10.7.25

"Pago el peaje con gusto"

Hoy se cumplen tres años desde que empezó mi conversación favorita.

Una vez pensé que estaba muerta y pedí espacio y como si fuera uno de mis ficus agotados de que mi inseguridad les ahogue en agua que ni quieren ni necesitan un documento de Google se fue llenando de palabras atropelladas que se convirtieron en imágenes, la plaza de Yolanda (no de Amelia, me da igual lo que digan) y unas nubes moradas y rosas y la necesidad continuada de explicarte cada proceso mental.

"Es un hábito; como todos los hábitos, se puede dejar".

Me dediqué a ignorar concienzudamente ese chat de Whatsapp donde guardaba todo lo que quería contarte, esa fue mi versión del contacto cero: aceptar tu puerta cerrada y procurar cerrar la presa que es la mía.

Hasta que se me ha echado encima la riada. 

Y ahora está llena a rabiar de hilos que se enredan en ese ovillo infinito que pensaba que íbamos a formar para siempre, de ramas que ya no crecerán porque el ficus, el puto ficus, otra vez, se ha muerto.

8.7.25

Adornos

La Chica Sorpresas hace un enlace doloroso pero evidente entre mis expectativas infantiles y las actuales. Tiene razón, claro. Mis amigas no solo tienen una paciencia infinita (que me estoy empeñando en poner a prueba) sino una capacidad inmensa de análisis, lo cual está muy bien cuando no te puedes permitir ir a terapia.
Lamentablemente también tienen vidas muy lejos de la mía.
Repaso mi agenda convencida de que estoy olvidando algo y que tiene que existir alguien más cerca ("hay salidas, lo he oído, sé que existen cientos de metros despejados y sin un cristal en medio que me impida recorrerlos"). 
No lo encuentro, no, pero recuerdo una conversación qué dejé a medias justo al ser absorbida por este vórtice y toco tímidamente la puerta, hago todas esas cosas que dicen que hay que hacer, "estoy triste", se me recibe con cariño, aparentemente, pero no hay nexo entre unas frases y otras. 
"Espero que sigas embelleciendo mis dias con tus rarezas", cierra, y lo entiendo todo. El repliegue del sábado, el estallido final con el Oscuro Puntual, la sensación de ser adicta que me lleva una y otra vez a buscar la misma humillación de la que estoy intentando escapar desde hace seis meses.
Leo a la Chica Astros y recuerdo a la Atómica Melancólica, "te recibo altamente desenfocada". Creo que nunca la busqué y lo hago ahora y encuentro el protocolo de comunicación de emergencia que ojalá hubiéramos sido capaces de establecer.
Porque me pillé de ti por tus chapas, pero me enamoré de tus "entiendo".

7.7.25

 - Me siento a gusto, a salvo, no sé. Con otra gente no me pasa.

- Una psicóloga de Instagram te diría que el cuerpo reconoce las señales de alerta antes de que seas consciente de ellas y que escuches a tu instinto. Pero yo no soy una psicóloga de Instagram.

6.7.25

Huecos

En la mesa de centro junto al café una espada de Minecraft, una cerveza y un "refresquito" de limón que las cosas pendientes no dejaron que nos acabáramos.

En el pecho, en el estómago, las ausencias.

Lo que debería haber pensado: fíjate qué fácil es cuando no es absurdamente retorcido, grotescamente autocentrado, negligentemente cruel.

Lo que pensé: era esto, sencillamente esto... pero contigo.

5.7.25

Efemérides

3 años y 2 días de su MD, 3 años menos 1 día de la primera vez que el Niño Cascabeles se marchó tanto tiempo, 3 días entre una cosa y otra y 4 entre la primera vez que sentí que se me llevaban las vísceras y me dejaban andando como una cáscara vacía y la primera vez que sentí que quería llenar esa cáscara de sus palabras. Y luego 6, y no cinco, qué le vamos a hacer, no se me dan bien los números, hasta que empezamos a llenarla de besos.

