12.7.25
Miedo a volar
10.7.25
"Pago el peaje con gusto"
Hoy se cumplen tres años desde que empezó mi conversación favorita.
Una vez pensé que estaba muerta y pedí espacio y como si fuera uno de mis ficus agotados de que mi inseguridad les ahogue en agua que ni quieren ni necesitan un documento de Google se fue llenando de palabras atropelladas que se convirtieron en imágenes, la plaza de Yolanda (no de Amelia, me da igual lo que digan) y unas nubes moradas y rosas y la necesidad continuada de explicarte cada proceso mental.
"Es un hábito; como todos los hábitos, se puede dejar".
Me dediqué a ignorar concienzudamente ese chat de Whatsapp donde guardaba todo lo que quería contarte, esa fue mi versión del contacto cero: aceptar tu puerta cerrada y procurar cerrar la presa que es la mía.
Hasta que se me ha echado encima la riada.
Y ahora está llena a rabiar de hilos que se enredan en ese ovillo infinito que pensaba que íbamos a formar para siempre, de ramas que ya no crecerán porque el ficus, el puto ficus, otra vez, se ha muerto.
8.7.25
Adornos
7.7.25
- Me siento a gusto, a salvo, no sé. Con otra gente no me pasa.
- Una psicóloga de Instagram te diría que el cuerpo reconoce las señales de alerta antes de que seas consciente de ellas y que escuches a tu instinto. Pero yo no soy una psicóloga de Instagram.
6.7.25
Huecos
En la mesa de centro junto al café una espada de Minecraft, una cerveza y un "refresquito" de limón que las cosas pendientes no dejaron que nos acabáramos.
En el pecho, en el estómago, las ausencias.
Lo que debería haber pensado: fíjate qué fácil es cuando no es absurdamente retorcido, grotescamente autocentrado, negligentemente cruel.
Lo que pensé: era esto, sencillamente esto... pero contigo.
5.7.25
Efemérides
3 años y 2 días de su MD, 3 años menos 1 día de la primera vez que el Niño Cascabeles se marchó tanto tiempo, 3 días entre una cosa y otra y 4 entre la primera vez que sentí que se me llevaban las vísceras y me dejaban andando como una cáscara vacía y la primera vez que sentí que quería llenar esa cáscara de sus palabras. Y luego 6, y no cinco, qué le vamos a hacer, no se me dan bien los números, hasta que empezamos a llenarla de besos.
3 años después esa cáscara vacía ni siquiera cuenta a su favor con el efecto sorpresa. Está acostumbrada al vaciado pero también se va resecando de estar cada vez menos conectada con todo lo que late. Si la miras fijamente, se resquebraja. Da mucho miedo pensar que pueda, directamente, convertirse en polvo.
Llorar puede ser una buena medida de hidratación: a falta de hialurónico, buena es el agua salada.
Me meto en la cama con la firme intención de disfrutar del silencio, tan añorado todo el año. Mis vecinas, como siempre, montan estrépito cada quince minutos, no sea que haya un ciclo de sueño que se quede sin arruinar, hasta que me desvelo: las descargas periódicas de cortisol han convertido mi cabeza en territorio hostil.
Respiro profundamente y procuro conectar con la ira salvadora que llegó ayer en forma de audio: que la vida nunca deje de regalarme amigas capaces de enfadarse cuando yo no lo hago. Me regodeo en el agravio, reescribo mis propias palabras y vuelvo a tener, por enésima vez, la misma conversación en mi cabeza, esperando que esta vez no sea la misma.
Pero aunque sabiamente he dejado pasar la hora del café, siempre hay demasiada cafeína en mi torrente sanguíneo, y siempre hay falta de síntesis conectivas, no sé si en mi vida, pero desde luego en nuestra narrativa; y una vez más es como si hubiera alguien a cargo de garantizar la coherencia incluso si eso conlleva aplastarme en el camino. Vuelve la culpa, vuelve la compasión, vuelve la ternura, y por tanto vuelve el llanto.
