17.7.10

Tratamiento de los personajes, vol. I - La Chica Casi Trilingüe

Dicen los diarios (yo no lo sé; nunca los leo) que todo empezó cuando me acerqué con un "si estás aquí en navidades pégame un toque y tomamos unas cañas". Como los diarios mienten, lo que pasó en realidad fue que en mi clase había una chica que se parecía muchísimo a lo que yo quería ser de mayor, y que, en mi afán habitual de anticiparme, tenía miedo de no llegar a conocer (y hablamos de diciembre, nada menos).

Para mí (e incluso, si nos ponemos estrictos, podríamos decir "en realidad") todo empezó en el Mono, como debe ser. [OFF-Topic para neófitos. El Mono no existe, no como tal. Es el seudónimo de un bar donde se me puede encontrar al menos tres días a la semana, y donde hoy he descubierto que saben mi nombre, detalle entrañable en unos dueños con los que nunca me he parado a hablar] En el Mono, con unos vinos; también como debe ser. Porque la Chica Casi Trilingüe, como cabía esperar de un modelo a seguir, bebía siempre vino blanco (siempre, no. Pero de eso nos enteramos mucho después). La Chica Casi Trilingüe nos enseñó a pedir un rueda en vez de un vino a secas, y, por si algún día bebemos tinto, a pedir un ribera en lugar de un rioja.

En fin, hubo vinos y disquisiciones sobre Dinamarca, y esa sonrisa que te sale cuando te alegras de descubrir que no te has equivocado con alguien.

Esto fue muy, muy al principio. Antes de que hubiera un Triunvirato Diabólico (Chica Casi Trilingüe + Chica Mariposa + yo misma), antes de que el Rey del Laboratorio dijera aquello de "de triunvirato nada, que el de los pelos" (a.k.a. el Sociólogo Renegado) "tampoco se libra".

Hubo también una noche que duró poco, una noche atípica, de ella, el Chico Samba y yo, en el bar de los fachas, bebiendo vinos. Una de esas noches de vomitar verdades de la que aún no sé muy bien si me arrepiento. Un ataque de compartir cosas que luego en el fondo crees que es mejor que nadie sepa y que tú misma no recuerdes. Pero, en fin, que unen. Las cosas como son.

Y luego hubo un bache, claro que lo hubo, que vino en forma de competición que no era tal, sino más bien un regodeo ajeno por una competición que no existía, porque una no compite con sus ídolos, porque si había que elegir las dos pensábamos que él era caballo perdedor. Acertábamos, por otra parte, pero no lo sabíamos todavía. Y de vez en cuando, se nos notaba mucho que no lo sabíamos.

Pero en fin, lo que diferencia a un bache de un agujero negro es que la materia no se queda dentro. Somos materia. Ella me lo recuerda, igual me recuerda otras muchas cosas. Ella habla del yo-espejo (y me da igual cómo lo llame porque no hace falta que todos leamos lo mismo) y me explica muchas cosas. Ella habla de las caras enfrentadas de la moneda y yo puedo relativizar ciertas situaciones familiares con las que hasta ahora no sabía lidiar. Ella habla de las demasiadas ganas y de las pocas ganas, suyas y de sus personas cercanas, y yo pienso en cosas que debería haber pensado antes para luego llegar a una conclusión bastante tranquilizadora. Ella habla de la pirámide de Maslow y de que es complicado ir hacia atrás en ese eje, y yo tomo decisiones. Ella me escucha hablar de planes vitales y los fija. Ella hace que yo tenga ganas de escribir y que me sienta capaz de hacerlo.

Pero, además de todo eso, ella dice "Oh, shit" cuando se derrama vino en los dedos; ella se muerde nerviosamente el lado de un pulgar cuando no sabe cómo expresar lo que va a decir a continuación; ella dice "en definitiva" y sentencia las conversaciones cuando en realidad no era su intención; ella se entusiasma con las tiendas vintage y siempre tiene un aspecto maravilloso (aunque se queje de que siempre alabo la ropa de su hermana, es ella la que elige qué prendas "robarle"); ella tiene todo tipo de anécdotas que me hacen fantasear con películas antiguas; ella tiene la voz más dulce del mundo (bueno, vale: después de la de la Profesora ProIntersexual); ella sonríe y parece que se acaba de levantar; ella se ríe y me hace sentir la persona más maravillosa del mundo porque he conseguido provocarlo.

Y ella, tonta de ella, al mismo tiempo cree que existe una posibilidad aunque sea diminuta de que yo vea que no llama y deje de llamarla. Como si pudiera prescindir de "la chica que yo quiero ser cuando sea una mujer". Sólo faltaría.

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