28.2.10

Balance de una semana de rentreé

La vuelta al cole tiene sus cosas. Sus cosas buenas, malas, y regulares. Pero sobre todo, tiene un ritmo propio. Y últimamente no manejo bien los ritmos, las cosas como son, así que me he pasado la semana dando tumbos, haciendo amagos, y esperando un ratito de paz, de aterrizaje. Que creo que será el lunes. O igual tampoco.

Empiezo la semana de rentrée con algo que igual tendría que haber hecho antes: acompañando al Chico Escritor al rodaje de Sé lo que hicisteis. Cámaras, realizadores, gente en vaqueros, probablemente becarios precarios, sí, pero comunicólogos con trabajo, que los hay. De hecho, llevo el CV de Blue, aunque al final no tengo muy claro a quién dárselo ni cómo para que no acabe en la basura. En fin, todo lo que es relevante e incluso verdad ya lo ha contado él, así que para qué (si incluso incluye comentarios halagadores hacia mi persona). Un breve inciso para añadir que un día en el que se te caen dos mitos sexuales no puede ser del todo bueno (y el tiempo meteorológico me daba la razón), pero no obstante, fue muy divertido.

No tanto como la vuelta en sí. Porque, madre mia, que cuatrimestre nos espera. PAra abrir boca, la primera clase del martes corre a cargo de una mujer que viene recomendada nada menos que por la Chica Teatrera, pero que se convierte automáticamente en la Profesora Turrón, nombre de su perro, cuyas hazañas nos vemos por duplicado en YouTube (enlazaría, pero ya he aprendido que así es como la gente te encuentra, y no me parece una buena idea) antes de pasar al discurso de Steve Jobs en Stanford que encandiló a mi ex-rectora y del que se pasó hablando toda mi graduación. Las bocas se van abriendo. Yo igual es que he empezado el día con buen pie, pero considero que nos está dando una clase metafórica sobre qué es la web semántica. Positiva que puedo llegar a ser después de una comida fantástica con las niñas en el HD (probablemente el vino blanco onubense primero y argentino después también estuviera ayudando un poco).

Después, sin embargo, el Profesor Que Se Parece A Mi Ex-Suegro lo estropea. Empieza con una declaración de intenciones en forma de lista de asistencia, y se marca dos horas y media de clase buscando fractales en los planos de Ozu que yo, que al fin y al cabo sigo en estado de oyente, le habría agradecido que se reservase para el siguiente martes. Porque para cuando llego a Alonso Martínez, están cayendo chuzos de punta, y la Chica de las Sonrisas y yo llegamos empapadas al concierto-sorpresa al que habíamos quedado en ir. Empapadas y tardísimo, aunque nos dan bastante igual las dos cosas (tampoco es que fuesen a empezar a su hora y a estas alturas ya hemos visto que cuanto más frío coge uno, menos posibilidades hay de ponerse enfermo). Tomamos tercios a su ritmo, por lo que al poco rato estamos muertas de la risa, y parecemos unas chicas distintas a las que cenan en el Yupi los lunes, venga a hablar de cosas raras y bonitas como si no fueramos cínicas y tontas por debajo de todo lo que nos empeñamos en creer. Llamadas a la una y media de la mañana contando los brotes esquizoides del Profesor Que Se Parece a Mi Ex-Suegro, pero comentarios de "no me va a dar tiempo a conocerle". En el fondo, somos lo que somos; y somos eso que se reencuentra una vez a la semana en una noche que siempre mola. Creo que la echo muchísimo de menos, en general. Las cosas son distintas cuando ella las va comentando en tiempo real. Los ataques de entusiasmo de ahora son fantásticos, también, a su manera, pero es la rutina lo que realmente necesitaría ahora de ella para sentirme un poco menos perdida.

Que no es que la nueva rutina no mole. El miércoles, me presentaron ante el Profesor Patata (que no tuvo mejor idea que ponernos por parejas para que presentásemos a la otra persona) como "el motor extra-académico del máster". Me mola ser el motor extra-académico. Me mola resistir en la banca izquierda aunque, como dice el Profesor que Quiero que me Adopte, estemos dando clase en un búnker postnuclear en el que hace un frío de mil demonios, la acústica es un castigo, y la instalación eléctrica la hace el Chico con Nombre de Plaza antes de empezar las clases. Me mola no ser sólo extra-académica, me mola ser quien le da a la Profesora Perfecta el material para proyectar. Incluso, me mola fantasear con ir de oyente a las clases del Profesor Que Mira a La Puerta (porque ir de verdad, no, gracias). Y, aunque a las cuatro de la tarde grite lo contrario y lo compare con meterme astillas de bambú bajo las uñas, me gusta el Seminario que me roba una tarde de viernes sí y otra no.

Y, por supuesto, me chifla que cuando volvemos de la clase infame del Profesor Que Mira a La Puerta no tenga tiempo de encontrar un bar en Moncloa en el que no echen el fútbol antes de que llame la Chica Mariposa diciendo que están todos ahí o al menos a punto de llegar, me mola sentirme teen en un falso techo de Moncloa bebiendo minis de cerveza a dos euros y medio y comentando vídeos espantosos de YouTube, y me mola salir del seminario y pasar a Lavapiés a firmar la segunda hoja de asistencia. Mola rodearte de gente asqurosamente brillante, mola recordar por qué molaba el Chico Extraordinario después de una hora de conversación de las de antes, mola que sus amigos comunicólogos tengan vocación psicoanalista y que el Chico de Reyes juegue a MafiaWars, y molan las conversaciones telepáticas con el Rey del Laboratorio, y mola comentar las conversaciones no-telepáticas del otro lado de la pared, y mola perderle el miedo al agujero negro de Dos Hermanas.

Pero a veces tengo la sensación de que debería estar en algún otro sitio, con alguna otra gente, haciendo alguna otra cosa.

Como por ejemplo, saber leer las convocatorias de becas y construir en firme una vida en el extranjero que no sea una puta utopía. Para variar.

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