Mi madre, que últimamente está que se sale, me trajo ayer dos muestras materiales de empatía: unos moldes de galletas para mi nueva casa con horno y una fotocopia de una octavilla de un consorcio homeopático titulada "20 claves para vivir sin ansiedad". La décima dice: "No complicarse más la vida. Ahora no es buen momento para dejar de fumar, hacer mudanza o cambiar de trabajo". No me digas.
Tengo unas ganas bárbaras de salir de esta casa, pero en el fondo da igual. Una mudanza siempre es triste.
Ayer mi tía estuvo tremendamente desafortunada, y además de su "no puedes agarrarte al aire, lo primero es la seguridad económica, y tienes que trabajar", ignorando todas mis explicaciones sobre garantías de subsistencia hasta el fin del curso escolar, puso una de las mayores caras de lástima que he visto cuando le dije que me mudaba a Lavapiés. Joder, tampoco es para tanto. De hecho, aunque nunca lo hubiera pensado hace un año, ahora hasta me apetece estar en Lavapiés. Aparte de por los motivos evidentes, digo. Y tengo muchas ganas de ver cómo queda el piso pintado, y tengo ganas de ver un árbol por la ventana del salón en lugar de una pared espantosa. Y tengo ganas de darme un súper baño en esa pedazo de bañera azul. Y tengo ganas de redecorar-mi-vida; de verme en un sitio distinto y tener excusa para crear rutinas distintas.
Pero aun así, embalar es triste. Porque no queda más remedio que mirar a la cara a las cosas que acumulas. Saber que nunca alcanzarás el Nirvana porque eres incapaz de desprenderte de las cosas a las que les has puesto nombre (y soy bastante ligera de cascos poniendo nombres). Asumir que la violeta está muerta, y tirarla. Reconocer que no tienes edad de jugar con peluches ni de guardar peluches para la siguiente generación, y elegir. Y yo, ñoña donde las haya y con sobredosis de Disney a mis espaldas, no puedo soportar mirar a los ojos de fieltro de un muñeco de peluche y desprenderme de él. Que nos conocemos, y ya tengo un hipopótamo llamado Trauma que viene a suplir uno que tiré con siete años...
Coger tu armario y dividirlo entre lo que fuiste, lo que eres, lo que podrías haber sido y lo que quieres ser, y cargarte dos de las cuatro categorías como si no fuesen parte de ti mismo, cuando, aun muertas, lo son. Identidades narrativas, y tal. Soy mi historia y mi casi-historia. Lo que fui y lo que aspiro a ser. Pero hay que elegir, y recordar en lugar de retener.
Y ya ni siquiera es eso. Antes de tener idea de qué había puesto en el montón de paratirar, me sentía como si me estuviera desprendiendo de algo importante. Mudarse implica que te has vuelto a equivocar, que esa casa no era para ti. No sé cuántas veces me ha cambiado la vida desde que vivo en esta casa. Recuerdo el espíritu con el que entré, y me sorprende compararlo con el espíritu con el que me voy. Es como si hubiera retrocedido cinco años, en lugar de haber crecido dos.
Y todo eso me da una pena infinita.
Qué ganas de noviembre, leches.
Saturday night (lirirarará)
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En medio de la fiesta, inicio de un larguísimo atardecer, se me acerca una
chica a la que no conozco de nada y me dice: "Eres muy simpático, me caes
muy...
Hace 2 años
3 comentarios:
Y sin embargo es terriblemente maduro y bueno lo que has escrito.
No sé en qué situación estabas hace cinco años, pero no hace falta, para darse cuenta de que vas hacia adelante.
Ánimo!
Jo. Gracias :)
Jajaja
No hay de qué! ;)
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