1.7.08

Vacaciones de verano para mí

Cuando empieza el verano y los edificios, en general, salpican, los primeros días siempre tengo la sensación de que los aires acondicionados lloran en masa por la vuelta al cole. Se me pasa pronto, pero me da una pena tremenda. Aunque, por otra parte, estos días parece que todo me da una pena tremenda.
Hoy, mi madre ha perdido la pulsera que le regalaron en su injusta despedida las compañeras de su último trabajo. Ella se encogía de hombros y alegaba que no le gustaba del todo, y que los recuerdos que le traía eran agridulces. Yo he recorrido tres veces el tramo de Gran Vía que habíamos pasado y al no encontrarla casi me echo a llorar. Dios, estoy tan tonta que me abofetearía si no lo considerase otro de esos impulsos que tengo que aprender a reprimir.
Hablo con mi madre del extraño sentimiento de, por primera vez en la vida, no tener ni puñetera idea de qué hacer. De cuál será el próximo paso. La falta de arrojo que me lleva a tumbarme en el sofá hasta dejar mi huella, cual Homer Simpson borracho, y que hace que, en el fondo, las horas que van pasando me dejen indiferente.
Por otro lado, quiero hacer. En general.
De momento, hoy me he pedido un día libre mental. Voy a limpiar todo lo que en algún momento estuvo en contacto con la alfombra de baño incandescente, a ver si con un poco de suerte mi casa deja de oler a goma quemada, a no pensar en nada, a jugar a la Nintendo como si me hubiera metamorfoseado en mi hermana. Hoy está prohibido leer, pensar, e, incluso, mantener conversaciones. De modo que rechazo la muy estimable ayuda de un mensaje con eñe, un padre dispuesto a dejar el trabajo para venir corriendo a casa, una madre dividida entre el instinto de alimentar a un polluelo y el de meter al otro bajo el ala, y un escritor abandonado vilmente a su suerte durante la tarde.
Nada de nada. Eso quiero hoy.

El ser humano es raro, decían

En este mundo raro en que vivimos, te ofrecen soluciones para la ludopatía que no esperabas (al fin y al cabo, es TU problema) pero luego no las ponen en práctica. Puedes pagar con una tarjeta de un banco que no te conoce pero no con la de tu banco de siempre, que ha decidido cobrarte doce euros por un trozo de plástico sin ninguna funcionalidad que debe estar vagando por ahí en algún lugar indefinido de la Comunidad de Madrid (en el mejor de los casos) pero, desde luego, no en tu monedero. Tomas decisiones importantes mientras acaricias a perros excesivamente violentos para su tamaño. Vuelves a casa y oyes frases como "Al menos reconoce que me amenazaste, aunque luego no me hicieras nada", y ya no te puedes ir a casa. Te quedas, sentada en un banco, clínex en mano, llorando como una magdalena, esperando a que acabe el drama familiar que ya te han asegurado que "está bien, bonita". No, no está bien. Toda pareja que discuta y entrometa a sus hijos es un asunto social, y no familiar. Finalmente se van y puedo irme a casa. Y ahora me siento ridícula por esta hora y pico que he pasado llorando en un banco. Y pienso que aunque muchos me han mirado, nadie ha puesto siquiera una expresión empática. A la familia que discuten, ni la miran. Me entran ganas de tatuar "Ciudad Hostil" en todas las calles de este maldito Madriz que ayer era todo euforia, abrazos, solidaridad interracial e internacional, comunión y buen rollito, y hoy es la misma mierda vacía de sentimientos que siempre. La peor cara de Madriz sale hoy para que no se me ocurra quedarme con la mejor, con la de ayer.
Llego a casa de muy mal humor, y como lo único que me lo quita es el ejercicio, vuelvo a pelearme con los restos del incendio (sin música planetera) de mi cuarto de baño (a.k.a) no puedo salir de casa sin que pase algo. Ya no quedan azulejos negros. Sigo tan acelerada, tan desencantada, que no sé si podré dormir. Mañana, una mujer que me ve veinte minutos una vez al mes (en sus mejores frecuencias) decidirá si tengo que volver a trabajar.
Todo es tan absurdo que no sé si reírme o apagar la televisión.

24.6.08

Hoy es la noche más larga del año

Ven, viento del sur.
Ven y hazme fuerte.
Ven y líbrame al fin
de esta hora al acariciarme.