3 años después esa cáscara vacía ni siquiera cuenta a su favor con el efecto sorpresa. Está acostumbrada al vaciado pero también se va resecando de estar cada vez menos conectada con todo lo que late. Si la miras fijamente, se resquebraja. Da mucho miedo pensar que pueda, directamente, convertirse en polvo.

Llorar puede ser una buena medida de hidratación: a falta de hialurónico, buena es el agua salada. 

Me meto en la cama con la firme intención de disfrutar del silencio, tan añorado todo el año. Mis vecinas, como siempre, montan estrépito cada quince minutos, no sea que haya un ciclo de sueño que se quede sin arruinar, hasta que me desvelo: las descargas periódicas de cortisol han convertido mi cabeza en territorio hostil.

Respiro profundamente y procuro conectar con la ira salvadora que llegó ayer en forma de audio: que la vida nunca deje de regalarme amigas capaces de enfadarse cuando yo no lo hago. Me regodeo en el agravio, reescribo mis propias palabras y vuelvo a tener, por enésima vez, la misma conversación en mi cabeza, esperando que esta vez no sea la misma.

Pero aunque sabiamente he dejado pasar la hora del café, siempre hay demasiada cafeína en mi torrente sanguíneo, y siempre hay falta de síntesis conectivas, no sé si en mi vida, pero desde luego en nuestra narrativa; y una vez más es como si hubiera alguien a cargo de garantizar la coherencia incluso si eso conlleva aplastarme en el camino. Vuelve la culpa, vuelve la compasión, vuelve la ternura, y por tanto vuelve el llanto.

"He tenido un ataque de lucidez y creo que la conversación nunca va a llegar", dijo ella; inmediatamente después entraba en otra espiral y esperaba respuestas sin que hubiera llegado siquiera la señal. Esperando ese doble check tengo otro golpe de lucidez: la quiebra de la inercia, como decía Chica Astros.

Hago un experimento y procuro volver a todo lo bueno que ha dejado el vacío para una nueva inercia, pero no lo encuentro. Me pesan en el cardias el recuento de plantones y todas las proposiciones que no hice. Las conversaciones que ya no tengo. Me envuelve, otra vez, el puto desamparo, que no me deja en paz. 

Necesito salir de mi cabeza.

Intento pensar en deudas pendientes conmigo misma, hago un intento tímido y se convierte en un plan improvisado y de pronto parece que entra aire. Será la tormenta monzónica de cada tarde, cortesía de la crisis climática; pero durante un rato, cada tarde, podemos soñar con que va a refrescar justo antes de darnos cuenta de que ahora los 40º ya no son secos sino húmedos, y seguir sudando.

Seguramente esta noche tampoco pueda dormir, pero ahora mismo ya no estoy en una terraza en un parque, temblando pese al calor; sino en un bar del centro, de madrugada, y alguien se me acerca y me dice "Vigilar y castigar, El orden del discurso, Las palabras y las cosas"; y no recuerdo cómo le llamé, y buscándolo me encuentro con que lo que escribí aquel día empezaba por "Los días malos están ahí. Existen. Se pasan". 

Y, por una vez, no estoy en 2022 ni en 2004 sino en 2010, y las cosas no eran fáciles pero sí bonitas y desde luego que daban miedo y daban risa de tan por estrenar que parecían; y aunque solo sepa contar mis duelos por ruptura en clave de tontipop y literatura suicidófila hago un esfuerzo por pensar que Elvira Sastre, aunque añore, siempre se va. 

Y a lo mejor es momento de repetir otros eneros.

29.6.25

Nuestra otra línea temporal (todo lo que ya no haremos)

Este era el verano que por fin habríamos podido planear juntos, y eso era prometedor. Nunca llegamos a hablarlo pero yo tenía una lista (siempre, para casi cualquier cosa, se puede contar con que yo tengo una lista).

