31.5.25

Junio

Tendría que cambiar la página del calendario pero eso implicaría reconocer que ya estamos aquí.

Tiene su lado bueno. He decidido unilateralmente que mi Némesis no es 2025 sino el curso escolar 2024-2025 así que aunque vaya a colear hasta agosto estoy bastante decidida a que todo vaya mejor en cuatro semanas.

Pero qué cuatro semanas.

Tengo miedo, tengo esperanza, tengo en la cabeza reguetón viejo y a los putos monos y los intento hacer callar con Garbage pero es que lo verdaderamente radical sería quedarse. 

Quedarse dónde, me contesto yo sola. Me repito que esto va a acabar, que va a acabar de verdad, y justo pasamos el primer día de armisticio desde no sé ni cuándo y espero que sea una señal porque no me quedan fuerzas para que no lo sea.

Sale el sol, me veo reflejada en unos ojos preciosos y me gusta lo que veo por primera vez en mucho tiempo, lo que hay sin más, no lo que podría haber. Y luego me enfado porque no son tus ojos.

La ecolalia sigue hablando de locutorios con burofax interactivo y del increíble alboroto de las calles sin vigilancia. A mi pesar. Ascensores. Cómo voy a saber si eres tú, cómo vas a saber si soy yo.

Y aun así lo digo tal cual. Que creo que eres tú. Que quizá solo no era ahora.

Luego me meto en la cama y a las 5 de la mañana me abofetean por turnos el calor y la realidad: lo único que sé de ti es que seguramente tampoco puedes dormir.

29.5.25

Alicates

Sabía que no los tenías tú y aún así sabía que tenía que ver contigo; y el día que mi cabeza hizo clic y consiguió unir las dos cosas los alicates aparecieron en la caja de la maqueta que abandoné porque no quería que me diesen ganas de enseñártela, porque no quería tener ganas de continuar y montar esa biblioteca en la que iba a poder colocar mi tesis en miniatura, ese último regalo, esa traca inicial.

Yo me limitaba a contemplar la misma grieta de la pared. Alguien dijo: "Habrá que demoler". No sé cómo no lo vi llegar: era el día de la gran broma final. 

Sigo intentando encontrar el equilibrio entre concederme el inevitable deseo de que vuelvas y el esfuerzo de asumir que no vas a hacerlo y de que si lo hicieras quizá no sería para mejor.

Alimento al mismo tiempo el chat donde escribo mi diario del rencor y ese donde guardaba las cosas que quería compartir contigo cuando hablásemos pero me repito una y otra vez que no es más que un estallido de extinción.

Estoy harta de estallidos, de zonas cero, de fuegos artificiales que suenan como un mejor plan de lo que realmente son y pienso una y otra vez que la semana que viene ya es junio y que para qué vueltas al sol si no son contigo y aunque sé que los planetas no han dejado de girar ni van a hacerlo todo me deja bastante fría, como si la glaciación hubiese empezado en pleno burbujeo de esta tierra en llamas que se cuece en su propio jugo.

Resulta que se puede al mismo tiempo no dormir del calor que tienes y del frío que sientes, que no todos los malestares saben jugar a los microorganismos de fantasía y compensarse unos a otros y a veces en vez de bloquearse se amplifican y me encuentro de nuevo buscando trabajo y deseando no pasar la primera criba porque si tengo que pasar por otro mes como el último estoy genuinamente convencida de que no sobreviviría.

19.5.25

El día que quité la mancha del pasillo

Parece sencillísimo. Notas una mancha en la entrada del salón. Sabes que hay que fregar.

Pero no puedes.

Durante semanas, miras la mancha cada vez que cruzas la puerta. Y no te dices simplemente "a ver si friego". Te dices "joder, tengo que fregar de una puta vez", y entonces te recuerdas a ti misma que en este error no hay literatura.

Y pasan las semanas y cada vez que ves la mancha te repites a ti misma que eres un fracaso.

Quizá por eso mismo, no la quitas. 

Quizá te apetece acurrucarte en esa idea de fracaso.

O quizá la idea del fracaso es tan aterradora que se come todo lo demás.

Pero el caso es que cada puñetero día, durante semanas, te enfrentas varias veces a la mancha del pasillo. 

Hasta eres capaz de hablar con otras personas de lo ridículo que es tener una mancha en el pasillo a la que te sientes incapaz de enfrentarte.

Durante varias semanas, estar con otras personas significa solamente "llorar en un sitio que no sea mi casa". 

Pero un día no lloras. Cuentas lo mismo, exactamente lo mismo. Entras en bucle, igual que llevas entrando en bucle cada día desde hace semanas. Sabes que tienes que parar, igual que sabes que tienes que fregar: como si fuera una instrucción que no puedes darle a un Sim con la cola llena.

Así que vomitas las mismas palabras una y otra vez, y se mezclan con las lágrimas y los mocos y se te vuelve a despellejar la cara.

Pero un día esas mismas palabras vienen sin acompañamiento.

Y de pronto, al día siguiente, limpias la mancha del pasillo. Sigues sin fregar, pero al menos has quitado la puta mancha y piensas que a lo mejor se ha acabado todo por fin y hablas de nuevas etapas y miras tu ficus rosa y te repites, como entonces, que tu personaje de esta etapa tiene derecho a vivir.

Y entonces sí: lloras.