Déjame que decida
que la vida fue el único error.
Déjame a mi suerte
que no hay muerte si no hay también perfección.

Y sal, pánico, sal,
sal de mi mente.
Nadie nos prometió
vivir eternamente.

Bajo sábanas blancas
sé que guardas tu pobre interior,
como en una mudanza
hacia un sitio que te han prometido mejor.

Y es que hoy va a ser
la noche más larga del año,
y la quiero vivir como si en realidad
no tuviera que asistir a su final.

Y sal, sangre, sal,
sal de mi cuerpo.
Sal y vuelve a entrar
anegada en venenos.

Ahora que nada espero
y que no hay nada ya que añorar,
ahora hasta el mismo cielo
me acompañará en la cuenta atrás.

Y hoy va a ser
la noche más larga del año,
y la quiero vivir como si en realidad
no tuviera, no, que asistir a su final.

Y hoy va a ser
la noche más larga del año,
y la voy a vivir con amor y absurdidad.
Ya estoy listo
para el más puro final,
el más puro final.
(Nacho Vegas - La noche más larga del año)


Feliz solsticio a todos, con amor y absurdidad.

18.6.08

Quizá la felicidad consista en una capacidad de reducción.

Mercè Rodoreda (Barcelona 1908 - Gerona 1983)
Vint-i-dos contes (1958)

Ando desaparecida, pero espero volver. Estoy escribiendo en otro sitio, aunque no puedo decir en cuál hasta dentro de unas semanas, y eso tiene absorbida toda la energía que me ha dejado la astenia de la llegada del calor.

Reducción.

12.6.08

When in Rome, do as Romans do...

... esto es: quítele los amortiguadores a su vehículo (si no, no se siente bien el empedrado), colóquelo de forma que la línea que separa los carriles coincida con el eje central o conduzca por los arcenes, sáltese los semáforos, láncese a los pasos de cebra con intenciones suicidas (no, los conductores no van a parar en caso contrario), enchárquese los pies junto a la Fontana de Trevi, minimice el alcantarillado para poder competir con Venecia en los días lluviosos, compre una flota de camiones y conviértalos en prohibitivos puestos de comida, no venda chocolatinas en ninguna parte, señalice todas y cada una de las calles para no perderse en el mapa, cierre el metro a las diez y los lugares de interés turístico antes de las siete y media, considere que un camping se puede vender como un hotel de cuatro estrellas, ponga en el folleto que el minibar es gratuito pero esconda los abrebotellas, desayune tartas de masa quebrada con mermelada de cereza o albaricoque, aprenda a que un café frío sea una delicia, prepare dos millones de tiramisús con recetas diferentes entre sí, deje un 10% de propina, sea terriblemente ineficiente en todos los aspectos, conjunte todos y cada uno de sus complementos, no lleve jamás tacones, siéntese en todos los céspedes donde indique que está prohibido, tome bebidas naranjas como aperitivo, y, por supuesto, cómprese una Vespa.

Lamentable haberme pasado el viaje de mal humor. Odio los antihistamínicos y los mapas que pretenden confundir al visitante en lugar de guiarlo. Pero lo cierto es que ha estado bien. Creo.