"He tenido un ataque de lucidez y creo que la conversación nunca va a llegar", dijo ella; inmediatamente después entraba en otra espiral y esperaba respuestas sin que hubiera llegado siquiera la señal. Esperando ese doble check tengo otro golpe de lucidez: la quiebra de la inercia, como decía Chica Astros.
Hago un experimento y procuro volver a todo lo bueno que ha dejado el vacío para una nueva inercia, pero no lo encuentro. Me pesan en el cardias el recuento de plantones y todas las proposiciones que no hice. Las conversaciones que ya no tengo. Me envuelve, otra vez, el puto desamparo, que no me deja en paz.
Necesito salir de mi cabeza.
Intento pensar en deudas pendientes conmigo misma, hago un intento tímido y se convierte en un plan improvisado y de pronto parece que entra aire. Será la tormenta monzónica de cada tarde, cortesía de la crisis climática; pero durante un rato, cada tarde, podemos soñar con que va a refrescar justo antes de darnos cuenta de que ahora los 40º ya no son secos sino húmedos, y seguir sudando.
Seguramente esta noche tampoco pueda dormir, pero ahora mismo ya no estoy en una terraza en un parque, temblando pese al calor; sino en un bar del centro, de madrugada, y alguien se me acerca y me dice "Vigilar y castigar, El orden del discurso, Las palabras y las cosas"; y no recuerdo cómo le llamé, y buscándolo me encuentro con que lo que escribí aquel día empezaba por "Los días malos están ahí. Existen. Se pasan".
Y, por una vez, no estoy en 2022 ni en 2004 sino en 2010, y las cosas no eran fáciles pero sí bonitas y desde luego que daban miedo y daban risa de tan por estrenar que parecían; y aunque solo sepa contar mis duelos por ruptura en clave de tontipop y literatura suicidófila hago un esfuerzo por pensar que Elvira Sastre, aunque añore, siempre se va.
Y a lo mejor es momento de repetir otros eneros.
29.6.25
Nuestra otra línea temporal (todo lo que ya no haremos)
Este era el verano que por fin habríamos podido planear juntos, y eso era prometedor. Nunca llegamos a hablarlo pero yo tenía una lista (siempre, para casi cualquier cosa, se puede contar con que yo tengo una lista).
Íbamos a ir a la piscina tú y yo solos, no tú a ayudarme con el Niño Cascabeles; íbamos a ir paseando a tomar helados, y a recorrer la avenida a un lado y al otro; íbamos a repasar todas las fiestas del distrito, barrio por barrio; íbamos a ver atardeceres y a echarles especias; íbamos a disfrutar de tu cuarto y del mío: íbamos a encontrar una forma de ir juntos a Granada; me ibas a enseñar por fin tu tierra porque íbamos a llevar al Niño Cascabeles a la playa, aunque incluyera el concepto de familia política y pedir favores muy complicados de pedir; íbamos a acampar en algún sitio lleno de verde, a andar por el campo, a reconocer pájaros y a aprender a orientarnos, a enseñarle al Niño Cascabeles las estrellas y a aprender yo a estar a salvo fuera de los mares de hormigón donde siempre he pensado que no puede haber serpientes.
Ahora solo quedan las serpientes (escucho sus siseos).
Pero el problema principal no es este verano (eso digo ahora; habrá que verme en cuatro semanas...), son esas coladas y esas declaraciones de la renta de todos los años venideros. Es no comprar la sandwichera de Pokémon ni colgar en tu pared la lámina del museo de Ferrowhite que por fin había localizado ni encargar que traigan de Holanda esas galletas de mantequilla de lazo. Es que nunca llegaré a seguir a tus amigos en Instagram, que siempre quise profundizar en esa conversación con la Chica Insomne, escuchar abrirse en canal a la Chica Filmoteca, que me va a seguir pareciendo entrañable cada foto de tu mejor amigo con su chica y en todas las veces recordaré eso de "no le sabe llevar como tú a mí".
