Me pongo mala, como siempre, justo antes de irme de viaje. Me duele la cabeza, no puedo hablar sin ahogarme, y me salto el psicólogo, que, no obstante, es tan amable como para preguntarme por el estado de mi baja.
Tengo los biorritmos absolutamente locos. Me acuerdo un montón de la Chica India (me acuerdo tanto de ella, de hecho, que acabo por cruzarla con el Chanclas y mandar mensajes celestínicos), y esas conversaciones sobre la luz de los pasillos del metro, las horas en el reloj, y el no saber si son las ocho de la mañana o de la tarde. A mí me sigue pasando lo mismo, aunque con reloj digital, luz natural, y a las 4 de la mañana.
Destrozar un aniversario por el sueño que me domina, y luego pasarme dando vueltas en la cama hasta las 6 de la mañana, así soy yo.
Esta semana está acabando conmigo. No sé en qué día vivo, ni cuándo es la última vez que he comido. Ni siquiera sé cuándo fue la última vez que tuve hambre. Estoy totalmente descolocada, y lo único que quiero es darle a "Enviar mensaje", guardar el horrible archivador blanco en la estantería, y terminar de ver Twin Peaks, empezar a ver Dexter, dedicarme a la vida contemplativa, casera, e incluso creativa.
Sin embargo, como todos estamos un poco locos, no hago más que postponer el momento. Mi búsqueda de bibliografía para el trabajo de hoy ha sido dada por terminada cuatro veces antes de estar realmente terminada. No puedo parar. Me encuentro leyendo todos los apuntes, incluso los de tercero de CAV, incluso los que no sé si me van a servir; recuperando todas las fotografías que di por perdidas hace un mes; curioseando las listas de películas del Chico Cósmico y contrastándolas con las mías en Filmaffinity; y así un larguísimo etcétera de puntos suspensivos que no sirven para nada excepto para alargar el final.
No entiendo por qué es tan difícil concentrarse, si sólo hay que hacerlo un par de semanas al año. Mi hermana ha suspendido Matemáticas y Física y Química, así que me siento la peor profesora del mundo, aunque mientras hablo con ella oigo la tele y los cereales y me cuesta creerme que esté estudiando. Claro, que miro a mi alrededor, y veo pilas de libros que he decidido recolocar, los papeles del viaje a Roma, revistas con páginas señaladas, una agenda con los deberes de salir.com, tazas y tazas con restos de café, la hoja con los récords que tenemos en el Biggest Brain, un guión a medio modificar esparcido junto a la alfombra, y me digo que a quién cojones puedo aspirar yo a enseñar técnicas de estudio.
Miro el reloj y alucino con que sean las once y veinte. De la noche, dice la ventana (y la digitalidad del reloj, claro). Pues cenaré, y me pondré alguna película basura mientras subrayo. Mañana se acaba todo. Mañana entregaré mi CSS y mis tags y pensaré que todo era más sencillo de lo que parecía, cuando vuelva de pelearme con el banco y de estar junto a la oficina. O no.
En cualquier caso, se prevé supernochísima, y lo único bueno que tiene estar desubicada es que las supernochísimas pueden aprovecharse mucho más.