A Cactus no le elegí yo. De acuerdo que era yo la que miraba mañana tras mañana la jaula de su camada, pero cuando el Chico Cósmico se decidió a regalarme un conejito, abrieron la jaula y fue él quien puso sus patitas en mis rodillas.
La Chica de las Sonrisas dice que lo más bonito de tener un animal es cómo te acepta; muy especialmente desde el momento en que hablamos de animales que no son estrictamente domésticos. Que un animal que debe verte como a un depredador se te acerque, se apoye en ti, simplemente permanezca quieto a tu lado, es una confianza que no debería ser posible defraudar.
Y además, fue Cactus quien me eligió a mí. Olvida eso, si puedes.
Quiero escribir un artículo sobre el luto en la sociedad de masas, porque, ahora mismo, Cactus es un videoclip. Un videoclip protagonizado por un conejo del tamaño de mi palma, primero, y grande como un superhéroe, al final. Porque Cactus, como todo héroe, tuvo un villano y una novia. Lo cual sólo es parte de su "fugaz vida feliz".
Era un bicho tan valiente que se enfrentaba con un Kiwi que le sacaba dos veces su tamaño y peso, tan listo que encontraba la forma de burlar el muro de Gaza que impusimos este verano en el pasillo, tan achuchable que al final acababas por no regañarle cuando se subía a la cama o se comía la República de Platón (porque, además, era un conejo de gustos intelectuales exquisitos).
Cactus y yo, incluso, salimos juntos en Google. Aunque no diga que es el mejor regalo que jamás me han hecho, o que fue uno de los "Grandes motivos para seguir vivo" que encontré al salir del hospital. Y otras tantas cosas que se quedan sin decir.
Puede que Cactus no fuese más que un conejo; pero la gente que no puede reprimir una risita al verme destrozada porque se ha ido, no tiene ni la menor idea de lo que puede llegar a significar "sólo un conejo". Como dice la Chica de las Sonrisas, esa gente tiene un hueco dentro, y da mucha pena.
Mucha más, incluso, que su propia marcha (y ya es decir). Ahora me dedico a reescribir la historia. A pensar que él realmente no pudo enterarse de nada. A extrapolar sentimientos humanos positivos en lugar de negativos, a sustituir en el recuerdo la angustia por el rizo acogedor de una toalla naranja, a creer en el poder tranquilizante de un beso entre los ojillos.
Y no me importa lo más mínimo si existe o no un cielo. Porque para Cactus, hay uno. Hay un cielo donde, como dice la Chica de las Sorpresas, van los conejos buenos de las personas especiales.
Mira, Cactus: mamá ha fabricado un cielo para ti. Y voy a recordarte siempre en esa inexistente frontera entre las montañas y las nubes, mordiendo los flecos de estas con una insistencia a prueba de la paciencia de los ángeles.
Que seas tan feliz como fuimos cuando estuvimos juntos.
Te querré siempre, pitiuso.
Saturday night (lirirarará)
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