Íbamos a ir a la piscina tú y yo solos, no tú a ayudarme con el Niño Cascabeles; íbamos a ir paseando a tomar helados, y a recorrer la avenida a un lado y al otro; íbamos a repasar todas las fiestas del distrito, barrio por barrio; íbamos a ver atardeceres y a echarles especias; íbamos a disfrutar de tu cuarto y del mío: íbamos a encontrar una forma de ir juntos a Granada; me ibas a enseñar por fin tu tierra porque íbamos a llevar al Niño Cascabeles a la playa, aunque incluyera el concepto de familia política y pedir favores muy complicados de pedir; íbamos a acampar en algún sitio lleno de verde, a andar por el campo, a reconocer pájaros y a aprender a orientarnos, a enseñarle al Niño Cascabeles las estrellas y a aprender yo a estar a salvo fuera de los mares de hormigón donde siempre he pensado que no puede haber serpientes.

Ahora solo quedan las serpientes (escucho sus siseos).

Pero el problema principal no es este verano (eso digo ahora; habrá que verme en cuatro semanas...), son esas coladas y esas declaraciones de la renta de todos los años venideros. Es no comprar la sandwichera de Pokémon ni colgar en tu pared la lámina del museo de Ferrowhite que por fin había localizado ni encargar que traigan de Holanda esas galletas de mantequilla de lazo. Es que nunca llegaré a seguir a tus amigos en Instagram, que siempre quise profundizar en esa conversación con la Chica Insomne, escuchar abrirse en canal a la Chica Filmoteca, que me va a seguir pareciendo entrañable cada foto de tu mejor amigo con su chica y en todas las veces recordaré eso de "no le sabe llevar como tú a mí".

Me instalo sin parar (ya, ya sé que no debo) en ese otro futuro, en el que tenía que empezar el 12 de enero con mi nota llena de promesas de un 2025 de pareja normal.

Me imagino dónde vamos a elegir ir a cenar: quizá a aquel vietnamita. Me imagino yendo a ver los almendros contigo, al teatro contigo, a conciertos contigo. Construyo recuerdos en los que somos los dos cantando a gritos, y no yo cantando sola y tú con tus amigos y luego nos encontramos. Bailamos tangos y bachatas (yo aprendo a bailar, tú a dar masajes), cenamos en el cubano, tomamos vermú en el mercado; conseguimos averiguar por fin qué es esa luz verde que se ve desde Las Tetas.

En esa línea temporal los dos nos hemos sentado delante de nuestros espejos y hemos escrito, aunque fuera de oído, nuestros respectivos manuales de instrucciones. Puedo recordar perfectamente la conversación en que nos comprometimos a hacerlo, puedo imaginarnos tomando notas y poniéndolas en común. If this, then that. Dejar de generalizar patrones y particularizarlos, ser un poco más inductivos, para variar. Dejar de intentar vernos desde fuera y empezar a sintonizarnos desde dentro. "Despertarnos tristes, pero a la vez". Desarrollar protocolos de actuación y palabras de seguridad. "Me gusta mucho esto que estamos construyendo".

"Las cosas no deberían ser así de difíciles", me han dicho muchas veces estos tres años; estoy de acuerdo, pero no creo que puedan ser de otra manera para mí. Lamentablemente necesito protocolos y necesito palabras clave y necesito mucho, mucho campo de pruebas y las personas con las que puedo llegar a conectar no son muy diferentes. 

Así que cuando pienso en esa línea temporal imagino una sucesión satisfactoria y muy relajante de patrones conocidos que nos quitan, de una vez por todas, los miedos. Un checkpoint que tiene plan B y plan C para que no nos lo saltemos; porque sin habérnoslo saltado creo que aún estarías por aquí. 

Me siento como si bordase un tapiz sobre esa cuadrícula de seguridad, y repaso la línea temporal que sí compartimos en busca de todas las cuentas que quiero dejar insertas en el dibujo, sin saltarme una; y leemos a Olalla Castro y bailamos en la cocina, porque "al final nos espera una casa sin daño", y navidades sin catástrofes, y cumpleaños que solo saben dulces, sin acidez ni acritud.

