Mi nueva jefa me ha enseñado que los trimestres se llaman Q, aunque aún no sé por qué. A cambio, yo he conseguido que no se le cayera el pelo, quitando de su presentación para el comité las diéresis sobre paraguas y las manchas deformes. A cambio, ella hoy se ha dado por satisfecha con mi explicación sobre mi ausencia entre las 12 y la 1. A cambio, yo voy a intentar no aceptar su oferta de salir corriendo a la redacción de Vogue. A cambio, espero que me admitan en el Master de Mi Vida. Esto es un círculo de energía positiva y lo demás, memeces.
Cuando esta tarde ni el sueño atrasado ni el CMT nos han impedido tomar algo juntas, mi Media Infancia y yo comentábamos nuestros septiembres. Yo debo reconocer por fin que estoy asustada. Meto la cabeza entre la almohada cual avestruz en la arena, y me alegro de que mi agenda sea anual y no escolar, porque si tuviera que comprarme otra y empezar a reconocer que ha empezado el año, es bastante probable que entrase en crisis.
Este es probablemente el último trimestre más objetivamente estresante que voy a tener. Dos adquisiciones de las que ocuparse antes de la terrorífica campaña navideña (ya hace tiempo que dije que desde que trabajo en MKT odio todavía más las horribles fechas blancas), y el hipertrófico último trimestre de la carrera, todo junto. Sobre mi mesa, recuerdos veraniegos, la Dirección de Marketing de Kotler y Lane (12ª edición), los apuntes del semestre, y un archivador de documentación sin analizar para el trabajo de Fin de Carrera. Bajo ella, ropa por lavar y coser y, algo más allá, dos docenas de carpetas y cuadernos con el epígrafe "Proyectos".
Mi Media Infancia insiste en que somos libres y que hacemos lo que queremos, pero no se da cuenta y poco después echa de menos su libertad para irse a Sevilla cuando no podía más. No hago hincapié en la contradicción, porque me suena, vaya que sí. En la funda de la guitarra de mi madre que tuneé cuando empezaba a aporreara aún pone en letras plata "Seamos libres: que cada cual escoja sus cadenas". Quizá por eso me enamoré por culpa de la frase "El problema es que la jaula está dentro del pájaro". Esas cosas pasan, ya se sabe.
Esta semana han aparecido problemas de verdad, y cuando uno analiza los problemas de verdad observa dos posibilidades: que no esté ni un poquito preparado para afrontarlos, dado cómo le ha ido manejando problemas de mentira; o que sea positivo tener algo de lo que ocuparse para que la energía mental no necesite medicamentos que la neutralicen. Me gusta más la segunda, de momento, hasta que aparezca una c como heavenly option.
[Uy, qué cantidad de nostalgia se me está escapando. Quien quiera entender, que entienda.]
A lo que iba... Que quizá no sea todo tan difícil, que quizá no necesito un piso con cocina, pero que tener enemigos reales hace que uno vea molinos en los gigantes y no a la inversa, y si hay que estar loco, mejor así.
"¿Qué sería mejor, buscar el fuego en el mar, ser un loco de atar, o poder escalar hasta la cima y tener de todo y nada a la vez?".
Hoy estoy ñoña y creo que llega el momento de reconocer que ha llegado el otoño y que hay que ganarle.