17.11.08

Año nuevo, oficina nueva

Estas últimas semanas he estado hecha un manojo de nervios hiperestésicos. Me he convertido en la reina de los temblores y podría haber rodado un melodrama dogma con la cantidad de llantos absurdos que me han provocado cosas como una adolescente hablando de las próximas navidades en un autobús, una invitación a café, ver el folleto que la Chica del Fondo de Armario y yo siempre quisimos hacer convertido en realidad, ver pasar la madrugada del 14 al 15 de noviembre, los escaparates en la calle, y otras mil cosas.

Estas dos semanas han sido un revoltijo de sueños raros, conversaciones con el psicólogo con el que he vuelto a hacer las paces, porque ahora sí que trabajo en serio en la terapia, conocimientos que no sé si son adquiridos o transitorios pero que quedan sobre el papel, saberes sobre mí misma y sobre cosas tan dispares como estándares de calidad, pasarelas de pago por Internet, o decretos de ordenación de autoridades de la Junta de Andalucía.

Y en medio, acabar por fin de vaciar las cajas de mi casa gracias a que mi padre se planta en casa a usar la taladradora que a mí tanto me gustaba para anclar, por fin, mi colección de cedés a una pared. Y llenar 9 cajas con los recuerdos de estos últimos cuatro años para empezar de cero.

Llego tardísimo a la oficina. A la nueva oficina.

En estos cuatro años, he visto cerrar una papelería, abrir dos bares, una tienda Apple, he comido en montones de sitios distintos y ya no saludo a los camareros del Manila, sino a los del bar de nombre irrecordable conocido como "los obreros". Me he hecho fan de los del bar de nombre muy feo conocido como "los viejitos". He visto entrar y salir a gente fantástica, muy especialmente el Chico Pez. He visto salir, aunque no hubiera visto entrar, a la gente que me adentró en el mundo laboral. He reído, he sufrido, y, sobre todo, me he hecho mayor en una gruta sin ventanas que, desde hoy, ya no es para mí sino la manzana anterior a la casa de mis primos.

A partir de ahora, tomar café en un sitio tan feo que en la parte de abajo se alquilan locales para conferencias. Volver a no saber dónde comer, aunque yo haya hecho la guía útil de servicios. Cruzarme con cientos de personas en un ascensor. Tener que pasar una tarjeta magnética cada vez que quiera fumar un cigarro. La cuesta tremenda de Torrelaguna.

Y, por supuesto, la puesta de sol sobre el edificio de colores y la mariposa de Gas Natural, que hará que añore al Chico Pez todas las tardes.

En fin, estreno una mesa de 1,20 y más me vale correr si quiero coger tanto trozo de armario como necesito para mis cosas.

Dentro de poco, un centro de negocios albergará tantos recuerdos bonitos que no querré irme de allí ni atada, por muy cerca que tengamos el tanatorio. Pero hoy, estoy de despedida. Pedro no me dirá "niña", ni Paco se acordará de que tomo dos azucarillos con el café. La señora loca no nos gritará "guapos" cuando vayamos al Delina's o al estanco. Tendría que cambiar la oficina de Caja Madrid en que tengo la cuenta, si es que algún día quiero operar con ella.

Sustituiremos unos bares por otros, y enseguida, un sitio tan lejano que casi es final de línea (y de la 7, nada menos), será mi hogar, en parte. Al menos, tengo que ir dirección "Las Musas", que eso siempre es bueno.

Venga, me atrevo. Me voy a trabajar.

Buen lunes tengan todos.

4 comentarios:

Mirta Peces dijo...

sí, siempre hay algún lado positivo, aunque sea sólo ese..

La abajo firmante dijo...

La putada es descubrir que ahora "Las Musas" es "Hospital del Henares". Jo.

Anónimo dijo...

Sigue siendo línea 7, anyway... pensar en positivo, pensar en positivo... xD

La abajo firmante dijo...

Afortunadamente, ya no trabajo allí. Pensar en positivo. Si tuviera que volver a esa calle todos los días, no podría dejar de llorar...

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