largos y únicos. Que en la mitad de tu casa hay que andar agachado. Que no tuviste tiempo de aprender a cocinar.
Naciste en 1984, y nada de lo que hagas en una oficina podrá cambiar ese hecho.

Y, miren por dónde. En realidad tampoco sé si me molesta.
Sólo me pone rara. No echo de menos las pastillas pero echo de menos tener una cabeza de turco. No las necesitaba, o eso creía, pero vuelvo a tomarlas.
No quiero trabajar diez horas al día, pero no puedo cerrar el ordenador.
Quiero una rueca y un montón de hilo y tejerme una túnica y llamarme Gandhi y tener la sensación de que simplemente diciendo "no" estoy haciendo algo.
No me la van a dar, no estoy cambiando el mundo. Así que me pongo la bata y me trago Los Serrano, y me voy a dormir con el firme convencimiento de que mañana todo será igual, y de que ni siquiera me atrevo a decir que estoy mal.
No estoy mal.
Estoy descontenta.
Y eso me da mucho más miedo.

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