9.3.11

Es mi twitter, y lo descuido si quiero

Agotador. Tremendamente agotador. Si parpadeas, te lo pierdes. No sabes ni cuántas cuentas retuiteando el mismo artículo copiado de un blog americano. Un maldito floodero (así los llamábamos en IRC. Ahora no sé si tienen nombre) cuelga los enlaces a sus post doscientas veces al día, llenos de hashtags. Una competición brutal por ser el más ingenioso. Una angustia vital en forma de actualización compulsiva de hootsuite. La sensación de que algo está yendo mal si no recibes ningún estímulo internet-cio en el plazo razonable de cuarenta y cinco minutos en que bajas a comer con tu madre y tu móvil nuevo con Android.

Así no se puede vivir. Qué quieren que les diga.

Se me ha pegado el objeto de estudio. Me paso el día haciendo personal branding en lo profesional, analizando el personal branding en lo académico, y sufriendo el personal branding en lo personal. Me promociono, me autopsicoanalizo y me desprecio en una simultaneidad esquizoide que vive un 60% en Internet y un 40% en la vida real.

Y, qué quieren que les diga. Cuanto más me esfuerzo, más asco me da todo en general.

Una regla principal del personal branding es comportarse como un adulto (es decir: cínico, hipócrita y bien pegadito a la curva de la media a ser posible). Ser diplomático. No mostrar ningún indicio de tener una inestabilidad emocional que te coloca permanentemente en la adolescencia. Obviamente, no es mi técnica.

Pienso en crearme identidades borrokas (la cuarta. Sería la cuarta. Y todavía las hay que sugieren que sean colectivas. Que igual no es mala idea. Pero que me siento suficientemente Sybil ya) para sacar fuera toda esta frustración, estas ganas de gritar, de vomitar, de ser desagradable, violenta, intempestiva, irracional, impulsiva. Pero no lo hago. Así que llegados a cierto punto de presión la identidad que ande rondando termina siendo borroka. Y eso es peligrosísimo, me dicen por todas partes. La gente no te quiere. Los "reclutadores" no te contratan.

De verdad, no puedo más.

Hoy he descubierto que ya soy la chica que quiero ser de mayor. La pena es que ella ya está embarazada y ya es escritora insigne. Yo sólo me quedo con el resto. Con la neura, la palabrería, y el miedo atroz a las exigencias.

Hago trampas y pierdo, ¿se puede ser más tonta?

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