Me instalo sin parar (ya, ya sé que no debo) en ese otro futuro, en el que tenía que empezar el 12 de enero con mi nota llena de promesas de un 2025 de pareja normal.
Me imagino dónde vamos a elegir ir a cenar: quizá a aquel vietnamita. Me imagino yendo a ver los almendros contigo, al teatro contigo, a conciertos contigo. Construyo recuerdos en los que somos los dos cantando a gritos, y no yo cantando sola y tú con tus amigos y luego nos encontramos. Bailamos tangos y bachatas (yo aprendo a bailar, tú a dar masajes), cenamos en el cubano, tomamos vermú en el mercado; conseguimos averiguar por fin qué es esa luz verde que se ve desde Las Tetas.
En esa línea temporal los dos nos hemos sentado delante de nuestros espejos y hemos escrito, aunque fuera de oído, nuestros respectivos manuales de instrucciones. Puedo recordar perfectamente la conversación en que nos comprometimos a hacerlo, puedo imaginarnos tomando notas y poniéndolas en común. If this, then that. Dejar de generalizar patrones y particularizarlos, ser un poco más inductivos, para variar. Dejar de intentar vernos desde fuera y empezar a sintonizarnos desde dentro. "Despertarnos tristes, pero a la vez". Desarrollar protocolos de actuación y palabras de seguridad. "Me gusta mucho esto que estamos construyendo".
"Las cosas no deberían ser así de difíciles", me han dicho muchas veces estos tres años; estoy de acuerdo, pero no creo que puedan ser de otra manera para mí. Lamentablemente necesito protocolos y necesito palabras clave y necesito mucho, mucho campo de pruebas y las personas con las que puedo llegar a conectar no son muy diferentes.
Así que cuando pienso en esa línea temporal imagino una sucesión satisfactoria y muy relajante de patrones conocidos que nos quitan, de una vez por todas, los miedos. Un checkpoint que tiene plan B y plan C para que no nos lo saltemos; porque sin habérnoslo saltado creo que aún estarías por aquí.
Me siento como si bordase un tapiz sobre esa cuadrícula de seguridad, y repaso la línea temporal que sí compartimos en busca de todas las cuentas que quiero dejar insertas en el dibujo, sin saltarme una; y leemos a Olalla Castro y bailamos en la cocina, porque "al final nos espera una casa sin daño", y navidades sin catástrofes, y cumpleaños que solo saben dulces, sin acidez ni acritud.
Mientras tanto, tú te preguntas qué es tuyo, qué perdiste en el camino, qué olvidaste en el baúl, y yo miro mi colección de cromos donde guardo todas las respuestas y puedo decirte exactamente dónde se te hizo el agujero en la mochila y lo que cayó por él y lo que no fuiste consciente de que ibas metiendo para compensar el peso perdido; y me pongo muy triste porque soy capaz de imaginar una vida de hamburguesas, madres y fútbol mucho más de lo que soy capaz de imaginar una vida sin ti y me cuesta mucho no pensar que si me dejaras darte esa llave y pudieras abrir esa puerta terminarías teniendo muchas ganas de compartir conmigo las vistas desde esa habitación.
Pero has suplicado que no lo haga y aunque no vaya a saber nunca si esa súplica era o no una amenaza lo que sí sé es que me toca acatarla aunque tenga que preguntarle treinta veces al día al tarot si algo ha cambiado y cuánto falta para que pueda llegar a hacerlo.
Autodestrucción
Yo ayer sentía que tenía que escribir algo pero no lo hice.
Es una habilidad que no me vendría mal practicar más a menudo, aunque ahora esté molesta porque ya no lo recuerdo.
