16.5.10

Cristales rotos

La Chica Mariposa dijo una vez, a principios de curso (cuando las cosas no eran bonitas, vale, pero al menos resultaban más fáciles) que a los ex había que vomitarlos. No sé si es una teoría elaborada, pero si lo es, creo que hay que añadir que los mazazos también hay que vomitarlos.

El viernes fue el cumpleaños del Chico Escritor. Fue un día tempestuoso, de esos que te obligan a hacer cosas muy raras después, como mandar el DSM-IV e indicar qué página y qué criterios son relevantes. Cuando llegué a su casa, tremendamente tarde y sintiéndome asquerosamente culpable y cabreada conmigo y con los demás, la Chica Que Podría Ser Un Diez me preguntó por qué no me servía una copa y, con una súbita sensatez, le dije que con el ansia que traía, aquello iba a acabar mal.

Como todos mis ataques de sensatez, fue visto y no visto, y la noche se convirtió en una especie de profecía que se autocumple, claro. Llamadas por skype incongruentes con comentarios off-the-record sobre mis balbuceos que no llegué a interpretar, abrazos amorosos al W.C., y caída en redondo en la cama después de una llamada absolutamente intempestiva y un mensaje tremendamente largo y lloricoso que incomprensiblemente me dio por mandar en inglés.

Todo esto, por supuesto, aparentemente motivado por un problema que es probable que no existiera fuera de mi cabeza. Es lo que tiene la realidad, que tiende a ser irrelevante en comparación con cómo la vives.

Y en el fondo, al despertarme, con una de las peores resacas de mi vida que la mayor tostada con tomate de la historia sólo pudo mitigar en un porcentaje ínfimo, lo que daba vueltas en mi cabeza era jodidamente real, concreto, y fulminante.

Cuando alguien te dice algo con toda su buena voluntad e inconsciencia, cuando ese algo puede ser el principio de una dinámica que esperas con ilusión, cuando obvias lo dicho durante una conversación larguísima y durante los días siguientes, es un poco complicado. Pero las bombas informativas hay que vomitarlas, y hay que llorarlas, y, maldita sea, no estoy para nadie. Ni para seguir discutiendo con mi señora madre sobre la posibilidad remota de que nos entendamos antes de la próxima reencarnación, ni para transcribir anuncios, ni para desarrollar presentaciones, ni para nada en general.

Necesito un día de hacerme bolita, llorar hasta caer redonda, dormir diez o doce horas seguidas, y levantarme, y seguir.

Qué tremendamente cruel es la vida real, a veces. Y qué deprimente es esta tendencia recién descubierta a tener siempre razón, incluyendo mis observaciones crueles y despiadadas.

2 comentarios:

elchicoquequeriaserbreteastonellis dijo...

Bueno, fue una borrachera divertida, mujer. Quiero decir, nunca es divertido para el que la pasa, pero al fin y al cabo no hiciste ninguna barbaridad, no dijiste ninguna barbaridad, no pasó nada grave, tuviste una cama entera para dormir la mona y al día siguiente, efectivamente, había tostada con tomate, café y conversación.

Nos hemos visto en algunas peores, no? ;-)

un besito y gracias por venir, da igual si fue pronto o tarde!

La abajo firmante dijo...

Sí, nos las hemos visto peores, pero no sé si eso ayuda, tampoco. Me gustaría no tener que dar gracias por haberme pillado una melopea no-incordiante, para variar :P

Publicar un comentario

Habla tú también. No dejes que esto sea sólo un monólogo.