Fix it up

Me siento como una peonza (inmediatamente recuerdo la peonza que Fan#2 me trajo de San Francisco y creo que tengo que usarla in-me-dia-ta-men-te). Dando vueltas tan y tan rápido que el dibujo parece estático.
En el último mes, me han pasado dos cosas muy grandes. He ido a un casting, me han seleccionado, me han convertido en punky y he tenido que desfilar frente a cuatro docenas de peluqueros (y los gritos de "señorita, una foto" de mi abuela y la cámara del Chico Cósmico, pero eso es otra historia). Han seleccionado un microrrelato mío para una antología. De acuerdo, en una antología basuril de una editorial chiquitaja que se ha empeñado en inventarse un género y promocionarlo; y en una gala de peluquería y no en una pasarela ni un casting audiovisual, pero es igual.
Me he enfrentado a mi enorme miedo al fracaso, ni siquiera recuerdo el trauma, y, además, he salido mucho mejor parada de lo que cabría esperar.
El lunes recorría las calles de Roma murmurando para mí "soy escritora". Cuesta creerlo, después de tanto tiempo. Mi nombre volverá a salir dentro de un libro, y esta vez no seré amiga personal del autor, lo cual es fantabuloso, sin restarle méritos a Cuando las cosas dejaron de tener sentido; del que, por cierto, Blue ha hecho una crítica muy halagadora. Y me encuentro reforzada, apuntada a Audiciones.net, y alucinando un poco de que la Cyborg se halla quedado tan lejos en mi lista de pajas mentales. Ahora, cuando me estoy durmiendo, en vez de aterrarme a mí misma pensando en que me obligan a volver a la oficina, imagino que estoy impartiendo la primera clase del curso en una facultad, o, mucho menos divertido pero más real, que llega enero y soy licenciada. Que, por cierto, parece que por fin me dan facilidades para el próximo semestre.
Hay veces en que, simplemente, la vida cambia de polo y las cosas se arreglan solas. Ya no le debo dinero a nadie, he ajustado mis biorritmos, y algunos de mis enormes problemas de hace un mes son motas de polvo flotando bajo la ventana. A veces brillan, pero es lo más peligroso que hacen.

5.6.08

Desconcentrada, desconcertada, des...

Me pongo mala, como siempre, justo antes de irme de viaje. Me duele la cabeza, no puedo hablar sin ahogarme, y me salto el psicólogo, que, no obstante, es tan amable como para preguntarme por el estado de mi baja.
Tengo los biorritmos absolutamente locos. Me acuerdo un montón de la Chica India (me acuerdo tanto de ella, de hecho, que acabo por cruzarla con el Chanclas y mandar mensajes celestínicos), y esas conversaciones sobre la luz de los pasillos del metro, las horas en el reloj, y el no saber si son las ocho de la mañana o de la tarde. A mí me sigue pasando lo mismo, aunque con reloj digital, luz natural, y a las 4 de la mañana.
Destrozar un aniversario por el sueño que me domina, y luego pasarme dando vueltas en la cama hasta las 6 de la mañana, así soy yo.
Esta semana está acabando conmigo. No sé en qué día vivo, ni cuándo es la última vez que he comido. Ni siquiera sé cuándo fue la última vez que tuve hambre. Estoy totalmente descolocada, y lo único que quiero es darle a "Enviar mensaje", guardar el horrible archivador blanco en la estantería, y terminar de ver Twin Peaks, empezar a ver Dexter, dedicarme a la vida contemplativa, casera, e incluso creativa.
Sin embargo, como todos estamos un poco locos, no hago más que postponer el momento. Mi búsqueda de bibliografía para el trabajo de hoy ha sido dada por terminada cuatro veces antes de estar realmente terminada. No puedo parar. Me encuentro leyendo todos los apuntes, incluso los de tercero de CAV, incluso los que no sé si me van a servir; recuperando todas las fotografías que di por perdidas hace un mes; curioseando las listas de películas del Chico Cósmico y contrastándolas con las mías en Filmaffinity; y así un larguísimo etcétera de puntos suspensivos que no sirven para nada excepto para alargar el final.
No entiendo por qué es tan difícil concentrarse, si sólo hay que hacerlo un par de semanas al año. Mi hermana ha suspendido Matemáticas y Física y Química, así que me siento la peor profesora del mundo, aunque mientras hablo con ella oigo la tele y los cereales y me cuesta creerme que esté estudiando. Claro, que miro a mi alrededor, y veo pilas de libros que he decidido recolocar, los papeles del viaje a Roma, revistas con páginas señaladas, una agenda con los deberes de salir.com, tazas y tazas con restos de café, la hoja con los récords que tenemos en el Biggest Brain, un guión a medio modificar esparcido junto a la alfombra, y me digo que a quién cojones puedo aspirar yo a enseñar técnicas de estudio.
Miro el reloj y alucino con que sean las once y veinte. De la noche, dice la ventana (y la digitalidad del reloj, claro). Pues cenaré, y me pondré alguna película basura mientras subrayo. Mañana se acaba todo. Mañana entregaré mi CSS y mis tags y pensaré que todo era más sencillo de lo que parecía, cuando vuelva de pelearme con el banco y de estar junto a la oficina. O no.
En cualquier caso, se prevé supernochísima, y lo único bueno que tiene estar desubicada es que las supernochísimas pueden aprovecharse mucho más.