También supe que no tenía que escribir algo, pero lo hice, porque "mamá, cuando alguien quiere algo mucho debe pelear por ello y Spider-Man no se rinde nunca".
Ahora toca recolocar este corazón lleno de escombros ("jamás me vuelvas a llamar") y yo también sé por dónde está la salida (una de las salidas. La otra, la buena, la que iba por el lado del sol y se veían gamos a lo lejos y se te cruzaban mariposas por los ojos era la que teníamos que tomar juntos, pedazo de ingrato) pero algo dentro de mí está muy empeñado en no cogerla.
Estoy aprendiendo a reconocer mi modus operandi: el instintivo, no el aprendido. Y sé que hay una cantidad muy grande de confusión en el hormigón que me mantiene ahogándome aquí. Sé (me obligaron a pensarlo, lo tuve que escribir; lo tengo reciente como las rozaduras de las sandalias el primer día de verano) la cantidad de gente que he perdido en mi vida sin entender qué estaba pasando.
Entonces no importaba tanto, porque eran "all the friends I do not like as much as you".
Pero madre mía lo que me has gustado tú.
Empiezo el último repaso a sabiendas de que va a llevarme semanas, así que lo extraigo todo: lo que necesitaré para la Paradora de Montañas Rusas del Niño Cascabeles; lo que hubiera ayudado con tu propia Paradora de Montañas Rusas, por si algún día cambias de opinión y vuelves; lo de mis patrones y mis puntos ciegos y mis agujeros negros, con la esperanza de no tener que pedirle a nadie que me pare la montaña rusa nunca más; y, en pleno bucle de incoherencia, todas las razones por las que no eras tú y todos los momentos en que pensé que lo eras.
No, no es incoherencia. Es ambivalencia. Esa es la diferencia.
Me muevo bien en la ambivalencia; mi trabajo me ha costado, pero la maternidad me enseñó a mimetizarme con ese gris que no es tal cosa sino un conjunto de manchas blancas y negras, como habrían podido hacer Cactus y Vespa en un bosque destrozado por la revolución industrial.
Pero las incoherencias me parecen una tarea que se me encomienda expresamente, un nudo que debo desenredar. "Ordena esto y haz que entre luz". Es una cosa que lamentablemente se me da bien, y eso me ha llevado a pensar que es algo que siempre puedo hacer.
No me manejo bien en la impotencia; aunque eso no es exclusivo, creo que sí genera un nivel de sufrimiento diferente cuando tu esquema habitual es la autosuficiencia (ese mito al que algunas tenemos que agarrarnos porque la realidad fuera de la caverna es aún peor).
Estoy aquí hecha un ovillo, pensando "solo hacía falta pulsar este botón".
Si no es capaz de enfrentarse a sus propias emociones, ¿qué te hizo pensar que iba a tener en cuenta las tuyas?
Vivir de poesía barata, falsa profundidad y psicología pop sugerida por el algoritmo de Instagram y repetirme continuamente eso de "creo que la vida contigo puede ser algo menos mundana".
Y seguir llenando la lista de cosas que ya no haremos.
Oh, mierda, eso era. Ese era el post.
23.6.25
Echar la llave
Estoy harta de leer sobre lo importante que es, cuando ya te conoces, poner nuevos limites que se ajusten mejor a tus necesidades.
Estoy harta porque es cierto, porque me va mejor desde que me guardo un día de silencio a la semana, porque he dejado de pedirme funcionar cuando voy en contra del sistema, porque claro que si no tienes que ir a contrapelo no rasca.
Pero estoy harta sobre todo porque no se puede, porque yo no puedo llegar ahora y explicar que este año no voy a poder corregir porque a mi vida le han salido subtítulos y audio descripción y es todo muy confuso pero sobre todo es muy decepcionante saber que cuando pensabas que alguien se iba a emocionar contigo de poder entender por fin esa escena en la que todo el mundo hablaba tan deprisa resulta que el patio de butacas solo dice "mucho texto" y "esto cómo se quita", y tengo muchas ganas de llorar sin parar porque eché la llave y me dije que era por mí pero no lo era, era protocolo, y ahora creo que es peor para mí y mejor para ti y no te mereces que siga desequilibrando la balanza en favor de tu paz mental cuando solo se decanta a costa de la mía.