Mientras tanto, tú te preguntas qué es tuyo, qué perdiste en el camino, qué olvidaste en el baúl, y yo miro mi colección de cromos donde guardo todas las respuestas y puedo decirte exactamente dónde se te hizo el agujero en la mochila y lo que cayó por él y lo que no fuiste consciente de que ibas metiendo para compensar el peso perdido; y me pongo muy triste porque soy capaz de imaginar una vida de hamburguesas, madres y fútbol mucho más de lo que soy capaz de imaginar una vida sin ti y me cuesta mucho no pensar que si me dejaras darte esa llave y pudieras abrir esa puerta terminarías teniendo muchas ganas de compartir conmigo las vistas desde esa habitación. 

Pero has suplicado que no lo haga y aunque no vaya a saber nunca si esa súplica era o no una amenaza lo que sí sé es que me toca acatarla aunque tenga que preguntarle treinta veces al día al tarot si algo ha cambiado y cuánto falta para que pueda llegar a hacerlo.

Autodestrucción

Yo ayer sentía que tenía que escribir algo pero no lo hice.

Es una habilidad que no me vendría mal practicar más a menudo, aunque ahora esté molesta porque ya no lo recuerdo.

También supe que no tenía que escribir algo, pero lo hice, porque "mamá, cuando alguien quiere algo mucho debe pelear por ello y Spider-Man no se rinde nunca". 

Ahora toca recolocar este corazón lleno de escombros ("jamás me vuelvas a llamar") y yo también sé por dónde está la salida (una de las salidas. La otra, la buena, la que iba por el lado del sol y se veían gamos a lo lejos y se te cruzaban mariposas por los ojos era la que teníamos que tomar juntos, pedazo de ingrato) pero algo dentro de mí está muy empeñado en no cogerla. 

Estoy aprendiendo a reconocer mi modus operandi: el instintivo, no el aprendido. Y sé que hay una cantidad muy grande de confusión en el hormigón que me mantiene ahogándome aquí. Sé (me obligaron a pensarlo, lo tuve que escribir; lo tengo reciente como las rozaduras de las sandalias el primer día de verano) la cantidad de gente que he perdido en mi vida sin entender qué estaba pasando.

Entonces no importaba tanto, porque eran "all the friends I do not like as much as you". 

Pero madre mía lo que me has gustado tú. 

Empiezo el último repaso a sabiendas de que va a llevarme semanas, así que lo extraigo todo: lo que necesitaré para la Paradora de Montañas Rusas del Niño Cascabeles; lo que hubiera ayudado con tu propia Paradora de Montañas Rusas, por si algún día cambias de opinión y vuelves; lo de mis patrones y mis puntos ciegos y mis agujeros negros, con la esperanza de no tener que pedirle a nadie que me pare la montaña rusa nunca más; y, en pleno bucle de incoherencia, todas las razones por las que no eras tú y todos los momentos en que pensé que lo eras.

No, no es incoherencia. Es ambivalencia. Esa es la diferencia.

Me muevo bien en la ambivalencia; mi trabajo me ha costado, pero la maternidad me enseñó a mimetizarme con ese gris que no es tal cosa sino un conjunto de manchas blancas y negras, como  habrían podido hacer Cactus y Vespa en un bosque destrozado por la revolución industrial.

Pero las incoherencias me parecen una tarea que se me encomienda expresamente, un nudo que debo desenredar. "Ordena esto y haz que entre luz". Es una cosa que lamentablemente se me da bien, y eso me ha llevado a pensar que es algo que siempre puedo hacer.

No me manejo bien en la impotencia; aunque eso no es exclusivo, creo que sí genera un nivel de sufrimiento diferente cuando tu esquema habitual es la autosuficiencia (ese mito al que algunas tenemos que agarrarnos porque la realidad fuera de la caverna es aún peor).

Estoy aquí hecha un ovillo, pensando "solo hacía falta pulsar este botón". 

Si no es capaz de enfrentarse a sus propias emociones, ¿qué te hizo pensar que iba a tener en cuenta las tuyas?

Vivir de poesía barata, falsa profundidad y psicología pop sugerida por el algoritmo de Instagram y repetirme continuamente eso de "creo que la vida contigo puede ser algo menos mundana".

Y seguir llenando la lista de cosas que ya no haremos.

Oh, mierda, eso era. Ese era el post.