14.7.25

Resistencia

Un bombardeo de preguntas. Así abre la Chica de las Sonrisas nuestro día y me pregunto si así lo ha hecho siempre, si ese es su equivalente al desatascador. Me abrumo, me trabo, quiero salir del corsé. "¿Crees que yo también...?" Sí, amiga, lo creo. Creo que es muy difícil darse cuenta de las particularidades de una cuando se rodea de gente que las comparte pero que si miramos hacia fuera vamos a encontrar un montón de gente que, como la Madre Selfie, va a mirarnos fijamente diciendo "no, no todas las cabezas funcionan así. Eso es rarísimo y suena agotador".

Ella envidia mis palabras, yo su resiliencia. Terminamos hablando, claro está, de los problemas en que nos han metido las palabras y la resiliencia. "Tener muchas palabras no quiere decir estarlas usando bien". "A lo mejor lo que pasa, en realidad, es que sobran todas".

No sé si tiene razón pero hemos bebido tanta cerveza y hurgado en tantas heridas que suena sensato así que tengo un impulso que ni siquiera lo parece, de tantas vueltas que le he dado al maldito campo semántico; y pienso en la Chica Prototipo lanzándose por un puente en Instagram y pienso que en este horror no hay literatura pero quizá está dejando de haber incluso adrenalina, y no sé por qué no la tengo, y entonces una vocecita diminuta que quizá sea la de mi sensatez (no me suena) me recuerda que hay una habitación entera amueblada esperando la decepción definitiva, y me pregunta si realmente quiero que mi escasa esperanza en el futuro se instale precisamente en esta dirección cuando ya esa película ya la hemos visto.

Miro hacia las otras habitaciones y me imagino viviendo en ellas y siento algo parecido a la paz y a la satisfacción del deber cumplido pero siento también un vacío tan grande que no sé si puede tener el menor sentido. "Siento que solo ahora te estoy conociendo", me dicen, y yo me pregunto si eso es realmente conocerme, y por qué el camino sabe a sucedáneo y hasta qué punto se puede ser una misma simplemente eligiendo una posición de partida, sin sentir esa corriente magnética en la que parecía que nuestras frases se necesitaban las unas a las otras. Si yo realmente puedo dejar de ser una persona que se sabe los diálogos. Si puedo seguir siéndolo sin que alguien más en escena me dé el pie.

Prefiero la catástrofe contigo que la calma sin ti, y me lo repito seiscientas veces porque ahora estamos en la era de las palabras pequeñas y estas son Palabras Mayores y tengo miedo a que me oigas pensar porque el Chico Extraordinario siempre me advirtió de que era mi mayor debilidad, pero supongo que una parte de mí desea, igual que soñaba de pequeña con ser un duende y colarse por las orejas a reescribir el código de nuestros ordenadores, que me oigas pensar, sin más. Porque creo sinceramente que así, sin filtrar, me entenderías.

Para eso tienes que querer entenderme y es evidente que eso no está pasando, claro. Me pongo prórrogas para dividir el duelo en cómodas dosis individuales listas para tragar.

Y a continuación, las escupo, las vomito.

Me niego a mí misma, tres veces y las que hagan falta. La única razón que me interesa tener es la que te traiga de vuelta.

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