Y yo quiero saber de ti, claro que quiero saber de ti. Y quiero que quieras saber de mí, y es por mí pero también es por ti porque francamente, querido, nada bueno salió jamás de tapar una herida que supura en vez de limpiar bien para curarla, aunque escueza.
Quiero escocerte, no voy a mentir, pero sobre todo quiero curar esta herida que no deja de sangrar por más tiempo que pase porque estoy genuinamente preocupada por su evolución llegados a este punto. Y creo (siempre lo creí) que la clave está en que estamos diseñados para curarnos el uno al otro y nos estamos empeñando en curarnos reflexiva y no recíprocamente, como si el único daño existente fuera el que viene de fuera, como si no hubiéramos demostrado ya con creces un talento considerable para hacernos daño, para alejarnos de lo que queremos, para sabotear cualquier cosa que huela aunque sea un poco a ser verdaderamente feliz.
Estoy enfadada y estoy triste y estoy desesperada y francamente no me apetece ni un poquito empezar a asumir que no vas a volver solo porque no sea seguro vivir con la puerta de par en par.
Qué más da. Hace calor, deja que entre corriente.
No sé si es romanticismo o estupidez, no sé dónde está la frontera entre ambas cosas, si es que existe (decirte alguna estupidez, por ejemplo, te quiero), pero no sé por qué el resto de mi vida tiene que empezar cuando cierre la puerta si yo la quiero abierta.
Da igual pasar página si ya te has aprendido el párrafo de memoria y vas a seguir volviendo en tu cabeza a él una y otra vez.
Me siento como un perro de presa y me duele la mandíbula de apretar el puritito aire, pero es que cómo suelto algo que no tiene sentido, "la gente no es lógica", insiste la Chica Astros, y eso lo sé y lo repito yo misma, pero cuando la gente no es lógica la gente es emocional y esto tampoco tiene sentido emocionalmente, qué clase de persona suplica que quiere una señal, la recibe y la pisotea, qué clase de persona pena porque alguien se fue y le cierra la puerta en las narices cuando llama a la puerta con una ofrenda de paz en las manos, qué hago yo ahora con mi rama de olivo, me adorno el pelo, me pongo guapa, me pongo triste, y ya no puedo abrir la puerta porque al otro lado no queda nadie y mi ofrenda y yo nos miramos la una a la otra desde la estupefacción; que no es orgullo, es peor que eso, porque si al menos fuera orgullo lo podría deshacer.
A falta del mío quiero deshacer el tuyo, me repito que esto era lo que buscaba, la confirmación innegable de que eres como eres y no como prometes ser, la constatación de que puedo vivir con tu segundo acto pero el primero siempre es expulsarme, de que no hay hueco para mí (parar nosotros) en tu YO, de que tu dolor se arroga el resto "y no dejas aire que respirar", volví a soñar con él, qué más pruebas quiero, pero el caso es que no puedo domar esta fuerza que sigue arrastrándose convencida de que tiene aún suficiente oxigeno en los pulmones como para abrir una ventana con el codo y a continuación abofetearte para que el aire fresco te haga entrar en razón.
Puedo vivir con no ser lo que quieres pero no puedo vivir con que vayas por ahí llorando porque era todo lo que querías porque sigo siendo yo y sigo estando aquí y este enorme despropósito no tiene ni pies ni cabeza. Puedo vivir con que estés mejor sin mí pero es que no lo estás y yo, por mucho que insista y se lo repita a todo el mundo por si me lo creo, me temo que tampoco.
