20.7.25

Imagination not found

El Parador de Montañas Rusas me dijo una vez que las embarazadas dejaban de soñar con las caras de sus bebés en el último trimestre de embarazo. Que por clara y definida que hubiera sido su carita imaginaria antes de eso, llegado cierto punto se bloqueaba. Que parecía un mecanismo para proteger al bebé real del rechazo por no ser el bebé imaginario.

Quizá eso es lo que hay de fondo en que ya no pueda imaginarme La Conversación. Llevo un mes entero dándole vueltas en mi cabeza y tengo seiscientos mapas y pensaba que estaba lista para al menos cuatro finales distintos pero ahora no siquiera con todo mi material en la mano consigo orientarme entre el ruido de mi cabeza.

Me digo a mí misma que no es tan importante, que solo es un trámite, y a mi cuerpo le da la risa. Todas las actividades incompatibles con la rumia a las que me entrego me resultan incómodas, aburridas o frustrantes: el canal de mi experiencia óptima solo va en una dirección, muy determinada, sin que pueda estar segura de que es un buen destino. No consigo imaginarlo y han desactivado el Street View y a lo mejor estoy a punto de tirarme por un barranco como aquel inventor del Segway, que creó su propia ocasión de muerte.

No sé a dónde voy, pero voy, voy, voy.

Ojalá las cabezas fuesen tan moldeables como nos creemos quienes paramos montañas rusas para poder tener un marco bajo el que trabajar. 

15.7.25

Instinto de supervivencia

"Veremos".

Se me ha dicho varias veces que tengo un don para convertir en un problema lo que era un deseo antes de llegar y aunque me gustaría mucho negarlo, es cierto.

Alguien se ha acercado con enorme valentía a este perro de presa que estoy hecha y me ha acariciado por detrás de las orejas y ha conseguido que suelte mi presa y, ahora sí, puedo ver que estaba muerta.

Mi parte kamikaze está tan concentrada en gritar banzai que no es muy consciente de que está no solo tirando hasta el último cartucho sino también inmolándose en el intento.

Pero lo de tener el alma partida en dos mitades tiene estas cosas: al otro lado de mi cabeza reposa una presencia tranquilísima preguntándole qué piensa hacer exactamente a continuación y cuál es su plan para que no interfiera en el Sagrado Segundo Desayuno.

Una semana de lo que antes llamábamos "cenar cereales" y que ahora culmina con banquete de techo a las tres: la perimenopausia, el hambre o el siguiente ciclo del bloque de rumia, o todo a la vez.

Le he dicho a mi padre que podía por fin permitirme ser más generosa con mi tiempo y mi energía emocional y le he dicho a la Vecina de las Plantas que no tengo orgullo y a la Chica de las Sonrisas que tener siempre un montón de palabras no es indicativo de saber lo que estás haciendo y todo eso suena sensato y centrado y sin embargo ajeno.

La mano palpa a tientas el interior de un cajón y la única forma que reconoce no es la de una llave, sino la de un cuchillo, y aunque justo antes de empezar a sangrar recuerde que por eso tenía la regla de no hurgar en ese cajón a oscuras ya es tarde: la herida aún no se nota pero ya empieza a infectarse.

14.7.25

Resistencia

Un bombardeo de preguntas. Así abre la Chica de las Sonrisas nuestro día y me pregunto si así lo ha hecho siempre, si ese es su equivalente al desatascador. Me abrumo, me trabo, quiero salir del corsé. "¿Crees que yo también...?" Sí, amiga, lo creo. Creo que es muy difícil darse cuenta de las particularidades de una cuando se rodea de gente que las comparte pero que si miramos hacia fuera vamos a encontrar un montón de gente que, como la Madre Selfie, va a mirarnos fijamente diciendo "no, no todas las cabezas funcionan así. Eso es rarísimo y suena agotador".

Ella envidia mis palabras, yo su resiliencia. Terminamos hablando, claro está, de los problemas en que nos han metido las palabras y la resiliencia. "Tener muchas palabras no quiere decir estarlas usando bien". "A lo mejor lo que pasa, en realidad, es que sobran todas".

No sé si tiene razón pero hemos bebido tanta cerveza y hurgado en tantas heridas que suena sensato así que tengo un impulso que ni siquiera lo parece, de tantas vueltas que le he dado al maldito campo semántico; y pienso en la Chica Prototipo lanzándose por un puente en Instagram y pienso que en este horror no hay literatura pero quizá está dejando de haber incluso adrenalina, y no sé por qué no la tengo, y entonces una vocecita diminuta que quizá sea la de mi sensatez (no me suena) me recuerda que hay una habitación entera amueblada esperando la decepción definitiva, y me pregunta si realmente quiero que mi escasa esperanza en el futuro se instale precisamente en esta dirección cuando ya esa película ya la hemos visto.

