1.4.10

Belong-a-holic

Salimos de casa del Chico con Nombre de Poeta, donde hemos estado jugando a que nos echan del bar con Sinatra cantando a la Chica de Ipanema y canciones politoxicómanas. Ha sido una tarde rara por bonita, y una noche rara por distante.

Durante un rato, parecía que todo el mundo necesitaba terapia, y que tendría que tumbarles uno por uno en el sofá mientras tomaba notas desde el taburete. "Oye, no he terminado de hablar contigo". Qué bonita frase. Qué bien sienta, en realidad, que la gente quiera hablar contigo en concreto, y no contigo porque pasabas por allí. Aunque sea de la imposibilidad del amor en los tiempos postmodernos. Aunque se pongan violentos y quieran armas de destrucción masiva. Aunque ni siquiera hablen de lo que les está pasando. Simplemente, es bonito. Durante un rato pequeño, yo me siento a un par de galaxias de lo que está pasando en ese salón, pero al mismo tiempo me atan media docena de hilos de nailon bien agarrados desde el suelo.

Y cuando salimos, el Chico Trotskista se salta los dos besos y pasa directamente a un enorme abrazo. Es bonito, también, cómo van cediendo los intereses (antropológicos, en mi caso; militantes, en el suyo) por un cariño que parece crecer a mi manera (exponencialmente, exageradamente), pero también desde su lado de la mesa. Mi cara cínica se oculta y decido agarrarme hasta con las uñas a esas frases que podrían no ser verdaderas pero que quiero creer. Le he contado cosas, de nuevo, que no es prudente que él sepa. Pero no me importa. Quiero fiarme de él, porque si no te fías del último romántico, de quién vas a fiarte entonces. Y cuando me abraza y dice "no sabes cuánto te aprecio", creo que sí lo sé.

El Sociólogo renegado pone pucheros y pregunta si quiero al Chico Trotskista más que a él. Le contesto que hay gente que se deja abrazar mejor que otras. Pero a él también le abrazo, claro que sí. Siguen, los dos, para Atocha, y les veo marchar pensando que estadísticamente no es fácil ser más querible que un sociólogo del 86 (o aprox., vamos).

Yo sigo hacia Sol con el Chico Samba y el Chico Performativo. Hablamos de Madriz como desastre ecológico, como fracaso comunicativo. Pero Madriz tiene bonitas sorpresas en forma de pizzerías abiertas toda la noche y fiestas de cumpleaños en bares aparentemente cerrados.

No me dejan marchar. En vez de coger el búho sigo con ellos hasta Hortaleza. Es posible que tampoco quiera irme, aunque, en fin, haz lo que debas. Me gusta que insistan, la verdad. Estoy en modo dejarme querer. Finalmente, gana la responsabilidad y me marcho, dejándolos al lado de la reja saludando al cumpleañero. No puedo evitar volverme y pensar que probablemente no tenemos grandes cosas en común, y que los lazos serán todo lo débiles que sean, pero que, esta noche, no pude salir volando porque todo el mundo me agarraba.

Y el cariño también parece eterno mientras dura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Habla tú también. No dejes que esto sea sólo un monólogo.