La última vez que estuve bien fue en diciembre porque todavía no sabía que nunca ibas a compartir mi paz conmigo. Cómo no voy a ir a ofrecértela una y otra vez, como un perro que vuelve a la estación por si su persona no está muerta.
No puede ser, no jodas. No estamos muertos. Y yo necesito poder abrazarte otra vez antes de que lo estemos.
22.6.25
Muera el perro
Si no era ahora igual es que tampoco eras tú, porque indudablemente tú ahora no eres quien dices ser. Y no tenemos ninguna garantía de que vayas a llegar a serlo.
La Chica Más Sabia del Mundo me lo dejó claro al principio: "te estás enamorando de una versión de él que no existe". Tan generosa como siempre, tan exigente como siempre, remarcó que aquello no era justo para contigo.
En el pecado llevo la penitencia, desde luego.
He aguantado una decepción tras otra en todos los ámbitos durante tres años. Diseñé con celo este mensaje a partir de toda la experticia acumulada, convertí el amargor en llaves. Apunté cada "por ahí no" y construí una vía alternativa para cada calle cortada, para cada tramo de sentido único, para cada badén y cada vado.
Dejé con todo cuidado miguitas de pan en cada bifurcación; también soy toda una experta en migajas.
El circuito estaba perfectamente planificado, no hacía falta más que poner el coche en punto muerto y dejarlo caer por el camino fácil. Porque el camino esta vez de verdad que era fácil.
Solo había una prueba. Dos, si quieres, tres, por ser honesta. Pero solo había una que descalificase, porque lo mínimo que uno tiene que demostrar antes de dejar un comentario es que es humano.
Fallaste.
Llevo toda la vida justificando a la gente a la que debería importarle más de lo que lo hago, pero bajo ningún concepto voy a permitir que mi hijo aprenda a hacer lo mismo.
El Niño Cascabeles todavía a veces rompe a llorar preguntando por qué te fuiste y tú no has sido capaz de desearle lo mejor. O te has olvidado de que existe o no te atreves a saber de él. Ninguna de las dos opciones las puedo perdonar, bajo ningún ángulo.
Hoy has muerto. Te he llorado casi a regañadientes, parecía extemporáneo. He tintado las ventanas por si era lo segundo, he cerrado la puerta con llave porque sea esto o lo primero es fundamental que no vuelvas a entrar, ni después de muerto.
Te deseo un infierno a la medida del daño que hiciste.
31.5.25
Junio
Tendría que cambiar la página del calendario pero eso implicaría reconocer que ya estamos aquí.
Tiene su lado bueno. He decidido unilateralmente que mi Némesis no es 2025 sino el curso escolar 2024-2025 así que aunque vaya a colear hasta agosto estoy bastante decidida a que todo vaya mejor en cuatro semanas.
Pero qué cuatro semanas.
Tengo miedo, tengo esperanza, tengo en la cabeza reguetón viejo y a los putos monos y los intento hacer callar con Garbage pero es que lo verdaderamente radical sería quedarse.
Quedarse dónde, me contesto yo sola. Me repito que esto va a acabar, que va a acabar de verdad, y justo pasamos el primer día de armisticio desde no sé ni cuándo y espero que sea una señal porque no me quedan fuerzas para que no lo sea.
Sale el sol, me veo reflejada en unos ojos preciosos y me gusta lo que veo por primera vez en mucho tiempo, lo que hay sin más, no lo que podría haber. Y luego me enfado porque no son tus ojos.
La ecolalia sigue hablando de locutorios con burofax interactivo y del increíble alboroto de las calles sin vigilancia. A mi pesar. Ascensores. Cómo voy a saber si eres tú, cómo vas a saber si soy yo.
Y aun así lo digo tal cual. Que creo que eres tú. Que quizá solo no era ahora.
Luego me meto en la cama y a las 5 de la mañana me abofetean por turnos el calor y la realidad: lo único que sé de ti es que seguramente tampoco puedes dormir.