Miro hacia las otras habitaciones y me imagino viviendo en ellas y siento algo parecido a la paz y a la satisfacción del deber cumplido pero siento también un vacío tan grande que no sé si puede tener el menor sentido. "Siento que solo ahora te estoy conociendo", me dicen, y yo me pregunto si eso es realmente conocerme, y por qué el camino sabe a sucedáneo y hasta qué punto se puede ser una misma simplemente eligiendo una posición de partida, sin sentir esa corriente magnética en la que parecía que nuestras frases se necesitaban las unas a las otras. Si yo realmente puedo dejar de ser una persona que se sabe los diálogos. Si puedo seguir siéndolo sin que alguien más en escena me dé el pie.

Prefiero la catástrofe contigo que la calma sin ti, y me lo repito seiscientas veces porque ahora estamos en la era de las palabras pequeñas y estas son Palabras Mayores y tengo miedo a que me oigas pensar porque el Chico Extraordinario siempre me advirtió de que era mi mayor debilidad, pero supongo que una parte de mí desea, igual que soñaba de pequeña con ser un duende y colarse por las orejas a reescribir el código de nuestros ordenadores, que me oigas pensar, sin más. Porque creo sinceramente que así, sin filtrar, me entenderías.

Para eso tienes que querer entenderme y es evidente que eso no está pasando, claro. Me pongo prórrogas para dividir el duelo en cómodas dosis individuales listas para tragar.

Y a continuación, las escupo, las vomito.

Me niego a mí misma, tres veces y las que hagan falta. La única razón que me interesa tener es la que te traiga de vuelta.

12.7.25

Miedo a volar

Es terrible cuántos "yo estaré aquí" no generan tranquilidad sino claustrofobia.

Me dedico a moverme de un lado al otro de las escenas, le robo las frases a todos esos personajillos que ahora, al parecer, soy; "ahora entiendo", luego no. Patrones aprendidos que tenemos que matar.

Mirar el calendario, mirar el reloj. Verlo todo rojo. El modo espera me paraliza a niveles incompatibles con la vida: la lavadora sin poner, el fregadero a reventar, las plantas alicaídas, "no puedo hacer na porque no se mueran". Pienso, de nuevo, en la mancha del pasillo. "Vivía en un bucle y ahora es un vaivén".

El dolor infinito, la sensación de estar de nuevo en el centro del tornado de la humillación y justo a continuación, totalmente resuelta a clavar la daga más hondo, a ver si me desangro de una vez, encontrarme al otro lado del espejo por culpa de una frase oculta.

Pensar sin parar en las agendas ocultas. "I don't find it obvious, what you want".

Y mirar mi propia agenda y pensar solo y sin parar que nos hemos perdido 6 meses del resto de nuestra vida y que, digo yo, ya está bien. Estoy cansada de mezclar las prisas con las ganas pero es que cuánto tiempo duran las ganas en el congelador.

10.7.25

"Pago el peaje con gusto"

Hoy se cumplen tres años desde que empezó mi conversación favorita.

Una vez pensé que estaba muerta y pedí espacio y como si fuera uno de mis ficus agotados de que mi inseguridad les ahogue en agua que ni quieren ni necesitan un documento de Google se fue llenando de palabras atropelladas que se convirtieron en imágenes, la plaza de Yolanda (no de Amelia, me da igual lo que digan) y unas nubes moradas y rosas y la necesidad continuada de explicarte cada proceso mental.

"Es un hábito; como todos los hábitos, se puede dejar".

Me dediqué a ignorar concienzudamente ese chat de Whatsapp donde guardaba todo lo que quería contarte, esa fue mi versión del contacto cero: aceptar tu puerta cerrada y procurar cerrar la presa que es la mía.

Hasta que se me ha echado encima la riada. 

Y ahora está llena a rabiar de hilos que se enredan en ese ovillo infinito que pensaba que íbamos a formar para siempre, de ramas que ya no crecerán porque el ficus, el puto ficus, otra vez, se ha muerto.

8.7.25

Adornos

La Chica Sorpresas hace un enlace doloroso pero evidente entre mis expectativas infantiles y las actuales. Tiene razón, claro. Mis amigas no solo tienen una paciencia infinita (que me estoy empeñando en poner a prueba) sino una capacidad inmensa de análisis, lo cual está muy bien cuando no te puedes permitir ir a terapia.
Lamentablemente también tienen vidas muy lejos de la mía.
Repaso mi agenda convencida de que estoy olvidando algo y que tiene que existir alguien más cerca ("hay salidas, lo he oído, sé que existen cientos de metros despejados y sin un cristal en medio que me impida recorrerlos"). 
No lo encuentro, no, pero recuerdo una conversación qué dejé a medias justo al ser absorbida por este vórtice y toco tímidamente la puerta, hago todas esas cosas que dicen que hay que hacer, "estoy triste", se me recibe con cariño, aparentemente, pero no hay nexo entre unas frases y otras. 
"Espero que sigas embelleciendo mis dias con tus rarezas", cierra, y lo entiendo todo. El repliegue del sábado, el estallido final con el Oscuro Puntual, la sensación de ser adicta que me lleva una y otra vez a buscar la misma humillación de la que estoy intentando escapar desde hace seis meses.
Leo a la Chica Astros y recuerdo a la Atómica Melancólica, "te recibo altamente desenfocada". Creo que nunca la busqué y lo hago ahora y encuentro el protocolo de comunicación de emergencia que ojalá hubiéramos sido capaces de establecer.
Porque me pillé de ti por tus chapas, pero me enamoré de tus "entiendo".

