11.9.13

D.Es.Con.Ex.Iones

Me creo que acabo de descubrir que me gusta bailar, pero en el fondo siempre me ha gustado bailar, o así dicen los hallazgos arqueológicos. Bueno, siempre no. A partir de un determinado momento dejó de gustarme y dejé de bailar con los cascos por las noches, de saltar en la cama por las tardes, y de pegar botes desincronizados andando por la calle. Y pensé que nunca me había gustado.

Leyes generales de la existencia.

Descubro así que me encantaba la lluvia. Me encantaba a tal nivel que salía a fumar bajo las gotas, que daba palmas de expectación ante la posibilidad de saltar en los charcos. Me pregunto con qué lo hacía, si las Converse de Volar tienden a convertirme en Shrek cuando se mojan, si hasta el año pasado no me hice con unas botas de agua.

Y me leo, sonriente ante la proximidad de la época de jerseys enormes y gorditos, y me pregunto por qué, y me pregunto en qué momento el invierno se me hizo enemigo, y a qué vino.

Y procuro mirar por la ventana y sonreír ante el desastre acuático de la terraza cuyo toldo no pensé en echar ayer, y procuro que me haga ilusión sacar el pañuelo y la chaqueta, y cojo mi paraguas plegable y me peleo con la bolsa de los pasos de invierno para encontrar algo más adecuado que unas zapatillas de lona, algo con lo que saltar en los charcos.

Al final salgo de casa con temblores, botas y lo que parece que se va a convertir en mi uniforme de pretemporada otoñal, y me siento tan descolocada como el primer día de sandalias, pero no me siento ni remotamente triste, y pienso que debería recuperar yoes antiguos con diferentes filias hasta que todo lo que hay en el mundo me haga feliz.

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