29.5.25
Alicates
Sabía que no los tenías tú y aún así sabía que tenía que ver contigo; y el día que mi cabeza hizo clic y consiguió unir las dos cosas los alicates aparecieron en la caja de la maqueta que abandoné porque no quería que me diesen ganas de enseñártela, porque no quería tener ganas de continuar y montar esa biblioteca en la que iba a poder colocar mi tesis en miniatura, ese último regalo, esa traca inicial.
Yo me limitaba a contemplar la misma grieta de la pared. Alguien dijo: "Habrá que demoler". No sé cómo no lo vi llegar: era el día de la gran broma final.
Sigo intentando encontrar el equilibrio entre concederme el inevitable deseo de que vuelvas y el esfuerzo de asumir que no vas a hacerlo y de que si lo hicieras quizá no sería para mejor.
Alimento al mismo tiempo el chat donde escribo mi diario del rencor y ese donde guardaba las cosas que quería compartir contigo cuando hablásemos pero me repito una y otra vez que no es más que un estallido de extinción.
Estoy harta de estallidos, de zonas cero, de fuegos artificiales que suenan como un mejor plan de lo que realmente son y pienso una y otra vez que la semana que viene ya es junio y que para qué vueltas al sol si no son contigo y aunque sé que los planetas no han dejado de girar ni van a hacerlo todo me deja bastante fría, como si la glaciación hubiese empezado en pleno burbujeo de esta tierra en llamas que se cuece en su propio jugo.
Resulta que se puede al mismo tiempo no dormir del calor que tienes y del frío que sientes, que no todos los malestares saben jugar a los microorganismos de fantasía y compensarse unos a otros y a veces en vez de bloquearse se amplifican y me encuentro de nuevo buscando trabajo y deseando no pasar la primera criba porque si tengo que pasar por otro mes como el último estoy genuinamente convencida de que no sobreviviría.
19.5.25
El día que quité la mancha del pasillo
Parece sencillísimo. Notas una mancha en la entrada del salón. Sabes que hay que fregar.
Pero no puedes.
Durante semanas, miras la mancha cada vez que cruzas la puerta. Y no te dices simplemente "a ver si friego". Te dices "joder, tengo que fregar de una puta vez", y entonces te recuerdas a ti misma que en este error no hay literatura.
Y pasan las semanas y cada vez que ves la mancha te repites a ti misma que eres un fracaso.
Quizá por eso mismo, no la quitas.
Quizá te apetece acurrucarte en esa idea de fracaso.
O quizá la idea del fracaso es tan aterradora que se come todo lo demás.
Pero el caso es que cada puñetero día, durante semanas, te enfrentas varias veces a la mancha del pasillo.
Hasta eres capaz de hablar con otras personas de lo ridículo que es tener una mancha en el pasillo a la que te sientes incapaz de enfrentarte.
Durante varias semanas, estar con otras personas significa solamente "llorar en un sitio que no sea mi casa".
Pero un día no lloras. Cuentas lo mismo, exactamente lo mismo. Entras en bucle, igual que llevas entrando en bucle cada día desde hace semanas. Sabes que tienes que parar, igual que sabes que tienes que fregar: como si fuera una instrucción que no puedes darle a un Sim con la cola llena.
Así que vomitas las mismas palabras una y otra vez, y se mezclan con las lágrimas y los mocos y se te vuelve a despellejar la cara.
Pero un día esas mismas palabras vienen sin acompañamiento.
Y de pronto, al día siguiente, limpias la mancha del pasillo. Sigues sin fregar, pero al menos has quitado la puta mancha y piensas que a lo mejor se ha acabado todo por fin y hablas de nuevas etapas y miras tu ficus rosa y te repites, como entonces, que tu personaje de esta etapa tiene derecho a vivir.
Y entonces sí: lloras.