7.7.25

 - Me siento a gusto, a salvo, no sé. Con otra gente no me pasa.

- Una psicóloga de Instagram te diría que el cuerpo reconoce las señales de alerta antes de que seas consciente de ellas y que escuches a tu instinto. Pero yo no soy una psicóloga de Instagram.

6.7.25

Huecos

En la mesa de centro junto al café una espada de Minecraft, una cerveza y un "refresquito" de limón que las cosas pendientes no dejaron que nos acabáramos.

En el pecho, en el estómago, las ausencias.

Lo que debería haber pensado: fíjate qué fácil es cuando no es absurdamente retorcido, grotescamente autocentrado, negligentemente cruel.

Lo que pensé: era esto, sencillamente esto... pero contigo.

5.7.25

Efemérides

3 años y 2 días de su MD, 3 años menos 1 día de la primera vez que el Niño Cascabeles se marchó tanto tiempo, 3 días entre una cosa y otra y 4 entre la primera vez que sentí que se me llevaban las vísceras y me dejaban andando como una cáscara vacía y la primera vez que sentí que quería llenar esa cáscara de sus palabras. Y luego 6, y no cinco, qué le vamos a hacer, no se me dan bien los números, hasta que empezamos a llenarla de besos.

3 años después esa cáscara vacía ni siquiera cuenta a su favor con el efecto sorpresa. Está acostumbrada al vaciado pero también se va resecando de estar cada vez menos conectada con todo lo que late. Si la miras fijamente, se resquebraja. Da mucho miedo pensar que pueda, directamente, convertirse en polvo.

Llorar puede ser una buena medida de hidratación: a falta de hialurónico, buena es el agua salada. 

Me meto en la cama con la firme intención de disfrutar del silencio, tan añorado todo el año. Mis vecinas, como siempre, montan estrépito cada quince minutos, no sea que haya un ciclo de sueño que se quede sin arruinar, hasta que me desvelo: las descargas periódicas de cortisol han convertido mi cabeza en territorio hostil.

Respiro profundamente y procuro conectar con la ira salvadora que llegó ayer en forma de audio: que la vida nunca deje de regalarme amigas capaces de enfadarse cuando yo no lo hago. Me regodeo en el agravio, reescribo mis propias palabras y vuelvo a tener, por enésima vez, la misma conversación en mi cabeza, esperando que esta vez no sea la misma.

Pero aunque sabiamente he dejado pasar la hora del café, siempre hay demasiada cafeína en mi torrente sanguíneo, y siempre hay falta de síntesis conectivas, no sé si en mi vida, pero desde luego en nuestra narrativa; y una vez más es como si hubiera alguien a cargo de garantizar la coherencia incluso si eso conlleva aplastarme en el camino. Vuelve la culpa, vuelve la compasión, vuelve la ternura, y por tanto vuelve el llanto.

"He tenido un ataque de lucidez y creo que la conversación nunca va a llegar", dijo ella; inmediatamente después entraba en otra espiral y esperaba respuestas sin que hubiera llegado siquiera la señal. Esperando ese doble check tengo otro golpe de lucidez: la quiebra de la inercia, como decía Chica Astros.

Hago un experimento y procuro volver a todo lo bueno que ha dejado el vacío para una nueva inercia, pero no lo encuentro. Me pesan en el cardias el recuento de plantones y todas las proposiciones que no hice. Las conversaciones que ya no tengo. Me envuelve, otra vez, el puto desamparo, que no me deja en paz. 

Necesito salir de mi cabeza.

Intento pensar en deudas pendientes conmigo misma, hago un intento tímido y se convierte en un plan improvisado y de pronto parece que entra aire. Será la tormenta monzónica de cada tarde, cortesía de la crisis climática; pero durante un rato, cada tarde, podemos soñar con que va a refrescar justo antes de darnos cuenta de que ahora los 40º ya no son secos sino húmedos, y seguir sudando.

Seguramente esta noche tampoco pueda dormir, pero ahora mismo ya no estoy en una terraza en un parque, temblando pese al calor; sino en un bar del centro, de madrugada, y alguien se me acerca y me dice "Vigilar y castigar, El orden del discurso, Las palabras y las cosas"; y no recuerdo cómo le llamé, y buscándolo me encuentro con que lo que escribí aquel día empezaba por "Los días malos están ahí. Existen. Se pasan". 

Y, por una vez, no estoy en 2022 ni en 2004 sino en 2010, y las cosas no eran fáciles pero sí bonitas y desde luego que daban miedo y daban risa de tan por estrenar que parecían; y aunque solo sepa contar mis duelos por ruptura en clave de tontipop y literatura suicidófila hago un esfuerzo por pensar que Elvira Sastre, aunque añore, siempre se va. 

Y a lo mejor es momento de repetir otros eneros.