25.7.09

Sleepy Hollow (Rodarán cabezas)

18. 18 despidos en mi ex-empresa en el plazo de cinco días laborables. 18, nada menos. Unos cuentan 15 y otros cuentan nosécuántos. Qué más da. Viene siendo el 20%, punto arriba, punto abajo.
Me dicen que lo he hecho fenomenal, porque me he ido antes de que se pregunten por ahí a cuánto está el kg. de carne, antes de las humillaciones, antes de las despedidas masivas. Yo pensaba que había perdido cantidades ingentes de dinero útil para nuestro Yankee Roadtrip 2010, pero en el fondo seguramente tienen razón. No es nada divertido tener miedo a que alguien te toque en el hombro.
Como una especie de partido de paintball. Sin más criterio aparente que ese.
Soy una asquerosa sofista, ya lo he dicho muchas veces. Si me pongo en el lugar de alguien que tiene un Consejo de Administración con los accionistas una vez al mes, puedo justificar casi cualquier cosa. Pero un despido carísimo de una persona que ha demostrado su versatilidad y que es un prodigio de conducta adecuada a los valores de la empresa, no.
Ayer, estábamos todos de acuerdo en eso. Y mira que es difícil ponernos a nosotros de acuerdo en algo, sobre todo desde que el verano ha hecho imposible encontrarnos "donde siempre" los viernes y cada cual se va a un sitio alternativo.
Da bastante vergüenza ajena, la verdad. Sobre todo, cuando uno lee esas cartas abiertas extraídas directamente de algún capítulo central de algún libro de management de los 90 mezcladas con un poco de discurso político vigente.
Propuse un juego: la próxima vez, tenían que pedir a esos directivos que les explicaban lo que estaba pasando que no utilizasen palabras de más de tres sílabas. Al principio eran dos, pero como "crisis" entraba, pensé que podíamos ceder hasta tres. El reto es decirlo sin las palabras: "compromiso", "entusiasmo", "privilegio", "liderazgo", "profesionalidad", "reciclaje", "ilusionante".
Y si quitándoles todas esas palabras siguien siendo capaces de explicarme qué está pasando, entonces haré de tripas corazón y procuraré creérmelo.
Mientras tanto, sigo pensando que esa carta significa tan poco como el resto de panfletos que me han hecho escribir estos últimos años.
Maldita retórica empresarial.

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